Análisis y opinión

"Un perro puede disparar algo insólito, una experiencia totalmente nueva"

Paula Pérez Alonso, escritora y editora argentina vuelve a llamar la atención con una nueva trama "perruna", Kaidú en el que permite abrir la mente hacia un mundo más amplio, más integrado

En 1995, Paula Pérez Alonso, escritora y editora argentina, concitó un gran interés y un espaldarazo de los lectores con su primera novela publicada, No sé si casarme o comprarme un perro. Una historia de época, basada en una experiencia cruda y con un título provocador.

Hoy, Pérez Alonso vuelve a llamar la atención con una nueva trama “perruna”, Kaidú, tejida en torno a un trío amoroso que conforman Aína, su novio Juan y el perro callejero de este último. ¿Se puede ser infiel con un perro?, se pregunta ella, en un momento de reflexión.

Más allá de las vicisitudes emotivas de los protagonistas, Kaidú permite abrir la mente hacia un mundo más amplio, más integrado. Un mundo más armónico con todas las especies, sin jerarquías, según cuenta Paula en una entrevista con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Tu libro No sé si casarme o comprarme un perro fue muy exitoso años atrás. Uno podría pensar que se parece a Kaidú, porque los dos tienen el tema “perro” en el título y en la foto de tapa, pero no es así.

-No, no se parecen. Ese libro tan exitoso es de los noventa. A pesar de que tiene un título tan provocador y parece frívolo, la protagonista lo que quiere, en verdad, es vivir en ese tono provocador, light, pero no le resulta posible.

-¿Por qué?

-Porque el pasado, con el que ella no ha hecho las pases, reaparece en su vida y la novela se transforma en una especie de policial político pues todavía están los resabios de la dictadura. Todavía hay filamentos por debajo de lo visible que están operando. Por lo tanto, se transforma en una novela muy dramática y triste. Si bien es densa y, a veces, bastante tremenda porque hay un momento dado en que trata el tema del suicidio, los protagonistas, que son tres hombres y dos mujeres, no tienen mucha salida. Es una novela desesperanzada.

-¿Y a qué atribuís el suceso que provocó?

-Hubo una recomendación boca a boca impresionante, acá, en América Latina, en España. Y no me daba cuenta de que había algo que la novela captaba: el espíritu de época.

-Kaidú tiene una atmósfera completamente distinta, ¿no?

-Es una novela mucho más luminosa, porque si bien es disruptiva, pues trata del amor de Aína, la protagonista, con un perro…

-¿Qué tipo de amor?

-Ella se siente amada por el perro, ella ama al perro y, sin embargo, también ama a Juan. En ese sentido es disruptiva. Pero sin querer provocar.

-Pregunta inevitable: ¿cuánto hay en Kaidú de autobiográfico, de tu propia experiencia de vida?

-Hay una experiencia de vida, es verdad. Es así: Kaidú existe, es un perro real que me llevó a mí a escribir esta novela.

-¿Por qué?

-Porque me di cuenta de que no había otra novela que se pareciera a esta en el sentido de algo tan extremo.

-Claro. Hay otras novelas sobre perros.

-Muchísimas. Está Jack London con Miguel, el perro de circo, donde hay una gran crítica a todos esos perros que son expuestos a las pruebas, tratados como si fueran divertimentos.

-Hay perros, también, que están ya en nuestro subconsciente como los de Lassie y Rin-Tin-Tin, aquellas viejas series.

-Aquellas viejas series, sí. También hay libros como los de Paul Auster y de John Berger, Timbuktu y King, que son los perros que se transforman en grandes compañeros. Arturo Pérez Reverte también ha escrito un libro sobre un perro hace poco. Está la novela de Virginia Wolf, Flush. Trata de un cocker spaniel de una amiga, Elizabeth Barrett. La narración es en primera persona y usa la mirada de un perro para describir la sociedad en la que ellos vivían.

-¿Cuál de todos esos libros se acercan más al tuyo?

-Hay una novela que está emparentada con Kaidú, que es Mi perra Tulip, de un inglés, John Ackerley. Es la relación amorosa verdadera de este escritor con una perra llamada Queenie. No se puede decir que fuera el centro de su vida, pero él no hacía nada que la pusiera a ella en un segundo plano. Todo lo disponía de manera de que a Queenie no se le modificara demasiado su vida.

-¿Qué tipo de relación era esa?

-Él tenía una relación bastante… podríamos decir… erótica con ella, que nunca se llega a explicitar, por supuesto, porque para eso está la literatura.

-¿Le dio continuidad a la historia amorosa?

-Ackerley tiene otra novela, Mi hermana y yo, en donde aparece de nuevo la perra. Cuenta la relación con su hermana, que estaba muerta de celos de la perra porque se daba cuenta del lugar que esta ocupaba en la vida de él.

-¿Y en qué medida Kaidú está relacionado con eso?

-Está emparentada porque lo que hay es una relación amorosa muy intensa. Hay intensidad, pero es una novela muy contenida. Yo quería que se pudiera leer en una sentada o en dos.

-La podemos considerar como una nouvelle, una novela corta, ¿no?

-Una novela corta, sí. A partir de mi experiencia con Kaidú, después, por supuesto, invento muchísimas cosas.

-Vos nos querés provocar con la novela, según decís, pero sí producís incomodidad. Por ejemplo, un lector masculino que se situé en la piel de Juan empieza a sentir celos del perro por la onda que tiene con Aína.

-(Ríe) Sí, claro. Ella se empieza a preguntar si puede ser infiel con un perro. Empieza a estar muy atribulada, llena de culpa por lo que siente. Y en realidad es porque está un poco formateada con el modelo de relaciones prototípicas. Y Kaidú viene a enseñarle otra cosa.

-¿Qué cosas?

-Viene a enseñarle un mundo mucho más habitable, mucho más vivible, mucho más amplio. Ese es el gran descubrimiento. Y esa es la educación sentimental que tiene Aína con Kaidú, que es como una especie de sensei japonés, un maestro que la va llevando sin que ella se dé cuenta.

-¿En qué sentido lo decís? ¿Qué puertas le abre?

-Ella trata de pensar, de entender lo que siente a través de la razón. Pero cuando se abandona a lo que le pasa, de pronto aprende. Y su mundo se torna mucho más luminoso. Porque la historia no es sin Juan.

-¿Qué pasa con Juan, mientras tanto?

-Juan está ocupadísimo en sus cosas. Él también está buscando.

-¿Qué sensación ha despertado en tus lectores toda esta trama?

-Mucha gente lee Kaidú como un libro sobre las relaciones humanas y las relaciones con no-humanos, interespecies. Y eso es lo que me interesaba: sacar el libro de las jerarquías habituales. Vivimos en un mundo muy jerarquizado.

-¿Cómo lo hacés, en definitiva?

-Lo que hace el libro es dar vuelta esto y te muestra un mundo sin jerarquías, porque Juan lo lleva a Kaidú sin correa, caminando a su lado.

-Volviendo a lo que decías hace un ratito, es muy original que lo transformés a Kaidú en un sensei, como si fuera el maestro de Karate Kid.

-Sí, exacto. A ella le impresiona al principio cómo Juan camina con él como si fueran dos pares, cómo trata de no llevarlo nunca atado y cómo Kaidú, cuando van en bicicleta, frena en las esquinas sin que tenga que recibir indicaciones.

-Kaidú, pese a su relación, sigue defiendo su independencia de alguna manera. ¿Eso de tener a un perro encerrado no obedece fundamentalmente a nuestros intereses y no a los del animal?

-Tal cual. Eso es lo que Juan tiene en cuenta. En algún momento piensa: ¿Kaidú, a pesar de los riesgos que tiene la calle, no querrá seguir viviendo en un mundo absolutamente libre, comiendo lo que busca en las bolsas con restos de comidas mucho más sabrosas que el alimento balanceado que le doy dos veces por día? ¿No querrá vivir en un mundo en donde el azar sea posible?

-¿Y llega a alguna conclusión?

-Piensa que Kaidú, en realidad, también decidió ser querido, ser cobijado, ser cuidado. Y él aceptó también eso.

-Convengamos que Kaidú no es un perro convencional.

-En Kaidú convive el rebelde que fue, pues ha vivido dos años en la calle. Es un perro callejero que Juan rescata de la Sociedad Protectora de Animales. Por lo tanto, tiene toda una experiencia de cierta autonomía y rebeldía. Esa impronta nunca se le va y, sin embargo, adora a Juan. Jamás se le hubiera ocurrido tener una historia con Aína sin que Juan estuviese.

-Eso, precisamente, es lo que le da el carácter a esta historia.

-Es un mundo mucho más amplio el que Kaidú propone. Es, en realidad, un mundo en el que podamos relacionarnos con las especies de otra manera y no a través del dominio, del dominar a otro. Esto aplicado a las relaciones entre las personas, con los animales, con las plantas y con todo.

-Un mundo más amplio, en definitiva, como venías diciendo.

-Se trata de establecer una relación mucho más de pares. Esto es muchísimo más divertido y vital.

-¿Tu relación con los animales es a través de los perros o se extiende también a otros bichos?

-Tengo relación con otros bichos. Desde chica siempre me interesó muchísimo observar bichos de todo tipo como las lagartijas, los pequeñitos que se van desplazando, los cangrejos, las abejas, los gatos, los pájaros… qué sé yo, todo el mundo que existe por fuera de nosotros.

-Solemos perder el foco de todo esto, ¿no?

-Es que el hombre se ha puesto en el centro del mundo. Y eso nos ha arruinado, porque mirá lo que nos pasa ahora con la pandemia. O sea, se trata de vivir con los otros, no vivir dominando al resto de las expresiones que tiene la naturaleza.

-Hace pocos, entrevistamos aquí a un neurofisiólogo español, Xurxo Mariño, quien nos decía que, en la escala de los seres vivos, el hombre no está por arriba ni por debajo de los demás. No hay especies superiores y cada cual utiliza el lenguaje que necesita.

-Sí, sí, por eso. Fijate cómo un perro puede disparar algo totalmente insólito, novedoso y producir cambios de posiciones. Es una experiencia por completo nueva. Yo escribí este libro porque, para mí, la vida es antes y después de Kaidú.

-¿En qué sentido?

-En que a mí me habilitó a otra esfera de percepción, de conocimiento; otra esfera amorosa, sentimental. Algo que yo nunca me imaginé que me iba a pasar.

-¿Y qué hiciste al respecto?

-Nada. Me dejé afectar por eso. Porque se trata de afectar y de ser afectado. Dejarse afectar por las cosas. Como tratar de no seguir con lo mecanicista de nuestras vidas, pues vamos como en automático y nos perdemos de vivir experiencias increíbles como la de Kaidú.

-Sos una agradecida, se ve.

-Por suerte me dejé afectar por eso y dejé que sucediera. Realmente es como tener la posibilidad de terminar en otro lado. Es como Alicia en el país de las maravillas, ¿no?, cuando pasa a través del espejo. Bueno, es eso: como haber atravesado el espejo.

-Pero sin un conejo como guía, sino con un perro.

-(Ríe) Sí, sí…

-Puesto que hay un Kaidú real en tu vida, consulta de cajón: ¿sos perrera? ¿Andás recogiendo perros por la calle, como mucha gente que conocemos?

-Yo también soy muy perrera, me fascinan los perros, pero nunca tuve uno porque siempre viví en casas con patio o con terraza, pero no con un espacio más amplio. Eso nunca me atrajo porque siempre me pareció que los perros tenían que estar mucho más a su aire. Pero reconozco que también la pasan muy bien si tienen, por supuesto, sus desahogos, sus corridas y sus expansiones.

-En definitiva, lo tuyo es toda una postura muy convencida frente a la vida en general.

-Justamente, después de escribir Kaidú, descubro que hay una escritora belga, Vinciane Despret, que está muy metida en toda esta filosofía de establecer parentesco con todas las otras especies. Escribió Autobiografía de un pulpo. Y también Vivir como un pájaro, o sea, vivir en modo pájaro.

-¿Y qué propone allí?

-Ella, junto a otra filósofa, Donna Haraway y a otros filósofos, mujeres y hombres, que están en Estados Unidos, en Francia, en Bélgica… piensan que no hay un apocalipsis en esto que estamos viviendo.

-¿No? ¿Qué va a pasar, entonces?

-Proponen que hay que aprender a vivir con las pandemias, con los virus, que seguramente se van a ir transformando en otras cosas. Pero la única manera es aprender a vivir de otro modo con las demás especies y no querer imponernos y dominarlas y agotar los recursos. Si podemos entender eso sería maravilloso, porque está en nuestras manos. Lo increíble es que somos una gotita en el océano y nos autodestruimos.

-¿Qué opinás de un perro como mascota?

-El perro es lo más próximo que puede haber en una casa. Es parte de una familia o de una domesticidad. Y la gente habla de la mascota, algo que a mí no me gusta nada porque siento que lo cosifica. Se lo usa como un objeto para entretenerse, para acompañar, para no sentirse solo.

-¿Cómo debería esa relación?

-Un perro, por ser, justamente, alguien muy cercano, muy próximo, puede producir algo si uno lo mira de nuevo. Porque si uno no lo mira solamente con esa mirada mecánica del comportamiento, nada más, empezás a ver otras cosas. ¡Fijate la revolución que puede producir! En resumen, mirar con nuevos ojos y volver a pensar todo de nuevo es una clave, un desafío maravilloso que tenemos.

-En materia de perros callejeros, pareciera que en el país se hace poco para darle un tratamiento razonable a esta problemática.

-Acá no hay políticas para nada. Es un impresionante cuando vas a algún lugar en las vacaciones y, de pronto, cuando terminan, se van los turistas y quedan perros abandonados. Porque, así como hay rescatistas que se ocupan de ellos y los cuidan, hay gente maldita que los deja a su suerte. También entiendo que haya quienes quieran comprar un perro de raza. Y no los vas a cambiar porque hay algo que tiene que ver con ese atributo que les da ese animal, lo cual, asimismo, habla de esas personas.

-Pasemos a tu rol de editora, puesto que estamos hablando de cuestiones literarias. ¿Quiénes son hoy, para vos, las estrellas del momento en materia de escritura?

-En este momento hay muchos buenos escritores y escritoras. Pero después de muchos años en que fueron los hombres quienes tenían la atención, se leían entre ellos y raramente leían a las mujeres, ahora las mujeres han pasado a estar mucho más en el centro.

-¿Se diría que es el momento de las mujeres?

-Sí, como una especie de momento de las mujeres en que se las ha descubierto, mientras que los hombres se sienten medio dejados de lado. Pero eso se va a equilibrar.

-¿Por qué había ese desbalance años atrás?

-En el siglo XX, durante mucho tiempo, las mujeres no pensaban en publicar, en profesionalizarse, sino que lo hacían de una manera más silenciosa. Pensemos, por ejemplo, en Silvina Ocampo, que es una gran escritora. Lo hacía de una manera muy privada.

-¿Y hoy, a quién mencionarías?

-Está lleno de escritores y escritoras buenos. Si hablamos de grandes revelaciones, podemos mencionar a Dolores Reyes con Cometierra, a Selva Almada cuya última novela es No es un río o la primera, El viento que arrasa, que la hizo conocida.

-Claro, mencionando a las nuevas camadas…

-La generación que va entre los 40 y los 50 años. Te digo las que van teniendo más visibilidad. Luciana De Mello, una estupenda escritora que tiene una novela que se llama Mandinga de amor. María Negroni, que acaba de publicar un libro lindísimo también. Tununa Mercado, entre las más grandes. Pienso que Tununa Mercado es “la” escritora.

-¿Y entre los escritores?

-Están Daniel Guebel, Juanjo Becerra…

-El que la sigue rompiendo a nivel internacional, entre ellos, es Guillermo Martínez, ¿no?

-Guillermo Martínez, sí, o Pablo de Santis… Son escritores más clásicos.

-Volviendo a las mujeres, a nosotros nos han encantado Agustina Bazterrica con su Cadáver exquisito o Mariana Enríquez, con sus historias terroríficas…

-Agustina, claro… ¡y Mariana Enríquez, sí, por favor! Hay muchísimos nombres. Me estoy olvidando de millones. Algunas no publican tan seguido, como Esther Cross, que es una gran escritora.

-Totalmente de acuerdo. Su libro en torno al monstruo de Frankenstein es formidable.

-¡Claro! La mujer que escribió Frankenstein. Extraordinario.

-Y en el plano internacional siguen muy arriba escritoras como J.K. Rowling, María Dueñas o Margaret Atwood, que terminó de treparse al candelero cuando El cuento de la criada se transformó en serie.

-Sí, impresionante, porque era una escritora que nadie leía. Por eso. Con los libros nunca se sabe. Es misterioso el curso que tienen.

-Lo cual ratifica la etapa que estamos atravesando, como decíamos al comienzo de esta enumeración arbitraria.

-Las mujeres tienen más prensa, sí. Pero en algún momento se volverá a equilibrar la cosa, porque se sigue leyendo a muchos hombres. O a escritoras trans como Camila Sosa Villada, que es un enorme descubrimiento de Juan Forn.

-¡Sí! Las hemos entrevistado nosotros en ocasión del lanzamiento de Las malas. Ahora, ¿cuánto hay de Juan Forn, como editor, en el bordado fino del libro?

-¡No, no, no! Yo he sido íntima amiga de Juan Forn durante treinta años y sé, por él, que el libro es cien por cien Camila. Juan, lo único que hizo, fue sugerir cositas en relación a la forma. Fue uno de los trabajos que más lo emocionó como editor. Pero Camila es una escritora con muchísima personalidad.

-Ha sido un gran gusto esta charla, Paula. ¿Cuándo volvés a publicar?

-Ahora estoy trabajando en eso y, a la vez, con muchísima repercusión con Kaidú. ¡Estoy muy impresionada!

-¡Qué bueno! Aprovechá el envión porque después de No sé si casarme o comprarme un perro y de Kaidú venís con un viento de cola total.

-Sí. Tuve dos entrevistas por día durante un mes, ¿podés creerlo? Es así. Estoy ocupadísima con Kaidú, pero también entusiasmada con lo que estoy escribiendo.

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