SociedCuba siempre está; ahí, en el foco de nuestra atención. Y desde muy distintos ángulos.
SociedCuba siempre está; ahí, en el foco de nuestra atención. Y desde muy distintos ángulos.
Cuba… como exótico paraje de ensueño en el Caribe, como utopía de una sociedad igualitaria y cuna del Hombre Nuevo, pero, también, como símbolo de lo enmohecido, de lo que envejece mal en las entrañas del régimen eterno del castrismo.
Para neutralizar cualquier resabio de postal lejana, hay que escuchar a los que viven adentro. En especial a las generaciones más jóvenes, a las corrientes sanguíneas del siglo XXI. Como es el caso de Carlos Manuel Álvarez quien, con Los intrusos, obtuvo el Premio Anagrama de Crónica.
Centrado en tiempos de la pandemia, el libro cuenta el regreso de Álvarez a su isla natal, desde Nueva York, para sumarse a las manifestaciones de protesta en La Habana por parte del Movimiento San Isidro, un colectivo que lidera el artista Luis Manuel Otero, uno de los tantos perseguidos por el régimen.
Es una colección de perfiles y de acciones destinadas a conmover el gobierno del presidente Miguel Díaz-Canel, un sujeto cuya “hoja de vida era de una insultante mediocridad, como la de todos los políticos nacidos en la isla después de 1959”.
Asiduo columnista de medios como El País, The New York Times y The Washington Post, Carlos Manuel habla desde Nueva York, donde vive, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
►TE PUEDE INTERESAR: Patricio Pron: "Hay que leer libros y prensa de calidad porque nos entrena en la comprensión de discursos complejos"
-¿Cómo está Nueva York, Carlos? ¿Mucho frío?
-Gracias por la invitación. Sí, mucho frío. Es un congelador. No es realmente un clima que yo agradezca particularmente. Pero ahí vamos, sobreviviendo.
-Sobre todo para ustedes, los caribeños, el frío debe ser terrible, ¿no?
-Sí. Hay gente que, por algún efecto, yo creo que medio snob, quizás, o por alguna razón también de cansancio del calor, lo prefiere. No es mi caso. Yo soy un fiel amante del calor, de lo que genera el calor y de la vida bajo el calor.
-Vos tenés muchas publicaciones y artículos importantes, pero este libro en especial, Los intrusos, le dio mucho orgullo a nuestros connacionales, Martín Caparrós y Leila Guerriero, que fueron parte del jurado que te premió. La has entrevistado a Leila, también, ¿no?
-Sí, entrevisté a Leila. Fue en plena pandemia para una revista española que se llama Cuadernos Hispanoamericanos. Tengo una relación con ellos dos, por supuesto. Son maestros y también con el paso de los años han sido amigos. En mi caso, hay un grado de afecto importante.
-Uno de los tantos aspectos que le otorga gran singularidad a tu trabajo es que, además de mostrar la situación de Cuba en general, el relato se centra en los días de la pandemia. O sea, estabas frente a una doble situación represiva. ¿Por qué, justo en ese momento, se te dio por volver a la isla?
-Lo hice porque yo formaba parte de un grupo, de una generación, pongámoslo así, porque es una palabra que muchas veces queda grande para determinados conceptos, pero en ese escenario yo creo que está justificada.
-Una generación, decías. ¿De qué tipo?
-Una generación de jóvenes artistas, periodistas, escritores, que conformaban una incipiente sociedad civil que empezó a disentir de manera muy fuerte del orden político cubano en general.
-¿Un disenso con qué particularidades?
-Empezó a disentir, además, no de las maneras tradicionales en la que se prestaba cierta oposición política cubana. Y eso le ganó también una fuerza representativa mayor en el escenario social cubano.
-Vos no estabas ahí, en ese momento, sin embargo.
-Yo estaba afuera, pero ya había participado, de algún modo, de ciertas protestas. O sea, ya estaba desde antes en el radar de la policía política, había tenido interrogatorios y demás. Y el libro es el relato, justamente, desde un encierro, en un país encerrado; además, en un tiempo de encierro como tú lo estabas diciendo. Casi como las matrioskas, que son esas muñecas rusas que guardan una figura más pequeña adentro de otra, toda similares.
-¿Cómo fue el momento del regreso? No era fácil.
-Yo regreso justo unos diez días después de que se abrieran nuevamente los aeropuertos y se permitieran los vuelos hacia Cuba, que estaban cerrados por la pandemia. Fue una cosa muy coyuntural. Si ese evento que cuenta el libro hubiera ocurrido tres semanas antes, yo directamente no hubiese podido participar.
-¿Qué te llevó a tomar esa decisión de dejar Nueva York, pese a los riesgos que implicaba?
-Decidí sumarme a esa protesta, también por solidaridad. Es un acto de amistad. Y yo siempre digo que es un acto de generosidad con aquellos que estaban protestando, que me permitieron participar de algo que era mi momento; el momento de una colectividad a la que pertenezco.
-Esa protesta a la que estás aludiendo no fue una protesta más.
-Es un evento que fue bastante significativo, realmente, en el escenario social cubano y que todavía hoy tiene repercusiones.
-¿De qué tipo?
-Ha tenido repercusiones en la conciencia política de la ciudadanía. Y lo entendí como alguien que va al lugar ahí donde le están sucediendo las cosas. Donde me estaban pasando las cosas a mí.
-Además de todas las peripecias que te van ocurriendo, hay un momento muy significativo en lo personal. Y es cuando tu padre se acerca al reducto donde vos estabas con tu grupo. Vos decís que “él decidió aprovechar la oportunidad que le daba la policía política para reivindicarse de algún modo como figura tutelar”. ¿Cómo lo viviste?
-Es algo que uno hace generacionalmente a cuenta y riesgo, porque una de las roturas directas en este tipo de participaciones, en muchos casos pasa de manera inmediata por la relación con los padres.
-¿Por qué eso, sobre todo en el caso de ustedes?
-Porque nuestros padres son, como norma, una franja etaria mucho más cercana a los principios tradicionales de la Revolución Cubana devenida en régimen.
-¿Cómo se forja esa relación?
-Es decir, tienen una relación mucho más cercana con la figura de Castro, tienen una relación mucho más cercana con la ideología oficial, con aquellos valores también principales de una doctrina política totalitaria, etcétera.
-¿Y en lo afectivo?
-Sentimentalmente giran de un modo mucho más cercano alrededor de estas constelaciones.
-¿Y ustedes qué, entonces?
-Nosotros no. Y hay casos, por supuesto, de rupturas filiales muy fuertes por diferencias políticas, ideológicas, entre mi generación y la generación de mis padres. Yo vengo, además, de una familia muy comunista.
-¿Sí? ¿Cómo es eso?
-Una familia muy adscrita a los valores de la Revolución, sí. De hecho, creo que yo estoy muy marcado por esa educación en muchos sentidos. Sin embargo, en ese momento al que aludías, que era un momento más o menos límite, apareció, se generó un sentimiento filial aún más fuerte de comprensión.
-¿De qué manera ocurrió?
-Mi papá me decía: “Bueno, si tuviese tu edad, creo que estaría haciendo lo mismo. Entiendo lo que estás haciendo. Si bien no puedo compartir cosas de fondo, entiendo que hay ahí un gesto mucho más visceral en algún sentido”.
-Todo un esfuerzo de comprensión para valorar.
-Bueno, de suma, de última, yo era su hijo. Por eso me dije: voy a estar con él. Voy a estar con él. Pero, claro, eso fue también algo importante para él, supongo.
-Vos decís que te educaron en esa cultura comunista. ¿Qué te hacían leer de chico para adoctrinarte?
-En mi caso eso está mucho más relacionado con la educación pública en la escuela. Que conste que no soy, ni mucho menos, un detractor de la educación pública. Esto es un gran tema en tu país ahora mismo, ¿no?
-Sí, claro.
-No estoy en contra de la educación pública ni de nada público en general, todo lo contrario.
-¿Qué recibiste, entonces, en tu educación pública?
-En mi casa, afortunadamente, había un matiz. Era una casa con un corazón comunista muy fuerte, pero el margen de lectura era amplio. Entonces, por ahí, mi sensibilidad no estaba ceñida a lecturas muy funcionales o que estuvieran pensadas de un modo pragmático. Básicamente me dejaban a explorar.
-¿Y por dónde iban tus exploraciones?
-Sin duda estaba la influencia de leer libros de realismo socialista, que en Cuba estaban muy publicados, muy extendidos, de editoriales soviéticas como Progreso o Raduga, nombres que seguramente no sonarán mucho en el resto de América Latina.
-¿Qué tipos de libros eran?
-Libros en español de literatura soviética. Eso está dentro de mis lecturas de niño, configurando también mi sensibilidad.
-¿De qué manera? A nosotros nos resulta una experiencia un tanto extraña.
-Te puedo poner una novela que se llama Un hombre de verdad, que escribió un periodista, Boris Polevoi, sobre Alekséi Marésiev, un héroe soviético, un piloto, que se queda sin piernas en la Segunda Guerra Mundial y vuelve a pilotar con unas prótesis. Era una novela para adultos, realismo socialista a full.
-¿Cómo te impactaba eso?
-Cuando tienes doce años te la lees como una aventura de Salgari o de Verne y no pasa más. Luego, como literatura, digamos, de más peso, no se sostiene mucho. Pero a mí no me importaba tanto en ese entonces.
-La pregunta inicial sobre los libros apuntaba a desembocar en ese dato que contás acerca de lo que cargabas en la mochila cuando volviste a Cuba: el Quijote, unos sonetos de amor de Quevedo y un diario de juventud de Lezama Lima. Nada que ver con lo anterior.
-No, absolutamente nada que ver. Estas fueron lecturas que me trae mi sensibilidad posterior o mi sensibilidad por fuera del círculo comunista (sonríe). Sin embargo, no quiero ser tampoco demasiado duro con el hecho de que allá adentro también generaron conmigo un amor hacia la lectura, pongamos, o una mirada más allá que me lleva a esos textos al final. Una cosa no está divorciada de la otra.
-Pero tus libros de la mochila, como decíamos, son otra cosa.
-Sí, son textos que corren por fuera de esa tradición, particularmente en el caso de Lezama, que no es sólo, de lejos, el más importante escritor cubano que ha habido, sino que es también un escritor que fue proscrito, perseguido y abandonado por la Revolución.
-Correcto. Un caso emblemático.
-Murió en la absoluta pobreza, desconocido y bastante maltratado. Entonces, sí, se trata de una lectura que, en este sentido, puede ser un poco subversiva.
-Tu activismo en Cuba se concentró, entre otras cosas, en torno al artista Luis Manuel Otero Alcántara, al que habían metido preso. Ustedes lograron que lo liberaran en ese momento, pero después lo volvieron a recluir. Hubo varias idas y vueltas. ¿Cómo está la cosa ahora? ¿Y cómo has vivido todo el proceso?
-Es una gran pregunta, una grandísima pregunta. Lo he vivido de muchísimas maneras, entre ellas, con culpa también.
-¿Por qué con culpa?
-Porque muchos de nosotros nos salvamos, pero otros están presos. Porque también se aplica un sesgo con la sisa muy importante, donde los que somos blancos o nos percibimos como blancos y tenemos estudios universitarios, pasamos más filtros para llegar al momento de la cárcel.
-¿Y los que no son blancos?
-El que es negro, autodidacta, pobre, desplazado socialmente y demás, está mucho más cerca de ir a prisión. Entonces ahí ves completamente el sesgo que funciona dentro del escenario cubano, cuando, supuestamente, son cosas que están superadas.
-¿Por qué supuestamente superadas? ¿Qué es lo que se vende oficialmente?
-Que la Revolución no es racista, que la Revolución no es clasista. Y esos mismos valores y estructuras están funcionando de manera muy feroz dentro del escenario político cubano.
-¿Y respecto del proceso a Otero?
-Esa liberación primera de Luis Manuel fue en 2020, poco antes de que empezara la pandemia. Un grupo de jóvenes amigos, realmente nunca nos lo creímos, ¿sabes? Nunca antes había pasado. Yo creo que eso fue lo que nos dio una fuerza importante a nosotros y también un poco de soberbia, que yo creo que era necesaria para enfrentarse a este poder político en algún punto.
-¿Qué les dio la soberbia juvenil, visto a la distancia?
-Porque si no la tienes, por ahí no crees en ti y se te vuelve más difícil tomar ciertas acciones. Pero armamos una campaña de publicidad, si quieres, de comunicación, tanto dentro como fuera de Cuba y lo logramos sacar de la cárcel en trece días.
-¡Un hallazgo!
-No nos lo creíamos en ese entonces. Sin embargo, también he pensado que Luis Manuel Otero es un gran artista, muy potente tanto en términos políticos como estéticos, y se convirtió, por su dignidad y su inteligencia, en el disidente político más importante de Cuba de los últimos años, llamémosle así. Y no fue algo buscado por él directamente.
-¿Y por qué fue escalando en conflictividad su figura?
-Se llegó a un grado de enfrentamiento tal que me lo he preguntado muchas veces: ¿qué podíamos hacer nosotros porque no fuese a la cárcel? Había un punto donde, según creo, por las cosas que él había hecho y hasta donde las había hecho, que llegó a pensar que la única manera de cerrar esas rutas era en prisión.
-¿Por qué? ¿No veía otra alternativa viable?
-Porque cualquier otra cosa que le pasase, iba a estar por debajo de lo que se suponía que tenía que ser su recorrido. Y dijo muchas veces que no se iba de Cuba.
-Transitaba por un desfiladero muy estrecho.
-Fíjate lo que te estoy diciendo. Es difícil este tipo de decisiones porque se crea una mirada social sobre ti en donde hay una especie de condena en tu propio éxito. La gente está diciendo, indirectamente: no espero menos de ti que termines en prisión. Es torcido esto, porque cualquier otra cosa que hagas va a parecer que eres un demagogo.
-Luis Otero nació en el municipio Cerro y vos en Cárdenas, provincia de Matanzas. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro?
-En el fondo, nacimos más o menos en el mismo paisaje político y social. Crecimos en la Cuba de los noventa, que es una Cuba ya avanzando directamente hacia la destrucción física de sus ciudades o de su pueblo, después del derrumbe de la Unión Soviética, en una permanente crisis económica.
-Eso en cuanto al plano general, pero ¿qué pasa en cuanto al sitio de infancia?
-Cerro es uno de los barrios más populosos y centrales de La Habana, de la capital. Mi Cárdenas es un pueblo más chico, uno de esos lugares extraños, muy comunes en América Latina, que están entre pueblo y ciudad, que no son una cosa ni otra. Pero te encuentras con una vida más municipal, pongamos.
-¿Y qué otros rasgos comunes encontrás entre ambos ámbitos?
-Había algunos vínculos, ambos están muy cruzados, la religión afrocubana es muy fuerte, además del sincretismo o el folclore. Toda esa cultura es bastante potente tanto en el Cerro como en Cárdenas. En resumen, hay sin duda diferencias sustanciales, pero también un fondo que es bastante común a todos nosotros.
-En Argentina seguimos bastante la realidad cubana, pero nos cuesta ser objetivos del todo porque uno de los símbolos máximos de la Revolución es nuestro compatriota el Che. Después de tantos años y tantas reflexiones, ¿qué queda del Che Guevara para ustedes?
-Se ha degradado muchísimo en el corazón de los cubanos porque estuvo tan atado, directamente, al relato político del régimen. Todas sus figuras se han ido diluyendo a medida que se ha ido diluyendo también la eficacia política de ese régimen para sostener la vida cubana.
-¿Cómo es eso?
-Más allá de ciertas libertades democráticas o no, hablamos de que la gente pueda sobrevivir con un mínimo de dignidad. Cuba es un país hoy completamente sumido en la pobreza. Y en ese trance trágico, todos sus símbolos también se han ido degradando con las condiciones de vida.
-Sin embargo, el Che está por encima de la mayoría de los referentes históricos, ¿no?
-Es, por supuesto, la figura principal de la simbología castrista, que generó toda una subjetividad alrededor de Guevara, más fuerte incluso que la que puede generar Castro.
-Es un dato relevante.
-No me asombra de ninguna manera porque el Che es simbólicamente mucho más importante que Castro, mucho más relevante. O sea que el relato estaba bien pensado desde esos términos.
-¿Y cuál es tu ponderación individual de su figura?
-Creo que Guevara es el único jacobino de la Revolución Cubana, realmente el único. Y yo siempre lo pienso con una frase que leí de un gran escritor francés, Maurice Blanchot, hablando de Robespierre y de Saint-Just. Dice que la muerte que dan es la muerte que ya tienen entregada.
-¿Cómo la traducís?
-Es decir que cuando la guillotina cae sobre la cabeza de Robespierre y de Saint-Just, no está cortando nada, porque esa cabeza ya está cortada de antemano. Se le está cortando la cabeza a alguien que ya cedió su muerte. Es un trámite.
-Traslademos esa figura a Guevara.
-Eso exactamente es lo que pasa con el Che ya que, cuando lo matan en el '67, en Bolivia, es alguien que está muerto desde hace muchos años, que se dio esa muerte a sí mismo. Eso explica bastante la figura que es y por dónde se movía Guevara.
-En tu libro figuran creadores de distinta índole, raperos, actores, artistas plásticos, etcétera. Ahora bien, todos estos años hemos tenido como marca de Cuba a hitos como la Trova o Buena Vista Social Club. ¿Cómo los ves operando, afuera, como símbolos de la isla?
-Están extendidísimos. Creo que, respecto de Buena Vista Social Club, hay más una operación de marketing, de mercado. En el caso de la Nueva Trova es más una operación política e histórica.
-¿Qué opinás de cada uno?
-A mí me gustan ambos. Tengo, por supuesto, una relación sentimental mucho más cercana con la Trova, particularmente con sus figuras más representativas que son Silvio (Rodríguez) y Pablo (Milanés). Y, bueno, como te decía, vengo, además, de una familia comunista. A mí me dormían cantándome “El necio”.
-¿Qué significa, pues, Silvio para vos?
-Silvio es una línea de fondo que nunca se va de mi configuración como persona. Lo escucho muy constantemente, frecuentemente. Es muy importante para mí en muchos sentidos. Pablo Milanés, sin duda también.
-¿Y Buena Vista?
-Es una música más tradicional, hermosísima, pero no deja, de fondo, de ser una operación que se construyó más para afuera de Cuba que para adentro. Buena Vista es mucho más conocido, relevante y famoso como imagen de Cuba en el exterior en los noventa de esa decadencia rescatada por un gringo que viene y encuentra una fórmula de mercado dentro de la cultura cubana.
-¿Cómo tomás esto?
-Lo estoy diciendo sin juicio de valor. Me parece bien. Haber hecho Buena Vista alegró a mucha gente. Y, por supuesto, son grandes músicos. Lo que quiero decir es que la relación, en términos vitales, con la banda, no es comparable con la que tiene la Trova para mí, ¿no?
-Lo que pasa es que Silvio y Pablo tenían un peso específico propio dentro de la música latinoamericana. En cambio, si no hubiera sido por Ry Cooder, no hubiéramos conocido a figuras adorables como Compay Segundo, Omara Portuondo o Ibrahim Ferrer.
-Si no hubiera existido Ry Cooder tampoco los hubiéramos conocido nosotros. Salvo Omara Portuondo, son personas que estaban completamente en el olvido. No se conocían dentro de Cuba o lo conocían, qué sé yo, mis abuelos, que los habían escuchado en los cincuenta, cuando ellos tuvieron una vida musical antes de la Revolución.
-Claro, una generación anterior dentro de un país muy distinto.
-Son personas que representaban o estaban muy ancladas al relato de la República cubana, de la noche habanera de los cincuenta, de las vitrolas, la música, los cabarets y demás. Y como todo ese mundo fue bastante perseguido, proscrito y olvidado, porque parecía como de valores burgueses, decadente; de prostitutas, proxenetas, etcétera, ellos fueron también arrastrados con ese mundo al que parecían pertenecer.
-Uno de los tantos procesos típicos de “limpieza”…
-Propiamente son artistas, pueden pertenecer a cualquier cosa, como quedó demostrado luego. Y así pues, Ry Cooder hizo una operación de rescate. Los sacó de sus casas, básicamente, porque ellos no cantaban ni se escuchaban en ninguna parte.
-Uno de los mitos que encantaban a los jóvenes setentistas ilusionados por la gesta cubana fue el del Hombre Nuevo. El Che parecía su encarnación. Vos decís, sin embargo, que hoy el Hombre Nuevo es un hombre mudo. ¿Qué quedó de él y de la Revolución?
-Nunca llegó a construirse y lo que salió fue un Frankenstein, un poco, creo.
-¿Por qué eso?
-Porque salió un sujeto que aprendió a simular muy bien que parecía un hombre nuevo y que, por dentro, estaba operando a partir del hombre burgués de la modernidad y, sobre todo, del hombre burgués latinoamericano.
-¿Con qué tipo de transmisión social?
-En este juego de rostros y máscaras, el individuo político cubano terminó olvidando, básicamente, cuándo empezaba a simular o cuándo no. Y ya no se sabe muy bien lo que terminó siendo. Es una sociedad atravesada por una corrupción moral bastante trágica y, de algún modo, incluso, como generación, si me preguntas la pelea, de fondo, con el contexto cubano, pasaba justamente porque yo no quería convertirme en algo así.
-¿Cómo te pesaba el contexto?
-Lo había visto en generaciones anteriores. Lo veía alrededor mío. Estudié periodismo en Cuba, lo que quiere decir que estaba condenado, un poco, a trabajar para medios oficiales.
-¿Qué implicaba, profesionalmente?
-Eso significa, directamente, mentir; generar, formar parte de un relato colectivo que trasciende cualquier mirada individual y eso, por supuesto, iba a acabar, como he visto que ha pasado con varios colegas que estudiaron conmigo, consumiéndome en vida.
-¿Convertido en qué, por ejemplo?
-Iba a acabar convertido en un repetidor, en un ventrílocuo de una ideología cerrada. Y esas personas que hacen eso son las que llevan el estandarte del Hombre Nuevo, las que parecen ser el Hombre Nuevo. Entonces, es una categoría que, en sus resultados prácticos, a mí me asusta. Pero que, en general, es para que cualquiera se asuste con lo que puede provocar, básicamente porque no se genera ninguna sensibilidad nueva ni vieja por decreto. No se genera nada por decreto.
-Uno, al enfocar el Estado totalitario, piensa en la represión, en el anquilosamiento, etcétera, pero hay un ángulo muy novedoso que vos mostrás al decir que “el arte totalitario era el arte efectivo del aburrimiento”. Decís, sobre “la verdadera naturaleza del Estado totalitario”, que es “ante todo una máquina de tedio”. Y agregás que “el castrismo se las arregló para que a la mayoría de la gente, durante décadas, no le sucediera nada”. Es muy iluminador esto.
-¡Qué bueno! Me alegra que hayas reparado en esa idea. Sí, es algo de lo que se habla poco.
-Por eso mismo, dejalo en claro.
-Es algo que genera muchos de los males que tenemos como sociedad, esta suerte de adormecimiento. Y donde, además, el totalitarismo realmente se cuestiona cómo alguien no quiere vivir bajo esas reglas; es decir, cómo alguien no quisiera estar padeciendo el tedio porque, de última, como te decía, eso es lo que le ha pasado a gran parte de la población en Cuba.
-¿Cómo quedó la población bajo ese tedio?
-Completamente infantilizada por la relación que el Estado tiene con los individuos, completamente desconectada de cualquier autonomía individual. No ya plenamente liberal, sino incluso dentro de un Estado, pongamos, con una presencia fuerte, pero donde las personas tengan un margen para eso, para ejercer su autonomía.
-Lo cual, como dijiste, no sucede.
-Eso no pasa. Entonces, ves que muchas generaciones anteriores, al día de hoy, por ejemplo, son mentalmente, dicho en términos sociales, mucho más jóvenes o más niños de lo que somos nosotros, justamente porque no aprendieron cómo funcionar por fuera de esa mirada paternal. Y cuando digo paternal, lo digo también en su parte represiva, del Estado para con sus ciudadanos.
-¿Cómo termina eso?
-En un charco de tedio termina la vida en Cuba. No les pasa nada, no saben tampoco cómo generar para que les pase algo.
-Carlos, celebramos que editorial Anagrama te haya distinguido y nos haya permitido esta invalorable charla con vos. Un gran abrazo desde la Cordillera de los Andes hasta Nueva York.
-Muchísimas gracias, lo recibo con tantísimo cariño y sintiéndome también parte del pueblo argentino como latinoamericano que soy. Entonces, va un abrazo de vuelta muy fuerte.
►TE PUEDE INTERESAR: María Fasce se pregunta ante el gran dilema: cómo volver a meterse en la vida tras un golpe terrible