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"Era más grande el muerto", una brillante recreación de la narconovela colombiana, por Luis Miguel Rivas

Es colombiano y vive en Argentina desde hace 14 años. Escritor y libretista él mismo se considera un "malabarista nervioso". Su novela "Era más grande el muerto" recrea la cultura "narco"

Luis Miguel Rivas, escritor, libretista, “malabarista nervioso” como él se autodenomina, creció en Envigado, Antioquia, cerca de Medellín. Los dominios de Pablo Escobar.

Hace más de una década que vive en Argentina, país cuya cultura conoce en profundidad. Pero no olvida sus raíces. A tal punto que en su ponderada novela Era más grande el muerto imagina un pueblo donde recrea los modos y hasta los absurdos de la cultura “narco”, pero narrado todo a través del más llano y florido lenguaje popular de sus protagonistas. Es un hallazgo brillante. El decir de su colombianismo inventado es tan rico como la trama. Y envuelto en un permanente aroma de tango argentino, para mayor singularidad.

Su primer nombre es Luis, pero, aclara: “Me dicen Miguel, generalmente” (su dirección en Instagram, por ejemplo, es @miguelardo27).

El mes próximo retorna a su Colombia natal para lanzar un nuevo libro de crónicas.

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Portada de Era más grande el Muerto.

Portada de Era más grande el Muerto.

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Desde San Telmo, su barrio actual, dialoga, con una onda tan entradora como la de sus personajes, con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-¿Cómo has terminado en San Telmo, Miguel?

-Pues, nada. Yo vivo acá en Argentina hace ya catorce años. Me vine por uno de esos momentos existenciales, coyunturales, que tiene uno en la vida.

-¿Qué pasó con tu vida?

-Estaba en mi ciudad, en mi pueblo, en uno de esos momentos en que uno dice: “Bueno, me mato, arreglo la vida, hago algo” y… nada. Se dieron las condiciones, terminé en Buenos Aires, me fui quedando, tengo un hijo argentino y ya estoy por acá hace catorce años.

-¿Cuál es tu pueblo de origen?

-Envigado, Antioquia, al lado de Medellín.

-Al lado del Cartel de Medellín.

-Exactamente. Un poco la novela se ambienta en el contexto de toda esa época que me tocó vivir.

-Remitiéndonos a tu infancia, a tu adolescencia, ¿cómo te fuiste haciendo escritor, poeta y todo eso que sos ahora?

-Hay personalidades que son expresivas. Yo, desde chico, tuve esa urgencia de expresarme. En la guardería o en la escuela escribía la lista de las niñas que me parecían lindas (risas) y siempre me he preguntado por qué esa pulsión de escribirlo en el papel.

-¿Y? ¿Cuál es la respuesta?

-No me explico. Y si hay una pulsión de anotar sobre el papel y luego sobre la pantalla la manera de estar en el mundo, también le pasa a la mayoría de escritores que conozco. Es una insatisfacción con la realidad y una pulsión por inventarse un mundo más parecido al que uno sueña.

-Enriquecer la realidad, a fin de cuentas.

-Me acuerdo de un cuento de Giovanni Papini que se llama “El hombre que no pudo ser emperador”. Ahí se ve un poco la historia de todos los escritores y artistas que algún día quisieron dominar el mundo, pero nunca lo pudieron hacer. Entonces su única manera es crear un mundo donde ellos sean los emperadores. Esas son las historias y los universos de cada escritor, creo.

-Nos recuerda un colega que en Envigado está la famosa cárcel-hotel de Pablo Escobar, ¿no?

-Sí, claro. Paradójicamente ese lugar se llamaba el barrio La Paz. La mamá de él era profesora en un colegio de La Paz, vecino al barrio donde yo crecí.

-Te preguntaba por los años que llevás en la Argentina porque, más allá de la historia atractiva de tu libro, hay algo destacadísimo en su escritura: el oído tan atento para rescatar el habla popular, el lenguaje de la calle. Un aspecto extraordinariamente rico. ¿Cómo hiciste para mantenerlo vivo todo este tiempo fuera de tu país?

-Eso fue una decisión en la escritura de la novela porque ya llevaba viviendo fuera de Colombia hacía unos cinco o seis años. Y había vuelto una sola vez, unos pocos días.

-¿Cómo te decidiste, entonces?

-Yo quería escribir una novela en un lenguaje más neutro, realmente. Lo que quería hacer al principio era una especie de Quijote contemporáneo de la narcoliteratura.

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Rivas, el del colombianismo inventado.

Rivas, el del colombianismo inventado.

-¿Cómo pintaba tu Quijote?

-Como alguien que hubiera leído tanto esa literatura, visto tanto esas series, que hubiera quedado saturado y se hubiera convertido en una especie de Quijote. Pues bien, lo quería escribir un lenguaje más neutro, pero a medida que me acercaba a ese tema y recordaba esas realidades, el mismo lenguaje se fue imponiendo.

-No el neutro inicial.

-No funcionaba un lenguaje neutro. Era como artificioso. Y terminé usando el lenguaje que era el de la historia, el de ese país que es el Villalinda imaginario, pero que, en realidad, digamos, es Medellín, Envigado, Colombia, en esa época.

-Nosotros llamaríamos lunfardo a esa lengua.

-Utilicé el parlache, que es el equivalente a un tipo de lunfardo.

-Parlache. Toda una novedad para nosotros. ¿Cómo lo definirías?

-Es un poco la jerga de los barrios y de la calle.

-O sea, es parte de tu historia.

-Hay otra cosa, respecto del momento en que empecé a escribir este libro. Yo viví la infancia y parte de la juventud en aquel contexto. Pero, ya con los años, me fui a otros lugares. También mi personalidad estaba cruzada por las lecturas, por la educación. Entonces no tenía puro ese lenguaje.

-¿Y de qué manera lo recuperaste?

-Lo que hice fue acudir al recuerdo. Si leés la novela y vas a un barrio, los chicos no hablan exactamente como en el relato. Es una mezcla de mis recuerdos, de lo que también se debe hablar ahora, una parte, y de la construcción que hay en mi cabeza de mi país, de mi ciudad.

-Claro, los que no hemos vivido en Colombia no podemos comparar. Pero hay algo muy concreto: el lenguaje es un protagonista más, otro personaje de la novela. Dan ganas de ir subrayando los hallazgos página por página. Una cita, como ejemplo: “… y volvían a agarrar a guarapazos al malparido ogro, al viejo catretriplehijueputa”. O, refiriéndose a otro individuo, “nos gozábamos por atembao”. ¡Es bárbaro!

-(Ríe) Fue una decisión, porque al principio yo pensaba y me decía que esta historia sólo puede ser escrita así. Pero estaba el otro problema: que esto no lo entendiera sino gente de mi lugar.

-¡No! Funciona de maravillas. Y es muy sabroso. Como estar comiendo un plato colombiano muy sazonado.

-¡Qué bueno! Para mí es una grata sorpresa porque siempre tuve ese temor. Pero igual me decía: solo puede ser así. Por ejemplo, ante tu lectura y la lectura de algunos amigos argentinos, yo les pregunto: ¿Y las palabras?

-¿Qué te dicen tus amigos?

-Me dicen que lo que no se entiende, el contexto y el ritmo lo dan a entender.

-Totalmente. Además, hay situaciones antológicas. Por ejemplo, el esfuerzo de don Efrem, capo mafioso de la novela, por volverse culto para ganarse el favor de una chica, Lorena, que lo tiene chiflado.

-(Ríe) En ese momento, la escala de valores que impusieron los narcos era un poder absoluto. Ellos podían tener todo. Todo. Incluso, lo que no tenían, lo imponían. Como decir: necesito ser culto para concientizar a una mujer; entonces tráigame a un asesor cultural y me vuelvo culto. ¿Cuánto me demoro para hacerme culto? (risas).

-Omnipotencia en acción.

-Claro. Para ellos todo era posible a un nivel de absurdo. Un poco con lo que yo juego allí es con el absurdo al que llegaba esa realidad y al que llevaba ese poder.

-En tren de culturizarse, le acercan a don Efrem, como asesor, a un periodista, Hurtado, un tipo que pertenece al Parnaso poético del pueblo, todo engolado, con anteojos de carey, que lo lleva a una librería.

-En esa época había muchos sitios para volverse culto. Por ejemplo, ir a una librería con una lista. Entonces don Efrem entra a la librería y dice: “¿Tiene libros de Hemingway?”. Sí, le contestan. Tenemos El viejo y el mar. “¡Entonces deme cinco del viejo y treinta del mar!” (risas).

-¿Has estudiado Letras, Miguel?

-No. Yo estudié Comunicación Social. Periodismo.

-Pero es significativa tu percepción de que hay cosas que solo valen en la palabra original.

-Es que las cosas se nombran. Existen cuando uno las nombra. Y ese nombre a veces está directamente relacionado con el lugar de donde surgió. Por ejemplo, recién mencionaban el “atembao”.

-¿Qué quiere decir?

-Atembao es atontado o boludo. Pero es muy distinto decir atontado o boludo que decir atembao, por la fuerza que tiene la palabra y dentro de ese contexto, que es un contexto también rudo, de golpes. El atembao es un golpe también. O sea, estás atontado como por un golpe. No tiene traducción.

-Imposible.

-Mira, la novela fue traducida al francés. La publicó editorial Grasset en París. Y estuve hablando mucho con la traductora. Era muy gracioso, empezando por la música, que en esta novela es fundamental. Es música popular y vos entendés mucho el contexto si más o menos has oído tangos, rancheras o boleros.

-¿Cómo se hace para transmitir algo de eso?

-Para otra cultura donde esa música no está impregnada en la idiosincrasia, podés traducir lo que dice la letra, pero no podés el traducir el sentimiento.

-¿Entonces cómo se las arreglaron?

-La traductora me dijo, finalmente: lo que terminamos haciendo fue una hermana gemela de tu novela, que cuenta la anécdota, cuenta la trama, que de por sí es fuerte. E hizo una analogía con sectores marginales de Francia. Pero, obviamente, es otra novela.

-Es otra novela, sin duda, porque la riqueza el lenguaje, entendemos, se pierde casi totalmente. Ahora bien, hablando de la música, hay mucho tango en tu historia, hay Gardel a morir. ¿Pega tanto el tango en un pueblo de Colombia?

-No pega, solamente, sino que es parte de la idiosincrasia. Es una cosa muy especial. Yo crecí oyendo tangos. En la vida, en el contexto popular, que era lo que yo quería reflejar, el universo está cruzado por la música.

-Contanos cómo es la cosa.

-Vos estás en tu casa, de niño, en esa época. Mientras la mamá plancha la ropa, está escuchando a Leo Dan, a Sabú, a Leonardo Favio. Entonces salís, tomás un bus; y en el colectivo está sonando un vallenato, una ranchera. Llegás a la cantina de la esquina de la casa y siempre están sonando tangos.

-¿Y todo eso por qué?

-Uno crece oyendo tangos, no solo por la muerte de Gardel, que allá influenció mucho, sino porque además hay algo muy similar entre la cultura porteña y la cultura paisa, que es como se llama a esa región. Empezando porque es la única región de Colombia donde se habla de vos. Ah, recuerdo que también en el Valle del Cauca se vosea también.

-Curiosamente, nos escucha en este momento Diego Valentín Flores, cantante nuestro de tango, desde Savigny, en Francia. Y nos dice, textualmente: “El tango, en Colombia, más que nada en Medellín, es casi religioso. Gardel allí es un santo”.

-Sí, sí, sí. Tal cual, tal cual. Y hay un gran movimiento tanguero, de baile, de grupos, incluso de eruditos del tango, digamos, en instancias ilustradas. Pero en cuanto a la instancia popular, simplemente es de la gente que vive la vida y oye música, está en las emisoras, está las calles.

-Hay una hermandad en el sentir popular, se ve.

-Creo que nosotros tenemos mucho de ese espíritu melodramático, oscuro y un poco que se regocija con el sufrimiento que tiene el tango.

-Otro músico, pero folclórico, además de colega periodista, Roberto Mercado, que también nos está escuchando, dice: “Es una verraquera volver a escuchar ese hermoso lenguaje que disfruté en las giras por Antioquia. ¡Solo falta una bandeja paisa para el disfrute total!

-(Ríe) ¡Una verraquera! Esa palabra también es súper de nuestro lugar.

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-La buena predisposición que nosotros los argentinos sentimos hacia la gente del Caribe, en especial de Colombia y Venezuela, ¿es recíproca? ¿O simplemente ustedes son simpáticos en todos lados?

-Específicamente con Colombia, que es lo que conozco, hay una hermandad, hay un sentimiento con Argentina. Está muy cruzada nuestra cultura. Y, como te digo, no solo la llamada alta cultura, sino la cultura popular. Por la música. Por ejemplo, cuando llegué a Buenos Aires, yo vine a corroborar cosas que estaban en mi cabeza.

-¿Como qué?

-Pues, la Costanera, de donde salen las canciones de Leonardo Favio. Los lugares que mencionan Charly García y Fito. Uno creció con Cortázar, con Borges y con Sabato. Yo terminé viviendo en el Parque Lezama y ya lo conocía por Sobre héroes y tumbas. En un momento trabajé en el Parque Rivadavia y, cuando llegué allí, lo que hice fue comprobar una crónica que había leído en mi adolescencia de Roberto Arlt llamada “Amor en el Parque Rivadavia”.

-¡Conocés más detalles finos que muchos argentinos!

-Viví en una época por la calle Caseros y recuerdo que siempre, desde chico, crecí oyendo un tango de Oscar Larroca, que es muy mítico allá, “Sangre maleva”. Hay una parte en la que dice (canta): “Carcelero lo vio jugarse sin achicar la parada,/ y en el hampa está sentada su fama de gran varón”. Y cuando llegué acá me di cuenta de que la canción no decía “carcelero” sino “Caseros”. O sea, fue cuando pasé por Caseros, que era una cárcel de malevos de los años treinta y cuarenta.

-Notable tu impregnación con nuestra cultura.

-Todo esto es para darte un ejemplo de cómo uno, en el espíritu, está ya muy cruzado por la cultura argentina y entonces eso hace que haya un nexo muy directo y uno no se sienta extraño y que haya una admiración, un cariño y una hermandad espiritual entre los colombianos y los argentinos. Y del lado de los colombianos para los argentinos, es directamente.

-Para cerrar, Miguel, extraemos otra perlita que se deriva del título de tu libro, Era más grande el muerto. No vamos a espoilear, pero esos dos sicarios que pusiste tratando de matar a un muerto es otro invento sensacional. Ahí funciona a pleno tu ironía cervantina.

-(Ríe) Gracias. Eso surgió de una anécdota. Alguien me ofreció ropa de marca, porque era amigo del hombre de la morgue. Y vendía ropa que era costosísima, pero me la ofrecía a la tercera parte del costo. Solo faltaba coserle los rotitos de las balas o de la puñalada y quedaba uno con una buena pinta aparente, con un buen precio.

-¡O sea que eso es una historia real!

-Ese fragmento que te digo. Me lo ofrecieron alguna vez. Nunca compré. Pero, nomás con ese ofrecimiento, me quedó en la cabeza y años después fue el origen de la novela.

-Y, por último, felicitaciones, Miguel, porque a Colombia, literariamente, le cuesta despegarse de la sombra de García Márquez y de la narconovela. Vos encontrase un camino muy personal y original.

-Gracias de nuevo. Yo no quería hacer una narconovela más sino contar una historia de amistad y de amor, dentro de ese contexto que era inevitable porque fue el que viví. Entonces, que me lo digan aquí, pues me alegra mucho.

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