De pronto, un Boca-River de verano se transformó en la prueba piloto para un ensayo de gran relevancia: la profusión de patadas, golpes arteros, conductas desleales y malos arbitrajes hizo sonar las alarmas de las máximas autoridades de un país, en la búsqueda de casi una quimera, como es que un partido de fútbol -por más superclásico que que sea- vuelva a transitar los carriles de un deporte apasionante, pero deporte al fin.Con las advertencias del propio presidente de la Nación, Mauricio Macri, para que no se repita "el bochornoso espectáculo del sábado pasado en Mar del Plata", en donde fueron expulsados cinco jugadores (tres de Boca y dos de River) y con la violencia entre los futbolistas amenazando cruzar la frontera y contagiar al público -que esta vez se llevó la medalla del buen comportamiento-, el superclásico llega a tierras mendocinas con más expectativas que de costumbre.
Un operativo de seguridad riguroso rodeará el partido, mientras el Ministerio de Seguridad de la Nación anunciaba duras medidas para controlar la violencia en el fútbol -con la identificación de barras y violentos a cargo del Estado- y tomaba al superclásico como eje de su accionar.
En ese contexto, lo que puedan ofrecer Boca y River en el campo de juego del Malvinas Argentinas no será un detalle menor, pues será en los partidos "grandes" en donde -a modo de una estructura piramidal- se verá si el juego puede volver a ocupar el centro de la escena en un deporte que tiene varias aristas sustanciales y casi todas ellas relacionadas con los negocios, pero que sin el juego pierde su esencia para ser sólo un negocio más. Y de los más grandes.
Con lenguaje coloquial, podría sintetizarse en una frase contundente: que los que tienen que jugar con la pelota como herramienta principal, jueguen. Y que los que tienen que dirigir, en todos los sentidos posibles, dirijan. La mano viene dura, y esto puede alcanzar a jugadores, directivos y árbitros.
La parada de guapo y las bravuconadas desde adentro de la cancha fueron in crescendo. Te pego de entrada y marco la cancha. Te la devuelvo en la próxima y bancatelá. Los jugadores la empezaron, la siguieron los dirigentes y los árbitros (no) aportaron lo suyo. El panorama empeoró en cada choque bravo y ahora la manzana aparece rodeada. Por eso urge una solución, que debe surgir desde el entramado de los protagonistas referidos.
Boca y River tienen con qué intentar retomar el camino del juego. Mendoza -a estadio lleno- es el lugar de la cita que mañana volverá a reunir a millones de personas frente a las pantallas de la TV de la Argentina y del exterior. Es una buena oportunidad para empezar a cambiar la historia que puso por delante una falsa pasión que se fue fagocitando la esencia futbolera, la del juego.
Arruabarrena tendrá que apostar a recomponer un equipo golpeado y desconocido: sin bien ganó el campeonato de Primera División de 30 equipos en forma justificada, pocas veces demostró un buen juego colectivo y una línea que logre identificar a su DT como un entrenador con estilo definido.
También deberá conseguir que Carlos Tevez vuelva a ser el líder positivo que encabezó las conquistas 'xeneizes' del segundo semestre de 2015. Con la Copa Argentina incluida, en lugar de este deslucido atacante que se fastidia porque no le llega juego -el mediocampo de Boca produce menos que poco- y que protesta en demasía.
Gallardo puede reverdecer su chapa de entrenador criterioso y metódico, con la tranquilidad de haber logrado copas internacionales para River después de una larga sequía, lo cual le valió un merecido reconocimiento de sus hinchas.
El DT 'millonario' también tiene la responsabilidad -igual que Arruabarrena- de conseguir que sus dirigidos jueguen en lugar de pisar (y pasar muchas veces) los límites del reglamento como pasó en los superclásicos que alimentaron esta hoguera.
Y por último, Néstor Pitana tendrá la chance de demostrar por qué fue elegido para dirigir en el Mundial de Brasil 2014, y retomar un camino que fue perdiendo con malos arbitrajes. Desde el "no fue corner" (el famoso 'pitanazo' que patentara Carlos Bianchi) hasta la no expulsión de Lionel Vangioni en la jugada en la cual fracturó al pibe Cristian Pavón, por mencionar algunos de sus groseros errores recientes.
Pero si hay algo que da revanchas, es el fútbol. Y mañana todos los protagonistas de un partido clásico sin igual en el mundo tendrán la chance de empezar a arreglar las cosas. Boca-River nunca es un amistoso, la historia así lo demuestra. Pero tampoco tiene que ser la guerra. Con que sea un buen partido de fútbol, objetivo cumplido.