Análisis y opinión

Los planes que no vemos: el otro costado del debate por la asistencia social

La discusión de las últimas semanas rondó a los planes sociales. Sus falencias y su ausencia de virtudes (o nuestra incapacidad para verlas) le marcan el camino a la discusión que viene: mantenerlos, transformarlos o borrarlos de un plumazo. ¿Comprendemos las consecuencias?

Sin dignidad es imposible sentirse un ser humano. Y mucha gente en nuestro país ha perdido la dignidad. Porque no recibe el respeto que merece, porque la sociedad le escupe en la cara, o porque ha abandonado la esperanza en un horizonte mejor. Se les inculca -se les siembra en la cabeza- la idea de que no sirven. Y no es que no sirven por haber agotado su utilidad -como una suerte de producto, digamos-. Agotaron su utilidad porque genética, dinásticamente, pertenecen a familias que nunca le sirvieron al país. Eso les meten en la cabeza.

Obviamente esto trae para ellos consecuencias psicológicas graves. Desde irse a dormir por las noches llorando -suponiendo que la cabeza los deja dormir-, o pasarse las tardes pensando, anticipando, tratando de resolver la difícil madeja de problemas que la crisis les presenta.

Y se clavan una espina en particular: ¿Qué piensan sus hijos de ellos? ¿Qué piensan de la vida que pudieron darles? ¿De la vida que les alcanza para darles?

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Estas palabras no fueron escritas en la República Argentina, aunque tienen mucho que ver. Le pertenecen al periodista alemán Günter Wallraff. Se pueden importar, entre otras cosas, porque fueron dichas cuando Alemania pasaba por una crisis seria de empleo, allá por el 2002 -igual que nuestro país-; pero también porque se dijeron al mismo tiempo en que aquella nación europea concebía el más famoso de sus planes sociales: el Hartz IV.

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Peter Hartz llegó al gobierno socialdemóctata de Gerhard Schröder en los 2000. Fue el autor de cuatro reformas clave en materia económica.

Peter Hartz llegó al gobierno socialdemóctata de Gerhard Schröder en los 2000. Fue el autor de cuatro reformas clave en materia económica.

Se lo llama así informalmente, en honor al consejero económico que lo creó: Peter Hartz. Un director de personal en la Volkswagen que luego se sumó al equipo del ex canciller Gerhard Schröder (quien precedió a Angela Merkel). Más tarde, Hartz saldría eyectado de su puesto en medio de un escándalo de corrupción y con 30 mil despidos en la automotriz que algunos todavía le endilgan; pero esas son otras historias.

El asunto es que en Alemania, a los que cobran el Hartz IV, muchos los llaman los "hartzers"; o sea, los planeros. Demostrando que discriminación y asistencia social, también hay en el primer mundo.

En Argentina está claro que los planes no han conseguido su cometido principal, que es mejorar la calidad de vida de las personas. Al menos se puede asegurar que no lo lograron de forma determinante. Por el desborde de precios, sus montos no alcanzan para que el poder adquisitivo atraviese las barreras de la miseria.

Y en cuanto a sumar personas al mercado laboral, que debe ser su objetivo de máxima, puede decirse que lo consiguen relativamente. Pero muy relativamente. Observemos.

El plan que más se otorga en la Argentina es el Potenciar Trabajo. Tiene un presupuesto cercano a los 150 mil millones de pesos. De esa inversión, el resultado es que sólo uno de cada cien inscriptos logró un empleo formal a partir de esta asistencia. Sólo uno. El 1,2%, para ser más precisos, y según informó hace poco Desarrollo Social ante un pedido de información pública del sitio Chequeado.com.

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Números que explican el acceso a un trabajo formal a partir del Potenciar Trabajo.

Números que explican el acceso a un trabajo formal a partir del Potenciar Trabajo.

El universo total de quienes lo perciben es de 1.300.000 argentinos - cifra récord de asistidos por planes en toda la historia del país-. Número que hace ver aún más pequeño a esos quince mil que accedieron al mercado formal.

Pero no es todo: de ese total, que no alcanzaría ni para llenar un estadio de fútbol, apenas el 38% (es decir, unas 6 mil personas) logra superar el Salario Mínimo, Vital y Móvil con ese trabajo. Como sabemos, ese número está por debajo de la cifra que define la indigencia para una familia de cuatro personas.

¿Cuenta final?

1.300.000 argentinos cobran y cobraron el Potenciar Trabajo, pero a algunos no los potenció ni siquiera hacia un plato de comida durante todo el mes.

Devela su mal funcionamiento.

Pero también devela qué quedaría si no estuvieran.

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Incidencia del Potenciar Trabajo a la hora de conseguir empleos formales: 1,2% de los inscriptos.

Incidencia del Potenciar Trabajo a la hora de conseguir empleos formales: 1,2% de los inscriptos.

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Los planes han conseguido engañar un poco a las cifras del desempleo. Darles una mano de pintura. ¿Pero cuánto han conseguido de avance real para el país? ¿Cuánto de avance verdadero?

No lograron nunca -o al menos no logran hoy- transformarse en una respuesta que encienda el trabajo masivo, concreto, acorde a las cantidades de dinero destinadas. No logra "ser" trabajo; y hoy es el principal déficit que se les señala.

Ahora, encima, tienen un desafío doble, porque ya ni el trabajo es "trabajo". El trabajo es en negro y cada vez más precarizado. O es en blanco, pero muchas veces no alcanza para escaparle a la pobreza.

Podría decirse que los planes, en términos absolutos, no funcionaron.

Ahora, el plan.

¿No le devuelve un poco de dignidad al que la sentía perdida?

Al argentino -que en realidad era alemán- del primer párrafo, ¿no le volvió a decir... "che, sos persona. Te considero. Existis?".

¿No te mueras, me importa que no te mueras. Por eso el Estado te da esto?

¿No es esa también la función que están cumpliendo?

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Luis Böhm, titular del Movimiento Evita, y el diputado Enrique Thomas (PRO) discutieron en Séptimo Día (Canal Siete) sobre el futuro de los planes sociales.

Luis Böhm, titular del Movimiento Evita, y el diputado Enrique Thomas (PRO) discutieron en Séptimo Día (Canal Siete) sobre el futuro de los planes sociales.

Se supone que el objetivo de esta columna es establecer una opinión.

Pero a veces no hay una para ofrecer. Al menos no una redondeada, pulida, rotunda. A veces no puede darse una mirada definitiva sobre determinados temas, a menos que se mintiera un poco, y se fingiera contener respuestas que, en realidad, no están tan nítidas.

Porque es cierto que los planes ya mostraron su enorme falencia. Es cierto que, en ciertos casos, desalentaron la persecución de algunos trabajos. Y que mostraron su necesidad imperiosa de ser modificados, de ser mejorados casi por completo.

El plan ya enseñó su lado malo

Pero, ¿qué hay de lo que no vemos? ¿Qué hay de esa devolución de caridad? Qué hay de esa devolución de dignidad.

Hay un plan que no vemos.

Cuando algunos miran por encima del hombro y dicen “hartzers de mierda”, probablemente existan realidades que se ocultan, que se autocensuran. Quizás para simplificar su pensamiento y tener respuestas más a mano.

¿Se pueden borrar de un plumazo, como proponen, sin generar un desastre social en la Argentina?

¿Sin un desastre inhumano?

Como el que ya estamos viviendo, es cierto. Pero éste sería más violento.

Ya sabemos que no son la solución. ¿Cómo se mejoran?

¿Cómo se cambian por algo que incorpore a la gente de verdad?

¿Cómo se hace para que no dañen al mercado del trabajo?

¿Hay alguien que prefiere el plan antes que ir a laburar? Seguramente. ¿Cuántos son? ¿Cómo se corrige?

¿Qué hay que armar para los próximos 20 años y qué descartar para el país?

Esta columna es un engaño: no tiene opiniones. No tiene preopiniones.

Pero al menos sugiere arrojar todas estas preguntas sobre la mesa.

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