El estado fragmentario de los restos óseos presentó un desafío inicial para los arqueólogos. Sin embargo, el análisis detallado de tres vértebras cervicales y un premolar superior permitió determinar que la persona tenía entre 30 y 60 años al momento de su muerte.
Los datos obtenidos del estudio proteómico revelaron una presencia significativa de la proteína AMELX, vinculada al cromosoma X. Esta evidencia confirmó que los restos pertenecían a una mujer que practicaba el ascetismo extremo, un descubrimiento que transformó la interpretación inicial del hallazgo.
La ubicación estratégica del monasterio en la ruta de peregrinación cristiana hacia Jerusalén añade una dimensión adicional al hallazgo. Durante el período bizantino, estos centros religiosos servían como refugio para peregrinos que llegaban desde todos los rincones del Imperio Romano.
Las mujeres en el ascetismo bizantino
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Este descubrimiento se consiguió gracias al análisis de un diente.
Los registros históricos mencionan a mujeres practicantes del ascetismo desde el siglo IV, como Melania la Antigua, una santa cristiana de origen noble. Su nieta, Melania la Romana, también adoptó estas prácticas de autodisciplina espiritual, siguiendo los pasos de los monjes ascetas.
Este entierro representa la primera evidencia arqueológica de una mujer que utilizó cadenas pesadas como forma de mortificación corporal en la sociedad bizantina. El descubrimiento demuestra que las mujeres participaron activamente en prácticas ascéticas extremas, tradicionalmente atribuidas a hombres.
La importancia del descubrimiento radica en su capacidad para revelar aspectos desconocidos de la vida religiosa femenina en la antigüedad tardía. Los arqueólogos continúan estudiando el sitio en busca de evidencias adicionales que ayuden a comprender mejor el papel de las mujeres en las comunidades monásticas bizantinas.