A Diamela Eltit (Santiago, 1949) le cabe, con entera justicia, el mote de “la Sherezade chilena”. Aunque ella lo tome apenas como un cumplido, dicha comparación se sustenta en el espíritu que anima su reciente novela, Falla humana.
Diamela Eltit, docente y autora: "Me parece bien que los chicos ingresen a la tecnología, porque es su tiempo"
Diamela Eltit es una reconocida escritora chilena. Es también una prestigiosa docente. Su reciente novela, Falla Humana, cuenta las estrategias de humildes vecinos para resistir un desalojo
A través de la mirada aguda y sabia de una búha, el libro describe las estrategias de un grupo humilde de vecinos para resistir el desalojo inminente por parte de la Compañía, símbolo poderoso y voraz del capitalismo contemporáneo. El ardid, como en Las mil y una noches, es contar, cada jornada, una historia distinta, para demorar lo inevitable.
Eltit, además de su reconocida trayectoria literaria, cuenta con una experiencia docente que la convierte en una inapreciable fuente de consulta. Desde que se graduó en la Universidad Católica de su país, fue ampliando su labor hasta llegar a claustros del nivel de Berkeley, New York University o Cambridge.
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Desde su casa, en la comuna de Ñuñoa, de la capital chilena, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Diamela, has elegido en tu nueva novela, Falla humana, una búha como relatora principal de tu historia. Y ella nos mira fijamente desde la tapa. ¿Por qué la búha?
-La verdad es que sencillamente voló y llegó a la novela porque no había pensado yo tener una búha como protagonista. No estaba en mi imaginación antes.
-Hasta que se hizo presente, ella misma.
-De pronto se presentó y me pareció exacta por la noche, por el tipo de mirada que tiene, por el tipo de sonido que emite. Me pareció por esa especie de vigilancia y esa capacidad de dar vuelta a la cabeza casi completamente. Entonces podía ver mucho.
-Ahí te convenció.
-Entonces me pareció muy importante que llegara. Por supuesto, había un riesgo. Pero todo libro tiene un riesgo. Entonces, lo asumí.
-Entre las muchas características que se le atribuyen al búho, en la mitología griega representa el animal sagrado de Atenea, diosa de la sabiduría y la estrategia. Tu currículum, que es tremendamente importante, lleva a imaginarte, también, como una deidad del conocimiento. Como una búha.
-Muchas gracias, querido, pero la verdad es que la búha es infinitamente más sabia que yo.
-¿Sí?
-Sí. Definitivamente (ríe).
-Antes de adentrarnos en la novela, hay un aspecto muy destacado en tu carrera, la docencia. Le has puesto un gran empeño a esta tarea. Contanos tu experiencia.
-Sí. Yo me formé hace muchos años como profesora de Estado. Ese era el título que uno conseguía cuando estudiaba pedagogía en castellano. Y yo era profesora de Estado con mención en castellano.
-¿En qué se tradujo esa formación?
-Mi vida empezó trabajando como profesora secundaria. Especialmente lo hice en la periferia, en los bordes, que acá nosotros llamamos poblaciones.
-¿Cómo fueron esas primeras incursiones?
-Ahí empecé porque eran estudios gratuitos en esos años. Ya no lo son. Entonces uno tenía que, de una u otra manera, trabajar en regiones o en provincias. Y esta periferia era considerada provincia, este liceo en una población.
-¿Cómo fue el siguiente paso, después de haber pasado por otros liceos?
-De ahí pasé a enseñar en la universidad, tanto en Chile como fuera de Chile, porque todo ese periodo, cuando todavía no me titulaba, había sido bajo el golpe de Estado.
-Después de estos trayectos iniciales, has llegado a ser invitada en las universidades de Stanford, Washington en Saint Louis, Columbia, John Hopkins, Pittsburgh, Berkeley, New York University. Un periplo externo impactante.
-Sí. Fíjate que empezó a darse. Me invitaron a enseñar, primero, en Berkeley. Fue muy estimulante para mí. Después de ahí creo que fue Stanford, en fin, hasta llegar a la Universidad de Nueva York, donde sí tuve un cargo por muchos años. Era Distinguished Global Professor.
-¿Qué hacías ahí?
-Yo trabajaba particularmente en escritura creativa. Estuve en Estados Unidos, yendo y viniendo, por más de veinte o treinta años.
-¿Y por qué esa rutina?
-Lo que pasa es que nunca trabajé más de un semestre. Entonces, volvía a acá. Nunca dejé mi trabajo chileno, sino que iba y venía, pidiendo permiso, por supuesto, sin goce de sueldo.
-¿Por qué te invitaban? ¿Qué les llamaba la atención de vos en esos lugares tan prestigiosos?
-No tengo idea. Pero me invitaban (risas).
-¡Qué humilde de tu parte! Pero, insistimos, algo importante habrás hecho para que te invitaran.
-En Inglaterra me propuso el departamento de literatura de Cambridge. Yo verdaderamente no conocía a nadie. Era una cátedra, la Simón Bolívar, para toda Latinoamérica. Es decir, puede haber allí científicos, pueden ser invitados de distintas especialidades.
-¿Qué rescatás de esa etapa?
-Estuve ahí un año. Y fue muy interesante por conocer, no solamente otro espacio académico, sino por ver cómo ese espacio funcionaba. Entremedio, por supuesto, seguí escribiendo.
-¿Qué opinan allí de nosotros, sobre todo de nuestra literatura?
-Digamos, son departamentos de literatura latinoamericana. Están muy informados. Ustedes tenían en la Universidad de Nueva York a Sylvia Molloy como una catedrática importante. Fue la primera que tuvo, me parece, en Yale, un cargo en propiedad. Piglia enseñó también en Estados Unidos. Hay, pues, un tejido ya muy organizado entre Latinoamérica y la universidad estadounidense.
-En larga experiencia como escritora y docente, cómo estás viendo esta problemática actual con los chicos que, en los colegios y hasta en la universidad, no comprenden los textos porque no leen, están todo el tiempo metidos en TikTok y las otras redes. ¿Qué salida le encontrás a todo esto, si es que la hay?
-Yo creo que hay dos o tres miradas que uno debe tener. Primero, nunca se ha escrito y se ha leído tanto como hoy.
-¿Por qué sucede esto?
-Porque los chicos jóvenes escriben y leen mucho a través de las redes, precisamente. Es decir, toda esta comunicación instantánea definitivamente los obliga a escribir y a leer, vale decir, a entender lo que les escribieron.
-¿De qué manera aprovechamos esto?
-En ese sentido, incluso, se generan nuevas escrituras, que son las escrituras virtuales, donde las palabras están corriendo fuera de la academia de la lengua. Esto también es interesante porque son creaciones especialmente jóvenes que hay que atender, pues hay que recordar que el lenguaje se modifica, ¿no?
-Correcto, es un organismo vivo.
-Hablamos en castellano porque Castilla oficializó su lengua, que después se tituló como español. Pero ha sufrido muchos cambios y hay que atender a este momento.
-En resumen, no estás tan preocupada como nos pasa a casi todos.
-Definitivamente, a mí me parece bien que los chicos ingresen a la tecnología porque es su tiempo. O sea, me parece importante porque vivimos un tiempo tecnológico; hay un capitalismo en línea, está avanzando la tecnología con la inteligencia artificial. No sabemos exactamente los resultados.
-¿Cómo lo traducimos al campo docente?
-Pienso que hay que hacer una alfabetización digital en los colegios. Hay que capacitar a esos estudiantes para que participen de su tiempo.
-¿Y en cuanto a la lectura, como decíamos recién?
-Efectivamente, como tú dices, las lecturas están bastante más interrumpidas, están más cortadas por la frecuencia y la urgencia de estas comunicaciones. Pero también tenemos que recordar que ellos están leyendo lo que leen y que la gente que se interesa verdaderamente por lecturas analíticas, etcétera, nunca ha sido la mayoría. Hemos sido siempre minoría.
-Por eso mismo, cómo ramificar la cosa.
-El punto es cómo, en los colegios, ingresar toda esta tecnología junto con lecturas tradicionales y pensar estrategias educativas. Tenemos que actualizar y entender esto de una manera completamente positiva, pues sencillamente es lo que está pasando.
-Es cierto. No hay manera de mirar para otro lado.
-Prácticamente las guaguas, como decimos en Chile, ocupan celulares. Y a nosotros mismos, si se nos pierde el celular, sufrimos un shock como si nos hubieran robado el sueldo del mes, ¿me entiendes? Entonces, nosotros ya somos tecnológicos y hay que entender que los chicos son todavía más tecnológicos.
-O sea, para el ámbito educativo es insoslayable, ¿verdad?
-Hay que pensar una alfabetización digital que extienda eso, porque leer, efectivamente, te permite viajar, te permite pensar, te permite interpretar, etcétera. Yo sé que tengo una posición minoritaria. Pero, en realidad, esa es la mía.
-En diversos momentos has expresado tu preocupación por la superexpansión del capitalismo digital, como le llamás. Y en un momento señalás que la inteligencia artificial y su alucinante avance presagian la posibilidad de un dios digital. Este paso avasallador de la modernidad es un poco también la clave de tu novela, ¿no?
-Bueno, sí. Yo trabajé la necesidad casi "rapiñesca" de construir homogeneidad en determinados territorios. Por lo tanto, se producen grandes desplazamientos de personas hacia territorios menos valiosos hasta que se revaliden y de nuevo viene esa desesperación.
-¿En qué etapa de este proceso estamos?
-Estamos en un momento de un capitalismo virtual, en línea, muy alto. Y tenemos que tratar de pensarlo y entenderlo, pues vivimos varias realidades.
-¿Cuáles?
-Por un lado, una realidad muy artesanal; por otro lado, tridimensional, como somos nosotros; y por otro lado, una realidad bidimensional, que es la realidad tecnológica.
-Por lo tanto, no es sencillo ubicarse.
-Es una época compleja, no necesariamente para los que son tan jóvenes y seguramente más difícil para los que no somos jóvenes como yo. Pero entiendo que estamos viviendo simultáneamente más de un proceso.
-Vos sos docente y ensayista, pero, cuando pasás a ser novelista, te convertís, como la protagonista de Falla humana, en la "pájara relatora".
-Eso es lo que tiene de interesante la ficción. Te da unos espacios de libertad muy amplios. Entonces, en ese sentido, una vez que entras en ese universo de ficción, puedes romper los propios límites que tú mismo tienes en tu vida cotidiana. Eso, según creo, es un privilegio.
-¿Qué tipo de privilegio, en concreto?
-Poder escribir más bien fuera, porque, claro, yo como docente tengo ritos, tengo que llegar a una hora, tengo que cumplir con ciertas materias, tengo que leer textos y tratar de tener sobre eso un diálogo. Pero en la ficción se rompe esa burocracia que tiene la vida, que son los trabajos, los horarios.
-Rompés la burocracia. ¿Y cómo sigue la cosa?
-Tú ingresas en otro espacio, que es muy privilegiado porque tú, si bien eres tú, tampoco eres enteramente tú.
-¿Por qué?
-Porque entra una imaginación que te sobrepasa. Eso me parece muy interesante y privilegiado.
-Tu novela presenta un acto de resistencia de un grupo de vecinos de una cuadra humilde de una población, que van a ser desalojados por la poderosa Compañía. Ahí se apela a la estrategia de Las mil y una noches. Cómo asimilaste a tu búha con las maniobras de Sherezade.
-(Ríe) Siempre me interesaron mucho Las mil y una noches. La historia misma es muy atractiva porque es muy trágica también.
-Recordemos algunas líneas centrales.
-Al sultán, su mujer, su esposa, lo engaña. Y frente a ese shock, decide dormir cada noche con una doncella y degollarla, matarla al otro día. Pero ya no quedan prácticamente doncellas. Quedan las hijas. Entonces Sherezade se ofrece para ir en lugar de su hermana.
-Ahí está la treta, justamente.
-Es que ella tiene la capacidad de contar historias. Así pues, le empieza a contar historias al sultán y no las termina. Eso le permite pasar la noche. Es decir, la narradora que es Sherezade le permite una noche más de vida. Finalmente, ella queda ya como la pareja del sultán y se acaba esa matanza de mujeres.
-¿Qué es lo más te atrajo de esta historia en función de la tuya?
-Me pareció muy interesante porque aquellos que escribimos tenemos que llenar siempre una página más, una página más, una página más. Tiene que ver con la escritura y el relato. Y, por otro lado, también pensar, desde Las mil y una noches, que la narración permite más vida hasta que concluya esa narración.
-¿De qué manera bajaste esta alegoría a tu realidad?
-Me pareció interesante, frente a un desalojo, pensar en Las mil y una noches, o sea, cómo impedir el desalojo una noche más, una noche más, hasta que ya no se puede.
-Justamente, por esta novela, algunos te han llamado "la Sherezade chilena". ¿Te cabe el mote?
-(Ríe) No. No lo he oído eso yo. Eso lo inventaste recién (sigue riendo).
-De todos modos, ¿te cabe o no, Diamela?
-Lo acabas de inventar. Pero, en todo caso, una Sherezade, más que con sultanes y reinos, con la cuestión social y los valores que le adjudican a la tierra, pues no hay más tierra de la que hay, ¿no?
-Claro. Hay una página, la 183, cerca del final, donde, refiriéndose a la búha relatora, se habla de "un hilo para volver a tejer historias capturadas para resistir el embate de la Compañía que ahora ha proliferado devorando el mundo". Eso pareciera resumir el espíritu de tu novela.
-Sí. Estamos viviendo una época muy, muy compleja. Yo pienso, y a riesgo de tal vez exponerme y exponerte a ti mismo, que, en la elección, estamos viendo un declive de Estados Unidos.
-¿Desde qué ángulo lo estás viendo?
-Porque efectivamente un país con todos esos poderes que acumula, hoy día vive una decadencia que está expresada en esta elección. Y donde lo que se está peleando, a partir de sus voceros, es qué capitalismo es más adecuado para Estados Unidos. Eso es el fondo del tema.
-Lo cual no es un tema menor para el mundo.
-Ahí hay una crisis, a diferencia de China, que en este momento es bastante más orgánica. Va a lo que va. Por lo tanto, estamos viendo la decadencia de un imperio. Occidente está en una crisis. ¿Cuánto duran las decadencias? Mucho. Pueden pasar muchos años, no es de un día para otro. Estamos viviendo un momento muy especial.
-Durante todo el relato de resistencia que vas exponiendo en tu novela, le das mucha importancia a la noche, un matiz transformador. Y, de hecho, el búho es un animal nocturno. ¿Por qué todo esto?
-La noche tiene ese aspecto fascinante, que tiene que ver con cuerpo y oscuridad, con insomnio, con sueño, con angustia, con solución de problemas que en el día no han sido tan analizados por cada persona, independientemente de su ubicación social. La noche invade a todos los cuerpos y produce, creo, situaciones semejantes. La noche es más reflexiva que el día. Y eso me pareció la pájara de la noche, que es la búha.
-Que va viendo todo lo que ocurre en la cuadra, en ese barrio, y lo va relatando reflexivamente.
-Es la noche donde van a salir los pobladores de sus casas, por la ambición de la Compañía. Son los personajes que viven en la cuadra, porque siempre hay comunidades. Más allá de sus diferencias, siempre se organizan en comunidades y esas comunidades generan formas, a veces bien sutiles, de resistencia.
-De resistencia frente a un poder superior y voraz.
-Pienso que esa ambición y esa ansiedad económica que nos rige genera cuestiones tan dramáticas como la salida de personas de un espacio porque las compañías lo quieren. Entonces necesitan un enriquecimiento un poco fatuo porque, finalmente, esas acumulaciones son como el mal de Diógenes.
-El síndrome de acumulación de objetos...
-Estos muchos millonarios acumulan, pero se van a morir igualitos. Es un juego, también, un juego un poco perverso, acumulativo.
-Podemos asimilar a la búha con vos, por tu carrera, por tu sabiduría, pero es de suponer que no sos un pájaro nocturno. Como docente estarás acostumbrada a levantarte temprano.
-Desafortunadamente (risas). Eso ha sido así a lo largo de mi vida. En general, sobre todo como profesora de secundaria, tenía que estar ya en el trabajo a las 8 de la mañana. Lo cual implicaba levantarse, arreglarse más o menos, tomar una micro o lo que fuera para llegar al trabajo; sobre todo, al principio, porque era en un lugar más distante, más periférico.
-Una vida típica, como era de imaginar.
-Pero, además, nosotros no teníamos mucha noche durante la dictadura porque había toque de queda. Tuvimos toque de queda diecisiete años.
-Hemos llegado a conocer bien ese toque de queda, desde este lado de la cordillera.
-Entonces, la noche, en cierto modo, fue expropiada porque todos los lugares estaban cerrados. Siempre la gente de literatura va después de sus tareas a tomar algo en un bar, en un restaurante, conversa de libros. Pero nosotros teníamos que estar en la casa porque había toque de queda.
-Los marcó muy fuertemente, como se advierte a la distancia.
-Esa parte fue un poco trágica y tal vez por eso la noche se hizo más larga. Una noche más interminable y más solitaria también.
-En algún punto, tu trayectoria tiene puntos de contacto con una escritora argentina, que venimos de entrevistar, Reina Roffé. Ella también tuvo que atravesar la dictadura en nuestro país, que prohibió un libro suyo, Monte de Venus.
-Ella estuvo en Estados Unidos, ¿no?
-Pasó por ahí, entre otros lugares. Hoy vive en Madrid.
-Bueno, yo nunca salí de Chile, nunca me exilié. Yo pertenezco a lo que se llama el insilio o el exilio interior.
-¿Qué significó el insilio, para vos?
-Me dio más insumos para entender el poder; cómo se trabaja el poder, cómo se maltrabaja el poder y cómo el poder se puede transformar en una pesadilla.
-De entre los muchos mensajes que nos están llegando por esta entrevista, hay uno que dice: a la autora la conocí en Stanford hace unos años por medio de un gran profesor e intelectual chileno, Fernando Alegría, decano del Departamento de Español.
-Así es. Fernando Alegría era chileno y trabajó en Stanford, efectivamente. Lo visité cuando estaba allí. Él fue una persona muy generosa y el escritor de un libro muy bonito que se llama Caballo de copas.
-En algunas reseñas o comentarios definen o califican tu libro como “una novela política acerca del neoliberalismo y la desposesión”. ¿Te parece bien?
-Mira, me parece que los lectores tienen la potestad de leer y de pensar en un sentido con gran libertad. Yo, desde luego, no soy la dueña de mi novela analíticamente porque, en definitiva, hay cuestiones que se leen que yo misma no había pensado.
-Así es. El lector es el que termina de darle el sentido al acto de leer.
-El que lee tiene esa capacidad extraordinaria de hacerse, en cierto modo, mediante la lectura, autor también de la misma novela que está leyendo. Porque la literatura tiene la capacidad de la escritura de formar imágenes. Pero el que completa las imágenes es el lector. Entonces yo siempre pensaré que están bien las distintas lecturas.
-Hay diversos personajes en la Falla humana, pero llaman la atención esas monjas, al principio, que después se transforman en bichos, o la madre Margarita, quien “sabía que Dios le había perseguido de manera incansable”.
-(Ríe) Sí, se transforman en conejas. Las monjas eran necesarias porque estaban en ese espacio y estaban también muy controladas, básicamente por el cura, que no iba tampoco, pero las controlaba simbólicamente.
-¿Vos has tenido experiencia religiosa o has pasado por un colegio religioso?
-Yo tuve enseñanza básica en un colegio religioso y después pasé a un colegio laico como a los once años. Pero la gracia que tuve fue que siempre estudié en colegios mixtos. O sea, no era un colegio de niñas. Eso te da otra conexión con la realidad.
-Como diría la Violeta Parra, hay que darles gracias a la vida y a las editoriales el que podamos conocer a gente como vos, Diamela, y mantener este diálogo tan distendido y tan sabio, de búha.
-Gracias, querido, pásenlo muy bien. Mendoza está al ladito de nosotros y la conocemos mucho. De hecho, mi segundo viaje fuera de Chile fue a Mendoza, cuando era muy chica. Así que los tengo en la memoria, siempre.
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