Nadie se salva solo, pareciera ser la maldición no escrita para ellos.
En su libro Atrás queda la tierra Arianna testimonia de todo esto con precisión y soltura profesional (ganó el Premio Jesús Márquez del diario El Tiempo). Lo hace como una carta en primera persona a su hijo León, quien, emigrado cuando era prácticamente un bebé, no guarda un solo recuerdo de su lugar de origen.
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Tapa del último libro de Arianna.
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Al momento de dialogar con el programa La Conversación de Radio Nihuil, desde el otro lado de la cordillera, Arianna nos hace saber que su madre anda por la Argentina visitando a algunos familiares.
Y como ella misma estuvo también en nuestro país el año pasado, agradece la empatía del pueblo argentino: “Sé muy bien de esa solidaridad y de ese cariño”.
-Hola, Arianna. ¿Cómo estás en Santiago?
-Ahora mismo yo estoy muy contenta, porque como bien saben ustedes respecto del calor y la alegría, finalmente se acabó el invierno por aquí. Finalmente sale el sol, así que yo soy absolutamente otra persona. Sonrío, saludo, todo.
-Se entiende, porque vos venís de tierras calientes.
-Claro, de donde yo vengo, la temperatura media va entre 28 y 33 grados, todo el año. Así que se me hace bien difícil, sí.
-Tu libro se llama Atrás queda la tierra, pero bien podría llevar por título "Calvario" por todo lo que has sufrido en este tiempo. Lo bueno es que no te quedás en la mera crónica, sino que vas aportando reflexiones, en la larga carta a tu niño, en busca de razones para vivir, ¿no?
-Yo, cuando pienso en eso, siempre lo hago como en esta primera persona plural, justamente apuntando a lo que tú dices de la reflexión.
-¿Por qué, con qué idea?
-Porque el dispositivo o la manera es contarles a los lectores de este niño, que es mi hijo, al mismo tiempo. Pero la verdad es que la mayoría de la migración venezolana se compone de niños y sus madres. Entonces siempre tuve eso muy en mente a la hora de armar el libro; que diera respuestas a una cantidad enorme de niños de la diáspora, que están también dentro de Venezuela y que difícilmente iban a poder tener esas respuestas desde lo afectivo.
-Vayamos al origen de todo, al pueblo de donde venís, Puerto La Cruz. ¿Cómo es tu lugar?
-Puerto La Cruz es una ciudad muy pequeñita que vive de la refinación del petróleo, del gas, del turismo. Tiene muchos años de una situación bien complicada, como la tiene toda Venezuela. Pero, en específico, estas ciudades con estas características se han visto más golpeadas.
-¿Cómo es el ambiente general?
-Mucha playa. Estamos justo enfrente de Trinidad y Tobago, así que es Caribe absoluto.
-Pero en un entorno industrial, ¿no?
-Así es Puerto La Cruz, mucha playa, pero atrás está quemándose ese petróleo, ese gas y todo lo que eso significa, además.
-Vos vivís en Santiago, que es una ciudad mediterránea. ¿Extrañás el mar y sobre todo el mar de ustedes, teniendo en cuenta que el mar de Chile es muy bravo, muy frío?
-El mar de Chile es bien tragicómico.
-¿Por qué? (risas)
-Yo estoy cumpliendo nueve años aquí. En los primeros tiempos, me hacía de tripas corazón y me metía al mar igual. Así, corriendo. Y lo hacía porque era una necesidad. Era como diciendo: ¡yo lo puedo lograr porque soy del mar!
-¿Y qué pasó, con el tiempo?
-Después dejé de hacerlo, porque es otra cosa, es otro mar, es otra perspectiva de las cosas. Pero, sí, suelo extrañar nuestro mar. Y en los momentos más complicados, es gracioso porque me meto en la tina por horas.
-Buscando una vieja sensación física...
-Mi pareja me dice: "Arianna, pero ¿qué estás haciendo!". Y es que yo necesito agua. Necesito agua (ríe).
-Tu cuerpo se rebela.
-Para mí es una cosa de doble filo ir a la playa aquí. Llego más tranquila, pero me enfermo. La sensación es cómo la migración pasa por el cuerpo y cómo el clima pasa por el cuerpo. Es bien impresionante. Y es en lo que he estado pensando últimamente, de hecho.
-Contabas recién que tu pueblo queda casi enfrente de Trinidad y Tobago. ¿A qué distancia?
-En bote me parece que es como a hora y veinte. Sí, sí, es bien cerquita.
-Te lo pregunto porque, estando tan cerca, uno diría que ustedes son pueblos hermanos. Pero hay un capítulo tuyo muy desgarrador en donde contás que un grupo de exiliados venezolanos llega a Trinidad y Tobago y los reciben a los tiros, incluso matan a un niño. Parece un escenario más cruel que el del muro de Trump.
-Sí. A mí me costó muchísimo escribir ese capítulo porque, tal como dices, nosotros siempre nos hemos visto como hermanos. La migración de trinitarios a Venezuela también era algo común. Era también muy natural ir a aprender inglés a Trinidad.
-¿Entonces?
-Pero, claro, empieza a pasar esto y para mí fue tan difícil escribir ese capítulo porque, en mi obsesión por armar las cosas, tenía que ver los videos una y otra vez y leer las notas para poder hacer el capítulo lo más completo posible; ver eso una y otra vez.
-¿Llegaste a alguna conclusión?
-Fue súper, súper difícil ver que la hermandad es algo cuyos términos son muchísimo más flexibles de los que yo hubiese esperado. Alcanza hasta un cierto término, hasta un cierto momento. Y al final también tiene que ver con las políticas que están implementando los gobiernos en ese minuto.
-Pasando en limpio, ¿cómo está la relación?
-Hasta hoy son muy pocos los niños venezolanos que pueden estudiar en Trinidad y Tobago, porque son muy pocos a los que el gobierno ha permitido que se legalicen. Además, físicamente nos parecemos un montón las personas de esa parte de Venezuela con los de Trinidad.
-En Mendoza, hay una venezolana, Shamela Chadee, que vive acá desde 2018. Nos contó, alguna vez, que ella tiene ascendencia de Trinidad y Tobago y lo primero que se le ocurrió fue irse para allá. Pero ella y los suyos desistieron porque los discriminan por ser más blancos, así como en otros lados discriminan por tener piel más negra. También relató que hay mucha trata de mujeres. ¿Puede ser?
-Sí, sí, sí, tal cual. Está esa cosa de que, mientras más mestizo eres, más impuro eres. Una lógica absolutamente loca, carente de toda humanidad. Y luego, claro, al ser una isla, no sólo hay mucha trata de blancas, sino una cantidad de comercios ilegales, narcotráfico, etcétera, que pasa justamente entre el oriente venezolano y las islas. Es esa ruta. Lo cual la transforma en algo no sólo bien difícil de hacer, sino bastante peligrosa.
-Tu libro, armado como una carta a tu hijo, le da la emotividad al relato, pero es comprensible. Cuesta más entender el conflicto con tu papá quien, tras convertirse en un fanático adherente al régimen chavista, se vuelve muy agresivo contra toda su familia. ¿Cómo lo has vivido y cómo lo has podido ir superando?
-Fíjate que en ese tiempo era lo que los papás hacían. Era bastante común llegar a cualquier casa de cualquier amigo a almorzar el domingo, a un cumpleaños, a saludar por Navidad y encontrarse con estos episodios.
-O sea que esa fue una experiencia generalizada.
-Hay algo también bonito, dentro de todo que ha entregado el libro: que mucha gente se haya acercado a decirme, casi en secreto, a mí también me pasaban estas cosas. Por supuesto que nos pasaban, porque, además, ¿sabes?, Chávez ganó con una cantidad de votos abrumadora. Entonces eso de que no había un chavista en la familia es mentira.
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Arianna en una presentación de su libro.
-Sí, claro, el fenómeno terminó impregnando la sociedad.
-Y llevándolo más allá, por supuesto, a la militancia y al trabajo, en efecto. También había muchísimo de esto, sobre todo en ciudades petroleras o de generación eléctrica o de los carburos en general, porque tenía que ver con todo el proyecto del gobierno. De modo que todas las personas terminaban trabajando para eso.
-¿Cómo te resultaba a vos todo esto?
-Por supuesto que era bien difícil crecer en ese ambiente. Era bastante no sólo doloroso, sino también asfixiante. Y de una perspectiva bastante cerrada.
-La comunicación con tu padre se había cortado. ¿Cómo siguió la cosa?
-Yo hablo muy poco con mi padre. Pero, en uno de esos días, le llamé por su cumpleaños y pudimos hablar.
-¿Cómo fue el diálogo?
-Le decía, justamente, que todas estas cosas que se cuentan en el libro son ciertas y que me han pasado de esa manera.
-¿Qué cosas, por ejemplo?
-Por ejemplo, en cuanto al entendimiento que se puede tener de los procesos que pasa alguien cuando está no sólo obsesionado o tan metido en un proceso político, sino también desde la perspectiva a nivel humano. Y ahora, que yo tengo treinta y seis años y un hijo y que vivo en Chile, que es un país precioso, pero que tiene una dificultad nata de su sistema para poder alcanzar cierto tipo de dignidad en la vida que uno vive, entiendo muchísimo las ganas de que algo funcionara.
-Claro, lo contás en tu libro. Las ganas que tenían tu padre y los de su generación de que cambiara la situación en Venezuela.
-Así pues, los años, al final, y la distancia, lo que han hecho es acercarnos y posibilitar un diálogo que antes no era posible.
-¿Tu papá hoy sigue siendo un bolivariano convencido? ¿Qué dice de la Venezuela actual?
-Primero, casi no habla al respecto. Pero cuando habla, lo hace muy desde el arrepentimiento. Además, las condiciones en las que él sale del país también son bien políticas y bien humillantes.
-¿Cómo fue?
-La policía llega hasta su casa varias veces, la revisa; lo intimida. Así que es, también, un poco como una salida forzosa. Por supuesto que las veces que él habla de esto, lo hace desde un lugar con bastante vergüenza y bastante humildad al respecto, desde entender lo que pasó también.
-Desde hace muchos años uno maneja el concepto de Patria Grande, de hermandad latinoamericana. Por lo tanto, se sobreentiende que todos nos vamos a solidarizar con los hermanos venezolanos. Pero lo de Trinidad y Tobago lo desmiente. Y, encima, vos relatás lo duro que es estar en el exilio, lo duro que ha sido para ustedes, los venezolanos, estar en Chile.
-Así es.
-Incluso contás que, cuando fueron deportados varios de ustedes, los chilenos del norte celebraban como si hubieran ganado un mundial de fútbol.
-Bueno, ahora se hace un poco más solapadamente, pero al inicio era un shock. Era todo una puesta en escena, televisada, la gente con las manos hacia atrás, de blanco, como si tuviesen una enfermedad contagiosa. Esas primeras acciones fueron muy terribles y muy celebradas aquí.
-¿Y cómo ha seguido la cosa, desde entonces?
-Hace poco, se supo que a una joven venezolana, de unos diecinueve años, le ha salido una orden de expulsión. Y ella lo llevó a tribunales, reclamando su derecho de elección.
-¿Logró su cometido?
-Afortunadamente el tribunal dijo que esa orden no tenía ninguna validez, que era una persona que no sólo estaba estudiando, sino que se estaba preparando para presentar la prueba de admisión a la universidad. De modo que no se hizo la expulsión.
-¿Cuán comunes son estas situaciones?
-Para mí es inevitable pensar en la cantidad de personas que no tienen las maneras de poder llegar a estos recursos o que no saben o que es tan rápido el proceso que ni siquiera les da tiempo, porque eso también pasa. De la noche a la mañana les dicen "mañana te vas".
-Muchas de estas vicisitudes y padecimientos de los venezolanos llegan en tu relato hasta el régimen de Piñera. ¿Cambió algo cuando llegó Boric a el poder o todo ha seguido más o menos igual para ustedes?
-Más o menos igual, lamentablemente. Yo era de las que pensaban que podía ser diferente, pero no lo ha sido.
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Arianna contó que algunos venezolanos no son bien tratados en Chile.
-¿Ninguna mejora sustancial, entonces?
-La diferencia está justamente en eso que te comenté recién, que ahora no es televisado. Digamos, ahora se sigue haciendo de la misma manera, pero a puertas cerradas, sin hacer de ello un espectáculo.
-Con o sin televisión, el resultad final es el mismo.
-Si bien es menos agravante para la dignidad de las personas, no deja de ser indigna esa manera de expulsar a quienes ni siquiera han cometido ningún delito.
-¿Volviste a Venezuela en algún momento?
-Lamentablemente, no he podido volver. Es algo que a mí personalmente me pesa un montón. No sólo por el dinero, que yo creo que es lo principal.
-¿Es muy oneroso el trámite?
-Desde aquí los boletos, durante muchos años, costaron más de un millón de pesos y luego bajaron. Pero soy dos personas, soy yo y mi hijo, de modo que no es tan fácil hacerlo. Luego pasa toda una situación de nuestros papeles venezolanos, que nos termina dejando básicamente presos en otros países, porque nuestra movilidad es muy reducida. Y luego están los papeles chilenos, que se demoran muchísimo, muchísimo, en salir.
-¿Cómo te has movido, a fin de cuentas?
-He decidido no arriesgarme en ese sentido. Y una de las cosas que también nos mantuvo muy presos aquí durante un tiempo fue que hace como unos dos o tres años se borró una cantidad importante de datos de migración y extranjería chilenos. Y entre todos esos miles de datos que se borraron, estaban los de mi hijo León.
-¡Para colmo! ¿Y cómo se las arreglaron?
-Tuvimos que empezar sus trámites nuevamente. Entonces él, que es un niño que tiene ocho de sus nueve años viviendo aquí, todavía tiene cédulas tempranas, justo por ese error tan enorme de migración y extranjería chilenos.
-Lo cual te ha dejado inmóvil en ese lugar.
-Por lo tanto, no hemos podido volver, lamentablemente. Todavía él no ha podido ver con sus ojos de niño Venezuela, porque cuando nos vinimos era un bebé, no recuerda absolutamente nada.
-¿Y por qué elegiste Chile para emigrar?
-La decisión de Chile tiene que ver con que aquí estaba la única persona que nos podía recibir. O sea, imagínate que una madre con un niño recién nacido tiene que buscar un lugar en el que al final pueda ser recibida, a sabiendas de que no va a poder salir a trabajar de inmediato. Eso es algo muy difícil de conseguir.
-¿Y qué tenías en Chile?
-Acá estaba una tía materna. Que además es la madrina de mi hijo. Así que a ella le pregunté si podíamos llegar a su casa y me dijo que sí. Esa es la única razón por la cual terminamos aquí. Porque no sé... si yo hubiese estado en cualquier otro país, viviríamos ahí, yo pienso.
-Una pregunta personal. ¿Quién es el padre de tu hijo?
-¿Su nombre?
-La pregunta es porque él no tiene protagonismo en tu libro. Básicamente hablás de tu hijo, de tu papá y de tu mamá, de algunos tíos y hasta del abuelo. Pero el padre de tu hijo no aparece nunca.
-Es verdad que no es parte del relato. Pero, de hecho, él vive aquí también. Se ven con bastante claridad. No hay ningún drama en ese sentido. Sucede que cuando escribía el libro estaba muy consciente de querer armar algo que le sirviera a esta primera persona plural de la que hablaba al inicio. Y en ese sentido hay cosas personales que le servían al relato, es cierto.
-¿Cómo qué?
-Como el asunto entre mi padre militante y yo; o cómo las mujeres representadas a través de mi madre veían a este comandante. Todas esas cosas. Pero, en verdad, lo otro no servía al relato.
-Justamente, en toda esa odisea que fue salir de Venezuela, midiendo los minutos, embarcando en medio de dificultades y de ansiedad, siempre están vos y tu mamá, ustedes dos solas.
-Sí, sí. Y eso es bien interesante porque no se conversa tanto. Tiene que ver, primero, con cómo es la sociedad venezolana en cuanto a la figura materna. Allí es la mujer la que lleva la mayor parte del trabajo. La mujer es esta madre que puede con todo y que tiene un montón de hijos y que a todos los saca adelante. O sea, tiene que ver mucho con nuestra sociedad y con quién somos.
-¿Y por qué se forjó así la sociedad?
-Viene desde la migración, desde el interés la ciudad por el petróleo. Porque los hombres iban, entonces, a trabajar a las ciudades. Pero, al mismo tiempo, ese núcleo de nuestra sociedad también se revela en la actual migración.
-¿De qué manera?
-Porque un poco más de la mitad de la migración venezolana son madres e hijos.
-¿Por qué?
-Porque hay dos opciones. O primero salieron los padres a intentar establecerse y tener una casa para que lleguen la madre y el hijo. O la madre y el hijo salen primero, para que estas personas se salven antes. Por eso yo puse el foco ahí.
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"Los medios en el exterior no muestran qué es lo que va pasando en el día a día, porque generalmente no están y porque tampoco es lo que más interesa" (Textual de De Sousa-García).
-Hay una pregunta que salta siempre. Teniendo en cuenta las atrocidades que ha vivido y vive el pueblo venezolano, incluyendo las últimas trampas electorales de Maduro, uno dice: ¿por qué aguantan tanto? ¿Cómo se explica lo mismo en Cuba o en Nicaragua?
-Yo no creo que sea aguantar la palabra. Son dos cosas. Los medios en el exterior no muestran qué es lo que va pasando en el día a día, porque generalmente no están y porque tampoco es lo que más interesa.
-¿Qué pasa adentro del país?
-Pensando en eso y pensando en el reciente apagón que tuvieron, ni el pueblo venezolano ni el cubano han dejado de ir a la calle, de protestar, de reclamar sus derechos, de buscarse la vida y de intentar cómo salir de estos regímenes autoritarios, de estas dictaduras.
-Pero no han logrado torcer el destino.
-Habría que ver cómo son las dictaduras. Pensándolo dentro del modelo más clásico, ellos tienen las armas, tienen el ejército, de modo que, cada vez que la gente sale, lo que le espera es plomo, lo que le espera es una fosa común.
-Lo cual es conocido, sin embargo.
-Por supuesto, lo sabemos en toda Latinoamérica, porque ha sido el modelo de siempre en nuestras dictaduras. Pero, ahora, ¿qué es lo que se le suma? ¿Qué es lo novedoso de estas dictaduras y por qué entonces todo es tan borroso para quienes están afuera y no logran entenderlo?
-Muy buena pregunta. ¿Cuál es la treta?
-Que estas nuevas dictaduras han logrado camuflarse como democracias.
-¿De qué manera, según tu experiencia?
-Teniendo sus propios canales informativos que insisten en una narrativa, que no es la narrativa real, a través de "elecciones", entre comillas. Así pasan mucho tiempo, muchos años, validadas por ciertos entes. Y al final no son tan ciertas ni legítimas. El pueblo adentro de este país sabe cómo son las cosas, pero afuera no. Afuera se quedan como que es democracia.
-Digamos, hay una mirada bastante laxa desde afuera.
-A esta cosa electoralista habría que ponerle bastante el ojo para saber qué es lo que está pasando. Pero la verdad es que a nadie le interesa tanto el otro como para meterse realmente.
-Sin embargo, el último proceso electoral en Venezuela estuvo bastante bajo la lupa.
-En ese sentido, María Corina Machado tuvo una excelente aproximación a eso porque, en las elecciones anteriores, cuando el candidato era Enrique Capriles Radonski, todos sabíamos que él había ganado. Pero era algo que sabíamos nosotros a partir de un conteo interno. Y nadie se preocupó de guardar nada, nadie se preocupó por cómo protegernos si llegaba a pasar esto. Así que simplemente pudieron hacer su jugada.
-Ahora, en las últimas elecciones, eso lo sabe el mundo.
-Sí, esta vez hay una diferencia importante.
-Hay una tocaya tuya, Ariana Huggins, que te decía gracias por tu desnudez, por “compartir nuestra historia como migrantes”, por dedicarle un par de líneas a su hermano.
-Así es. Ariana vive en Argentina. Su hermano es Jesús Espinoza Huggins, que figura en el libro y es la persona que aparece asesinada en una plaza de nuestra ciudad de Puerto La Cruz.
-¿Qué grado de cercanía tenían?
-Ellos crecieron conmigo. Fueron mis vecinos durante toda la vida, así que para mí fue un reto cómo integrarlo respetando a Ariana. Fue muy difícil de hacer.
-¿Cómo lo lograste?
-Yo estaba muy nerviosa por cómo ella lo iba a recepcionar. Así que lo conversamos. Fue muy bonito. Y además fue muy significativo que luego escribiera esas cosas.
-Cosas que a vos te pesan mucho, como queda claro, ¿no?
-Porque para mí eso es lo importante: qué pasa entonces con esa memoria, qué pasa entonces con esos nombres. Por eso me ahínco en poner nombres. Porque son tan fáciles de olvidar, ¿no?
-Exacto.
-Y yo no quería eso. Yo quería justamente la permanencia.
-¿Qué tipo de reacciones ha despertado este ejercicio de la memoria?
-La recepción en general ha sido esa, afortunadamente, de parte de venezolanos. Si no tienen nada que ver explícitamente con el libro, si no están atados al libro personalmente, de igual manera pareciera que es así.
-¿Por qué? ¿Qué los identifica?
-Porque pareciera que el arquetipo de nuestras familias era el mismo y que se componía más o menos de las mismas personas y que sufríamos más o menos las mismas cosas al crecer. Así que ha sido todo bastante cercano, bastante personal, bastante crudo.
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-Antes de despedirnos, Arianna, vos decís, sobre el final del libro, “somos el viaje. Ha sido así desde siempre”, porque tu mamá Teresa llegó desde el Líbano, el abuelo Fernando desde Portugal y vos misma pasaste de Venezuela a Chile. ¿Dónde termina ese viaje? ¿Cuál es tu lugar ideal?
-La verdad, yo no lo sé. El otro día hablaba con mi hijo y le decía que yo tenía muchas ganas de ir al Portugal y de pasar un tiempo allá y reconectar con eso.
-¿Y? ¿Será factible?
-Pero esas mismas ganas tengo con respecto al Líbano. También tengo muchas ganas de que él conozca Venezuela.
-Claro. Hay un panorama abierto en tu horizonte.
-Hay un libro de Dionne Brand que se llama Un mapa a la puerta de no retorno, que justamente piensa en eso y que me ha hecho reflexionar mucho.
-¿En qué sentido?
-Tiene que ver, al final, con no saber cuál es el origen, pero entender que uno mismo puede ser suficiente; y que puede ser suficiente un lugar donde tú te sientas cómodo y respetado.
-Un buen puerto…
-Entonces, si bien siempre hay una curiosidad o un halo hacia ese origen y un querer saber, yo creo que lo más importante es eso: encontrar un lugar.
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