Aberrante

La historia del macabro crimen de un bebé, hallado desnudo y estrangulado

El cuerpo de Eugenio Pereyra Iraola, de apenas 2 años, fue encontrado desnudo, muerto bajo una mata de cardos. El macabro crimen sucedió el 27 de febrero de 1937.

Hacía mucho calor esa tarde cuando Eugenio Pereyra Iraola, que había estado hamacándose mientras el viento tibio del verano le desordenaba los cabellos, aceptó la invitación del hombre de barba para caminar por el campo. Era la estancia de su papá, La Sorpresa. El hombre era un empleado de su papá ¿Por qué iba a sentir miedo? Su hermano Santiago los vio alejarse en dirección a los cultivos pero no le dio importancia al asunto. Ya volverían. Pero no fue así. Porque el horror que vino después fue conocido más tarde como ”el macabro crimen del bebé Pereyra Iraola”.

Todo empezó el 24 de febrero de 1937. Ese día, según cuenta Diego Zigiotto en “Buenos Aires Misteriosa 2”, José Simón Pereyra Iraola y su esposa Dolores se trasladaron con sus siete hijos desde la estancia San Simón, en Balcarce, hasta La Sorpresa, en Camet, a unos 25 kilómetros de Mar del Plata. Después de estar un tiempo en las sierras, pensaban pasar lo que quedaba de la estación veraniega en cercanías del mar. Él era nieto de Leonardo Pereyra Iraola, dueño original de los terrenos donde fuera fundada la ciudad de La Plata, y ella de Ramón Santamarina, pionero tandilense.

“Apenas llegaron, mientras los peones descargaban el equipaje de los vehículos, los chicos salieron a correr por el parque. Uno de los más pequeños, Eugenio, de apenas 2 años, se había adueñado de una de las hamacas. Al rato, su madre salió a la galería de la casa principal y notó que el niño no estaba allí, y que tampoco respondía a sus llamados. Mayor fue su preocupación cuando Santiago, uno de sus hijos más grandes, le contaba que ‘un hombre de barba’ se lo había llevado”, cuenta Zigiotto.

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La búsqueda

Enseguida sus padres y los empleados de la estancia comenzaron a buscar al niño, pero Eugenio no aparecía ¿Quién era esa persona que se lo había llevado y por qué? “Las Policías local y la de La Plata, cuya presencia se solicitó, comenzaron a vigilar todas las rutas y caminos de la provincia, requisando los vehículos que transitaban por ellos. Incluso el comisario inspector Víctor Fernández Bazán tomó un avión especial en las primeras horas de la mañana siguiente -jueves 25 de febrero- para dirigirse hasta el lugar de los hechos y tomar bajo su cargo la dirección de la pesquisa”, se relata, en tanto, en el número 231 de la revista Tiempos Tandilenses.

La primera hipótesis tuvo que ver con la banda del famoso malhechor El Pibe Cabeza, que había asaltado al padre del nene unos meses antes. Más tarde esta pista fue descartada.

Mientras tanto, se rastrilló toda la zona lindante a la estancia. Efectivos y paisanos con guadañas se abrieron camino entre la maleza y hasta drenaron pozos en procura de dar con su cuerpo. Los ingresos a la estancia fueron cerrados y todo el personal, incluyendo las niñeras, pasaron por el interrogatorio. La búsqueda se prolongó por más de dos días.

El hallazgo

Hasta que “el 27 de febrero, Juan Bidart, un joven que arrendaba una parcela cercana a La Sorpresa, se estaba dirigiendo a un corral para carnear una oveja cuando, de pronto, divisó el cadáver de un niño”, dice Zigiotto. El cuerpo de Eugenio yacía, desnudo y descalzo, bajo una gran mata de cardos, en un avanzado estado de descomposición. El padre reconoció el cadáver del pequeño y estalló la indignación en el país e incluso en el extranjero.

Los investigadores confirmaron que Eugenio había sido estrangulado. A diez cuadras del lugar de donde había sido hallado el cuerpo apareció el mameluco azul que vestía y las zapatillas de goma que calzaba al momento de su desaparición.

La prensa empezó a llamar al asunto “el caso Lindbergh argentino”, por asociación con el secuestro y asesinato del hijo del célebre piloto aéreo Charles Lindbergh en EE.UU., ocurrido pocos años antes.

El acusado

Habían tenido lugar algunas detenciones hasta ese momento pero nada firme. Excepto en un caso, un peón español llamado José Gancedo. Era un linyera de 45 años que había llegado al país en 1914 y trabajaba de lo que encontraba. Tenía algo que lo convirtió enseguida en sospechoso: su tupida barba. Pero se la había afeitado cuando lo hallaron los investigadores, la noche del 24 de febrero.

Cuando apareció el cuerpo del niño comenzaron a interrogarlo con dureza. Durante dos días Gancedo no dijo una palabra. La Policía decidió entonces llevarlo a la morgue y mostrarle el cadáver del pequeño Eugenio. Gancedo no demostró impresión alguna. También pusieron ante él a Santiago Pereyra Iraola. El niño se largó a llorar cuando lo vio y aseguró que ese hombre era quien se había llevado a su hermanito. Gancedo se mantuvo imperturbable.

Pero al tercer día confesó. “Gancedo explicó que luego de acercarse al niño con palabras gentiles, había caminado un trecho con el menor cuando Eugenio comenzó a llorar porque quería regresar con sus hermanos. Y temiendo que lo acusaran de haberlo golpeado, Gancedo le tapó la boca: ‘Cuando me quise acordar… pobrecito, no respiraba’ manifestó. Según él, no tenía ningún propósito de matarlo”, cuentan en Tiempos Tandilenses.

La reconstrucción

Al día siguiente tuvo lugar la reconstrucción del crimen, lo que desembocó en otro suceso extraño. El procedimiento se realizó durante una jornada calurosa, en la que la peonada intentó linchar al sospechoso. Una vez recompuesta la escena por la Policía, y ante la atención del juez y de funcionarios judiciales, Gancedo comenzó a explicar cómo se había desarrollado esa jornada: “Había observado a los niños mientras jugaban en la casa, poniendo atención especialmente a Eugenio. ‘Cuando quedó solo lo tomé de la mano y le dije que me acompañara’”.

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En algunos momentos contaba que lo llevaba de la mano y en otros alzado. La Policía le pidió precisiones y allí Gancedo se detuvo en seco: “Acá termina la farsa. ¿De qué me acusan? Yo no maté a nadie. Esto es una novela”. La sorpresa de los asistentes fue mayúscula, pero el hombre no quiso decir nada más.

De todos modos, como ya había una confesión escrita, el juez determinó que Gancedo era el culpable y ordenó que el detenido fuera trasladado a la cárcel de Dolores.

Los restos del niño habían sido trasladados hasta Mar del Plata. Al otro día se llevaron, en tren, hasta Buenos Aires, donde fueron recibidos por una multitud entre la que se hallaba el gobernador bonaerense Manuel Fresco. Luego Eugenio Pereyra Iraola recibiría sepultura en la bóveda familiar en el Cementerio de la Recoleta.

El final

Un mes exacto después del crimen Gancedo fue hallado muerto en su celda en Dolores, el enigma final en la secuencia. Según la versión oficial se ahorcó. Sin embargo, no se concebía que un ahorcado muriera con la lengua adentro, los párpados cerrados y la tez pálida. Y menos cuando él mismo había dicho que “no había matado a nadie”, y que “todo había sido una novela”.

Circuló entonces el rumor según el cual no había existido suicidio y en realidad, había sido el abuelo de la pequeña víctima, el senador Antonio Santamarina, quien le había disparado un balazo en el pecho.

Al poco tiempo, con el horror del crimen aún fresco, el ministro de Gobierno, Roberto Noble, anunció una ley a partir de la cual serían “eliminados todos los linyeras de la provincia de Buenos Aires”.

Crédito: Marcelo Metayer, de la redacción de la agencia de noticias bonaerense DIB

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