Argentina es un territorio repleto de historias que combinan realidad, mito y tradición oral. Una de las más fascinantes es la leyenda de La Ciudad del Esteco, un antiguo poblado del norte argentino que, según los relatos, fue “redimido” tras un devastador terremoto gracias al comportamiento ostentoso y soberbio de sus habitantes.
El folclore cultural tiene narraciones que se han ido transmitiendo en cada punto del país. Mitos y leyendas que han pasado de padres a hijos y que forman parte de la tradición. Historias que combinan sucesos reales e imaginarios y que han dado lugar, incluso, a diferentes versiones de las mismas. Hoy te contamos la versión de la Ciudad del Esteco.
Los mitos y las leyendas nacen del relato espontáneo de alguien a quien le sucedió algo extraordinario alguna vez. O son un eco lejano de las antiguas narraciones de los pueblos originarios, que se van transmitiendo oralmente de generación en generación. En este caso, esta historia es una de las más extendidas, especialmente por el sureste del país.
Una ciudad próspera que cayó en desgracia: la leyenda del Esteco
La leyenda de la Ciudad del Esteco habla de un hombre que destruyó la ciudad por la arrogancia de sus habitantes.
La provincia de Salta guarda entre su historia una fascinante leyenda sobre una ciudad que fue castigada y hundida bajo la tierra. Se trata de la Ciudad del Esteco. Fue fundada en el año 1609 por Alonso de Rivera, quien la llamó Talavera de Madrid, pero los antiguos pobladores comenzaron a llamarla Esteco y allí quedo su nombre.
Su posición estratégica la convirtió rápidamente en un centro comercial y militar clave durante la colonización. Sin embargo, las crónicas posteriores aseguran que la abundancia trajo consigo un costado oscuro: ambición, soberbia, corrupción y abusos de poder. Por esta razón, la tradición popular sostiene que Esteco “atrajo” su propio destino trágico.
En 1692, un violento terremoto sacudió la región y destruyó por completo la ciudad. No quedaron estructuras en pie y muchos habitantes murieron bajo los escombros.
Pero la leyenda añade un matiz: el desastre no fue un fenómeno natural, sino una especie de castigo o prueba espiritual, consecuencia de los excesos de sus habitantes.
La historia comienza cuando el terreno fértil de la ciudad dio sus frutos y los habitantes comenzaron a gozar la buena vida. Pero un día llegó un viejo misionero que quería redimir a la población y comenzó a tocar puerta por puerta para pedir limosna. A pesar de que el hombre solicitó un poco de alimento y abrigo en esas lujosas casas, nadie salió a socorrerlo.
Imagen alusiva a la leyenda.
El hombre llegó a las afueras de la ciudad, donde vivía una mujer muy pobre con su hijo. Conmovida por la situación del misionero, decidió matar su única gallina para poder ofrecerle un alimento y, además, le proporcionó un lecho para descansar.
Esa misma noche volvió a la casa de la mujer que lo había recibido y se le reveló como un profeta, anticipando que, si la ciudad no daba muestras de enmiendas, sería destruida por un terremoto. Un castigo divino caería sobre la avaricia de sus habitantes, devolviéndola a la tierra de la que vino. También le dijo que tomara a su hijo en sus brazos y partiera esa misma noche, puesto que la ciudad se perdería, pero que ella se salvaría por el gesto bondadoso que tuvo hacia él.
Antes de irse, el misionero realizó una poderosa advertencia a la mujer: le pidió que caminara hacia adelante sin voltear atrás, incluso si pareciera que el mundo se desplomaba a sus espaldas.
Al caer la noche, un trueno estremecedor enmudeció la tierra anunciando la catástrofe. La tierra se abrió y lenguas de fuego comenzaron a brotar por todas partes mientras las casas y sus habitantes se hundían en aquel abismo ardiente. Aturdida, la mujer se giró para contemplar con sus propios ojos cómo caía la gran ciudad. En ese momento fue convertida en piedra. Cuenta la tradición que cada año adelanta un paso hacia Salta.





