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"Los amigos míos se viven muriendo", la fábula colombiana de Miguel Rivas sobre el desamparo juvenil

Escritor, libretista y realizador audiovisual, el colombiano Luis Miguel Rivas -ahora radicado en Argentina y con un vínculo afectivo en Mendoza- es autor de "Los amigos míos se viven muriendo"

Se llama Luis Miguel Rivas (Cartago, 1969), pero prefiere que lo llamen Miguel, a secas. “Yo no canto”, explica riendo.

Hoy vive en Argentina, pero creció en Envigado, un municipio bravo, al sur de Medellín, Colombia.

En su barrio, allá por los ochenta, la manera más sencilla de prosperar estaba en el narcotráfico. Un método directo, pero peligroso. Se cobra sus víctimas con regular asiduidad.

Allí, precisamente, en ese ambiente, se gestó, hace unas dos décadas, Los amigos míos se viven muriendo, un título notable para su primer volumen de relatos que le abriría las puertas al escritor reconocido que es hoy.

El sello Seix Barral decidió reeditar el volumen, con epílogo de Héctor Abad Faciolince, su gran mentor de aquel entonces.

La mejor excusa, pues, para entrevistar, por segunda vez, en el programa La Conversación de Radio Nihuil, a este singular autor, que está radicado en Buenos Aires, pero cuyo corazón está asentado en nuestra provincia.

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Luis Miguel Rivaas, escritor colombiano. Foto: El Espectador.

Luis Miguel Rivaas, escritor colombiano. Foto: El Espectador.

Está enamorado de una poeta mendocina. Hechicerías de la lírica.

-Hola, Miguel, buen día.

-Hola, buenos días. ¿Cómo estás? Muchas gracias por la invitación. Muy contento de volver a conversar después de, creo, dos años.

-Te decimos Miguel, porque así te menciona Héctor Abad Faciolince, ¿no?

-Sí, sí, sí, está bien. El otro nombre es Luis Miguel y yo no canto (risas).

-Como recordás, hablamos hace unos dos años por tu novela Era más grande el muerto, que nos encantó. Por eso mismo, apenas Seix Barral reeditó Los amigos míos se vienen muriendo, que te catapultó como autor, nos pareció obligatorio retomar el diálogo.

-Sí, claro.

-Pues bien, en este primer libro de relatos, como bien dice Héctor Abad, ya está todo el germen del escritor reconocido en que te transformaste después.

-Mirá... Hay personalidades expresivas. Uno, desde chico, siempre tiene esa pulsión por consignar sobre el papel lo que piensa, lo que siente. Yo recuerdo desde la primaria anotar cositas que no eran ni literatura. No tenía la idea de qué era la literatura, pero había una pulsión de expresarlo y anotarlo en el papel.

-¿En medio de qué atmósfera juvenil?

-Yo no crecí en un ambiente especialmente culto donde hubiera libros alrededor. Pero en el colegio, cuando arranqué, algunos profesores empezaron a inocularme ese germen del amor por las palabras y por las historias.

-¿Y el entorno social? Pregunto, porque esto es muy importante en tus historias.

-Crecí en el contexto del Medellín de los años '80, 90, que fue el de todo este furor tan trágico y tan doloroso del narcotráfico. Entonces, cuando empecé a escribir historias, aunque quería dedicarme a los temas generales de los que se escribe como el amor o la muerte, de todas maneras, ineludiblemente, tenía que estar cruzado por ese contexto.

-¿Cómo decantó todo eso en tu literatura?

-Este pequeño libro, que es el primero que se publicó, hace casi veinte años, era un poco una exploración de esa época y de lo que había gravitando en el ambiente de mi ciudad y de mi país, y yo creo que en gran parte de Latinoamérica en ese momento.

-Acá, ya en tu primer relato, "La vez que todos fuimos Jairo", está el núcleo de tu narrativa: la compañía de los amigotes del barrio, la adolescencia, los despertares sexuales y el uso incipiente del habla popular de Colombia, que luego desarrollarías más fuertemente en Era más grande el muerto.

-Así es. Incluso, como hablamos en la anterior entrevista, cuando yo estaba escribiendo la novela tenía un poco el temor de que ese lenguaje tan propio, tan vernáculo, tan coloquial, no fuera entendible en otras culturas.

-¿Y cómo tomaste la cosa, antes, al escribir tu primer libro?

-Esa pregunta no me la había hecho tanto cuando escribí este libro. Pero, de todas maneras, he pensado que la vida está hecha del lenguaje. Y aunque la trama de cualquiera de esos cuentos puede transcurrir en cualquier país, en cualquier cultura, la particularidad está hecha por el lenguaje, por la manera como se expresa en la vida cotidiana. En resumen, para mí la fuerza de una historia, la verosimilitud, está en ese lenguaje.

-Después de todas tus dudas, ¿cómo ha funcionado, finalmente, el protagonismo del habla en las historias?

-Me ha sorprendido y me ha gustado mucho el hecho de que tanto acá en Argentina como en España, incluso en una traducción francesa de la novela, la esencia de las historias se mantenga, se entienda, se comprenda más allá del lenguaje o, incluso, gracias a ese lenguaje tan específico de esa zona.

-La clave de todo esto es que tu slang, tu lengua informal, si bien es muy intenso, en ningún momento hace farragoso los párrafos. Se entiende todo perfectamente y se intuye siempre adónde querés ir. No hace falta tener a mano el diccionario de colombianismos.

-Sí. También está la fuerza de las historias. De todas maneras, hablamos el mismo idioma, que es un castellano con las variables de cada cultura, de cada país. Pero hay una sustancia básica en la que nos entendemos todos y los modismos o los giros particulares de la lengua de esa zona se infieren por el contexto de la trama, ¿cierto?

-Sí, tus textos están plagados de esos elementos particulares. Dame un ejemplo.

-Hay unas similitudes. Por ejemplo, en Colombia se dice mucho "parce" por decir amigo, que es el equivalente en la Argentina de esa misma expresión. O sea, estamos hablando de una misma situación de un sector social; cambia en los países un poco la palabra, pero el contexto y la situación son las mismas.

-Dentro de ese mismo contexto decís también, por ejemplo, "andando en gallada", para referirte a una ronda de amigos. Aquí te acercás más a los modismos chilenos, pues ellos usan mucho el término "gallo".

-Sí, sí y mucho argentinismo también, porque la cultura en la que yo me crié es muy tanguera. Medellín es una ciudad muy tanguera, lo que hace parte de la idiosincrasia.

-No deja de llamarnos la atención ese fenómeno. Recordanos cómo es.

-No es solamente que la gente escuche, sino que uno crece escuchando tangos. Sale a la calle de chico y en la cantina están sonando. Entonces, nosotros tenemos una cercanía con el lunfardo.

-Claro, cuestiones, todas esas, que nos hacen mutuamente comprensibles.

-Entre otras cosas, en Colombia se vocea en todos sectores del país. En Antioquia se habla de vos, lo mismo que en el Pacífico. Por lo tanto, hay también unas similitudes culturales en el lenguaje. Nosotros, por ejemplo, utilizamos mucho la palabra "bacano", como algo muy rico que viene del bacán, que es otra expresión lunfarda.

-Acá no solo nos llama poderosamente una atención la cultura tanguera de Colombia, que hoy pareciera no tener parangón nien la Argentina. Va un poco más allá la cosa. Ustedes tienen lugares en donde se celebra muchísimo más la tonada que acá en Mendoza, cuna de esa tradición.

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Rivas contó que creció escuchando a Los Trovadores de Cuyo.

Rivas contó que creció escuchando a Los Trovadores de Cuyo.

-Sí, sí. En estos días hablaba con un amigo y le decía que yo crecí oyendo a Los Trovadores de Cuyo.

-¡Qué notable!

-“Pero acá no se conocen”, comentaba mi amigo. Y yo los conozco naturalmente porque en los sectores populares siempre se escuchan esas expresiones de la Argentina. No sé a qué se debe este fenómeno. Bueno, también pasa inversamente con nuestra propia cultura. Por ejemplo, con la cumbia, que es un ritmo autóctono colombiano. Yo a veces me encuentro acá argentinos que saben de cumbia y me hablan de unos autores y compositores que yo no escuché en mi vida.

-(Risas) Una cosa de locos, es cierto.

-Es decir, acá se escucha más cumbia que en Colombia y en Colombia se escucha más tango que en Buenos Aires.

-Hay mensajes de algunos músicos que escuchan nuestro programa. Roberto Mercado nos dice: "En Medellín existe la Corporación Amigos de los Trovadores de Cuyo a los que visité en una gira por allá y saben más que nosotros de la historia del grupo". Más o menos como relatabas vos, Miguel.

-Claro. Como te digo, yo también crecí con Los Chalchaleros, con Los Visconti. O sea, son parte de nuestra cultura natural, idiosincrática. Por lo tanto, repito, es muy extraño que acá no se conozcan tanto. Sería muy interesante estudiar esas dinámicas, cómo llegan ciertas particularidades culturales a un lugar del que no surgieron, mientras que en el lugar donde nacieron no existen tanto.

-Por otra parte, Diego Valentín Flores, cantante nuestro que suele llevar el tango por distintos escenarios del mundo, acota "que no hay otra ciudad más tanguera que Medellín fuera de los límites del Río de la Plata. En el barrio donde está el Museo Casa Gardeliana, todo es Gardel". Y añade: "Hay un bar temático de los Trova en Medellín. Todo muy loco".

-Sí, sí, sí. Yo ya llevo quince años viviendo acá en Argentina. Pero una experiencia mía, recién llegado a Buenos Aires, era corroborar calles y lugares que había escuchado en los tangos.

-¿Por ejemplo?

-Un tango de Oscar Larroca, "Sangre maleva". Cuenta que el zurdo Cruz Medina se vuela de una cárcel. Yo viví cerca de la cárcel de Caseros y me di cuenta de que ahí era de donde se fugaba el zurdo. Fue algo que escuché toda mi vida desde chico y tenía en mi espíritu, en mi imaginario, llegar a Buenos Aires a ver esa cárcel.

-¿Cuál fue tu impresión?

-Era ya un edificio derruido. Pero se trataba de confrontar todo lo que tenía en mi mente y en literatura también.

-¿Con qué tipo de relatos literarios?

-En un tiempo trabajé en el Parque Rivadavia y recuerdo haber leído a Roberto Arlt. Fue una crónica que se llama "Amor en el Parque Rivadavia". Entonces se trataba de corroborar también ese Rivadavia que tuve desde mi adolescencia en la cabeza.

-¿Cómo te fue en el cara a cara?

-Ahora estaba ahí, en Argentina. Y el Parque Rivadavia no era ni el que estaba viviendo en el presente ni el de Roberto Arlt, sino una mezcla de los dos. Eso crea una situación mental muy linda, muy creativa. Creo que un poco eso es la literatura, el arte, ¿cierto?

-Volviendo a tu libro, resulta todo un honor que te redacte el epílogo Héctor Abad Faciolince, ¿no?

-Te cuento. La historia de este libro realmente surge porque yo lo publiqué por envidia.

-¿Cómo es eso?

-En realidad, yo no escribía. No pensaba en publicar. Me parecía algo muy lejano. Pero había un chico de mi misma generación que hacía cosas mejores que yo.

-¿Qué tipo de cosas?

-Yo quería hacer cine y resulta que me decían: hay un tipo que está haciendo películas, que se llama Andrés Burgos. ¡Y las hacía mejores que yo! Era como una especie de William Wilson, como el del cuento de Edgar Allan Poe.

-¿Y qué pasó? ¿Cómo diste vuelta a la cosa?

-En un momento, fui a una librería y vi un libro de cuentos de Andrés Burgos. Allí me dije: ¡este también escribe cuentos! Entonces vi qué sello lo había editado: el Fondo Editorial EAFIT. ¿Y yo cómo hago para publicar allá?, pregunté. Me dijeron: llevás los manuscritos o los dejás, y en algún momento te llaman.

-¿Y te llamaron!

-En ese momento el director de esa editorial era Héctor Abad Faciolince. Yo llevé el libro sin ninguna esperanza y él lo leyó. Le encantó, me llamó y se apersonó de publicarlo. Se volvió como una especie de mentor del libro. Y desde ese momento tenemos una amistad.

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"Mi aparición en el mundo literario y de las publicaciones empezó por Héctor Abad Faciolince hace casi veinte años", cuenta Luis Miguel.

-¡Eso se llama entrar con el pie derecho!

-Digamos que mi aparición en el mundo literario y de las publicaciones empezó por Héctor Abad hace casi veinte años. Y por esa razón, editorial Planeta lo llamó para que hiciera el texto final, un poco en conmemoración de esa primera edición.

-Aprovechando tu amor por el cine, te consulto por el próximo estreno, el 11 de diciembre, de la serie basada en Cien años de soledad, un clásico de los clásicos del Gabo, en Netflix. Siempre es un riesgo tremendo llevar títulos tan relevantes a la pantalla. Hasta debe ser un problema, incluso, para ustedes, los colombianos. ¿Cómo lo ves? ¿Te da miedo o te genera expectativas?

-Yo quiero verla y afrontar esa visualización con otros criterios. Son dos obras completamente distintas. Una película es una obra que no se puede medir con los mismos criterios literarios. Por ejemplo, la riqueza de Cien años de soledad está en el lenguaje, en el juego con el lenguaje, con las palabras; en esa cosa exorbitante que tiene García Márquez en el ritmo de la narración.

-¿Y qué puede suceder?

-Eso, al momento de pasarlo al lenguaje cinematográfico, se va a perder. Creo que queda un poco en manos de la trama y de la ambientación.

-¿Entonces?

-Entonces, si vos querés ver esa película pensando en que vas a tener la misma emoción de la textura de la obra literaria, te vas a frustrar. Es un poco lo que está pasando ahora con una versión que hay de Pedro Páramo.

-Claro, la película que acaba de estrenar también Netflix.

-Creo que es la tercera o cuarta versión cinematográfica de Pedro Páramo. Nunca una película va a lograr la misma profundidad, la hondura, la atmósfera. Hay ciertas atmósferas que sólo se logran con el lenguaje escrito, muy específico de la literatura. Ahora, en el cine se pueden lograr unas atmósferas con la ambientación, los colores, la fotografía. Pero llega a otra instancia de la mente, otra instancia del espíritu, muy distinta a la que llega la palabra.

-Este libro tuyo, como dijimos antes, nació bendecido desde el título. Los amigos míos se viven muriendo es un hallazgo. ¿Es todo tuyo? ¿Cómo te inspiraste?

-Yo soy de un sector popular y en esa época, a finales de los ochenta, comienzos de los noventa, los chicos la única opción que teníamos de tener un estatus, de salir adelante, era el narcotráfico. Siempre había en los barrios algún tío, algún familiar que se movía en el ambiente. Entonces era la manera de salir adelante.

-Se entiende. Ahí está la base de tus relatos.

-Por eso muchos amigos de mi generación se involucraron en distintas maneras en este fenómeno. Y a muchos los iban matando.

-¿Cómo vivías eso?

-Yo recuerdo un domingo por la tarde. Tendría unos quince o dieciséis años. Quería salir y me dije voy a buscar a tal amigo del que me acordaba. Ah, no, a este lo mataron. Pero voy a ir, pues, a donde se encuentra tal. Ah, no, ese se tuvo que ir y a este otro también lo mataron.

-Te quedaste ahí, tieso, supongo.

-Entonces me vino el pensamiento, espontáneamente: los amigos míos se viven muriendo.

-Una línea que lo resume todo. Notable.

-Ese cuento tiene que ver con la soledad, con la búsqueda de comunicación; con la soledad que genera una ciudad que parece que no quisiera que vos tuvieras amigos porque te los va quitando, los va alejando, los va matando. Así surgió esa frase, ese sentimiento, ese descubrimiento, esa sensación.

-Además del título, el comienzo mismo del cuento es muy bueno: "Los amigos míos se viven muriendo. Antes nos las pasábamos hable y hable de carros y carros y mujeres y mujeres. Pero a la vida se le está ocurriendo no dejar con quién conversar".

-Ese cuento yo lo quiero mucho. Había escrito una primera versión en una agenda, que me parecía súper potente. Y por allá, en una borrachera en un bar, perdí la agenda y quedé muy triste. Después lo escribí con lo que tenía en la memoria de aquella primera versión.

-¿Cuál de las dos era mejor, en resumidas cuentas?

-La versión original se perdió para siempre, pero quedé contento con la que hice, de todas maneras. Ceo que da cuenta, sobre todo, de ese sentimiento y de la paranoia que había en esa ciudad; el hecho de uno ir por la calle y estar pensando de que en cada momento puede llegar alguien a robarte, a violentarte. Pero, a la vez, está también la ilusión de que al voltear la esquina vas a encontrar el amor.

-Una sucesión de corazonadas contrapuestas, ¿no?

-Es también la sensación en la que vive el ciudadano en una ciudad, esa ansia y ese terror constantes en cada momento. Y generalmente no pasa ninguna de las dos cosas. Pero vivís en ese marasmo del anhelo y del terror a la vez.

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Rivas entre libros. Foto del diario El País.

Rivas entre libros. Foto del diario El País.

-También es excelente, como destaca Héctor Abad, la primera línea del cuento con que arranca el libro: "A mí me gustan las mujeres tristes". Prácticamente un poema o un epigrama.

-Sí, sí. Una herencia de García Márquez que tenemos en nuestra generación es la importancia del arranque en una novela, la importancia de la primera frase y también del título, como parte esencial del relato. Por eso muchas veces escribo un cuento completo y luego, al final, la trabajo a esa primera frase, la vuelvo a reciclar o la reacomodo. Ese es el momento en que podés agarrar al lector, porque a partir de ahí va a seguir con vos.

-Todos tus cuentos son parejos en calidad, pero hay uno que destaca por su ironía y su creatividad, "Anoche me acechaba un objetivo". Describe a alguien que se empeña en trabajar por los pobres. Es como la gran epifanía del burócrata. Casi un tratado de ciencias políticas.

-Sí, claro. En Colombia me contaron que lo han utilizado en algunas clases de sociología.

-¿Dónde te inspiraste?

-Yo trabajé mucho tiempo con ONG y fundaciones que trataban con comunidades vulnerables y con situaciones sociales bravas. Y durante un lapso mi oficio era describir los proyectos con los cuales se conseguía la financiación para ejecutarlos.

-¿Y qué pasó con esa experiencia?

-Que en un momento me di cuenta de que estaba estaqueado nomás en la estructura del proyecto, en cómo hacer el objetivo general, el objetivo específico, el marco teórico. Y en últimas, terminaba uno enredado en eso y se le olvidaba de porqué estaba ahí, de cuál era el origen de su trabajo, o sea, solucionar la problemática de otras personas.

-¿Y los funcionarios?

-Los funcionarios terminan convertidos, justamente, en el objetivo general, en el objetivo específico, en el marco teórico.

-Un círculo vicioso, en definitiva.

-Fue una manera de despojarme de esa sensación que tuve a partir de lo observado en mi entorno diario: cómo se pierde el objetivo, el origen de un trabajo, quedándose uno simplemente en el medio, sin el instrumento para hacerlo.

-Un abordaje similar tiene el último relato del libro, "Carta poco corta para un largo", donde se cuentan las peripecias infinitas de un personaje persiguiendo hacer una película que nunca se concreta.

-Es que en una época yo quise hacer cine y me anduve varios años involucrado en el proyecto de un largometraje. Me aconteció, como decía Orson Welles que, con ese fin, uno se gasta el noventa y nueve por ciento consiguiendo la plata y el uno por ciento haciendo la película.

-¿Y qué pasó? ¿Lo lograste?

-Esa película nunca la pudimos hacer, nunca se consiguió la plata. Por lo tanto, fue también una manera de exorcizar esa frustración tal vez y de reírme de esa situación que no me competía solamente a mí o a mi grupo, sino a toda la gente que quiere hacer cine independiente.

-Un elogio a la voluntad.

-Se trata de la dificultad que trae eso, pero también de la persistencia de los sueños. García Márquez tenía una frase muy linda, que no recuerdo literalmente, pero cuya idea es: cómo hay personas que son capaces de pasar hambre, de aguantar frío, de correr kilómetros, de sufrir sacrificios, con el sólo objetivo de contar una historia; una cosa que, al final, si lo vemos bien, parece que no sirve para nada.

-Pero sirve...

-Es también un homenaje a la resistencia de alguien que lucha por un ideal en un mundo donde los ideales no están bien valorados; un homenaje a esa gente que sigue luchando frente a todas las circunstancias y, finalmente, hasta logra el objetivo. Pero, como decía alguien, el heroísmo está en el gesto.

-Por último, ahora que estamos en plena tarea de clasificar a los seleccionados para la Copa del Mundo, cuando juegan Colombia y Argentina, ¿dónde ves los partidos?

-Mirá, yo pertenezco, como decía Prince, a la lamentable y magnífica familia de los nerviosos. No soy capaz de ver los partidos en vivo. Veo los resúmenes después, para no sufrir. Me da mucho miedo

-A sufrir, entonces. Ha sido un gusto, Miguel, retomar el diálogo. Y será hasta un próximo libro.

-Muchas gracias. Muchas gracias. Me alegra mucho esta conversación y que sea en Mendoza. Una doble alegría porque para mí Mendoza es muy importante.

-¿Por qué!

-Porque mi compañera de muchos años sigue siendo la poeta Marta Miranda, que es de Mendoza. Aprovecho para saludar a la familia Miranda; y a Juana, la gran madre, allá.

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