Había una vez un país generoso que los sucesivos gobiernos se encargaron de estropear.

Hubo un tiempo en que perdimos la autonomía energética porque fue dilapidada con precios irrisorios y sin inversión. Entonces importaron hasta el gas, que previamente se venteaba, a cambio de dólares cada vez más escasos. Y como ya no alcanzaban los verdes de la soja para todo, impusieron un cepo que frenó el drenaje, al punto de que costaba importar medicinas e insumos para la industria. 

Mientras tanto, la inflación multiplicaba la pobreza comparada con Alemania, contradiciendo los datos del INDEC. De tanta crispación en cadena nacional, cuando los buitres acechaban, más de la mitad de la grieta votó a un empresario hijo de su padre.

Entonces, con la excusa de la inversión nos azotaron a tarifazos descomunales hasta reventar a la industria y aumentar la inflación. Para financiar el déficit fiscal nos endeudaron y la bicicleta financiera aceleró. Un día el mundo especulativo se fugó de los emergentes y caímos al Fondo.

Ahora las deudas son de nosotros y las divisas son ajenas.

La lluvia de inversiones nunca llegó y los brotes verdes se secaron. El tiro de gracia a la producción se lo dieron con tasas exorbitantes para frenar la fuga de dólares y contener los precios desbocados.

PASOS en falso

Las roscas partidarias desvirtuaron las primarias que se convirtieron en una elección anticipada que mostraron lo que no querían ver. Quedó claro que no hay evidencia de corrupción ni procesamientos que alcancen para compensar el hambre y mitigar el malestar. Tampoco alcanzaron las formas institucionales ni la obra pública.

Para el Gobierno la elección fue un mazazo al darse cuenta de que no "era por acá". Para los mercados fue la señal de que sus acreencias corrían peligro, y para la población un calvario infinito porque siempre es la que paga la fiesta. Ahora el dilema central es si quemar todas las reservas o dejar que el dólar suba como un barrilete. Mientras, el 27 de octubre se ve cada día más lejano.

Nos queda rezarle a San Alberto, no por amor sino por espanto. No le rogamos que nos salve, sólo le pedimos que no nos dañe más con sus dichos y hechos.

Total que en 2015 los argentinos votaron un cambio que empeoró la situación económica y ahora votaron otro para que les cambie la vida.

Hemos perdido mucho pero nos queda un poco de esperanza. Nos impulsa el deseo de ser un país normal donde haya trabajo y el trabajo se valore. Un país con reglas estables y con instituciones por encima de los dirigentes. Donde la producción sea más rentable que el plazo fijo. Donde se priorice el agregado de valor y la inversión en conocimiento. Un país con equidad, donde haya oportunidades al alcance de toda la sociedad y el esfuerzo tenga sentido.

Estamos como estamos porque somos como somos, solía repetir un recordado periodista. Estamos como estamos por las miserias de la política. Y, aunque resulte paradójico, es la buena política la única vía para salir adelante.