Jorge Nanclares renunció a la Suprema Corte de Justicia el 1 de junio de 2020 y aunque su salida pareció drástica y sorpresiva definitivamente no lo fue. Todo lo contrario. Porque venía cocinándose a fuego lento hace un año.

Íntimamente, Nanclares había comenzado a poner fin a su larga carrera de magistrado en febrero de 2020 cuando, a poco de haber renovado el mandato presidencial que se extendería hasta noviembre de 2021 con apoyo del peronismo en la Corte, dio por iniciado el año judicial sin el tradicional discurso y protagonizando un conflicto fenomenal con los jueces civiles por lo que él mismo denominó "la acordada de la discordia".

La historia tribunalicia indica que esa puja entre los civilistas con el histórico presidente de la Suprema Corte de Justicia por el traslado de personal al fuero de Familia fue uno de los tres grandes conflictos entre jueces mendocinos y la conducción política.

Los anteriores fueron el histórico y largo paro de actividades de los jueces durante la gobernación de Felipe Llaver, a fines de los ´80, y la huelga durante el mandato de otro radical: Roberto Iglesias. En ambos casos fue en reclamo de aumento de sueldos. Hubo solución. Es cierto. Pero todavía muchos reniegan de la misma cada vez que deben reajustar los sueldos de los jueces provinciales al ritmo de las mejoras de los sueldos de los jueces federales. Los primos ricos, como suelen llamarlos desde el fuero provincial.

La acordada sin acuerdo

La acordada "de la discordia" tuvo el número 29.489, fue firmada en febrero de 2020 por Nanclares, Omar Palermo y Julio Gómez y disponía el traslado de personal del fuero Civil y Comercial al de Familia para fortalecer el mecanismo de oralidad de los procesos judiciales en ese fuero.

Hablaba de "reorganización de tareas y mejoramiento de las oficinas judiciales".

Los otros cuatro ministros de la Corte, José Valerio, Mario Adaro, Pedro Llorente y Dalmiro Garay, juraron haberse enterado "por los diarios" cuando el conflicto con los jueces avanzaba a pasos agigantados a pesar de que el asunto debió tratarse en reunión plenaria.

En los tribunales siempre criticaron que más allá de la potestad de Nanclares como titular de la Sala Administrativa de la Corte para disponer de los recursos de la Justicia, la movida implicaba un cambio importante y podía desencadenar tironeos importantes. Y así fue.

Hace un año hacía calor en las calles y el coronavirus hacía estragos en el mundo. De este a oeste del planeta, encaminándose inevitablemente hacia América. En los pasillos de los tribunales los ánimos ardían. Y ese estado de ánimo se profundizó cuando la Suprema Corte invitó a la apertura del año judicial 2020.

Un día antes se supo que más de 30 jueces civiles no asistirían al acto convocado por Nanclares en el Salón del Poder Judicial. Por el conflicto, que estaba en un pico de tensión. Pero sobre todo porque Nanclares había rechazado recibirlos a todos para discutir los alcances de la acordada.

Fue un acto distinto. Por el faltazo masivo de los civilistas, que fue notable no solo por la ausencia sino porque fue la comidilla del cónclave. Y porque, a diferencia de otras veces, no hubo discurso, como era de uso y costumbre. Desde el atril.

En cambio, Nanclares se paró frente a la concurrencia (políticos, funcionarios, la Asociación de Magistrados y otros) y ataviado con micrófono inalámbrico y apoyándose en las cifras y tips escritos en un powerpoint hizo una especie de rendición de cuentas y trazó un panorama de lo que vendría para el Poder Judicial.

Habló de las mejoras de rendimiento en el fuero laboral y de la necesidad de replicar esas mejoras en Familia. Habló de muchas cosas más. Pero toda la atención y la tensión estaba en el tironeo con los jueces civiles. Hasta que Nanclares desenvainó.

Habló de "acordada de la discordia", trató a los jueces de "patoteros e hijos díscolos" y hasta hizo gala de su formación religiosa cuando puso a los civilistas a la par del hijo pródigo de la parábola bíblica. También se criticó no haber dialogado lo suficiente con los rebeldes.

Se lo notó solo a Jorge Nanclares aquel mediodía a pesar de que el salón de actos estaba repleto. Aunque cinco de sus seis colegas de máximo tribunal estaban sentados a sus espaldas. En los sillones. Los que firmaron la acordada con él y los que dijeron haberse enterado "por los diarios". La caída era inevitable.

Marcha atrás

Los cabildeos oficiales y extraoficiales siguieron dentro y fuera de los tribunales porque la aplicación de "la acordada de la discordia" era insostenible.

El 5 de marzo, el propio Nanclares y los demás supremos de la Corte la dejaron sin efecto comprometiéndose a generar un espacio de discusión y organización para facilitar de manera consensuada la redistribución de los recursos en la Justicia. O sea, para no desvestir a un santo bajo el pretexto de tapar a otro.

Casi inmediatamente después la pandemia de coronavirus se instaló en el país, en Mendoza y en la Justicia. Entonces el escenario cambió drásticamente hasta nuestros días.

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