Solo una existencia acentuada, perceptiva, dispuesta conscientemente bajo las luces de la introspección, podría confluir en Vivir entre extraños, esos relatos que Reina Roffé (Buenos Aires, 1951) califica “de soledad y desarraigo”.
Ha sido, la suya, una vida con desgarros, pero con convicciones; con ensimismamientos frente a los demás, en especial, a su familia, pero con tierra firme bajo los pies.
Conoció tempranamente la censura cuando su libro Monte de Venus (1976), una referencia en materia de liberación sexual, fue sacado de circulación por la dictadura argentina. Tras numerosos viajes y tareas literarias, su novela sobre el autoritarismo y el exilio, La rompiente (1987), le dio visibilidad y prestigio entre los escritores de la época.
Su obra es amplia, incluye destacadas semblanzas de Borges, Juan Rulfo y Federico García Lorca, se están reeditando algunos de sus títulos y hoy sigue anclada en Madrid, pese a la inevitable melancolía que le genera el terruño que dejó atrás.
Para darle pie a su entrevista con el programa La Conversación suena, en el aire de Radio Nihuil, “Muñeca brava”, el tango que, según el primer relato del libro, la madre de la protagonista “canturreaba de joven con voz finita, pero expresiva, cuando estaba de buen talante”.
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-Reina, ¿qué sentís cuando te llegan, allá en España, algunos toques de argentinidad, como "Muñeca brava" cantado por Alberto Castillo?
-¿Qué siento? Mucha emoción, por supuesto. Y nostalgia. Esas dos cosas. El tango es de por sí nostálgico, así que esas son las cosas que me suscita.
-Tus relatos también están llenos de nostalgia, ¿no?
-Sí, tienen una cuota, por supuesto, de nostalgia, de melancolía, de soledad, de desarraigo. Y hablabas del primer cuento; del desencuentro, en realidad, de esa hija que llega a visitar a su madre y se encuentra con una mujer terriblemente alienada.
-Un hilo fuerte en la relación, ese desencuentro.
-El cuento está escrito en dos partes. Una, que está en presente y otra que, a raíz de lo que ocurre en ese encuentro de regreso al país de origen con su madre, le permite ir hacia el pasado y armar la historia familiar; la historia, principalmente, de relación con la madre y también con el resto de la familia, a través de breves episodios.
-Lo cual le permite hacer una especie de balance, ¿no?
-El cuento es una visión fragmentada de la vida. Los cuentos son fragmentarios e instantáneos, no son como la novela que apela al proceso y a la historia como continuidad. En los cuentos hay otra cosa, que exige síntesis. Así como la poesía exige síntesis, el relato también.
-Tu libro se inicia con un muy significativo prólogo de Alina Diaconú, que apela a una cita para decir que "toda obra de arte es autobiográfica". Eso marca el tono de lo que sigue. ¿Es autobiográfico, grosso modo, Vivir entre extraños?
-(Sonríe) Sí, tiene razón Alina Diaconú, que es una escritora y amiga muy querida para mí.
-¿Por qué tiene razón?
-Tiene razón porque todo lo que escribimos es autobiográfico, pues tiene nuestra visión del mundo, nuestra sensibilidad, nuestra mirada que se proyecta en el otro, en uno mismo. En fin. Pero hay que matizar esto, hay que matizarlo mucho.
-¿Por qué? ¿En qué sentido?
-Porque la autobiografía también tiene componentes de ficción y muchos componentes, pues ¿qué es una autobiografía? Entra dentro de las escrituras del yo, así como los epistolarios, las memorias, el diario personal. Es decir, es una literatura de lo íntimo que indaga, digamos, en lo personal, aborda temas de la vida de un individuo, de su forma de ser.
-O sea, que, como venís diciendo, este aspecto está matizado en tu libro.
-Esto no es una autobiografía propiamente dicha. Son relatos, es cuento, es ficción. Se considera, también, que los textos de autoficción derivan en textos de ficción, porque no se puede escribir sin crear.
-¿Cómo es el carácter del personaje central de tus relatos?
-Se trata de una protagonista que vive en el extranjero.
-Como vos.
-¡Claro! Da la casualidad de que yo también vivo en el extranjero (ríe). Entonces, de ahí, sí, la confusión, a veces, de pensar que todo es autobiográfico.
-Aclaremos, ya que estamos.
-Bueno, no es una confusión, sino lo que decía antes: que todo es autobiográfico. Pero tiene componentes siempre de ficción porque uno trastoca con la escritura ciertos elementos que ya cambian el trayecto y adornan, dramatizan. Y ya aparecen las máscaras o los subterfugios de la ficción.
-Justamente, el primer relato, sobre el final, dice, respecto de la protagonista: "Despojarse de todas las máscaras. Nunca lo había logrado". Bueno... todos tenemos una, ¿no, Reina?
-Sí, es así. Creamos nuestro personaje. Según el deseo de cada uno, vamos construyendo nuestro propio personaje.
-Ya que estamos merodeando el terreno autobiográfico, antes de seguir con tu libro, resultaría pertinente repasar algunos hitos en tu vida y en tu carrera, que pueden resultar significativos. Por ejemplo, vos te exiliaste en la época de la dictadura y publicaste después un libro muy importante en tu producción, La rompiente.
-La rompiente se publicó por primera vez en 1987, pero habla específicamente del autoritarismo, de la violencia del poder y del exilio. Yo cuento estas variantes y trabajo con una voz que está amputada del acontecer histórico.
-¿Por dónde avanza el relato?
-Voy dramatizando situaciones y amparándome en lo no dicho como reflejo de una época autoritaria y represiva, como fue la de la dictadura.
-¿Dónde o cómo te situaste para referenciar la historia?
-A mí me preocupó siempre desde qué lugar contar la historia, cómo se toma la palabra, cómo escribir contra ciertos vacíos que da el silencio. En eso estuve trabajando. Y La rompiente es donde empiezo a tematizar situaciones de exilio, de no pertenencia, de desarraigo; cómo se vive desde afuera la realidad, la nueva realidad y la realidad que hemos dejado atrás.
-¿Se puede lograr ese desprendimiento?
-Nunca se deja atrás, porque vuelve una y otra vez, por lo menos en mis relatos. Siempre hay un telón de fondo que tiene mucho que ver con la situación política de la Argentina.
-De alguna manera fue un texto premonitorio que te marcó, ¿no?
-Sí, me marcó mucho y además es el primer texto que tuvo una gran repercusión crítica. Y eso me avaló como escritora, todo esto entre comillas, ¿no? Ahora se reedita. Está por salir en estos días después de muchos años.
-Muchos años, pero con un tránsito destacado.
-Tuvo varias reediciones. Una en Chile, otra en México, dos en la Argentina. También fue traducido al inglés y al italiano. Así que La rompiente vuelve a aparecer como ese texto que me ubicó en cierta temática, que yo sigo abordando desde distintas perspectivas.
-Hubo otro hito temprano, Monte de Venus, considerado un libro pionero en la temática lésbica y que fue prohibido por la dictadura. Contanos cómo fue su derrotero.
-Sí, efectivamente, al poco tiempo de editarse el libro, justamente en 1976, las ligas de moralidad que recorrían las librerías secuestrando libros y denunciándolos a los censores, encontraron Monte de Venus y ya el título era bastante significativo. Y luego la temática, por supuesto, que no se había abordado antes en la Argentina de esa manera tan directa.
-Pero más allá de los censores de la dictadura, que son bastante previsibles, ¿cómo lo viviste vos, en lo personal? Porque abordar el lesbianismo en esa Argentina de hace cincuenta años no te debe haber resultado sencillo.
-(Sonríe) ¿Qué te puedo decir? Me sentí muy tocada por la censura, porque nunca pensé que eso se iba a producir. Pero no es una novela que solamente hable de eso. También habla de asuntos políticos. Es toda la primera parte de la década del '70. Termina con la llegada de Perón a la Argentina.
-Un periodo sumamente intenso.
-Está todo lo que sucedía en ese momento, los movimientos de liberación que había, los movimientos guerrilleros también. Una serie de cosas. Pero, bueno, la voz protagónica la va tomando, absorbiendo la protagonista lesbiana.
-Esta indagación desemboca, nuevamente, en el prólogo de Diaconú cuando, al describir tu libro, dice: "Constantemente encontramos a una mujer sola, solitaria y desarraigada, exiliada -en primer término- de sí misma, en un deambular entre extraños". ¿Te sentís representada en ese retrato o no?
-Bueno, no. Está pintando a la protagonista de Vivir entre extraños. Pero, aunque son cuentos independientes, están muy relacionados, porque hay un personaje que amalgama. Son como distintos momentos de una misma protagonista.
-O sea, se pueden leer de distintas maneras los textos.
-Se pueden leer de forma independiente, pero también se pueden leer con esa continuidad que le da principalmente un personaje secundario que aparece en varios de los cuentos, como asistiendo a la protagonista en su desamparo.
-Sí, se trata de Ángela, la amiga.
- Ángela, sí, que es una amiga que detiene su desafuero, su soledad, el sentimiento de extranjería en el que vive la protagonista.
-Pero a vos, entonces, no te pasó todo lo que pasa a tu personaje.
-No. Yo, cuando salí, no me sentí sola por el Monte de Venus. No, para nada. Simplemente me chocó la censura. Me afectó como escritora porque dejé muchos años de publicar. No de escribir, porque siempre he escrito, ya que la escritura para mí es como una boya encantada que me permite mantenerme a flote.
-Tu razón de vivir...
-En ese sentido, puedo decir que es lo más precioso de mi vida, la escritura. Pero sí dejé de publicar durante mucho tiempo. Entonces pasé de una novela realista y colectiva, porque había muchos personajes, estaba todo el marco político muy denso; pasé a contar de otra manera. De una manera más oblicua.
-Cambio de tono, de abordaje...
-Por eso decía que trabajé lo no dicho, lo que no se podía decir en ese momento. Y en vez de tematizar militares que dan la patada en la puerta y entran, no. Yo conté de otra manera. Me salí de esa brutalidad realista para contar en La rompiente otras cosas: cómo afecta una dictadura, la represión, en el comportamiento de la protagonista.
-El tema de la soledad es recurrente para vos. Así se define Vivir entre extraños desde la tapa. En una entrevista, a raíz de tu biografía de Rulfo, decís que era un hombre solitario y vos añadís que "casi todos los escritores lo son". Además, en tu cuento “Viaje a Salamanca”, le hacés decir a tu personaje: "Cuando la soledad resulta acuciante, me vuelvo peligrosamente huraña". O sea... estás rodeada.
-Sí, por supuesto, porque los escritores hacemos un trabajo que es muy solitario. Escribimos en soledad, leemos en soledad. Por lo menos los dinosaurios como yo (risas), porque, claro, la gente joven a lo mejor puede escribir de otra manera. Pero, en mi caso, sí, necesito esa soledad.
-Y estando en plan dinosaurio, ¿te ponés huraña, te ponés jodida cuando necesitás soledad?
-Cuando no me dejan escribir, cuando no puedo escribir, me pongo de mal humor (risas). No tanto como huraña, pero sí de mal humor.
-En tus relatos vas citando a muchos de tus escritores preferidos y algunas películas que te han marcado. Y hay un rescate que nos llega muy de cerca, porque, en un momento, en la página 103, en el cuento "El exilio interior", hacés una mención expresa de nuestra gran pluma, Antonio Di Benedetto, recordando el maltrato que recibió y su doloroso exilio.
-Es cierto. Yo vine a vivir a España cuando Di Benedetto ya había vuelto a Argentina. Pero lo conocí y lo traté un poco. Y es cierto que aquí, en su exilio, asustaba tratarlo, porque era un hombre muy golpeado, literalmente y en el otro sentido; un hombre muy tocado por las circunstancias en las que había vivido.
-Pero las citas son otro aspecto clave en tus historias.
-Es cierto que cito muchos libros. Hago una analogía entre lo que está pasando y esas historias de ficción como, por ejemplo, en el cuento "De madrugada” o en "El exilio interior" o en "Viaje a Salamanca". Siempre hay referencias literarias y también referencias especialmente al cine, como cuando aparece esa película tan impresionante que es Una jornada particular, con Sofía Loren y Mastroianni, dirigida por Ettore Scola.
-¡Una giornata particolare! Inolvidable.
-Inolvidable, claro. Transcurre durante una reunión entre Hitler y Mussolini, en 1938. Todo el mundo asiste a ese encuentro callejero. Y dos personajes que están en un bloque enorme de apartamentos, se encuentran también. Son dos soledades que se encuentran.
-Exacto, porque son dos personajes con su carga a cuesta.
-Sofía Loren es una ama de casa muy castigada y despreciada por el marido. Y un hombre que es un profesor, un locutor, pero que también ha sido cuestionado. Y creo que lo están por ir a buscar para llevárselo.
-Marcello encarnaba a un personaje gay, ¿no?
-Sí. Pero será un caso de identificación y seducción en la película.
-Todo esto sucede porque vos -o tu personaje- vas caminando por una barriada española que te recuerda el lugar donde se encuentran Marcello y Sofía.
-Sí, es en un pueblo, Peñaranda de Bracamonte, que es un poco el precio que tiene que pagar la protagonista para que la lleven a Salamanca, que es adonde realmente quiere ir.
-Claro, a un centro emblemático del saber.
-Salamanca le ofrece un montón de referencias literarias como Fray Luis de León, Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, etcétera.
-Entre otras evocaciones soberbias, recordás también que ahí, en Salamanca, nada menos, estudió Manuel Belgrano.
-Sí, sí, lo recuerdo en el cuento. Desde el exilio se recuerdan esos episodios heroicos.
-Otro momento para destacar, arbitrariamente, es cuando ejemplificás el clima de un episodio, en uno de los cuentos, apelando al trasfondo decadente de la película Blade Runner.
-Ahí, sí, esa extraordinaria película de Ridley Scott, con Harrison Ford, que está basada en un relato de Philip Dick, Sueñan los androides con ovejas eléctricas.
-Volviendo al primer cuento, que le da título al libro, la protagonista, tras revivir una experiencia traumática, se siente el escarabajo de Kafka: "Su cuerpo experimentaba la pesadilla de Gregorio Sansa". ¿Vos te has sentido así en algún momento?
-(Ríe) Bueno... sí. Sí, porque es una metáfora eso. No es que uno se convierta en un insecto, sino que los demás te hacen ver o te miran como si fueras un insecto. En La metamorfosis, de Kafka, está eso.
-Coincide esa atmósfera familiar con la tuya, en algún punto.
-Es eso, un hombre, un muchacho, que se convierte en un escarabajo porque ya no puede más con una familia que le pide todo por nada y que, cuando él ya no es lo que era, o lo que podía dar, entonces lo van abandonando y lo dejan morir sin ningún socorro. Lo va abandonando un familiar tras otro, hasta su propia hermana, que, en un principio, lo atiende.
-Calza perfectamente.
-Entonces, es una metáfora de lo que puede ser una familia disfuncional, que aparece en dos de mis cuentos. Como señala muy bien Alina Diaconú, una en el primer cuento, del que venimos hablando, y otra en "La familia de Ángela".
-Es fuerte, también, este último.
-Es esa especie de cuento de Navidad donde suceden muchísimas cosas. Aparece allí, más concretamente, esa amistad que se va a consolidar entre la protagonista de las historias y ese personaje secundario que es Ángela. También son dos soledades que se unen para sobrellevar las circunstancias.
-Has pintado muy bien ahí esas cosas terribles que a veces suceden en el ámbito familiar cuando se concurre a reuniones forzadas. Y el centro de la noche es el hermano de Ángela, un tipo terrible que deben aguantar todos los demás.
-Ese hermano empieza a beber y se pelea con su mujer, mientras ella y sus hijos se ríen de él, que va diciendo puras barbaridades. Y la protagonista, para aislarse un poco de la banalidad y de la grosería de la conversación, empieza a pensar en una puerta condenada. Allí hago un homenaje a Julio Cortázar con esa puerta que es real o imaginaria y que facilita un poco desviar la atención de la protagonista y desoír los improperios que está diciendo ese personaje.
-También tiene un aire de tristeza suave el libro tuyo y vos utilizás como una musa, para dar el tono, justamente a la musa Picasso, Dora Maar.
-La mujer que llora.
-La mujer que llora y que parte en busca de otro destino. Decís: "La tristeza de Dora, quizás una tristeza suave como la suya, la había acompañado siempre". ¿Es la atmósfera predominante?
-Claro, sí, exactamente. Es así, tiene ese tono. Un tono confesional que también hace pensar en la autobiografía, donde todo se vuelve sospechosamente autobiográfico.
-¿De qué manera entendemos ese clima emocional?
-Un tono melancólico. Que no es depresión. Por eso hablo de tristeza suave.
-¿Por qué no es depresión?
-Porque la protagonista sigue viviendo y haciendo sus cosas. No cae en una depresión tremenda que la paralice. Pero también debo decir que, si los lectores van a buscar heroínas, mujeres empoderadas y todo eso, no lo van a encontrar.
-En la familia disfuncional de tu primer relato, encontramos a una madre cómplice, un padre impasible y un hermano enfurecido que también es infumable. ¿Ha sido tu experiencia o has hecho literatura solamente, Reina?
-Hay algunas cuestiones que sí las he vivido directamente, pero hay mucha ficción también, mucha ficción. El cuento más autobiográfico del libro es "El exilio interior". Ahí sí me retrato. Es una especie de autorretrato. En los demás entra a jugar mucha ficción.
-¿Qué más encontramos de vos?
-En ese cuento aparece mi manera de ser también; lo de la solitaria, la mujer incapaz de conseguir unas credenciales para participar de un salón del libro.
-Suponemos que para vos conseguir credenciales de ese tipo no debe resultar muy difícil.
-(Sonríe) No, las he conseguido perfectamente. Pero quiero decir que la cuestión interna de inhibición, de vivir en ensimismada en su mundo, en un mundo paralelo al de la realidad; en eso sí siento que es un autorretrato.
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