La primera vez que estuvo frente a la tumba de su hijo experimentó la extraña sensación de que los autitos de juguete dejados ahí por la gente, entre otras ofrendas y regalos, se movían de un lado a otro. Y lo atribuyó a que con esa visita podía estar pagando una deuda grave. Profunda. Graciela Camargo había llegado a la sepultura en tierra de su hijo Yoryi Godoy en el cementerio de Guaymallén. Fue hace algunos años, cuando la Justicia le otorgó el beneficio de las salidas transistorias.

Hoy tiene 53 años y está en libertad condicional, última fase del cumplimiento de la condena a prisión por la muerte del pequeño, en mayo de 1996, cuando tenía 3 años, por una golpiza que le dio Jorge Godoy, su esposo y padre del niño. Camargo no debe cometer ni siquiera una contravención porque perdería ese beneficio y volvería a prisión.

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Este viernes Diario UNO sorprendió a Camargo en su nueva casa, ubicada en el Gran Mendoza. Fue tras una larga búsqueda. Allí vive con su pareja de hace tres años. Se conocieron cuando ella salía por horas de la Unidad Carcelaria de Mujeres en El Borbollón para estudiar la carrera de Letras en la UNCuyo.

La charla con este cronista tuvo dos momentos bien marcados. El primero fue como un round inicial de boxeo: de estudio mutuo y conversación monosilábica a través de la puerta cerrada y de una pequeña ventana abierta. Cómo me encontraste, pregunta la madre de Yoryi, en voz baja, con los ojos entrecerrados. Luego se resigna: bueno, sos periodista. Siempre quiso tener enfrente a un periodista, admite, por "todas las cosas que se dijeron en aquella época". El segundo momento comenzó cuando la mujer abrió la puerta y ofreció entrar. No habría fotos del encuentro, se convino. Especialmente por la integridad de sus cuatro hijos, los hermanos del recordado Yoryi.

Ayrton Brian Yoryi Godoy tendría hoy 26 años. A Mendoza toda le quedó grabada su carita de niño de ojos negros y cabello rojizo, camisa blanca y corbatita, de pie tan firme como un soldadito. Esa es la imagen fotográfica que Godoy y Camargo difundieron públicamente en mayo de 1996 bajo el argumento de que había sido robado mientras estaba con él, en el estacionamiento del supermercado del barrio Unimev.

Un pequeño había sido "robado" y Mendoza se ponía en alerta. Hubo marchas. Reclamos. Angustia. Campañas públicas. Los celulares no existían aquí y tampoco la tecnología digital e instantánea. Hasta que tres días después sobrevino el horror. Yoryi nunca había sido "robado": había sido asesinado de una golpiza por el padre. Había sufrido fracturas y daños irreversibles. Había agonizado durante varias horas en su cama, en su propia casa de la calle Bombal casi Adolfo Calle de Dorrego, donde estaban los hermanitos y Camargo, la madre, que no evitó el desenlace.

Yoryi fue enterrado por el padre aquella noche en un descampado a 10 kilómetros que transitó en bicicleta, con el cuerpito en un bolso y una pala que pidió prestada a un integrante de los Testigos de Jehová. Hoy, algunos vecinos todavía recuerdan haberlo visto pedalear, cargado, rumbo al norte, camino de la avenida de Acceso, y luego en dirección al este. Godoy se detuvo a los diez kilómetros, en el callejón Antonelli, cerca del canal Pescara, a espaldas de los restos de la pantalla gigante del emblemático Autocine Mendoza. Allí sepultó al niño y volvió a la casa. Para comenzar la farsa.

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Yoryi era el tercero de cuatro hijos de la pareja. El quinto hijo, de cuya existencia siempre se habló, nació cuando Camargo y Godoy estaban en prisión. Hoy es adolescente, va al colegio secundario y desde muy pequeño vive con una familia cuidadora. Camargo lo visita periódicamente desde 2016 gracias a un acuerdo judicial. Ella solo tiene contacto con ese hijo y con el primero, quien también fue víctima de los ataques de Godoy, según testigos de la época. Camargo dejó de ver a sus otros hijos cuando eran niños. Ambos viven con una familia de parientes.

Camargo y Godoy se divorciaron. Ella inició el trámite judicial en 2016, a poco de comenzar la condicional, y cuando él se enteró se lo reprochó por teléfono bajo el argumento de que no era necesario porque ya no tenían relación. Pero Camargo sí tenía un motivo para poner fin al matrimonio iniciado en los '90: hoy está a punto de casarse con su pareja.

"Cuando nos conocimos ella me contó de su historia de vida y me dio la posibilidad de  irme si eso me avergonzaba. Pero nada que ver. Siempre creí en su sinceridad. Ha sufrido mucho. Conmigo no le faltará nada", dice él, que ha tomado la palabra y carga contra Godoy, "porque debió decir la verdad: que él mató al chico".

Los años de cárcel fueron duros, como para cada padre o madre que mata a un hijo o no hace nada para salvarlo de las garras asesinas. "Cada Día de la Madre, cada Día del Niño, cada vez que nacía un chico yo era esto o aquello...", recuerda Camargo que con la expresión esto o aquello quiere decir hostigamiento.

No haber socorrido a su propio hijo y haber sido cómplice de la farsa del robo del chico le valieron la cárcel. Pero también el reproche. En agosto de 2011, cuando tenía salidas transistorias, Camargo fue noticia y sufrió escraches: "Tuve que dejar de frecuentar a la familia que me recibía".

La unión matrimonial con su pareja será solo ante la ley civil aunque la religión sigue teniendo gran peso en la vida de Graciela Camargo. En los '90 se había integrado a los Testigos de Jehová de Dorrego por decisión de Godoy, quien había sido readmitido en las filas tras la expulsión por engañar a la primera esposa. En 1996, cuando Yoryi era todavía "un niño robado" y nadie imaginaba semejante tragedia, esa congregación, solidaria con el matrimonio y los hijos, colaboró muchísimo con la búsqueda y se expuso como nunca antes. Luego, el drama y la desazón en toda Mendoza.

Aun así, Camargo, como dijo a Diario UNO este viernes, nunca se apartó de los Testigos de Jehová: retomó el contacto con sus pares en la fe -muchos la visitaron en la cárcel- y volvió a participar de las reuniones, siempre en templos cercanos al domicilio del momento. La fuerte influencia de Godoy determinó que todos los hijos de la pareja lleven al menos un nombre de raíz religiosa, de origen hebreo, relacionado con el esplendor, el poder y la fortaleza. Algunos también llevan nombres indígenas en esa sintonía.

El asesino

Godoy tiene 58 años y lleva casi 23 años en prisión. Recién dentro de dos años podrá acceder a los beneficios progresivos de la libertad. Está alojado en el pabellón 15 del penal Boulogne Sur Mer. La última vez que habló con Camargo por teléfono ella le dijo que estaba con el novio. El entendió el mensaje oculto. No hubo más contacto, admite la mujer.

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Camargo es abuela de dos pequeños. El paso del tiempo es evidente en su humanidad y queda en ella muy poco de esa mujer de rostro huesudo y agotado y de cabello largo que en mayo de 1996 describía físicamente al hijo "robado" pero del que ya hablaba en pasado. "Muy bonito era mi hijo", decía para las cámaras de tevé y la sociedad, con el rostro y los gestos acaso controlados a distancia por las miradas y las maneras de Godoy; control al que ella correspondía con una que otra risa nerviosa o un tartamudeo.

Hoy usa anteojos y el cabello corto. Ofrece una silla y algo de tomar. La casa es grande y humilde. Le tiemblan los labios cuando habla de Yoryi, como en 1996, cuando denunciaba que lo habían "robado". Y entrecierra un poco los ojos para no llorar. Habla con cautela. Su familia son su pareja y los dos hijos varones con los que tiene contacto: el primero y el último de sus cinco hijos. Admite que está distanciada de sus hermanos desde que empezó a salir de la cárcel. Que le dieron vuelta la cara. Daniela es una amiga que le tendió no solo una mano cuando quedó libre: también le dio un lugar donde vivir.

Camargo cose con máquinas industriales en su propia casa. Hace acolchados que después vende. Dejó inconclusa la carrera de Letras -alguna vez le fue otorgada una beca- "porque no podía seguirles el ritmo a los jóvenes de la clase", dice, y gusta de la literatura fantástica. Y de Cortázar.

Durante sus años de cárcel la familia de Camargo sufrió otras dos tragedias: un hermano murió en un accidente y el padre se ahorcó en la vivienda familiar de Guaymallén; el hogar de calle Araujo 1501 del que Graciela se fue un día, decidida, contra todo y contra todos, en un rapto de coraje, para iniciar una nueva vida con Jorge Godoy, un pintor y letrista que orillaba los 30 años separado de su primera esposa. Antes ella trabajó en una fábrica de cerámicas cerca de su casa. Era propiedad de dos  hermanas yugoslavas. Mucho antes había cursado la primaria en la escuela Tito Laciar, cerca de la Municipalidad de Guaymallén. En la zona todavía la recuerdan como una chica flaquita y obediente. Acaso demasiado obediente, advierten. Y destacan que la convivencia con Godoy la había debilitado físicamente y emocionalmente. Su aspecto personal también había sucumbido.

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El juicio

La Quinta Cámara del Crimen condenó a Godoy y Camargo a prisión el 7 de julio de 1997. Durante el debate oral y público se negaron a declarar aunque Godoy había anticipado, a través de su defensora pública, Mirtha Olivera, que lo haría. Finalmente Godoy comprendió que no habría argumento posible para revertir su destino de cárcel.

En plena búsqueda, un testigo declaró haber visto a Godoy llegando a la playa del supermercado solo sin el niño que dijo que le habían robado. Ahí comenzó a resolverse el misterio. A develarse el horror.

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Los jueces fueron Oscar Estrella, José Luis Verdaguer y Víctor Calandria Agüero. Ricardo Bianchi fue el fiscal de Cámara. Todos ellos ya están jubilados. Camargo fue defendida por la letrada oficial Carolina Rivera, quien sigue trabajando en la Justicia provincial, al igual que su colega Olivera. A Godoy se lo vio siempre altivo y atento a las cámaras y a cada movimiento de Camargo. Ella, siempre cabizbaja. Como perdida.

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Gracias a diversos testimonios de vecinos y policías y médicos quedó claro que Yoryi murió el 10 de mayo de 1996 a las 20.30 como consecuencia de una golpiza que le dio el padre por no haberlo saludado cuando se iba a trabajar. Pero también por la inacción de Camargo, quien, de haberlo llevado al hospital le hubiera salvado la vida.

Que Camargo era muy sumisa y que eso le impidió pedir auxilio para el niño fue el principal argumento de la defensa. Pero fue inútil. Su suerte también estaba sellada.

Viernes. Veintitrés años después

Se dijo que nunca había ido al cementerio...

Hace años que voy pero nadie me reconoce. No quiero hablar de lo que pasó ni de nada que moleste a mis hijos y a mi nueva familia.

¿Qué sintió la primera vez que fue a la tumba de Yoryi? -preguntó Diario UNO a Graciela Camargo antes de la despedida.

Algo muy extraño: que los autitos de juguete se movían.






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