El sol da los primeros rayos del día y un grupo de hombres y mujeres camina por el laberinto de casas que conforman el barrio popular Campo Papa. Varios de ellos, ex adictos, en una suerte de revancha, ahora patean el barrio intentando "rescatar" a los "piperos": niños y adultos que fuman cocaína, la nueva moda que se infiltró entre personas de bajos recursos.

Al frente de la cruzada está Jesús, y ocho mujeres: Johana, Valeria, Florencia, Nancy, Cecilia, Rocío, Lía y Elena. Son los responsables del “Hogar de Cristo”, uno de los pocos espacios de contención en la zona.

Jesús Morales, conversa con Diario UNO en un recorrido por el barrio. Dejó la droga hace diez años. Desde hace nueve, el sacerdote católico que fundó el hogar le encomendó la responsabilidad de dirigir el grupo de varones con consumos problemáticos.

Cuenta que actualmente van 30 jóvenes a limpiarse, que aprenden oficios como carpintería o cerámica, y, lo más importante, se alejan de las "malas juntas".

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El Hogar de Cristo recibe a 30 chicos con consumo problemático todos los días. Los martes y jueves entregan leche y tortitas a 200

El Hogar de Cristo recibe a 30 chicos con consumo problemático todos los días. Los martes y jueves entregan leche y tortitas a 200 "peques" del barrio.

En las callecitas de tierra que conforman el barrio, de viviendas bajas, poca sombra, los "pibes" se drogan a plena luz del día. "Hoy lo más común -explicó-, algo que antes no se veía en el barrio, es ver a niños de 11 y 12 años consumir cocaína”. La forma en que la consumen es fumándola, después de hervirla en clorhidrato de cocaína con amoníaco o bicarbonato de sodio. Es mucho más barata, una piedrita sale $500.

El transa, en este barrio y en otros, la vende ya lista. Los "piperos" o "luciérnagas", como se les llama, la compran y la fuman en una pipa. La droga viaja en milésimas de segundo a los pulmones, y tan rápido como llega, genera una euforia intensa que se apaga en apenas cinco segundos. El resultado es un efecto dominó que obliga a seguir consumiendo y es difícil -casi imposible, dicen- de frenar.

Para entender el “pegue”, como llaman al efecto del narcótico en el cuerpo, Franco, uno de los chicos en rehabilitación, cuenta: "Fumarla es como si la inhalaras, pero con una diferencia: le das un 'pipazo' y siento 100 veces más que si la inhalo. Te pega cinco segundos y necesitás otro pipazo, y otro, y otro, sin parar”.

“En algún momento te quedás sin droga. Ahí es cuando empiezan los problemas y te la mandás. Salís, le das un 'cañazo' a alguien, le sacas un teléfono y hacés 50 lucas en el transa, y así empieza todo nuevamente. El cuerpo te pide", dijo.

La historia de uno de los chicos en recuperación

Franco tiene 33 años, estuvo un año en Córdoba rehabilitándose. Volvió al barrio y se contactó con Jesús, para dar una mano y también como parte de su "proceso". Se entusiasma con hablar con este medio, busca ser un ejemplo de superación, mostrarles a los chicos perdidos en la droga, que se puede salir.

Comenzó a consumir a los 13 años, a los 14 empezó a "meter caño" para pagarle al transa, y a los 15 ya robaba autos. "Yo a los 14 ya andaba con chicos que tenían 35 o 40 años. Y andaban metiendo caño en las estaciones de servicio, en los minimarkets o robando autos. Un día les dije que quería aprender a robar un auto y me enseñaron".

"No me acuerdo de mi infancia ni de mi adolescencia. No puedo decir que jugué a la pelota, que iba a la escuela. No tengo ninguna anécdota de esas, y si te cuento una, me la estaría imaginando", confiesa, con los ojos brillantes como vidrios empañados. Su voz se quiebra de a momentos, y trata de soltar el nudo en la garganta tomando un mate.

Siempre se la rebuscó, pocas veces de otro modo que no sea al margen del delito. Todo para conseguir la plata para drogarse. Aunque tuvo trabajo en una construcción y en un casino. Con el tiempo lo fue perdiendo. “Mirá a lo que llegué”, se acomoda y cuenta.

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Franco tiene 33 años y cuenta su historia.

Franco tiene 33 años y cuenta su historia.

“Una vez compré una chequera. Fui con un amigo y compramos tres cargas de camiones en Ugarteche: una de zapallo, una de papa y otra de cebolla. Las llevamos a la Feria de Godoy Cruz y nos dieron todo el efectivo de las ventas. Malgastamos la plata y no le pagamos un peso al productor”.

“Nos van a buscar a la casa de mi amigo, entonces él los manda a la casa de mi suegra, donde yo vivía. Como no me encontraban y me llamaban por teléfono, yo les decía: 'No te voy a devolver la plata'. Entonces, se llevaron a mi hijo y lo tuvieron secuestrado durante cuatro horas”, continúa.

“Estaban esperando que yo les diera el dinero y nunca lo hice. Le dije: 'Si querés, matámelo. Pero hagamos un ojo por ojo, y aunque sea, dame las tripas para enterrarlo'”, sentenció a los captores.

“Bueno”, continúa, “me devolvieron a mi hijo. Parece que no querían el ojo por ojo”. No lo dice con arrogancia; le avergüenza recordar esa parte de su vida y mira hacia abajo.

-¿Estabas dispuesto a perder a tu hijo? Pregunta este periodista.

-Sí, en ese momento, sí.

Años más tarde, asegura que su vida cambió desde que llegó al Hogar de Cristo. "Ahora estoy bien, y cuando estoy mal me refugio en los chicos, que siempre están para uno. Hay mucho acompañamiento en lo espiritual y en lo sentimental. También en lo que es el trabajo, entendí que el trabajo dignifica. Acá aprendí carpintería, me enseñaron a pintar, y un montón de cosas más. Yo antes no tenía noción del trabajo, había perdido los hábitos", concluyó.

Una familia que es testigo de los estragos que deja la droga

Otra historia contó una señora que escapaba del calor que hace dentro de las casas en una de las calles sin nombre que se topa con la calle Chuquisaca. Estaba con la familia completa. Es lo normal. Acá, cada esquina está ocupada por una silla. Esa silla le sigue otra, y así hasta contar varias. Viejos y jóvenes, comparten un mate, una tortita o un tereré, a la sombra de algún árbol. El sentido de comunidad entre los vecinos es palpable y se siente en cada conversación. Todos tienen su apodo.

"Esto nunca fue así -se queja una señora de 70 y pico-, la juventud está perdida, empiezan a drogarse a los diez años. Tienen que estar jugando a la pelota en la plaza, yendo a la escuela, pero no, desde muy temprano se queman el cerebro".

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El interior del Campo Papa.

El interior del Campo Papa.

"Desde que llegué acá, hace aproximadamente 30 años, nunca vi que se drogaran al aire libre como ahora. Ahora se ponen en la esquina y empiezan a fumar porro o cocaína. A veces les digo: 'Chicos, vayan para allá', porque yo tengo un montón de nietos', pero ¿para qué? -se pregunta con resignación-".

Esta mujer habla de cómo la rutina del barrio cambia drásticamente cuando hay un tiroteo. "Son comunes; han disminuido un poco, pero antes del famoso allanamiento no salíamos ni a la calle, era una guerra todos los días. Ahora, bueno, acá está todo tranquilo, pero en unos minutos la cosa puede cambiar y ponerse tensa de repente".

-¿Qué pasa en esos momentos de tiroteo? ¿Qué hacés con tantos niños en tu casa?

-Nos metemos todos adentro. Cuando se arma el tiroteo, las balas van para cualquier lado. El sonido es horrible; a veces te das cuenta de que son armas grandes y eso te desespera. Nos tiramos al piso y nos abrazamos, esperando que ninguna bala entre en la casa. También lo pasamos mal durante los operativos, que son muy necesarios. Los chicos se alteran mucho.

-Perdiste varios nietos por la droga...

-Es terrible. Uno quiere ayudar, pero es muy difícil. Llega un momento en que ellos vienen y te dejan la casa vacía, te sacan todo, y no sabés qué hacer, cómo reaccionar. Intenté llevarlos a lugares de internación, pero, lamentablemente, después vuelven al barrio y todo lo que hiciste no sirve de nada. Uno de mis nietos llegó a un punto en el que, de tanta droga, empezó a tomar pastillas, y un día me levanté por la mañana para trabajar y se había colgado.

Fumar la cocaína provoca mayor daño que inhalarla

El daño que genera está a plena vista. Niños con la costillas marcadas, con las vértebras de la columnas casi al aire, bracitos que no superan el grosor de tres lápices juntos. En noviembre pasado, Diario UNO publicó una entrevista con Manuel Vilapriño, director de Salud Mental. En ese momento, explicó que "el cambio en la forma de consumo, del inhalado al fumado, provoca un deterioro en la salud mucho más rápido y una mayor compulsividad".

Con esto se refiere, a lo mismo que contó Franco, en cuestión de segundos, el cuerpo vuelve a demandar la droga, y lo hace en cantidades cada vez mayores.

Cocaína fumada
Imagen ilustrativa. La cocaína fumada se volvió una moda en los barrios por su bajo costo.

Imagen ilustrativa. La cocaína fumada se volvió una moda en los barrios por su bajo costo.

El panorama se agrava, porque estamos hablando de niños de 10 años.

"Para que tengas una idea", comenta uno de los chicos en recuperación: "Empecé a consumir cocaína a los 13 años. La dejé a los 32, pero en los últimos tres meses de consumo me pasé a fumarla y, en ese tiempo, sufrí dos paros cardíacos"

Los primeros pasos del Hogar de Cristo

"Cuando el sacerdote Maicol abrió el Hogar de Cristo, esto eran sólo un par de ranchos", recuerda Jesús. El cura se daba cuenta de que el barrio era tierra de nadie. Ve lo mismo que ahora, la droga se vendía como caramelo; “nosotros fuimos construyendo los baños, una pieza, el comedor, la cocina, de a poco a pulmón”.

El cura después abandonó la Iglesia, hizo su familia y se fue. “Pero nos dejó a nosotros encargados”.

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Un rinconcito de lo que es hoy el

Un rinconcito de lo que es hoy el "Hogar de Cristo".

Son optimistas para este año, y una de las metas que se han propuesto es construir un primer piso con cuchetas. "Sin la ayuda de nadie se complica. Queremos que los chicos vengan a dormir acá", dicen.

Uno de los pilares de la contención que realizan, es la escucha: "El adicto tiende a encerrarse, a ocultar sus emociones. Entonces acá los escuchamos. Y es una escucha con códigos".

Lo que cuentan los chicos que van, queda entre las cuatro paredes del hogar, y explica porqué: "Si un chico te confía lo que le pasa y después recae de nuevo en las drogas y vos lo traicionaste, porque lo vendiste con su familia o lo que sea, ese chico no vuelve más. Acá no juzgamos a nadie, ni queremos señalar a quién es transa y quién no, quién es adicto y quién no, nosotros estamos para escuchar y darles las herramientas que tenemos a mano para que elijan otra forma de vida".

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El espacio de escucha, una de las herramientas más importantes que utilizan para trabajar con las personas con problema de consumo.

El espacio de escucha, una de las herramientas más importantes que utilizan para trabajar con las personas con problema de consumo.

"¿Sabés qué? Acá hemos recuperado a varios", afirma Morales, mientras se despega los labios de la bombilla del mate y comienza a contar una historia. "Acá vivía un pibe, el 'Chanchita', que fue un referente. Creo que fue el primer recuperado que pudo salir después de muchos años. Tenía 45 años y había estado 25 en cana. Era renguito y tenía la pierna desfigurada por balazos. Sin hijos, sin vida, sin nada", ejemplifica.

"Vos lo mirabas -continúa- y decías, ¿qué podés hacer con él?' Pero el flaco, hoy en día, tuvo su proceso, con una lucha muy larga. Y ahora está como referente en un lugar como éste pero en Bariloche. Dejó toda esa vida de mierda y ahora está allá. Y nos hablamos: 'Che, te tengo un pibe para mandarte que está fusilado como vos'. Nos jodemos. 'Claro, claro. Mandámelo'. Y le sacamos el pasaje y él lo recibe allá y lo acompaña".

Por eso, piensa, "esos que hablan de exterminarnos, como nos dicen despectivamente, no saben nada, acá con un poco de cariño y compromiso, cualquiera puede cambiar. Faltan recursos".

Johana, una de las coordinadoras del Hogar de Cristo, contó la historia del centro. El lugar nació en las villas de Buenos Aires, como respuesta a "que se veía cada vez mayor el consumo y, sobre todo, de peor calidad".

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Johana, una de las profesionales que trabaja en el Hogar de Cristo.

Johana, una de las profesionales que trabaja en el Hogar de Cristo.

"Lo que se necesitó fue un espacio, un dispositivo que acompañara y ayudara a esas personas. "Así es como nace acá, en Mendoza nuestro centro barrial, que forma parte de la Iglesia Católica de Mendoza. A medida que pasa el timpo, vamos escuchando las necesidades de la gente. Entonces, así vamos incorporando nuevas propuestas y otras se han venido dejando de lado, que tal vez no respondían a la necesidad de ese momento".

" Lo primero que hacemos nosotros es escuchar, para nosotros es primordial. A partir de ahí, lo que se busca es formar un vínculo con la persona. Le ofrecemos una ayuda y nos interiorizamos en su problema y vamos viendo qué solución le podemos dar. A partir de ahí, empieza el camino de desarrollo personal", explicó.

"La idea es poder promocionar a la persona en todos sus aspectos: espiritual, laboral, social y de salud física", explicó para finalizar, la tarea que llevan a cabo en el Hogar de Cristo.

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