La Política tiene tal complejidad que parece un ser humano. Jodida, con vericuetos, con muchas agachadas, mentirosa, pero también con gestos de nobleza. E indispensable para vivir con los demás sin matarnos.

Por ejemplo, es la política la que está evitando que la situación actual argentina se salga de los andariveles institucionales, algo que antes excitaba tanto a muchos argentinos amantes de los helicópteros.

Es la política, por ejemplo, la que nos permitirá -si todo sigue como hasta ahora- llegar al 10 de diciembre, sin tener que adelantar fechas.

Es como que todos estamos sosteniendo -incluso los que putean a Macri o a Cristina - el entramado legal que nos otorgará ante el mundo, pero sobre todo ante nosotros mismos. algún tipo de previsibilidad  y de respeto por las normas.

Ahora que los perros son considerados "personas no humanas" a los fines jurídicos, también podríamos personificar a la política por ser una especie de organismo vivo del que dependemos con fuerza, como un niño de sus padres.

¡Qué familia, papá!

¿Por qué se cree usted que a la familia que no es la biológica la llamamos "familia política"? Simple. Porque ese tipo de parentela exige una trabajosa construcción. Una tarea similar a la que tenemos que armar en la vida social.

Aceptar a cuñados, suegros, nueras o a sobrinos "políticos" no es nada fácil. Requiere de un esfuerzo y de una capacidad de adaptación que no es moco de pavo.

Puede que el concuñado que nos tocó sea un pesado o la nuera muy charlatana, pero estamos obligados a elaborar con ellos una relación medianamente civilizada. Eso no nos obliga a andar de cogote cruzado con ellos. Sí, en cambio, a mantener cierto respeto.

Lo mismo pasa en la política real, la de la polis, la de los griegos, la de la república. Tengamos o no una afinidad con un partido político, o seamos independientes, todos hacemos política. De una u otra forma. Y eso obliga a ser tolerantes con el que piensa distinto.

Si a uno no le nace militar en un partido o ser un votante cautivo de un  facción, hay muchas otras formas de hacer política. En la familia, por ejemplo.

En toda parentela (cada uno lo siente más en su familia biológica) siempre hay peleas, desencuentros, malos entendidos. Como contrapartida deben existir los que estén dispuestos a trabajar por algún tipo de concordia, o a tender puentes, o a  tratar de juntar a las partes de ese puzzle que es todo grupo familiar.

Cada familia, un mundo. Y una oportunidad de hacer política sin caer en la exageración de ser un pelmazo o un extremista.

Aquel perdedor

Durante la última dictadura, en setiembre de 1981, leí en el diario La Prensa uno de los artículos más esclarecedores sobre la política. Lo había escrito un columnista liberal llamado Manfred Schönfeld, uno de los pocos que se animó a escribir sobre los desaparecidos y sobre jueces que hacían la vista gorda ante las torturas ilegales de los militares.

La columna resultó una conmovedora mirada sobre la importancia de la actividad política en unos años en que estaba prohibida. Schönfeld la había escrito por la muerte de Ricardo Balbín, uno de los políticos más destacados  de la Unión Cívica Radical, aquel al que, desde el peronismo y desde la izquierda, lo acusaban de ser un eterno perdedor.

Sin embargo ese "mediocre" perdedor había hecho desde 1973  algunos de los mayores esfuerzos para evitar la locura extremista y la amenaza de los golpistas.

El 1 de julio de 1974, en el velorio de Juan Domingo Perón, Balbín dio un discurso emocionante, con una frase que podría ser una síntesis de la actividad política:  "Hoy, este viejo adversario despide a un amigo".