Eliana Madera (Carlos Casares, 1985) apunta directamente, en su nueva novela, Las bendiciones, a la condición femenina.
A lo más entrañable y complejo de la feminidad, como es la tarea de ser madre. Y a gestionar el cuerpo y el ánimo, luego de ser madre. Con cada uno de sus desgarros.
Entre tantas opiniones posibles, acierta una IA al definir Las bendiciones como la “exploración valiente y realista del lado oscuro de la maternidad, alejada de los ideales románticos o idealizados”.
El libro pone a dos mujeres frente a frente. Una es Nadia, la narradora en primera persona. La otra Diana, la dueña del departamento que acaba de comprar y cuya vida se transforma en una imperativa obsesión.
La narración, apretada, desafiante, ofrece pocas certezas. Y multitud de preguntas. Entre ellas, una inevitable: ¿seré una buena madre?
Y con los hombres, con los padres, ¿qué? Muy escasamente airosa es su participación en esta trama.
Desde las inmediaciones de la Facultad de Medicina, en Balvanera, muy cerca de Once, donde vive, Madera atiende al programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Eliana, tu libro lleva, en la propia tapa, una frase de Claudia Piñero que señala: "Una novela arrolladora, imposible de abandonar hasta el final". ¿Te pinta esa valoración?
-Sí, porque se trabajó mucho para que sea imposible de abandonar.
-Pero qué bien aparecer en las librerías ya con tamaño aval de entrada.
-A Claudia no la conozco personalmente ni mucho menos. Se le hizo llegar el libro y, bueno, la verdad es que no esperaba la frase, tan generosamente de su parte. Así que, nada, un abrazo a ella y siempre agradecida, por supuesto.
-¿Por qué le pusiste Las bendiciones a tu novela?
-Las bendiciones es un título que surgió junto con la editorial y tiene un poco de ironía cob relación a la maternidad y con relación a los buenos deseos. Toca muchos puntos de la novela.
-¿Como qué?
-Como las bendiciones que te desea gente que, por ahí, no tiene tan buenas intenciones. Y también las bendiciones como se les dice a los chicos, "las bendis", actualmente. Jugaba con esa mezcla.
-Es cierto que a tu protagonista no le caen demasiadas bendiciones. Por el contrario, el relato avanza sobre un desgarro o de varios desgarros. Nunca dejan de sufrir, ni ella ni la otra mujer con la que se identifica.
-Sí, va sufriendo. En Ámbito Financiero creo que dijeron que era un thriller psicológico.
-¿Estás de acuerdo?
-No lo había pensado yo así, pero me parece que sí, que tiene mucho de esta idea de una tortura psicológica que las dos mujeres van sufriendo. Y también me parece que el título, Las bendiciones, habla del mandato de estar bien siempre.
-¿Siempre en qué circunstancias?
-Cuando se tiene hijos, cuando no se los tiene, cuando se los pierde, cuando los hijos no salen como quieren, cuando las familias se derrumban. Se van tocando muchos temas en el libro que no tienen que ver estrictamente ni con los hijos ni con el puerperio. Se van tocando muchas etapas evolutivas de la mujer y de la familia en general como idea normativa de la sociedad.
-En este programa hemos venido entrevistando a una cantidad muy importante de escritoras. Varias de ellas coinciden respecto de que la maternidad no es esa cosa angelical, tipo Heidi o Disney, de la mamá feliz. Es dura, hay que sobrellevarla. Y, además, cuentan preferentemente historias de mujeres. ¿Sos consciente de eso?
-Sí. Me pregunté muchas veces por qué no hago personajes varones. Después, la respuesta me resultó bastante obvia en el sentido de que casi toda la literatura tiene personajes varones y casi todo el canon está escrito por varones. Me parece que sorprende que haya muchas mujeres protagonistas porque nunca tuvimos tanto lugar en la industria.
-Pero la tendencia se acentúa.
-Es un lugar acotado, de todas maneras, porque si mirás los grandes premios... Bueno, Argentina está bastante bien en este momento, siento yo. Pero, de todas maneras, siempre el porcentaje es muy chiquitito. La presencia, de repente, es algo a destacar o llama la atención, pero justamente por la ausencia que hubo.
-Sucede, sin embargo, que en esta novela los varones directamente no existen. La mujer narra la historia en primera persona y el marido la acompaña, pero prácticamente está todo el tiempo fuera de escena.
-(Sonríe) Sí, es una fantasmagoría el marido. Tiene que ver con la soledad simbólica que carga a veces la maternidad. Mi intención no era contar el lado B porque, bueno, yo soy mamá también y hay un montón de lado A.
-Pero el lado B es clave en la trama.
-Es que, si uno lograra transmitir un relato más integral, muchas mamás se sentirían también más acompañadas, más representadas y sería más fácil de sobrellevar para un montón de gente.
-¿Cómo insertás el hecho de que él no esté presente?
-Mi intención no era que él fuese un mal marido, estrictamente hablando. Igual, en alguna otra entrevista me dijeron: ¡pero es un pésimo marido! Y yo digo: es un marido promedio (risas).
-¿Cómo es eso?
-Es un marido que acompaña, que está como puede, que va a trabajar, que viene, que le pregunta cómo estuvo y no más que eso.
-O sea, quiere decir que todos nosotros, como maridos promedio, somos horribles (risas).
-¡No, no! Lo pésimo lo ponen los lectores. Yo pensé en un marido promedio. Ese fue mi intención, ¿no?
-El marido, según decís, no es mal tipo, está, viene y te trae facturas. ¿Cuál sería un buen marido, entonces, Eliana?
-No se trata de un buen marido, sino de que, realmente, fuera de chiste, se entienda que ser padre no es acompañar a la madre. Lo que se pide es que la carga mental se distribuya, que el marido sea lo suficientemente responsable para que la madre no tenga que estar vigilando que él se ocupe cuando ella se lo pide. No es pedir ayuda.
-¿Qué es?
-Que la responsabilidad sea cincuenta/cincuenta, ¿no? Ahí está el quid de la cuestión.
-De lo contrario se transforma en otro hijo. Se trata de no decirle qué tiene que hacer.
-¡Claro! Yo me relaciono mucho con muchas mamás y me río cuando el marido se queda con los hijos y lo tienen que llamar para decirle dónde están las medias del cajón, cuánto hay que ponerle a la mamadera, dónde está el número del pediatra porque le pidieron que llame.
-De manual.
-Ahora se está hablando mucho de la carga mental. Lo que yo no sé es cómo se distribuye realmente. Porque es mental. No hay un botón.
-Lo describe muy bien la situación de tu protagonista.
-Esta mamá tiene en la novela la carga mental y además tiene el terror del puerperio, que es intransferible, además. Hay una imposibilidad química, biológica, lo cual es muy complicado también.
-Se habla hoy de que los padres deben acompañar. Se lo puede hacer de la mejor manera posible. Pero hay algo que, como decís, es intransferible: la parte física. La mujer pone y padece el cuerpo, padece la cicatriz de la cesárea, tiene que dar la teta y administrar la leche, se le vienen encima los kilos. ¿Cómo viviste vos todo eso?
-Yo tengo dos hijos. En lo particular, recuerdo el primero de mis embarazos, cuando me quedé con el bebé en casa.
-¿Qué te afectó ahí?
-A los cinco días mi marido volvió de la licencia de paternidad. Recuerdo el terror de quedarte, de repente, sola ocho, diez horas y no tenés ni idea qué hacer. Te duele el cuerpo y te pasan cosas que no entendés. Te pasan cosas a vos, le pasan cosas al bebé.
-Un momento inaugural.
-Hay ahí una situación muy intransferible. Pero me parece que más que acompañar a la mujer, la palabra es comprender y tratar de poner el cuerpo todo lo que se pueda.
-Lo que decíamos, se trata de poner el cuerpo.
-Porque también hay una comodidad en esto de decir, bueno, vos das la teta, entonces levantate todas las veces. O el bebé quiere estar con vos; llora si lo agarro yo. Y la madre no es biológica, porque hay muchas mamás que maternan y no son mamás biológicas. Entonces es un rol la maternidad también.
-Un rol que, como tal, no siempre se pone por delante.
-Me parece que asociarlo tanto a la biología después complica un poco la ecuación porque pareciera que sos más mamá si el bebé tiene una relación física estrecha.
-Una pregunta muy básica, de café, a partir de tu novela. A una mujer embarazada, cuando le empieza a crecer la panza, ¿pasa a sentirse gorda, fea, tanto ahí como después de parir? ¿Es bravo eso o no?, porque para algunos puede representar una bendición.
-Las dos opciones son válidas y me parece que lo maravilloso de no generalizar es eso, aceptar todas las experiencias porque, por ejemplo, yo no me sentía en ningún momento fea. Al contrario, me sentía mejor a pesar de que nunca estuve tan gorda. La verdad, engordé un montón (ríe).
-Pero no siempre es así.
-También es válido sentirse mal. Y la obligación de disfrutar, la obligación de estar siempre bien, la obligación de no quejarte en el embarazo, en el puerperio, me parece que es durísima.
-Justamente. Ese mandato está en tela de juicio.
-Tenés que estar bien porque estás embarazada y te pasa de todo. Y hay mamás que estarán bien y hay mamás que no. En ese sentido, en la novela, Nadia, en un momento, compara la cicatriz que le quedó con la de una gata mal castrada.
-Sí, una relación que tiene su peso.
-A mí me pareció una imagen muy divertida porque ella se había reído de la gata muchos años y de repente le pasaba eso. La maternidad te obliga a tomar contacto con el cuerpo. No hay manera de esquivarlo.
-Perdón por generalizar, pero da la impresión de que ustedes, las mujeres, tienen una mirada sobre el resto de las mujeres que es tremenda. Miran con una lupa, les pasan el escáner a las demás. Se ve al principio de tu historia, cuando Nadia no deja de señalar cada detalle en la imagen de Diana: las canas, las arrugas, los gestos de cansancio.
-(Sonríe) Yo creo que es algo que se está tratando de cambiar, pero sí. La bendita frase de "no se habla del cuerpo ajeno". Hay veces que te mordés la lengua para salir de lo aprendido.
-Pero se hace igual, aunque inconscientemente. Comparás quién tiene dos kilos de más, si una está más flaca o más gorda, cómo están los músculos, etcétera. Es inevitable, ¿o no?, aunque no se hable de eso.
-Inevitable, no creo. Tengo la esperanza de que no suceda en las generaciones futuras. Nosotras estamos muy mal chipeadas. Las chicas más jóvenes tienen otro chip y viven más cómodas, también, con eso.
-¿En qué te basás?
-El otro día me invitaron a dar una charla en relación al Día de la No Violencia Internacional por las Mujeres. Había cuarenta chicos. Me sorprendió enormemente lo que sabían de ESI (educación sexual integral). Y el nivel de discusión en ese momento en el secundario era impensable.
-¿Cómo era la charla?
-Yo les leía fragmentos de novelas muy maravillosas con relación a la violencia. Y surgían temas muy rápidamente. Los pibes estaban en cuestión. Entonces digo que por ahí somos nosotras las que todavía estamos un poquito cableadas a la vieja usanza.
-Volvamos al título de tu novela. Así como le pusiste Las bendiciones, también le podrías haber puesto Las obsesiones.
-(Ríe)
-Sobre todo porque trata de la obsesión de Nadia por saber e interpretar la vida de Diana. ¿Por qué eso? ¿De qué se alimenta esa compulsión?
-En el post que compartiste en Instagram, donde dice que es una forma de exorcizar sus miedos, está la clave de la obsesión. Ella cree que si entiende la historia de la otra mujer puede no repetirla. Pero en vez de entenderla, lo que hace es inventarla, obsesionarla.
-Claro, en vez de avanzar, como que retrocede.
-Yo creo que en la novela nunca tenés muy claro qué es verdad y qué no, porque todo se construye a través del rumor, de la fantasía, de la invención y de los datos que ella logra recuperar. Pero nunca sabés dónde estás bien parado.
-Además, es una obsesión que la lleva a meterse en la vida de la otra, a querer buscarla y encontrarla. ¡Empieza a escarbar el departamento persiguiendo cosas escondidas de Diana!
-Sí, sí, sí, hasta las últimas consecuencias. Eso sí tiene que ver un poco con la soledad que ella atraviesa y con tratar de radiografiar cómo una vida hermosa se puede ir al tacho en dos minutos.
-Vidas en tránsito...
-Porque, en definitiva, lo que a Diana le pasa es que se muda al departamento con toda la ilusión de la familia de revista y de repente su vida se va cayendo a pedazos y nunca logra recuperarse. Entonces, la protagonista de la novela quiere saber qué pasó, para no repetir, como si eso fuera estrictamente posible.
-A vos te han dicho que tu novela es una especie de thriller. Al mismo tiempo, se nota aquí la mecánica típica del cuento de terror, ese en el que llegás a una casa o un departamento cualquiera, que terminan estando embrujados y se empiezan hacer presentes los fantasmas.
-Sí. Y también para mí está llena de fantasmas. De hecho, en un momento Nadia dice: desde que me mudé a este barrio todos son fantasmas. Porque ella está tan sola que todo se le construye como una imagen difusa. No hay nadie realmente. Eso habla un poco de la soledad en la que vivimos.
-Soledad contemporánea.
-Hay gente ocasional con la que uno comparte todo el tiempo, pero es difícil romper la pared y comunicar lo que uno necesita cuando el otro no está en la misma.
-Hablando de esta soledad en la que vivimos, ¿vos sos amiguera? ¿Tenés muchas amigas?
-Sí, soy muy amiguera (ríe). No soy un ejemplo de soledad, porque me parece un valor fundamental la amistad. Se la pasa mal en soledad. Ni te digo cuando maternás, ¿eh?
-Y cuando te juntás con las amigas, ¿le sacan el cuero a todo el mundo?
-A todos los maridos.
-¡Obvio!
-(Risas) Vos que sos cinéfilo, ¿viste que está el famoso test de Bechdel? En casi ninguna película pasa que ninguna mujer esté hablando en las escenas de cosas que no tengan que ver con hombres.
-¿Y? ¿Cómo es la cosa?
-También es un mito esto de que nos reunimos y siempre estamos hablando del novio, del marido, de si me gusta tal o cual. Pasa totalmente lo contrario. Salvo que haya un hombre presente, en cuyo caso todas somos distintas (risas).
-Preguntaba porque la protagonista de tu novela es exactamente al revés que vos. No tiene amigas. No tiene familia. No tiene nada. Solo habla con la vecina del piso de arriba y con Carlos, el portero. Ni siquiera tiene diálogo con su papá, que es psiquiatra.
-Sí, me ocupé mucho de dejarla sola. Eso sí, fue muy intencional.
-¿Por qué?
-Porque quería representar también esta idea de la imposibilidad que a veces tenemos de salir al mundo y pedir ayuda. Es tanto el peso que ella tiene y la culpa de sentirse juzgada por no ser la madre que cree que tiene que ser, que no puede salir de ahí.
-Aplastada por la circunstancia.
-Es el mismo caso de las mujeres cuando son víctimas de abuso. Es la vergüenza de no cumplir con lo que la sociedad espera de vos lo que te pone en un lugar de no poder ser franca y pedir ayuda. Al no poder reconocerlo, eso era importante, porque seguramente cuando salga va a haber alguien. Pero no puede salir.
-Y nadie la ve.
-Nadie está atento. Por ahí ese nadie tendría que ser padre, marido, abuela, ¿no? Alguna amiga. ¡Alguien! Nadie está atento. ¿Qué pasa ahí?
-Peor aún, porque ni siquiera se mete en las redes, donde, cuando estás solos, empezás a ver gente, por lo menos, a seguir a los tuyos.
-Ni en las redes entra ella. Pero te sentís peor, ¿no? Las redes también son una vidriera que nos destruye, sobre todo cuando estás en un mal momento. Imaginate un mal puerperio y entrar a las redes a ver cómo todas son las mamis del año. Es un tema.
-A Nadia las situaciones la van atropellando. Tiene poca capacidad de reacción. Incluso, cuando se hace un test de embarazo, pareciera que pasó un ángel y la fecundó, porque nada da una señal en esa dirección.
-Es un poco esta idea de eso, de nunca saber en dónde estás pisando en la novela. Hay algunas escenas donde se cuenta un encuentro entre ellos dos, con el marido, pero, bueno, probablemente la conexión más real no está funcionando. Y permitime hacer futurología.
-Permitido, claro está.
-Si hubiera una segunda parte, yo digo: ¡ay Dios!, ¿cómo seguirían estos dos?
-Entre otras cosas, nos encantaría conocerle la cara al hombre.
-A Martín. Hay lectores que han pensado que estaba muerto. A mí nunca me lo pareció.
-Coincidimos. No hay ningún indicio.
-Pero es tal su ausencia que lo están duelando (sonríe).
-No, pobre, si algunas veces hasta sale con el niño de la mano.
-Aparece, aparece. Alguna vez lo lleva a la plaza.
-Nadia se hace todo el tiempo la pregunta natural de esta trama: ¿seré una buena madre? Seguramente todos los que somos padres nos planteamos la misma duda. ¿Tiene el mismo peso ese interrogante en hombres que en mujeres?
-Nos preguntamos los dos, seguramente. Quizás las madres con un poco más de obsesión porque, justamente, el peso de la maternidad es mucho más difícil de sobrecargar.
-Decinos porqué.
-Yo siempre me quejaba de que hay una doble vara, porque vos tenés que ser madre, tenés la obligación de ser madre, porque si no algo raro te pasa. Pero ni bien sos madre, tenés la obligación de volver a funcionar como una persona que no tiene hijos.
-Como si nada.
-Ese doble estándar es matador porque tenés que volver en tres meses a trabajar, espléndida, flaca, sin quilombos hormonales. Empiezan con eso de tenés que despegarte del bebé, tenes que tomar aire, tenés que recuperar tu espacio, tenés que salir sola con tu marido y no sé qué. Es imposible de abarcar.
-Otra vez, el peso de la sociedad.
-Además de que tenés que criar al chico estimulado, sano, con comida, esto y lo otro. Nada. No quise meterme en esto, porque no es un libro ni sobre puerperio ni sobre maternidad; no soy ni filósofa ni psicóloga ni socióloga. Pero había algunas cosas que eran inevitables. Al poner un bebé sentía que iban a pasar igual.
-¿Estás casada?
-Sí, estoy en pareja.
-¿Y qué dice él cuando lee este libro?
-Yo me reía mucho porque me dice: me hiciste quedar como un pésimo marido. Y le digo: ¿por qué? ¿Por qué pensás que sos vos! (risas).
-Porque no hay manera de no pensarlo.
-Es que la gente, cuando te conoce, te anda buscando en el libro y dice: a mí no me parece que vos hayás vivido todo esto.
-¿Viste? Es de cajón.
-No tenés que leer así, pero, bueno, cada uno es cada uno (ríe).
-Ocurre habitualmente. Hace poco nos contaba Guillermo Saccomanno cómo muchos de sus vecinos de Villa Gesell lo increpaban por cómo los retrató en sus novelas sobre el pueblo. No hay manera de escaparle.
-Sí, no hay manera. Me pasó con mi novela anterior, que se llama 17 kilómetros, donde recuperé muchísimas historias.
-¿Qué contaste de cercano ahí?
-Yo vengo de un pueblo, Carlos Casares y crecí en la zona rural con mis abuelos. Iba y venía permanentemente. Y como la mayoría de los pueblos a los que dejó de ir el tren, desaparecieron. Entonces, cuando me instalé en la Capital, me había agarrado una fiebre de compilar todas estas historias, todas estas formas de vida.
-Ahí sonaste.
-Claro, ¡en el pueblo se hizo un revuelo que ni te digo! Y fue muy gracioso porque hay gente que se ofendió sin estar en el libro y gente que se sumó al libro.
-Se te metían por la ventana.
-Y vos les decís no sos vos ni por casualidad, pero ellos están convencidos de que sí. Todo esto me hizo reflexionar mucho sobre la construcción de la memoria.
-¿Cómo es eso, en tu caso?
-Hay específicamente una amiga mía con la que crecí y charlamos sobre un montón de recuerdos de campo. Ella me dice esto no era así. Y yo le digo esto es lo único que es verdad. Ahí tenemos nuestra discusión.
-Caramba. ¿Entonces?
-Que se trata siempre de ficción, por más que uno intente ser lo más verídico posible. Por eso digo, no soy una especialista ni en puerperio ni en maternidad ni se puede tomar esto como una guía para madres.
-Bien, vale aclararlo.
-Por eso también la novela se cuida mucho de presentar todas las contradicciones posibles para dejar lugar a que cada uno transite por ahí como lo sienta. No es una bajada de línea ni mucho menos en esta época donde todos sabemos todo. La literatura es un espacio para preguntas.
-De todos modos, nunca hay que confiar en los sobreentendidos, ¿no?
-Bueno, en una nota puse que había aprendido inglés gracias a una profesora chiquita y rabiosa. Y mi profe de inglés de toda la vida, a quien quiero mucho, no me habló nunca más, no volví a verla.
-Veamos, si una profe cercana a vos te dice eso, imaginate la reacción de la gente común y corriente, que comparte menos las reglas del juego.
-Es complicado, es complicado. Yo nunca entendía porqué los escritores no quieren que la familia, los amigos los lean. Y es por eso. Es preferible tener un lector anónimo que no ande sacando conjeturas.
-La narradora tiene un padre que es psiquiatra y, pese a todos sus conflictos, no se dan mucha bolilla. Ella dice, al respecto, que "cuanto menos sabemos de nuestros padres, más los queremos". ¿Es así?
-Yo también me pregunto si es así. Pero siempre me llama la atención el hecho de que uno conoce a sus padres solo como padres. Y a mí me parece bastante fascinante pensar cómo son los padres cuando no son padres. Cuando crecés, parece que no hay vida por fuera de vos.
-Hasta que te das cuenta de que hay otras dimensiones.
-Después, a veces, te enterás cosas de tu padre tan maravilloso o de tu madre tan maravillosa, que en el mundo exterior tienen otra faceta. Puede haber un quiebre ahí. También lo mismo con los hijos, ¿no?
-Es la pregunta que sigue: ¿queremos saber todo lo que hacen nuestros hijos? Es nuestra obligación, pero quién sabe si está bueno.
-Es nuestra obligación, sin duda, al menos por unos largos años. Pero después también hay que saber correrse. Eso es lo más complicado, querer dirigir hasta el final.
-Hay un concepto, en tu libro, muy significativo. Dice: "Una madre es como un repositor de supermercado. Lleva una máquina de etiquetas, de esas que pegan rectangulitos fosforescentes verdes o amarillos, pero, en lugar de precios, pone palabras sobre los hijos".
-Eso para mí es muy cierto. El peso que tiene la palabra de la madre en cierta instancia es mayor que todo lo demás. Después empiezan a jugar otros factores, pero como trabajadora de la palabra, tal cual me considero, me parece que a veces no reflexionamos realmente sobre lo que estamos diciendo cuando decimos. Y mucho menos con los hijos, que somos también.
-Exacto, somos padres y también somos, o hemos sido, hijos.
-Yo todavía, como hija, me considero tan vulnerable a la opinión de mamá. Es inevitable, cuando uno se la manda o no se la manda, saber qué va a pensar mi mamá de esto.
-¿Tu mamá era jodida, te marcaba mucho la cancha? ¿Cómo ha sido tu vieja?
- Y… mi vieja es estricta. Sigue siendo. Me río porque, cada vez que la veo, me dice: estás dos kilos más gorda, estás más flaca, etcétera. Con la primera mirada ya me manda a guardar. En un minuto, ¿viste? Antes de darme un beso ya me tira una tipo estás despeinada, ese pantalón está feo... ¡Qué difícil!
-Y en cuanto a vos, ¿sos jodida con tus hijos en esa misma línea?
-Intento no. Veré cuáles van a ser mis problemas. Pero es complicado, porque uno tiene la costumbre de corregir a los hijos todo el tiempo para intentar educarlos.
-Lógico. Los padres quieren que sean como ellos disponen.
-Exactamente. Y no te das cuenta tampoco de que ellos ya vienen con algo y que, en un mundo tan cambiante, las respuestas que nosotras tenemos como mamás son muy provisorias. Es mejor, a su vez, dar lugar a que ellos exploren rapidito, pienso.
-Un oyente pregunta si has visto la película The Help, que cuestiona el racismo de los años sesenta entre empleadas domésticas de color y las esposas de empresarios.
-Sí, la vi. Y leí el libro. Me pareció muy interesante, hermosa. El libro también. Soy bastante adepta al club “feel good”, de pasarla bien. Pero después una actriz de color decía que este tipo de películas refuerzan el estereotipo al presentar siempre a las blancas buenas.
-Interesante objeción.
-Porque, según ella decía, de alguna manera miran hacia afuera y reconocen la ayuda y el valor, pero nunca cuentan la historia desde la perspectiva correcta. Comparto mucho esta mirada, que responde un poco también a esto que decías vos de por qué las mujeres contamos historias de mujeres.
-Lo cual, al mismo tiempo, está reflejado en tu libro.
-Sin querer, ¿no? Es algo que me preguntaba porque mi literatura está llena de mujeres. Y digo: es natural, porque es la forma en la que yo veo el mundo. Soy mujer. Y cuando cuento sobre personajes varones, intento acercarme.
-Con resultados poco alentadores, por lo que vimos.
-Por eso yo le decía a César, que es mi pareja desde hace veintitrés años, hemos crecido juntos; hay confianza, pero le decía que es muy difícil para mí, por ejemplo, si yo tuviera que contar la paternidad.
-Igual has hecho el intento.
-La verdad es que uno la ve desde este lado, aunque seguramente los hombres tienen también sus miedos, sus terrores, sus motivos. Pero, bueno, que se ocupen también ellos de contar otra cosa, por ahí.





