Afortunadamente la audiencia no fue la única destinataria de esa magia, y ése también fue un mérito de Sosa, que de modo estratégico disponía de papeles y textos para todos: locutores, periodistas y hasta para colaboradores y gente que poco y nada tenía que ver con la actuación.
Milka Durán interpretando a La Lechiguana era una delicia, pero el siempre atildado Cacho Cortez interpretando a un comisario de pueblo imaginario lejos de la información deportiva, era para reírse durante cada capítulo, cada mediodía nihuilero, durante semanas.
Si hasta él mismo tenía un rol y un nombre en esa factoría de personajes: Jorge "Ojudo" Sosa, lo presentaba Carlos Marcelo Sicilia al aire, en honor a esos dos platos que siempre tuvo por ojos.
Ese humor que divierte y hace pensar. La sal de la vida. La sonrisa que te puede cambiar el día, o alejarte de alguna malaria por un rato. Jorge Sosa y el humor fueron socios ideales, y los públicos de la radio, de la gráfica y del arte sus agradecidos contemporáneos y destinatarios.
Jorge Sosa también fue un tipo de a pie, sin aires estelares. Paraba en los cafés del centro entre columna y monólogo, entre futuras presentaciones y nuevos poemas y tramando creaciones a punto de salir a escena en solitario o con otros artistas como El Pocho Sosa, Lisandro Bertín y otros.
Él, su maleta y sus ojos desmesurados nos dejaron esta mañana, así, de pronto, como una estocada que la cultura y el arte de Mendoza no vieron venir.
También nos dejó muchos recuerdos, alegría y millones de carcajadas. Algo que sólo un encantador de la imaginación como Jorge Sosa pudo conseguir.