Su libro Esto lo puedo estar inventando es, literalmente, un diario de procrastinación. Un diario de cómo aprender a ser padre y de cómo, siendo hijo, afrontar el duelo por la muerte de su madre. Un Atlas Universal de toda la gente que conoció. Un tie-break con sus psicólogos. Un canto de pertenencia a Bahía Blanca. Etcétera.
Eso y mucho más. Pasen y vean.
En diálogo, desde Buenos Aires, para el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, Diego. ¿Dónde te encontramos?
-Estoy en mi barrio. Yo vivo acá, en San Telmo. Si querés, te tiro precisión: en la esquina de Perú y México, donde estamos tomando un café con mis hijos. Un ritual familiar que también es un poco lo que está en el libro. Costumbres de mi vida cotidiana.
-O sea que estás con Sol, Benito y Clementina.
-Sí. Clementina en el libro aparece poquito, ¿no? Es como un epílogo, de algún modo. Estoy con ellos, acá. Me están esperando. Pero los veo bien, así que podemos charlar largo y tendido.
-Como bien decís, Clementina aparece recién al final, pero Benito está en todo el libro.
-Es como un protagonista.
-¿Qué es tu libro? No resulta fácil encuadrarlo.
-El libro es muchas cosas a la vez. Pero de algo estoy seguro, definitivamente: es como un diario de paternidad. Benito es mi primer hijo y me atravesó mucho esa experiencia. Bueno, es una obviedad bastante grande. Tener un hijo es algo trascendental.
-Por más obvio que suene, ¿a vos cómo te pegó?
-Lo que pasó es que, mientras intentaba aprender o me sorprendía con la experiencia, también sucedía, al mismo tiempo, que mi vieja, mi mamá, estaba enferma, se estaba muriendo. Y toda esa situación me atravesó completamente.
-¿Cómo la fuiste manejando?
-A través de la escritura, que es lo único que hago más o menos bien o, ni siquiera bien. Es lo que hago siempre. Y empecé a escribir unos textos que tenían que ver con todo eso.
-¿De qué manera te ayudó?
-Con eso, de un modo directo o indirecto, aparecían un montón de otras cosas. Como, por ejemplo, la música.
-Que para vos es una cuestión etaria, también. En un momento sentís que estás entre el pasado, por el tango, y el futuro, por el trap.
-El tango aparece también como un nexo con mi viejo. O la música que escuchan los pibes hoy y que yo no la entiendo. Es una especie estadio entre dos generaciones: entre el adulto que tengo que ser y no quiero, y el niño que ya dejó de ser; y, a la vez, el reflejo de ver a mi hijo cómo crece, las preguntas que hace, las reflexiones que tiene. Un poco de todo esto está en el libro.
-Te voy a dar una mala noticia. El aprender a ser padre es una tarea no se termina nunca.
-Estoy seguro, porque las demandas van cambiando. Estoy seguro de que no se termina de aprender. Pero es divertido. Yo lo recomiendo.
-Vos decís que tu libro es un poco el diario de ser padre, pero hay una salvedad. Benito está presente a lo largo del texto, sí, pero la protagonista central es tu mamá. Desde el inicio mismo vas contando su enfermedad, su fallecimiento y luego las sucesivas apariciones en tu conciencia, durante la elaboración del duelo. O sea, es el diario de un hijo. Lo titularía como “el diario de la muerte de mi madre”.
-Sí, es verdad, aparece así porque toda la época en la que escribí el libro fue, obviamente, un hecho trascendental. También un aprendizaje, ¿no? O un intento de aprendizaje, porque yo diría que el duelo es algo que te acompaña todo el tiempo.
-¿Cómo fue este proceso en tu caso?
-Vas teniendo diferentes etapas de comprendimiento de esa situación inexplicable que es la muerte de tu padre o de tu madre. Y yo, a través de la escritura, es la manera que tengo de procesar ese dolor.
-Pero tu libro no es necesariamente “doloroso”.
-Es que también trato de que, a través de la escritura, del humor, la cosa no sea solemne. A veces leía muchos textos sobre duelo, sobre la paternidad, que no me representaban porque eran demasiado eso, demasiado solemnes. No había humor y yo quiero naturalizar un poco eso.
-Interesante como camino sanador.
-La experiencia de la paternidad trato de no dramatizarla. Y la del duelo también. Ahí, un poco en ese límite, entre la ficción y la realidad, va el libro, porque el título también juega un poco con eso.
-Sí. Y en clave muy personal.
-Yo escribo cosas que evidentemente tienen que ver conmigo. O sea, tengo un hijo que se llama como ese que aparece en el libro. Pero también confluía con la ficción, con algunos recuerdos que aparecen un poco dibujados, inventados o modificados a partir de la escritura.
-¿Cómo es, a propósito de esto, tu proceso de escribir?
-Yo, cuando me siento a escribir, digo: bueno, voy a contar, no sé… de un verano en los años ochenta. Y después la escritura misma te invita a cambiar, a modificar y a meter la ficción en el medio del camino.
-Ya que estamos en estos temas, ¿has leído el libro El Duelo, de Gabriel Rolón? Es muy piola, en ese sentido.
-No lo leí. En un momento, cuando pasa lo de mi madre, me obsesiono un poco con los libros que hablan de eso. Hay muchos. Es uno de los grandes temas de la literatura. En cuanto a Rolón, ¿viste que hay mucha gente que descree de los best sellers?
-A vos no te pasa, ¿no?
-A mí me pasa al revés. Me parece que los tipos que venden muchos libros tienen algo que copiarles, que imitarles, que seguirles. Y Rolón es uno de ellos. Lo admiro profundamente desde sus tiempos de compañero de Dolina en la radio y me parece un gran escritor.
-En tu libro también tienen presencia permanente tus analistas. Y, en especial, te referís a una psicóloga en particular, con la cual tenés como un juego de ida y vuelta.
-Es como el título de tu programa: una conversación permanente, que yo la tengo desde que soy muy chiquito.
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-¿Cómo fue eso?
-Me acuerdo de estar hablando conmigo mismo. Y, en algún momento, esas preguntas que me hago, se transforman también en un camino para la escritura. Escribir es como mi manera de pensar las cosas. Yo, cuando escribo, es una manera de pensar y de entender. Es la herramienta que tengo.
-Una herramienta muy “geddes”, convengamos.
-Por ahí no soy muy expresivo, no hablo tanto o me cuesta decir las cosas. Pero cuando escribo, sí, las puedo exponer. Por eso está el libro. Y por eso el libro me sirvió también para, no sé si definir algunas cuestiones personales, pero sí para reinterpretarlas. Por eso lo de la paternidad, el duelo, la amistad, mi viaje.
-¿Qué viaje?
-Yo nací en Bahía Blanca y vivo en Buenos Aires desde hace mucho. Hay evocaciones de la infancia. Un poco de todo. Es una ensalada bastante grande.
-Vos decís que, una vez que hiciste terapia, te enredás solito en los mecanismos del inconsciente. Por lo tanto, ¿escribir este diario también es una forma de hacer terapia alternativa?
-Un poco sí porque está atado a esto que decía antes. Escribir me permite expresar y la expresión es una especie de terapia; decir las cosas, sacarlas de algún modo. El psicoanálisis, aunque no entiendo mucho, tiene que ver con eso. A partir de esa locura de hablar solo salen cosas y uno dice: ¿qué pasó? ¿Dónde estaba?
-Pero el diálogo no siempre es con vos mismo, eso queda claro.
-También juego, por ejemplo, con mi profesor de tenis. Cuando peloteo le voy conversando. O, en realidad, me converso a mí mismo. Así que también el tenis a veces me sirve como una especie de terapia. Cada uno hace lo que puede para luchar con sus demonios.
-Pero al profe también lo psicoanalizás, porque el tipo está atravesando por una situación difícil, está peor que vos y entonces tratás de sacarle la ficha.
-Estaba en una brava, también. Es otro personaje del libro. Y está bueno lo que decías antes. Son todos personajes puestos en función de una historia. Es decir, por más que sean personas reales, son personajes al mismo tiempo.
-Dentro de este apartado, es significativo lo que decís de estos personajes en particular: “Me gusta el trabajo de los psicólogos, son un poco periodistas, un poco ensayistas, un poco escapistas, pueden echarle la culpa al interlocutor”.
-Y sí, ¿no? Muchas veces uno, cuando está ahí con el psicólogo, siente que lo están ayudando. Y hay veces que decís: hoy me parece que me metieron la mano en el bolsillo. No avancé mucho. Y ellos siempre te van a echar la culpa a vos de eso.
-Tu diario es, también, entre muchas otras cosas, un Atlas Universal de los Recuerdos. ¿Cómo lo entendés?
-Yo, en un momento, me pregunto durante el libro si es posible escribir una biografía simplemente con anotar los nombres de las personas que pasaron por tu vida y una breve descripción. Como una especie de diccionario.
-Uno de tus últimos capítulos se llama “La trampa de recordar” y vos a veces admitís que estás medio enredado en tus recuerdos, entre tu vida exterior y tu vida interior. Por ahí quedás un poco atrapado en eso, ¿no?
-Tiene que ver con lo que decíamos antes de la ficción. Yo, si recuerdo algo ahora, probablemente lo pueda estar inventado. El Indio Solari tiene un libro cuyo título habla un poco de eso, Recuerdos que mienten un poco.
-Entonces, ¿cómo ordenamos todo eso?
-Para mí, la trampa de recordar sería que, en este momento de mi vida. por ahí me pongo a buscar cosas que, si las evoco dentro de diez años o la hubiera evocado hace diez años, serían algo distinto. Entonces ahí hay una especie de juego en el que se meten, no sé si la ficción o el autoengaño o qué, pero aparecen como versiones de la historia también.
-Ahora bien, la clave del título tuyo, Esto lo puedo estar inventando, la ponés bien al principio. La escena es corta y muy bonita. Has ido al cine con tu viejo y te cruzás con el Negro Fontanarrosa y su hijo. ¿Fue así o te lo imaginaste?
- Yo creo que sí. Estoy casi seguro de que sí. En el shopping Alto Palermo fuimos a ver, creo, una película que se llamaba Los lunes al sol. Pero, a la vez, ¿y si no fue así?
-Si no fue así, ¿qué?
-Debería preguntarle al hijo de Negro, también, porque mi viejo no se acuerda. Tiene mala memoria. Y yo hago un chiste con eso. ¿Qué es eso de tener buena o mala memoria?
-Tu viejo, dijiste, tiene mala memoria. ¿Y vos?
-Yo, por momentos, tengo una memoria muy buena y por momentos me olvido de cosas increíbles. Por ejemplo, me gusta leer, obviamente, pero no me acuerdo de los libros. Si me preguntás por un libro en particular, te puedo decir si me gustó o no me gustó. Ahora, si me preguntás por el argumento, casi que no te lo puedo decir.
-Ídem por este lado. Nos pasa algo muy parecido, incluso con las películas más queridas.
-Totalmente. Esa también es la trampa de recordar. Va por ahí.
-Por otra parte, quién no tiene un amigo que recuerda todos los detalles, con pelos y señales, incluso después de mucho tiempo. Qué envidia.
-Antes de la charla pensaba justo en un amigo mendocino que tiene ese don, el don de recordar las películas, los actores, etcétera. A mí se me mezcla todo. Soy un desastre.
-¿Quién es tu amigo?
-Felipe Aguinaga, un gran amigo.
-Lo podríamos llamar Felipe, el memorioso. Tiene que ingresar a tu atlas de las personas.
-Sí, por supuesto. Es un libro medio infinito porque va creciendo. Un libro que se está reescribiendo todo el tiempo. Al menos en mi cabeza.
-Lo que le da un toque muy atractivo a tu diario es lo arbitrario de los enfoques. Hablás, por ejemplo, de grandes temas, de grandes personalidades como Manu Ginóbili, Maradonna o Messi y, de repente, ¡te ponés a describir la cantidad y la calidad de los calzoncillos que tenés en el ropero!
-Y… bueno. Son obsesiones absurdas. Por eso hablaba al principio de sacarle solemnidad, porque es un diario del duelo de la muerte de mi madre, pero esos recuerdos aparecen de formas extrañas como, por ejemplo, con unos calzoncillos que me trajo mi mamá de un viaje. Yo se los había pedido.
-Pero esos calzoncillos no se quedan ahí, van cambiando de significado.
-Cuando esos calzoncillos se me empiezan a quedar viejos, yo empiezo a pensar, a su vez, que algo de ese recuerdo también se va. Entonces, abrir el cajón, el cajón literal de mi ropa interior, es también abrir un cajón de la memoria, si querés.
-¿Adónde apuntás, en definitiva, con este mecanismo?
-Yo trato de mostrar que a veces los recuerdos o lo intranscendental están también en esos pequeños detalles.
-De todos modos, tu vieja siempre está presente porque, de los quince calzoncillos que tenías, los únicos que te importaban son lo que te regaló ella y encima no eran muy copados.
-(Ríe) No, porque mi vieja era medio un desastre cuando le hacías un encargo. Te traía lo que ella quería y no lo que le habías pedido. Pero, bueno, ya no están ni los calzoncillos ni mi vieja.
-Otra de anécdota deliciosa es cuando vas en el auto escuchando, creo, a Conociendo a Rusia y tu vieja dice: “¡Mirá cómo desafinan!”. Eso se lo decía a todo el mundo, así tuviera a Tony Bennet o a Pavarotti por delante.
-(Ríe) Sí, totalmente. Es otro de los recuerdos que aparecen. Y pensando en ese Atlas de los nombres, puede haber entradas gigantes de casi capítulos enteros y otras chiquitas. Hay algunos personajes más importantes que otros. Pero, sí, un gran capítulo sería mi madre, sin duda.
-Otro nombre fundamental en la trama es Bahía Blanca porque vos naciste ahí. ¿Qué es ser de Bahía Blanca? Uno, a la distancia y sin conocer mucho, tiene la idea o preconcepto de una comunidad medio conservadora o tradicionalista.
-Sí, tiene un poco ese estigma. Bahía Blanca es muchas cosas a la vez porque también hay muchos artistas, muchos escritores. Hay basquetbolistas, obviamente. Es la capital del básquet. Probablemente su su logro más importante en estos tiempos sea haber sido la ciudad natal de Manu Ginóbili. También hay un premio Nobel, en Bahía, César Milstein.
-Nos recuerda un amigo oyente que Guido Pella es bahiense.
-Sí. Es nuestra última estrella del tenis, exactamente.
-En resumen, llevás a Bahía Blanca tatuada en el corazón.
-Qué sé yo, es el pago de uno, ¿no? Aunque a veces en el libro también está un poco insinuado eso de que yo ya llevo vividos más años acá en Buenos Aires que en Bahía Blanca.
-¿Y eso qué significa para vos?
-A veces me pregunto si soy porteño, a veces me pregunto si soy del interior. A veces, cuando me conviene, me hago el que soy de uno u otro lado. El libro es como una especie de homenaje o intento de entender lo que es una ciudad, si esa ciudad te deja marcas o no.
-¿A vos te dejó marcas?
-Yo creo que sí. De hecho, ahí está también como protagonista.
-A propósito de Manu Ginóbili y de otros jugadores notables que nombrás, ¿por qué Bahía Blanca se transformó en la capital del básquetbol? ¿Cuál fue el fenómeno? ¿Qué ocurrió ahí?
-Es una buena pregunta porque el punto de partida probablemente tenga que ver con algunas condiciones hostiles del clima. Es un deporte que se juega bajo techo. Surgieron muchos clubes y aparece una generación de jugadores muy buena en los años cincuenta y sesenta.
-Y ya quedó la base desde entonces.
-A partir de ahí te diría que es casi natural y habitual que haya casi más clubes de básquet que de fútbol. Hay un club por barrio, seguro. Cada cinco o seis cuadras te encontrás uno. Hay una liga local muy fuerte. Y los pibes van a jugar. Cuando sos chiquito te llevan. O sea, tiene que ver con la cultura y la tradición.
-Bahía es basquetbolera, sin embargo, tu deporte preferido, para practicar, es el tenis.
-Sí. De chico jugué. Y siempre estoy volviendo, como el tango.
-¿Por qué volviendo?
-Porque ahora no estoy jugando mucho, estoy medio retirado. Pero tengo ahí mi corazón en el tenis. Y respecto de ese deporte, también creo que uno se termina vinculando con las actividades que lo determinan.
-¿Qué tiene el tenis para vos?
-El tenis tiene muchas cosas de diálogo mental. Yo no sé si ya era así y el tenis me lo exacerbó. O si yo abracé el tenis porque tiene esa cosa de diálogo interno de decir “¡qué choto soy jugando!” y después decís “¡qué bueno que soy, cómo voy a perder con este burro!”.
-¿Por qué te definís en tu perfil de Instagram como tenista y militante de La Gaudio? ¿Por qué La Gaudio?
-Porque me gustaban un poco su juego y su estilo. También su locura de decir “¡qué manera de sufrir con este deporte que juego tan bien!”. Esa cosa de debilidad mental que tenía, a veces me gustaba. Ahora debería renovar esa biografía porque ya quedó algo vieja.
-Lo que pasa es que, en esta época, a los que nos gusta el tenis el dilema siempre ha sido elegir entre Rafa, Roger y Nole. Gaudio no está en los planes.
-Sí, es verdad. Y si tengo que elegir ahí, no tengo ninguna duda de que me inclino por Roger. Anotame en ese equipo.
-¡Claro! El estilista. El más fino. Se supone, entonces, que sos hincha de River porque te gusta el fútbol champán.
-Un poco, sí, ahí está. Pero, en cuanto a lo que me gusta, trato de no elegir a los ídolos por la cantidad de títulos y esas cosas, sino por las emociones que te despiertan. Porque, al final del camino, podés decir que Federer es el que tiene menos grand slam de los tres. Y no me importa. Lo que me despierta verlo jugar no me lo despiertan otros. Con el fútbol pasa lo mismo.
-¿Con quién, por ejemplo?
-Yo lo veo jugar al Burrito Ortega en un video y se me rompe el corazón. Después, seguro que hay otros que ganaron más o que fueron mejores, pero a mí dejame con el Burrito.
-Una pregunta de cajón. Los diarios personales representan un género histórico y muy en boga todavía. Aquí, en este programa, hemos entrevistado, por ejemplo, a Pedro Mairal -que vos nombrás en un párrafo- por Esta historia ya no está disponible o a Jorge Carrión por Lo viral o Contra Amazon. ¿Por qué lo elegiste vos para expresarte?
-La respuesta es sencilla: porque me gusta, principalmente. También a mí me da un poco de temor esa idea de decir: voy a escribir un libro de, no sé… quinientas páginas. ¡Me da terror! ¿Cómo hago?
-¿Cómo le encontrás le vuelta, entonces?
-Escribiendo un diario uno puede acercarse a un trabajo de largo aliento. Y justo ahora se me viene a la mente que yo trabajé mucho tiempo en un diario.
-Estuviste diecisiete años en Clarín.
-Claro. Y esa cosa de escribir todos los días algo también alimenta esa gimnasia. Eso puede ser bueno, puede ser malo, puede ser destacadísimo, puede quedar en el olvido. Pero todos los días escribiste algo. Y ahí también adquirís como una especie de hábito.
-Ahí encontraste tu método.
-La escritura finalmente es eso, un hábito. No es ni la inspiración de un momento ni nada. Es sentarse y escribir. Algo tan sencillo como eso. Hay que gente que me dice: ¿cómo hacés? Pues, no sé… me siento y escribo algo, que a veces está bueno y otras veces no está tan bueno. Pero escribí algo, ¿no?
-En fin… a vos te da terror un libro de quinientas páginas porque sos un gran procrastinador, ¿o no?
-Un poco sí. Al principio del libro, atado también a los primeros tiempos de la paternidad, me obsesionaba con esa gente que está todo el tiempo diciendo “esa serie ya la vi, ahora voy por tal otra”, etcétera. ¿Cómo hace! ¿De dónde saca el tiempo toda esta gente!
-Vos vas en la dirección contraria, obviamente.
-Yo empiezo algo y nunca lo termino; o me quedo deliberando sobre qué debería empezar… y no puedo y no me sale. Así que, sí, me defino como con procrastinador, al que podemos definir como el que está todo el tiempo dejando las cosas para más adelante, calculando qué pierdo y qué gano con eso.
-En otras palabras, dejar para mañana lo que podrías hacer hoy.
-Claro, claro. Y atado un poco a cierto espíritu de vagancia y de estar sin hacer nada, que también alimento y celebro, pese a los mandatos habituales de cumplir con un montón de tareas. Bueno, a veces prefiero echarme a descansar.
-¿Por qué te has copado con la procrastinación? El tema abunda en tu libro, pero además tenés un blog que se llama Diario de la Procrastinación. Lo has adoptado como filosofía de vida. Explicanos las razones.
-Creo que es un poco un juego, también; una especie de personaje que me armé con ese asunto. Un poco tiene que ver con mi personalidad. No sé, esto lo tendría que hablar en terapia.
-¿En torno a qué gira la problemática?
-Tiene que ver con cierta inseguridad, ciertas dudas para hacer una cosa o no. Digamos, sería lo contrario a ser impulsivo, a decir: hay que hacer esto y lo hacemos. Yo entro más entre los que empiezan a calcular y empiezan con la neurosis de qué gano y qué pierdo haciendo esto. Y, después, con la tortura, que siempre está, de no haberlo hecho. Eso siempre es lo peor.
-Sí. Parece pelotudo, pero una de las cosas que te lleva a demorar, a demorar, a demorar, por ejemplo, es cortarse el pelo.
-Ah, sí. ¡Es terrible! Es terrible. Yo, entre que decido cortarme el pelo y finalmente me lo corto, puede pasar un mes, un mes y medio. No me expliques porqué, pero me pasa. Lo voy postergando, lo voy postergando…
-¿Hasta cuándo!
-En general lo hago cuando me he peleado con mi esposa. Aprovecho y hago el dos por uno.
-Navegando al azar en las redes, salta un artículo en un sitio, Xataka, sobre este asunto, cuyo título reza: “No procrastinas por pereza o por falta de tiempo. La culpa la tiene tu estado de ánimo”.
-Seguro. Para mí ahí hay un vínculo directo con cierta depresión o angustia, como quieras llamarlo. Pero, sí, porque tiene que ver con tu propia seguridad también.
-Otra arbitrariedad para sazonar tu diario. Pasás de reflexionar sobre la vida o el tenis a recrear las hazañas hípicas de Telescópico y la jocketa Marina Lezcano. Un vagabundeo como al azar.
-Porque el libro, como alguien me dijo, en una lectura muy atenta, son como ventanitas que se abren. En estos tiempos que tenemos la atención tan repartida en tantas cosas, yo, a veces, me obsesiono con pequeñas historias. Y este país está plagado de pequeñas historias increíbles.
-En las cuales te vas prendiendo sin ningún problema.
-Eso tiene que ver, también, con que soy bastante curioso de cómo eran los diarios de hace cincuenta o cien años, de cómo eran las coberturas deportivas. Está atado un poco a eso.
-¿De ahí salió la mención “burrera”?
-Ese recuerdo apareció porque me encontré con una tapa de Clarín hermosa de cuando Telescópico gana la cuádruple corona. Es la foto principal del diario. Pero, bueno, es un tiempo que ya pasó, un tiempo que ya no existe y que también elijo evocar como muestra de que en algún momento las cosas fueron diferentes.
-Para ir cerrando, ¿adherís a esa autodefinción que escribiste en la página 64? Dice: “Diego Guedes, emprendedor, alpedista, ensayista de la nada”. ¿Te define?
-Sí, sí. Totalmente. Creo que sigo siendo ese. Lo podría cambiar en algún momento. No estoy aferrado a ninguna categoría ni etiqueta. No sé lo de emprendedor…
-Es que emprendedor y alpedista, al mismo tiempo, no cuadra.
-Claro, ahí hay una paradoja. Bueno, si hay una segunda edición, me voy a definir de otro modo.
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