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María Negroni refleja, en "La idea natural", el absurdo impulso humano de ordenar algo que no es ordenable

La rosarina María Negroni es dueña de una calificada trayectoria. Escritora, traductora y poeta es autora de un nuevo libro, "La idea natural" y de esa obra se expresó desde Alemania, donde recibió una beca

María Negroni (Rosario, 1951) se encuentra actualmente en Berlín, Alemania.

Está en el mejor de los mundos. Merecedora, por su extensa y calificada producción literaria, de la Beca DAAD (Servicio Alemán de Intercambio Académico), Programa Internacional de Artistas de Berlín, se dedica por entero en estos días a lo que mejor saber hacer y la apasiona: escribir.

Su producción es como una frondosa selva, pero de ella extraemos uno solo de sus brotes, con el tamaño y la delicadeza de un bonsái, La idea natural, su nuevo libro.

Curioso trabajo debido a una persona que confiesa, ya en la primera página, que prefiere “los ruidos, el asfalto, los edificios” del ámbito urbano a cualquier paraje “verde” y al aire libre.

Aquí reúne medio centenar de miniaturas dedicadas a celebrar, de distintas maneras y tonos, a la madre naturaleza. Hay filósofos, escritores, poetas, científicos, historiadores, zares, todos elegidos caprichosamente al servicio de una idea: retratar el vano deseo del hombre por orden el caos del mundo.

El catálogo empieza en el siglo I a. C. con el romano Lucrecio y se cierra, en nuestro tiempo, con Mike Wilson, poeta y docente mezcla de estadounidense, argentino y chileno.

En la lista se encuentran nombres célebres como Pedro el Grande, Voltaire, Rousseau, Goethe, Wittgenstein, Nabokov, etcétera, intercalados con argentinos como Florentino Ameghino, Holmberg o Ángel Gallardo.

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"La idea natural", de María Negroni.

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María, que guarda un entrañable recuerdo de Mendoza por haber pasado parte de su infancia en nuestra provincia, dialoga, desde Berlín, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, María, contanos qué estás haciendo en Alemania.

-Estoy con una beca de un programa que recibe como a diez artistas de distintas disciplinas cada año. Ya pasaron otros argentinos por acá; por ejemplo, hace como seis o siete años estuvo Samantha Schweblin, después Alan Pauls y ahora me invitaron a mí.

-¿En qué consiste, en líneas generales?

-La verdad que es una beca maravillosa, porque te dan un año para que te dediques a escribir. Es como el sueño dorado de todos los que escribimos: tener tiempo. Así que, bueno... aquí estoy.

-¿Qué impresión tenés de Berlín?

-La ciudad es muy linda, muy fría; muy oscura también. Tiene sus desventajas. Pero no me quejo.

-¿Cómo se ve este mundo convulso desde Alemania? Debe ser muy distinto que verlo desde Argentina, ¿no?

-El mundo es un lugar bastante hostil. Siempre lo ha sido. No sé por qué, pero los seres humanos persisten en las guerras y las violencias de todo tipo. Y en realidad, lo que se ve desde aquí no difiere mucho de lo que se ve desde Argentina.

-¿Qué se ve, entonces?

-Más bien el mundo, diría yo, está con una tendencia un poco extraña. Yo creo que, desde la mezcla de las nuevas tecnologías con el capitalismo financiero y todo eso, ha llevado a algunas respuestas por parte de la gente.

-¿Cómo qué?

-Como un regreso, por ejemplo, a la ultraderecha, que es un poco incomprensible en lugares como Alemania, donde ya han tenido la experiencia de las catástrofes que significa eso. Así que, no sé, el mundo no está muy bien que digamos, en mi opinión.

-Vos tenés una obra grande e importante, pero nos vamos a concentrar en tu libro que nos acaba de llegar, La idea natural. Y resulta muy curioso entrar a un texto que celebra la naturaleza, realizado por alguien que confiesa, ya en la segunda página, que no le gusta la naturaleza.

-Sí (sonríe).

-Vos decís, textualmente: "No fui una niña naturalista. Soy más bien analfabeta de los espacios verdes". Lo que te atrae, de verdad, es la ciudad y la cosa urbana.

-Es cierto. Soy una persona urbana. Siempre lo he sido. Me encantan los cafés, los cines, la ciudad.

-¿Entonces, cómo agarraste por acá para este libro?

-Es que, de todas maneras, siempre me ha llamado la atención también, me ha producido curiosidad, ver cómo los seres humanos intentan organizar el mundo que tienen alrededor. Y ese mundo, en primer lugar, es el mundo natural, porque para nosotros, como personas, la primera otredad es la naturaleza.

-La naturaleza, esa cosa que tenemos ahí delante...

-En realidad, formamos parte de ella. Pero desde hace siglos se ha intentado catalogarla, clasificarla, ponerla en taxonomías, ordenarla en museos, etcétera. Yo he sido siempre una fanática del Museo de La Plata, por ejemplo.

-Sí, queda muy claro que te fascinan los museos de ciencias naturales.

-Me encantan, me encantan, porque es el impulso más bien absurdo de ordenar algo que no es ordenable.

-El vano deseo de ordenar el caos del mundo, algo que no es posible.

-Exacto, pero se insiste en eso. Por lo cual, cuando uno viaja, te vas a encontrar con museos. Y los museos, como decíamos, son intentos, en este caso, de ordenar la historia o de ordenar el arte. Entonces tenés el arte de distintos lugares, de distintas épocas, etcétera. Todos son intentos de ordenar.

-Un intento tan humano...

-O las librerías. Las librerías que venden libros también son intentos de ordenar. Los catalogan. Te ponen, por ejemplo, libros en la sección ensayo; cosas rarísimas. Cada vez hay más etiquetas. Ahora podés tener en una librería, no sé, escritura de mujeres, negras, lesbianas, etcétera, etcétera.

-El catálogo infinito.

-Bueno, siempre me fascinó ese deseo un poco absurdo. Y también pensaba que Borges tenía razón cuando decía que nosotros armamos, dibujamos el mundo, para entenderlo; porque el dibujo es humano. Entonces, si lo plantea, si lo desarrolla un ser humano, otro ser humano lo puede entender; a diferencia, decía Borges, del plan divino, que está en otro plano. Ahí te quedás afuera.

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"Borges tenía razón cuando decía que nosotros armamos, dibujamos el mundo, para entenderlo", afirma María Negroni.

-Vos sos un alma ciudadana, pero te gustan la naturaleza y los museos naturales. Ahora bien, a vos, particularmente, María Negroni, ¿qué te pasa cuando vas al campo? ¿Les tenés miedo a los bichos, a las abejas, a las hormigas, a los lagartos?

-(Ríe) No, no me pasa nada. Es muy interesante porque siempre se produce como un deslizamiento de la literatura a la vida. Entonces parecería que no puedo disfrutar de un paseo en un parque. No es así.

-Pero vos manifestás algo parecido en el comienzo mismo de tu libro. Vas caminando con un amigo tuyo por el Central Park de Nueva York y él te dice: "¿Podemos salir de aquí? Me marean tantos árboles".

-Aparte él venía de Sao Paulo. En fin. Si vos me decís, por ejemplo, vamos a hacer un viaje a Cancún para ir a la playa y no sé qué, yo te digo: "No, gracias. No es eso lo que me interesa".

-¿Qué te interesa, pues, para no escaparle con la invitación?

-En cuanto a deseos, si me decís ¿te gustaría ir a conocer Grecia?, yo diría ¡sí! Porque Grecia está llena de capas, de ruinas de la historia de la humanidad. Eso me interesa más. Pero no es que tenga un rechazo de la naturaleza. Al revés.

-¿Qué aspecto rescatás, por lo tanto, de lo natural?

-Te lo digo ya no en términos literarios, en términos de "María pensando". Yo creo que a la naturaleza tenemos que cuidarla, porque si seguimos así este planeta ya no va a existir más.

-Los hombres, desde tiempos inmemoriales, han poetizado la naturaleza, la han tomado como símbolo. Tu libro arranca con Lucrecio, en siglo I a. C. y pasa por exégetas como Thoreau y su Walden. Hoy eso pareciera no existir más. Ya casi nadie glorifica la naturaleza, hoy lo único que se canta es su desastre, el cambio climático, etcétera.

-Vamos por partes. Pensémoslo bien. Thoreau, por ejemplo, se va, se hace su cabaña, se pasa dos años ahí. Pero no es que él va a cantar a la naturaleza. En realidad, lo que hace Thoreau es alejarse de los otros seres humanos.

-Thoreau, como tantos otros.

-O sea, tanto Thoreau como Rousseau son misántropos. Son personas, son artistas, son escritores que, como la mayoría de los escritores, somos medio retraídos; o sea, trabajamos en soledad, necesitamos atención. Es decir, huimos de lo que yo suelo llamar "los business de la literatura".

-¿Qué vendría siendo eso?

-Es toda esa cosa que representan las presentaciones del libro, las lecturas. Hay toda una cosa social que rodea a la literatura que no tiene que ver con la escritura en sí. Entonces yo me identifico con esos personajes que se escapan, que se encierran; que son, digamos, como los monjes de las ermitas en el medioevo o, incluso antes, en la época de Pitágoras, los neoplatónicos, que se escondían en cuevas. Y no hablemos de los cristianos en las catacumbas.

-Pero hablábamos, también, del problema que envuelve hoy a la naturaleza.

-Esto que vos mencionás, el cataclismo natural, es lo que está pasando. Y yo no creo que no se tenga presente a la naturaleza. Sí se la tiene. Lo que pasa es que no es algo idílico, no puede ser un himno, aunque en realidad el universo daría para un himno, ¿no? (ríe).

-Por eso te decía que hemos pasado de la celebración de la naturaleza, como lo refleja tu libro, a la naturaleza como angustia.

-Pero es lo que hay, porque, obviamente, antes no había lo que hay ahora. Las sociedades responden como pueden a la situación. Antes hablábamos del giro a la derecha. Encontré una cosa muy interesante acá en Berlín que a mí me llamó muchísimo la atención: un aeropuerto, como si fuera el aeroparque en Buenos Aires. Lo cerraron hace unos años.

-¿Qué tiene de particular?

-Era el aeropuerto que construyó Hitler en la época del nazismo. Lo cerraron, como te decía, y la gente hizo una movida para que no se reciclara en otra cosa. Está en un lugar donde podrían sacar millones y millones de euros si lo transformaran en edificios para vender. Pero no lo hicieron. El gobierno lo dejó tal como estaba.

-¿Con qué fin lo dejaron así, tal cual?

-La gente ha parcelado ese aeropuerto y cada persona tiene su metro cuadrado de granja. ¡Es increíble! Como si te dijera, un cuadradito. Y van y plantan sus hortalizas. Es rarísimo.

-¿Qué concluís de todo eso?

-Entonces, yo digo que la gente responde como puede a esta cosa de la contaminación, de los agroquímicos. O sea, hay formas de resistencia. Pero son difíciles.

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Otra definición de María:

Otra definición de María: "La gente responde como puede a esta cosa de la contaminación, de los agroquímicos. O sea, hay formas de resistencia. Pero son difíciles".

-Volviendo a tu libro, tiene un encantador tamaño, es chiquito como un bonsái. Y los 49 capítulos son todas miniaturas, muy condensadas y arbitrarias. Podés poner una carta, a veces un poema, una minibiografía o una mera cita como al pasar. Ese capricho se parece a un delicioso paseo.

-Gracias, gracias. Yo creo que lo de la condensación, como vos dijiste, viene de la poesía.

-¿Por qué de ahí?

-Porque la poesía es muy condensada. Cuando vos escribís un poema, no podés preguntar de qué se trata. Hay que leerlo de nuevo, porque la magia está en las palabras, no está en lo que se dice. Y acá pasa un poco lo mismo. Hay una condensación, como si fuera algo pegado al hueso...

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, tomemos a un personaje como Humboldt. Humboldt, que es alemán, vivía en Berlín, etcétera. Imaginátelo con todos los viajes que hizo y con ese libro suyo, Cosmos, entre otros. Son tomos y tomos y tomos que él escribió; y tomos y tomos que se escribieron sobre él. Entonces yo me digo: ¿cómo hago para plasmar a ese personaje en dos páginas?

-Gran pregunta. ¿Cómo?

-Tengo que encontrarle esa cosa. Casi te diría, como un detalle. Como si miraras un cuadro y notás que el tipo tiene el dedo meñique torcido.

-Y a Humboldt le descubriste el meñique...

-En el caso de Humboldt, encontré una anécdota que es cierta. El tipo era como un homosexual reprimido. Tomé eso y tomé la escena final cuando él se está muriendo. Es en Berlín, donde hace un frío que te morís, y él se crea una especie de trópico artificial donde vive con un bicho que se trajo de América.

-¿Qué efecto buscás con eso?

-Me da la sensación de que ahí vos captás algo, transmitís algo muy esencial de ese personaje, sin escribir doscientas mil hojas.

-Borges decía algo similar. En un simple episodio podés entender la vida de un hombre, ¿no?

-Claro, por supuesto. Borges viene, además, de la tradición anglosajona. Ellos son unos genios en eso. Hay muchos así, no solo anglosajones. Está el libro precioso de Marcel Schwob, Vidas imaginarias. Pero, como decía, la tradición anglosajona como que va al punto, ¿no? Y te deja la pelota rebotando, para que vos te imagines.

-Eso para pintar a Humboldt. Pero, con Emerson, otro gigante, directamente te basta y sobra con reproducir una carta suya a Thoreau. Es decir, usás todos los recursos a piacere.

-Así es. Gracias por la conversación. Y te quiero decir algo, antes de cortar. Yo viví mi infancia en Mendoza.

-¡No te puedo creer! ¿En dónde?

-(Ríe) En la ciudad.

-Claro, no te fuiste a la montaña ni a las viñas porque vos sos medio fóbica de la naturaleza (risas).

-¡No! Yo era una niña en ese momento. Hacía lo que hacían mis padres, que me llevaban a Cacheuta, a Villavicencio y todo eso. Te digo que acepté la entrevista porque me dijeron que era para una radio de Mendoza.

-Menos mal. Por último, ¿qué estás escribiendo gracias a la beca en Alemania?

-¡Ah!... Eso no se puede decir.

-Los escritores guardan siempre esa cábala.

-Sí, mejor no hablar mucho. Estoy, aparte, al comienzo de un proyecto. Entonces son más las ideas que lo que está plasmado. Así que, cuando lo tenga, te lo cuento.

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