Abandonado por aquellos a los que supo apoyar, Julio César Pose, en su libro El Agente, cuenta una parte de lo que fue su vida como agente secreto en una especie de revancha, sabiendo que hoy por hoy no tiene mucho qué perder.
Lee un fragmento de El Agente, el libro de Julio César Pose
Era una tarde de septiembre de 2020. Faltaban treinta y siete días para que me condenaran. A uno de mis celulares llega el enlace de una nota periodística. Me piden que mire urgente. El tono del mensaje esimperativo: “Urgente” está escrito con mayúsculas. Abro el artículo y veo que contiene una serie de fotos mías. Advierto otro mazazo: “Fuentes consultadas por Clarín dijeron que Julio Pose sería ‘La Morsa’”.
De repente, siento que la nota me grita. No sé cómo explicarlo, pero es algo horrible. Me muevo sin sentido en el living de mi casa. Revoleo piñas al aire. Necesito descargar la ira. Empiezo a caminar en círculos. Doy pasos lentos, pesados, con una bronca que nace del estómago. Pienso cosas horribles. El tiempo se suspende.
Indignación. Oscuridad. Me dan ganas de gritar, sin embargo, me quedo mirando la nada.
De fondo, el televisor me ametralla con noticias vespertinas. Escucho sonidos monocordes. Todo pasa de manera brutal en cámara lenta. Es una película de terror. Literalmente, me explota la cabeza.
¿Enloquecí?
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
Un rato después de hacer clic en la nota de Clarín, cuando más o menos recupero el eje, en lo primero que pienso es en averiguar de dónde viene el manotazo. Empiezo a llamar a mi gente para que se mueva. Me comunico con la periodista que escribió el artículo. Le digo que me explique por qué publica una cosa así a pocos días de un fallo judicial. Tengo la cabeza al borde del colapso ante un sinfín de preguntas que me brotan.
¿Me hunden a mí para salvar a quién? ¿Quién me hizo la cama? ¿Quieren lavarle la cara a Aníbal Fernández? ¿Así? ¿De esta manera tan obvia? ¿Me usan para darle un mensaje a la DEA? ¿Se están cobrando viejas cuentas con Sala Patria?
Entre tantos interrogantes, de algo no tengo dudas: salir en el diario te mata. Exponer de ese modo a alguien que vive del secreto es como pegarle un tiro. No uno cualquiera: un tiro de gracia. En definitiva, el mundo es cruel. A pesar de todo, acá estoy. Con ganas de dar pelea.
Ah, me olvidaba: mi nombre es Julio César Pose. Y hoy escribo desde mi casa, cumpliendo prisión domiciliaria. Creo que, por fin, llegó la hora de ajustar algunas cuentas.
Cosa rara: el que escribe estas líneas vivió durante más de treinta años del secreto y la nula publicidad de sus acciones. Se dedicó a ser un fantasma, una condición sine qua non para cualquier espía, tanto como saber interpretar diferentes identidades, dos cualidades que se retroalimentan.
Por ello, cruzar esta línea me cuesta, casi que va en contra de mi naturaleza. Aquel día, esa nota periodística, la injusta condena que padecí luego y la negación de aquellos para los que había trabajado son los motivos de fondo que me empujaron –incluso podría decir que me obligaron–, tres años después, a tomar la decisión de escribir este libro, al que no me animo a llamar “memorias”. Tal vez, lo más apropiado, sea considerarlo como parte de un diario: el diario de un agente de inteligencia.
A lo largo de muchos años sentí que cada paso que daba estaba protegido por la Justicia, las fuerzas de seguridad y la DEA, la principal agencia antinarcóticos del mundo.
Andás con el pecho inflado, sabiendo que no te puede pasar nada dentro de la ley. Sin embargo, en un chasquido, te das cuenta de que habías vivido equivocado. De la nada, quedás pedaleando en el aire.
Ante todo, estimado lector, dejemos algo en claro: no fui un buchón ni un informante, como me describe despectivamente la prensa. A lo sumo, un mercenario o un topo, según como se lo quiera ver. Un busca en el mundo de la inteligencia del más alto nivel.
Los buchones entregan a sus propios compañeros, igual que los informantes, que son aquellos integrantes de las bandas que se convierten en delatores. Los quebrados, como se los conoce, actúan así por diferentes motivos, pero no soy uno de ellos, yo salía a buscar los laburos y los presentaba –otros me los pedían–. Me infiltraba donde me decían y, después, cobraba.
el agente, julio cesar pose.jpg
Si me preguntan, prefiero que me vean como un freelancer. Alguien que trabajaba al límite y era realmente bueno en lo que hacía. Si no, que me expliquen por qué me buscó la SIDE para el Caso AMIA, la DEA o la inteligencia alemana.
En el inframundo del delito, muchos me conocen por mi seudónimo: el Gitano. Aunque en la SIDE era Jorge Posadas. Y para los yonis, ni más ni menos que un infiltrado. Uno de los mejores.
Extraer información en el mundo del delito complejo se convirtió en mi especialidad. Puede parecer tarea sencilla, pero para hacer carrera en el mercado de la información hay que ser confiable. Y eso no se logra así nomás, ni de un día para el otro.
Con los años entendí que a mí me llamaban para hacer los laburos que otros no podían o no sabían llevar a cabo. Me infiltré en cuanta banda de narcotraficantes había. Lo hice en Argentina, en la Triple Frontera y en países como Bolivia, Guatemala, Panamá y en Europa Oriental, solo por dar algunos ejemplos. Empecé hace mucho tiempo, cuando las fuerzas de seguridad no estaban formadas para un trabajo de esa magnitud. En ese momento entraba gente como yo, que si bien no tenía nada que ver con la Policía ni con la Gendarmería, resultaba confiable.
Me infiltré tanto a demanda como por las mías, a partir de algún dato al que había accedido. En esos casos, la jugué siempre de mercenario. Se trataba de trabajos que la Policía Federal o cualquier otra fuerza de seguridad en Argentina no podían realizar por ley, por lo que necesitaban un agente externo. Ese era yo.
A saber: la confianza en este mundo se construye con trabajos y con datos chequeables, como nombres, patentes, domicilios o el seguimiento de una persona, cuando es necesario que esta sea “caminada”, como suele decirse en la jerga. Por eso, el mejor halago que pueden proferir cuando preguntan por mí es: “Julio maneja información”. En este palo, manejar data es tocar el cielo con las manos.
Para que se comprenda: ni la Policía, ni la DEA, ni la AFI ni ninguna otra agencia por el estilo tienen la bola mágica. Necesitan que tipos como yo les marquen objetivos A1 o A2. ¿Qué esperás a cambio? Que te crean e investiguen a fondo las líneas que les indicás. Los trabajos de inteligencia son como castillos de naipes: si una sola carta está mal puesta, se cae todo.
Hay dos formas de saber si un trabajo fue exitoso: o el resultado final es positivo y se incautan drogas y armas; o, lo que es mejor, se accede a mayor información que complejiza el cuadro inicial. Esta última es la única manera de ir por los jefes de los jefes. La información es el botín más preciado en cualquier trabajo de inteligencia.
En este rubro, a la historia la enriquecen los que trabajamos a fondo, sin especular. Y en Argentina somos pocos. Tal vez por eso somos boicoteados por gente que se sienta en un escritorio y hace dos o tres cursos sobre inteligencia o tiene un título que los lleva a pensar que se las saben todas, y no es así.
Atrapante, adictivo y traicionero. Así es el mundo en el que me moví durante casi cuarenta años. El mundo de la información. No puedo decir que me costaba: admito que me salía fácil circular por ahí. Tal vez, en alguna de mis facetas personales, era como los tipos que investigaba. Si no, me hubiera resultado imposible mimetizarme entre narcos y terroristas. Hoy pienso que trabajar mucho tiempo en el universo del crimen organizado era algo así como mi destino. Estaba escrito en algún lado. Aunque esta historia termine mal. Pero cortemos con las palabras y demos lugar a la acción.
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