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Daniel Guebel recupera otro gran e inconcluso delirio nacional: la Zanja de Alsina, una Muralla China invertida

Daniel Guebel es periodista, escritor y guionista. Su nueva obra es La Mujer del Malón, ambientada en un periodo con personajes como Sarmiento, Avellaneda y Roca

Entrevistar a Daniel Guebel entraña una experiencia similar a leerlo. Los temas y puntos de vista pueden dispararse, sorpresivamente, en cualquier dirección.

Es que él, como autor, huye de los lugares comunes. Disfruta zambulléndose en los tópicos más divulgados, solo para darlos vuelta como un guante. Para resignificarlos. Para someterlos a reveladores anacronismos.

Lo hizo, por ejemplo, en su anterior título, El Rey y el filósofo, poniendo mano a mano, en Versalles, a Luis XIV y a Leibniz.

Repite la maniobra en su nuevo libro, La mujer del malón, ambientado en el trascendental periodo histórico nacional que signaron personajes como Sarmiento, Avellaneda o Roca.

En ese tramo alumbró uno de nuestros tantos proyectos faraónicos, inconcluso, por supuesto: la Zanja de Alsina, especie de Muralla China a la criolla imaginada para detener el avance del indio.

Con una atractiva mujer de por medio, recluida en las tolderías del cacique Pincén, el contrapunto entre Adolfo Alsina y el francés Alfredo Ebelot derivará en una original e inclasificable radiografía de la argentinidad.

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Daniel Guebel vive en Núñez y es hincha de River, pero no fanático. Prefiere ver a la Selección.

Daniel Guebel vive en Núñez y es hincha de River, pero no fanático. Prefiere ver a la Selección.

Desde su ámbito hogareño, en una mañana de sábado, Guebel habla con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Daniel. Como habitante de Nuñez, se supone que sos hincha de River.

-Soy de River, pero no fanático. Prefiero ver los partidos de la Selección.

-Un deporte nacional, en esa instancia, es el ritual de las cábalas. ¿Vos sos cabulero?

-No, no, no. No creo en nada de eso. Ni creo que los santos populares se metan en las jornadas deportivas.

-¿Qué sentís ante esa mitología?

-Me causa mucha gracia cuando veo que alguien, antes de patear un penal, hace la señal de la cruz pensando que Dios se va a ocupar del destino de una pelota entrando en un arco.

-Pero fijate vos que, cuando uno ve entrar a la cancha a los jugadores de cualquier país, casi ninguno evita persignarse, entrar saltando en una pierna, etcétera.

-Y bueno, así son los obsesivos. Imaginate que, en el fondo, los jugadores de fútbol son los esclavos mejor pagados del mundo.

-(Risas) Esclavos VIP...

-Están supervisados, vigilados, sometidos a exámenes de eficacia, a mediciones de ritmos cardíacos, controles de alimentación. El técnico no los deja salir de noche porque tienen que conservar las fuerzas. Etcétera, etcétera. En realidad, los esclavos de la Antigua Roma la pasaban bastante mejor.

-Es cierto. La diferencia es que, en la Antigua Roma, tenían que enfrentar a leones, a hipopótamos y otras bestias. Ahora no, por lo menos.

-Pero estos eran los gladiadores.

-Ya que estamos con los tiempos antiguos, en la anterior entrevista con vos hablamos sobre El Rey y el filósofo. Ahora pasamos al desierto argentino, en una época que es centralísima para la historia nacional, ¿no?

-Así es, así es. Me fascinó la idea de volver a meterme en la Zanja de Alsina, que es uno de los grandes proyectos, por supuesto abandonados. O sea, bien argentino.

-En términos criollos es como si hubiésemos querido hacer la Muralla China, en La Pampa.

-Exacto. A mí se me encendió la lamparita, por así llamarlo... ¿Te acordás que antes se hablaba así?: se me prendió la lamparita.

-Sí, totalmente.

-Bueno, se me encendió la lamparita cuando escuché que Roca decía de Alsina, algo así como: ¡pero este idiota quiere hacer la Muralla China invertida!

-Tal cual. Qué buena figura.

-Y es verdaderamente eso. La idea es idéntica, solo que al revés. Los chinos querían impedir la invasión de los mongoles, cosa que no pudieron evitar. Y Alsina quería evitar los malones con ese recurso.

-Y ya que mencionamos Francia, podríamos asimilar el proyecto a la línea Maginot, que tampoco les sirvió a los franceses en la Segunda Guerra Mundial.

-Exactamente. Es siempre la intención salvaje y megalómana de hacer un gesto final que impida algo hasta el fin de los tiempos. Es como cuando un político dice vamos a hacer algo para dar perpetua felicidad al pueblo de nuestra patria. Ahí sabés que está mintiendo.

-No cabe duda. La mujer del malón es una nouvelle o cuento largo, ¿no?

-Es una nouvelle, claro. Una novela corta que se puede leer de un tirón.

-Teniendo en cuenta que el tiempo histórico que elegiste ha sido abundantemente tratado, ¿cómo elegiste el tono tan particular para el tratamiento de tu historia?

-Primero, yo quería trabajar ciertos costados de la lengua argentina; pero, al mismo tiempo, sin correrme de una mayor amplitud. Es decir, la novela no la cuenta el propio Alsina. No está hablada por los protagonistas. Está cruzada por las hablas de ellos. Pero hay un narrador que tiene una lengua más bien internacional, por así llamarlo.

-Sí, que reúne todas esas expresiones.

-De golpe lo que hay es el cruce entre el modo de habla de Alsina y el del ingeniero francés, Ebelot, que es el que viene en su ayuda.

-Ahí terminan de enriquecerse los modismos.

-Las hablas se cruzan con las civilizaciones. No es lo mismo cómo hablan los indios que cómo hablan los blancos, y no es lo mismo cómo hablan los argentinos que cómo hablan los franceses.

-Y eso queda muy claro, sobre todo en los diálogos, que son determinantes.

-Uno de los pequeños secretitos de la novela es que el ingeniero francés, que es el otro protagonista de la novela, que viene a construir la Zanja Alsina, termina siendo más argentino que los argentinos.

-En efecto, poco después de su rechazo inicial.

-Además, hay otra cosa que no es solo el lenguaje, sino que tiene que ver con las relaciones entre los hombres y las mujeres; el modo en que una mujer habla y no es escuchada.

-Ahí aparece otro contrapunto interesante.

-Una mujer manifiesta su voluntad y el hombre, el hombre que la ama, en este caso Alsina, no cree que ella le esté diciendo lo que le está diciendo.

-Porque sobrevuela en la novela el hecho de que a las mujeres no se las entiende, en definitiva.

-Obvio. Me parece que es el punto central de la novela. Es decir, no hay hombre que pueda aceptar que la mujer a la que ama pueda perderse en brazos de otro hombre.

-¡No hay manera de admitirlo! (risas).

-Resulta imposible, impensable, porque la pregunta siempre es: ¿pero qué tiene ese tipo que no tenga yo?

-¿Hay respuesta sensata a eso?

-La respuesta obvia no es que tiene algo que vos no tenés. Es otra persona (ríe).

-En el diálogo permanente que mantienen Ebelot y Alsina durante buena parte de la trama, en un momento complicado de reflexión, este último le dice al francés: "Aguánteselas mi amigo. Son mujeres. Hay que amarlas, no comprenderlas".

-Exacto. Sí, sí, sí, sí. Porque, hablando desde el punto de vista masculino, si para el hombre algo de la mujer permanece en el misterio, no hay porqué toquetear ese misterio, no hay porqué hacerle perder su encanto en beneficio de una interpretación constante.

-Un poeta no lo diría mejor...

-Es como dudar si lo que está haciendo es por esta cosa o por la otra, digamos. En el vínculo entre el hombre y la mujer, el discurso del psicoanálisis no tiene nada que hacer. La interpretación no tiene nada que hacer. Y la verdad no existe.

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"No hubo conquista del desierto. Hubo guerra entre indios y blancos, en la que, por supuesto, triunfaron los blancos", reflexiona Daniel.

"No hubo conquista del desierto. Hubo guerra entre indios y blancos, en la que, por supuesto, triunfaron los blancos", reflexiona Daniel.

-Dejemos, por un momento, a Alsina y a Ebelot de lado. Vos, Daniel Guebel, ¿vos entendés a las mujeres, al menos en algo, o no?

-¡No, no! Básicamente, este es un texto autocrítico, porque todo lo que dicen los personajes, que son a veces bastante boludos, es lo que me digo yo todo el tiempo a mí: basta, no seas tarado (ríe).

-¿Y tenés diálogos, así, boludos, con tus amigos también? ¿Son de la misma calaña?

-Bueno... estoy cada día más solitario. Mis amigos se vuelven cada vez más crecientemente imaginarios.

-¿Cómo es eso?

-Vos mencionabas mi novela anterior, El Rey y el filósofo. Y es también una novela sobre la amistad, sobre el diálogo entre dos hombres. Y la mujer es el gran fantasma, ausente y presente a la vez. Es lo que los convoca, lo que los lleva de acá para allá, lo que los hace hacer todo lo que hacen, pero, al mismo tiempo, no está todo el tiempo.

-Del mismo modo, La mujer del malón también es un diálogo sobre la amistad. Reúne a dos tipos que se conocen, que se recelan y que terminan divagando amigablemente frente a la anchura de la pampa.

-Exactamente. Ebelot es un personaje real, verdaderamente el constructor de la zanja o de lo que se hizo en la zanja. Y yo estoy leyendo ahora, después de haber publicado la novela, un par de libros de Ebelot.

-Uno es La Pampa.

-Claro. Analiza con la lúcida mirada de un extranjero la política argentina y es extraordinario.

-¿Y por qué estás leyendo al francés ahora?

-Porque me dan ganas de seguir con Argentina y la pampa. Por ejemplo, en los libros se habla de la conquista del desierto, como si hubiera habido un desierto. Y en el relato de Ebelot, la pampa es una especie de ámbito lleno de cosas; lleno de flores, de animales, de paisajes y de gente también, por supuesto. No hubo conquista del desierto. Hubo guerra entre indios y blancos, en la que, por supuesto, triunfaron los blancos.

-¿Y cómo conseguiste los libros de Ebelot?

-Están en una colección que se llama Elefante Blanco. El que estoy leyendo ahora es Adolfo Alsina y la Ocupación del Desierto. Relatos de frontera. Esa colección de historia argentina de la época creo que ya está discontinuada. Se consigue, básicamente, en algunas mesas de liquidación de la calle Corrientes.

-Tanto Alsina como Alfredo Ebelot son dos personajes reales. ¿Y la mujer que da pie al relato, María de las Mercedes del Rosario de Jesús Zambrano, existe?

-No, no es real. Y como la inventé, es el personaje más construido, porque Ebelot y Alsina son dos hablantes. En cambio, María es un personaje que se construye a sí mismo; que tiene una historia; que empieza de una manera y se convierte en otra. Es una mujer que va de la mayor sumisión a la mayor independencia.

-Ocurre así desde el principio. Pero después no resolvés el misterio, una vez que está en la toldería de Pincén.

-¿Y cómo saberlo? No pude preguntarle (risas). Creo que, para decirlo delicadamente, se dedica al poliamor.

-Ponele.

-Además, es un libro a favor de las mujeres y en contra de todo dictamen moral, ¿no?

-Lo cual la vuelve a ella más atractiva en el seno de aquella sociedad poscolonial. Al describir sus gustos literarios, decís que María estaba "harta de las novelas de carácter romántico" y, por el contrario, "encontraba gran satisfacción en el crudo realismo de las novelas inglesas".

-Sí. Obviamente que no sé cómo eran las mujeres del siglo XIX, pero es el signo de una mujer de nuevo tipo que no está marcada por la idea que los hombres se hacen sobre cómo son o deben ser las mujeres. Diría que, de alguna manera, María es una feminista.

-A su manera, sí. Una feminista inventada por Guebel.

-Obvio, obvio. Hay que ver qué pensarán las feministas sobre el libro. Dirán que es inconsecuente, que falta esto o aquello... que las mujeres son más o menos o son distintas de eso.

-Ya has tenido experiencias en este campo, ¿no?

-Yo he escrito un par de libros con primeras personas femeninas. Y aquellas que los han leído me dicen que las mujeres no son así.

-Imposible no errarle.

-Rubén Darío, cuando le hablaban de la belleza de una mujer, decía: no, no, mujeres son las que yo me imagino (risas).

-Pero ¿qué te criticaban? ¿Qué les falta a tus mujeres para ser tal cual?

-Era como una diferenciación respecto de la especificidad de lo femenino. No era que me dijeran falta o sobra algo, sino que decían: ella es una mujer tal como la piensa un hombre. Las mujeres no somos así. Y como yo no sé cómo son las mujeres, respetaba ese comentario.

-Perfecto. Por otra parte, tenemos aquí la problemática del indio, porque la historia se desarrolla durante la fase previa a la conquista del desierto de Roca, ¿no?

-Exacto.

-Es interesante cuando Alsina va a hablar con el ministro de Guerra, a quien pronto reemplazará, Martín de Gainza, quien le empieza a explicar que los indios adoptaron las típicas estratagemas del débil, es decir, la victimización, el llanto lastimero, la imploración de limosna. Muchos de estos elementos perviven hasta hoy.

-Y sí. El sujeto desfavorecido tiene que organizar sus recursos para obtener, aunque sea, parte de lo que necesita. Pero digamos que, en el cruce civilizatorio que existía entre los indios y la naciente nación argentina, no es que hubiera una división entre buenos y malos, sino que era una lucha de estafas mutuas.

-¿De dónde sacaste material para todo esto?

-Una de mis fuentes de inspiración y de lo que dice Martín de Gainza en mi novela, está en el diario La guerra al malón, del comandante Prado.

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"No hay acuerdo que el Estado argentino haya hecho con los indios que haya cumplido", recuerda Guebel de La Guerra al Malón.

"No hay acuerdo que el Estado argentino haya hecho con los indios que haya cumplido", recuerda Guebel de La Guerra al Malón.

-¿Qué decía, grosso modo?

-El comandante Prado decía: no hay acuerdo que el Estado argentino haya hecho con los indios que haya cumplido. No ha cumplido ni en dinero ni en comida ni en bebida ni en respeto por los territorios ni en el reparto.

-Un Estado invicto....

-Era siempre una lucha sin cuartel y además completamente especular porque, cuando los indios atacaban las poblaciones, se llevaban caballos, vacas, mujeres y niños y los vendían en la plaza de Buenos Aires.

-¿Y cuando atacaban los indios?

-Cuando atacaban los indios se llevaban a las mujeres y las metían en su toldería.

-De ahí sale el famoso poema La cautiva.

-Exactamente. Acá en mi novela hay una lectura particular y es que esta es una cautiva por propia decisión, que elige el paso hacia el mundo indígena porque lo considera más atractivo que el propio.

-Correcto. Ella dice que se trata de otra civilización donde experimenta ritos más intensos.

-Exactamente. Porque la idea de lo indígena para ella es la de pocas cosas y elementales, más ligadas a los instintos.

-Algo atractivo del libro aparte es que vas describiendo toda una serie de clichés que hacen a la argentinidad. Por ejemplo, Gainza le explica a Alsina que el gaucho "sufre la mezcla de sangres: no es ni indio ni blanco, no pertenece ni a la toldería ni a la ciudad y a la larga se convierte en un desterrado que oscila entre un mundo y otro". Es, más o menos, una semblanza de Martín Fierro.

-Exactamente. Hay también una cita del Martín Fierro porque hay un monstruo que se llama La Vieja Vizcacha.

-Sí, ese monstruo subterráneo y excesivo.

-Pero Martín Fierro es como un crudo personaje realista. En el libro de Ebelot también cuenta lo mismo: al gaucho lo levantan de las pulperías, lo llevan a pelear en guerras de las que no sabe nada y si lo dejan volver a su rancho, ahí ya no hay nada.

-¿Qué hay?

-Su mujer se fue con otro, los hijos ya no saben ni quién es el padre. Es una cuestión de desarraigo tremenda.

-Ahora bien, describiendo una época, como decíamos, muy tratada por nuestros historiadores, de repente a Alsina le atribuís el delirio de pretender construir su famosa zanja apelando a la labor natural de una serie de bichos cavadores como el armadillo hada rosa, la mulita o los peludos. ¿Cómo se te ocurrió esta zarpada?

-Un libro de los que yo escribo, es resultado de la combinación de elementos muy distintos. Yo te cité el diario La guerra al malón. Pues bien, yo no estaba pensando en escribir un libro sobre indios y blancos. ¡Para nada! Pero había vuelto a pensar en uno de los mejores títulos de Kafka que se llama La madriguera.

-¿Qué sacaste de ahí?

-Es el texto de un personaje que habla en primera persona y que lo único que hace es cavar bajo la tierra. Entonces arma salidas falsas para escapar de sus perseguidores, lugares donde guardar la comida. Y otro texto de Kafka maravilloso en el que también pensaba era La muralla china, sobre la construcción de la Gran Muralla.

-Claro, una referencia que mencionábamos al principio.

-Se trata de una construcción infinita. Y de golpe, aparece el comentario de Roca sobre Alsina y la muralla, que yo escucho en un programa de radio y me digo: ¡ahí está! Ahí me dio ganas de escribirlo.

-¿Pero cómo le encontraste la punta al hilo?

-Todo el tiempo me decía: hay un libro por ahí, que yo leí, pero no me acuerdo cuál es. Y justo cuando estoy terminando La mujer del malón, recuerdo que un escritor argentino, amigo mío, Sergio Bizzio, había escrito también un libro sobre la Zanja de Alsina. Es una novela de hace veinte o veinticinco años, llamada En esa época.

-¿Y qué sucede en la historia de Bizzio?

-Sucede que, cuando empiezan a excavar el pozo, encuentran un plato volador (risas). Es con marciano y esas cosas. Una novela delirante que no tiene, después de esas primeras páginas, mayor costado histórico.

-Bueno, vos también vas bordeando todo el tiempo lo delirante en tu novela. Por ejemplo, está la historia donjuanesca de Rudecindo, su pacto con el diablo, su peregrinaje hacia un castillo y un cierre bajo tierra. Punto máximo del delirio, ¿no?

-Sí. Y te debo hacer una confesión.

-¿A ver?

-Eso es la transformación en lengua gauchesca del relato de un escritor decadentista inglés, William Beckford. Es una novela oriental que se llama Vathek.

-Sí, claro, un clásico del género.

-La novela, qué sé yo, tiene unas cincuenta páginas que yo resumo en cinco y la paso del lejano oriente a la gauchesca argentina. O sea, hago como una operación de apropiación y extrañamiento.

-Un terror oriental a la criolla...

-Es cómo el gaucho usaba las bombachas de los turcos en no sé qué guerra turca. Es decir, las bombachas de los gauchos son bombachas del ejército turco. Son rezagos de ejército.

-Además, a Alsina le atribuís un ejército de mulitas y de quirquinchos, para terminar delirando con un bicharraco gigante, un armadillo o tatú carreta hipertrófico, como lo llamás, que es la mentada Vizcacha Vieja o Dragón Rey y que ya rompe todas las reglas.

-Claro. Es una aventura más dentro de la novela. La persecución de este bicho y su eliminación. Porque si vos tenés un monstruo prediluviano molestándote cuando estás haciendo un pozo, los poceros no quieren trabajar.

-Un punto alto del relato es cuando llega el francés a la Argentina y te ponés a ironizar, a través de sus ojos, sobre el país precario que había en ese entonces. Todo es mugriento, chiquito, la Casa de Gobierno le parece fea y, en cuanto al Presidente, "lo impresionó su frente amplia, que prometía una inteligencia poderosa, lo adelantado de su mandíbula, que le confería un aspecto simiesco, lo penetrante de su mirada y su cara de estúpido".

-(Ríe) Ese es Sarmiento.

-Ese retrato lo representa, sí, ¿pero el presidente en ese momento no era Avellaneda?

-Claro, pero esto es una novela, así que me permito algunas licencias.

-Y cuando Alsina lo lleva a Ebelot a comer asado y vos hacés un pormenorizado recuento de todo lo que lleva, te agarrás la cabeza. ¡Es la fiesta del colesterol!

-(Ríe) Esa es la mirada de Ebelot. O sea, cuando él aparece, hay como un cruce de culturas. Entonces, Alsina le ofrece todos los encantos de la cultura argentina, desde el asado, el juego del pato, la monta de las vaquillonas, qué sé yo qué.

-Ante cierta incomodidad del francés.

-A Ebelot no le gusta nada de eso, hasta que, de golpe, lo vemos que peleando contra un gaucho. ¡Y él maneja el puñal mejor que el otro gaucho! O sea, argentinizo a Ebelot a lo largo del tiempo.

-Y ahí, de paso, en esa escena, le hacés un homenaje a Norman Mailer porque, cuando conoce al malevo, vos decís que los hombres duros no bailan.

-(Risas) Exactamente. Y también invierto el cuento de Borges "El sur" porque allí Dahlmann sale a la llanura a usar un puñal que, como dice el mismo Borges, acaso no sabrá manejar.

-Al revés de tu cuchillero novato.

-Acá tengo un francés por el que nadie da un peso cuando se pelea con el malevo, pero lo caga a puñaladas. El malevo sale corriendo.

-Capaz que el franchute era discípulo de D'Artagnan, ¿viste?

-¡Andá a saber!

-Además lo hacés tomar vino patero.

-Lo hago tomar vino patero, sí, ¡que es lo más rico del mundo!

-¿Por qué lo del vino patero? Te pregunto, porque en Mendoza no lo tomamos tanto.

-Me acuerdo de una historia infantil. Teníamos uva chinche en la parra de mi abuelo. Y un tío mío agarró, puso dos ollas, tiró unas uvas y dijo: "Chicos, caminemos sobre esto, que después tomamos el vino". ¡Y era solo jugo de uva! (risas).

-Entre otras tantas cosas, Alsina lo lleva a Ebelot a ver el deporte nacional, el pato, un entretenimiento raro al que vos hacés más ridículo todavía.

-Claro, van a ver el juego del pato y el juego de la sortija. El pato ya casi no existe en Argentina. Obviamente, queda muy a mano de pequeños sectores tradicionalistas. Y el de la sortija también. ¿Cómo hacés para enhebrar, al galope, una sortija con una aguja!

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