La semana que termina ha sido pródiga en el protagonismo errático de Alberto Fernández en asuntos institucionales, politicos y económicos.
La semana que termina ha sido pródiga en el protagonismo errático de Alberto Fernández en asuntos institucionales, politicos y económicos.
Será que su palabra ha quedado tan devaluada, por desaciertos propios, que cada intervención presidencial lejos de incidir proactivamente en la opinión pública lo que logra es un efecto búmerang que en nada contribuye a la credibilidad del Gobierno.
La cadena nacional que usó para arremeter contra la Corte por la suspensión de los comicios en Tucumán y San Juan podría haber generado una crisis institucional sin precedentes si se tratara de un mandatario con un poder legitimado por la ciudadanía. Sin embargo, nada de lo que anunció al respecto mueve la aguja ni modifica demasiado la movida que está tramitando el kirchnerismo contra los cortesanos en el Congreso.
Toda su crítica convertida en balas de fogueo no hace mella en la Justicia, ni moviliza a la población, como tampoco conmueve a los convencidos de que la Justicia está corrompida.
Bajado de la carrera por la reelección, ahora está pidiendo que haya una competencia interna por la presidencia en las PASO, a contramano de lo que declaró Sergio Massa, quien desea que el Frente de Todos se encolumne sin fisuras detrás de su propia candidatura. La dinámica de la interna no ha cristalizado una definición, y lo que diga Alberto no será lo más preponderante.
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El fracaso gubernamental no es inocuo. Causa estragos en los más pobres que a duras penas se están alimentando. Ahí es donde más pega la inflación, si bien afecta a todos los sectores y a las posibilidades de invertir en futuro.
Alberto Fernández insiste con eso de la inflación autoconstruida y de la cuestión psicológica que lleva a los comercios de barrio a aumentar los precios. Se basa en las expectativas inflacionarias que hay sobre la economía, pero así pasa por alto nada menos que la responsabilidad de gobernar.
No se hace cargo de lo que le compete, sin aviso previo, como tampoco Cristina asume la responsabilidad que le cabe respecto de un gobierno piantavotos.
"Algo tenemos que hacer", se dice el Presidente admitiendo que el dato alarmante del INDEC "no es lo que se espera". Dicho así suena a sincericidio, porque muestra descarnadamente la falta de plan y la pérdida del timón.
Por si no fuera suficiente, el problema es que todo parece ir de mal en peor. No supieron y no quisieron enfrentar la inflación desde que asumieron, y mientras vamos avanzando en el calendario electoral el desconcierto es mayúsculo, lo que hace dudar de la estrategia que seguirá el Gobierno, y el ministro de Economía en particular, para sortear el descontento y salir airosos.
Incitar el miedo y pronosticar tragedias si "gana la derecha" es un recurso endeble considerando que aquí y ahora la situación ya es de alta gravedad. El descontento, en todo caso, se proyecta a toda la clase dirigente sin distinción, según lo demuestran las encuestas, aunque a la hora de votar ganarán quienes logren generar mejores expectativas
Otra vez, como el mes pasado, Mendoza dio una cifra más alta que la difundida por el INDEC, pero los especialistas explican que a los largo del año los números tienden a confluir entre Nación y las provincias.
Como se ha dicho, la inflación es un fenómeno derivado de la macroeconomía que escapa a los resortes de los gobiernos locales. Al comparar los componentes de las canastas existen ligeras diferencias entre productos y en servicios regulados que derivan en los datos disímiles, pero ninguna región puede escaparse de los efectos del aumento constante de los precios.
En el caso de Mendoza, existe una creencia general de que las compras voluminosas que están realizando los visitantes chilenos están ocasionando la impactante inflación por aprovechamiento de los comerciantes, sin reparar que el proceso inflacionario está afectando por igual a todos los rincones de la provincia y del territorio nacional.
Los cálculos que hacen los mayoristas, principales puntos de venta elegidos por los consumidores trasandinos, es que se factura entre tres y cinco por ciento más por los visitantes que aprovechan el tipo de cambio. Se trata de un porcentaje que no resulta significativo si se contempla a toda la cadena comercial que abastece a la población de Mendoza en la infinidad de locales distribuidos a lo largo y ancho de la provincia.
Además, si se desagregan los datos de la inflación por rubros, se verifica que los que han sufrido los mayores incrementos son Educación e Indumentaria que, precisamente, no son los más requeridos por los consumidores chilenos.
En tanto, el rubro Alimentos y Bebidas en Mendoza dio 9,7 %, mientras que en el ámbito nacional alcanzó 10.1%. En concreto, independientemente de los tours de compras de extranjeros, los precios siguen sus derrotero.
La caída de nuestra moneda, producto de las políticas erráticas, da lugar a ideas dolarizadoras y a ensayar otras propuestas que están muy lejos de las experiencias de países exitosos.
El experimento de la convertibilidad de la década menemista, que logró aquietar los precios por algunos años, generó una ilusión de estabilidad duradera con un altísimo costo social y endeudamiento durante su ejecución. Con su estallido, por falta de políticas estructurales transformadoras, las secuelas perduraron en el tiempo.
Está demostrado con esas y otras experiencias que nada es mágico ni gratis. Tampoco habrá mucho que inventar si reparamos en los logros de nuestros vecinos o en distintas experiencias exitosas en el mundo, para lo cual se requiere politicos serios e idóneos, un capital humano bastante escaso en la Argentina. Menuda tarea tendremos por delante los electores.
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