Análisis y opinión

Mariano Ben Plotkin, biógrafo de José Ingenieros: ¿un moralista genial o un chantapufi porteño?

Doctor en Historia de la Universidad de California, investigador del Conicet y profesor en la Universidad de Tres de Febrero Plotkin estudió a fondo para su medular biografía: José Ingenieros. El hombre que lo quería todo

José Ingenieros es uno de los intelectuales que contribuyó a forjar y dinamizar el pensamiento nacional desde los albores del siglo pasado. Su obra más perdurable es El hombre mediocre (1913), una publicación pensada para denostar y tomarse revancha del entonces presidente Roque Sáenz Peña.

Desde entonces, el título no ha dejado de figurar en los catálogos de nuestras librerías. Se sigue vendiendo y leyendo, lo mismo que otro ensayo suyo de menor calado, Las fuerzas morales.

Sin embargo, esta producción editorial es apenas una pequeña parte de todo lo que significó Ingenieros como un intenso protagonista en los debates científicos, filosóficos y políticos de su tiempo.

Hijo de inmigrantes napolitanos y venido tempranamente a la Argentina, se fue desarrollando, paulatinamente, como médico, psiquiatra, criminólogo, sociólogo, filósofo, sexólogo, escritor, docente y, entre muchas otras actividades, como apasionado arribista de la élite social, principalmente porteña. Todo esto acompañado, a su vez, por una reconocida influencia en el ámbito internacional.

Un personaje fascinante, en suma, de “inteligencia superlativa y con una capacidad de trabajo infinita”, como lo define Mariano Ben Plotkin, doctor en Historia de la Universidad de California, investigador del Conicet y profesor en la Universidad de Tres de Febrero, que lo estudió a fondo para su medular biografía: José Ingenieros. El hombre que lo quería todo.

Excelente tema para desarrollar en el programa La Conversación de Radio Nihuil, acompañado por nuestro divulgador científico Esteban Tablón.

-Doctor Plotkin, en el final del libro se patentiza una larga obsesión por José Ingenieros, ¿no?

-Bueno… no es una larga obsesión por José Ingenieros. Es el tiempo que me llevó establecer un vínculo con él y poder escribir un libro (ríe).

-Claro, pero al estudiarlo durante un largo tiempo, metiéndose en su vida y en su obra, es como si uno quedara como cooptado por su impronta.

-Creo que es lo que pasa con cualquiera que escribe biografías. Uno intenta una relación muy particular con el objeto de estudio, con el sujeto con el cual biografía. Y esto implica un involucramiento de la propia subjetividad del que escribe. Me parece que es inevitable.

-Habiendo trabajado distintos temas antes como, por ejemplo, el legado de Sigmund Freud en nuestro ámbito, ¿por qué José Ingenieros? ¿Cuál es el atractivo principal del personaje?

-Cuando uno escribe historia en general y biografías, eso sirve para hablar de otras cosas, como ocurre con la literatura. José Ingenieros es un personaje muy interesante porque te permite entrar en una diversidad de cuestiones y de temas más generales, yendo de su mano.

-¿Cómo qué?

-Siguiendo a Ingenieros, uno puede entender cosas como los límites de la posibilidad de ascenso social en la Argentina a fines del siglo XIX, principios del siglo XX. Puede comprender un poco mejor cómo se construyó el Estado moderno, cuáles eran los vínculos entre saberes y poderes, cuáles eran los límites de lo posible, de decir y pensar en el país. Ingenieros era un personaje que definía extremos en muchos aspectos de su vida. Entonces, explorar esos extremos también es interesante.

-Aparte de él mismo.

-Aparte de su vida personal, que es fascinante.

-Es cierto. Una de sus tantas facetas que llaman la atención, por ejemplo, es la relación con sus padres. En varios momentos de su vida los trata de apartar. Es como que se avergonzaba de su origen de “tanos” inmigrantes.

-Sí, tanos, inmigrantes y sicilianos, porque uno de los problemas más graves que tenía era que los padres no hablaban un italiano puro sino un italiano contaminado de acento siciliano. En ese momento era visto casi como lo más bajo de la sociedad. Entonces ahí hay un tema: el de una persona con enormes ambiciones de integrarse en la élite local, tanto intelectual como social; y que ve que uno de sus límites, por ejemplo, son los padres que tiene.

-Hasta tal punto que les impide un retorno al país.

-Efectivamente, los padres intentan volver a Buenos Aires después de su retorno a Sicilia. Y él les dice: no los quiero acá porque son un obstáculo para mis ambiciones. Así, directamente.

-Pasó algo parecido cuando se produjo su casamiento en Europa. Les aconsejaba a sus padres que fueran bien vestidos e, incluso, a su madre le pedía que no comiera con el cuchillo en la mesa.

-¡Que no coma con el cuchillo y que no hable italiano! Eso era porque sabía que el italiano de su madre era siciliano. Si hubiera sido un alto italiano del norte, probablemente no habría tenido problemas.

-Sin embargo, el padre, Salvatore Ingegnieri, lo ayudó en muchos aspectos.

-Efectivamente, él ve a sus padres como un obstáculo, a pesar de que Salvatore fue uno de los personajes que tuvo un papel importante en su temprana socialización. Recordemos que el padre tiene una trayectoria muy interesante. Había sido uno de los fundadores de la filial de la Primera Internacional en Sicilia; había sido, también, un masón destacadísimo en grado 33, que fundó y dirigió la Revista Masónica en la Argentina durante diez años; había dirigido logias; su casa era un espacio donde se juntaban exiliados anarquistas, socialistas, republicanos italianos. Y, sin embargo, el joven José reniega de eso porque lo ve como un obstáculo para sus ambiciones de integración.

-El joven José, cuyo nombre en italiano era Giuseppe y que terminó hasta castellanizando el apellido.

-En realidad, él llegó muy temprano a la Argentina, a los tres o cuatro años de edad. Y ya lo llamaban José desde entonces. Pero, sí, el apellido lo castellaniza ya de grande, durante su segundo viaje a Europa, para sorpresa de su esposa.

-Esta historia de vida sirve también para recordar la gran influencia que ejercía la masonería, cuyo protagonismo podemos rastrear hasta las épocas de las luchas por la independencia con José de San Martín, Bolívar y compañía. En tiempos de Ingenieros hasta los presidentes de la República estaban bajo su influencia.

-Sí. Y hasta bien entrado el siglo XX también. Irigoyen era masón, como la mayoría de los presidentes argentinos. Roca creo que no lo era, pero su hermano era gran maestre de la logia y su hijo también era masón. El tema de la masonería es interesantísimo y habría que estudiarlo mucho más porque era el único espacio interclase. Se podía encontrar gente perteneciente a diversos grupos sociales que en otros lugares no tendrían acceso entre ellos. O sea, el único lugar del universo donde un siciliano llegado, como decía él, en tercera clase, se podía encontrar con un ex presidente como Mitre era probablemente en las logias masónicas. Es allí donde Ingenieros conoció a Mitre, al hijo de Roca, al hijo de Juárez Celman y a un montón de otros personajes que le iban a servir después también en sus estrategias de ascenso social e integración.

-Está fuera de duda de que el libro más exitoso de Ingenieros ha sido El hombre mediocre. Hoy mismo se encuentra en las librerías. Más allá de eso, estamos hablando de un personaje polifacético: médico, psiquiatra, hombre de ciencia, filósofo, activista político, escritor, etcétera. ¿Dentro de todas esas aristas, cuál es su punto más alto, si logramos separar la paja del trigo?

-Es difícil decirlo porque hay que ver cuál fue el punto más alto de José Ingenieros en vida y cuál es ahora.

-¿Y visto hoy?

-A Ingenieros se lo recuerda como el gran moralista, el escritor de El hombre mediocre y de Las fuerzas morales. Se lo recuerda menos por un libro mucho más importante de filosofía, Hacia una moral sin dogmas.

-Las fuerzas morales tiene también una vigencia respetable en los catálogos.

-Recordemos que son los sermones laicos que previamente había publicado, muchos de ellos, en Caras y Caretas.

-¿Y por qué la vigencia de El hombre mediocre?

-Resulta curioso porque si uno lo lee desde la perspectiva de hoy es un libro bastante indigerible. Un libro profundamente elitista e, incluso, si uno quiere, antidemocrático. Ahí demuestra todas sus dudas respecto del sufragio universal y, en fin, una serie de temas que hoy parecieran superados. Por lo tanto, llama la atención que El hombre mediocre siga siendo leído y apreciado. Hay que preguntarles a los lectores qué leen cuando leen eso.

-Precisamente, aquí nos llega la opinión de uno de esos lectores, Gabriel Fidel, que dice: “El hombre mediocre es un libro bárbaro donde se cuestiona la idea de no ser capaces de pensar por uno mismo, de ser rebaño y acomodaticio en vez de perseguir los ideales”.

-Sí, está bien, es una lectura desde el presente. Yo no sé si esa es la que hubiera hecho un contemporáneo de Ingenieros. Es un libro, en realidad, que se monta en la estela de otro anterior, el Ariel de José Enrique Rodó. Tiene todo un mensaje juvenilista, que ahora seguramente ha perdido vigencia. Pero es cierto lo que dice el lector. También es cierto que si uno empieza a mirar con cuidado a veces se va a encontrar con un montón de aserciones que serían insostenibles.

-¿Por ejemplo?

-Cuando habla de la masa o del pueblo en términos absolutamente despreciativos. Hay un montón de cosas en ese libro también. Pero, bueno, cada lector y cada generación recupera las partes que le parecen importantes de cada texto.

-Es cierto que El hombre mediocre sigue la huella del Ariel, pero da la impresión de que ha tenido una sobrevida mayor, ¿no?

-Hoy en día, sí. El Ariel fue un libro muy influyente que, a su vez, estuvo muy influido por el contexto de producción, que fue la inmediata posguerra entre Estados Unidos y España. El hombre mediocre es un producto inmediatamente anterior a la Primera Guerra Mundial, o sea, que es otro el universo de ideas en el cual se insertaba. Y, efectivamente, es un libro que, como decís vos, se sigue editando. No sé si pasa lo mismo con Ariel.

-¿Cómo ha sido tu experiencia docente con este material?

-Yo he dado seminarios en la universidad donde enseño sobre José Ingenieros. Y me llamaba la atención que todos mis alumnos habían leído El hombre mediocre y admiraban el libro.

-Hay, entre los científicos modernos, quienes lo descalifican enérgicamente a Ingenieros diciendo que no dejó ninguno aporte significativo, que el positivismo era una obviedad y que sus reflexiones sobre la evolución social tienen que ver con su pelea por la movilidad social. Por lo tanto, ¿qué explica la vigencia de Ingenieros hoy?

-Lo que decís es muy importante. De su obra científica no solamente no queda casi nada ahora, sino que ya no quedaba nada al momento de su muerte. Lo afirmaban sus propios discípulos. De su filosofía queda muy poco precisamente por haberse quedado aferrado a un cientifismo decimonónico cuando los vientos de la filosofía iban para otro lado. Y eso le genera incluso problemas con el propio movimiento reformista de la Reforma Universitaria. Lo queda, entonces, es el Ingeniero moralista, antiimperalista, pensándolo, digamos, como un portavoz del latinoamericanismo antiyanqui.

-¿Pero qué es lo que se mantuvo vivo de todo eso?

-Las apropiaciones que sufrió su figura, sobre todo después de su muerte, son interesantes. Sobre todo, las apropiaciones que se dieron desde la izquierda. Pensá que Ingenieros se convirtió en un faro cultural para el Partido Comunista durante mucho tiempo en la Argentina. Y, después, cuando existió la Secretaría de la Coordinación del Pensamiento Nacional, también se apropiaron de él como un pensador nacional y popular. Pero eso es lo que la gente quiere ver en Ingenieros. Las utilizaciones que se quieren hacer a posteriori de su muerte.

-¿Y para vos?

-Lo queda de Ingenieros y lo que se sostiene, lo que la gente aprecia de él, es al Ingeniero moralista, que es uno de los aspectos de su vida, una de las múltiples facetas de su personalidad y de sus múltiples reciclajes. Recordemos que, pese a haber vivido solo 47 años, tuvo una trayectoria en donde abordó infinitos casos. Su uno mira, por ejemplo, sus obras sobre historia, fundamentalmente sobre historia de las ideas, todavía hoy son muy buenas. Era ponerse a la vanguardia metodológicamente. Algunas de sus ideas sobre la sexualidad también son muy avanzadas, mucho más avanzadas que lo más avanzado que había en su época. Así que hay cosas que son rescatables, no creo que esté todo perdido.

-Pero, más allá de aportes y pervivencias, hay otro aspecto que nos llena de nostalgia. En la etapa fundacional, polemizaban intelectuales de la talla de Sarmiento, Alberdi, Hernández, Echeverría, Mitre, etcétera. En la época de Ingenieros pasaba algo similar. Se medía, codo a codo, con Lugones, con Ricardo Rojas, con Juan B. Justo, con Alfredo Palacios. Todo eso se ha perdido en la Argentina.

-Sí. Es difícil de entender desde la perspectiva de hoy porque esta gente no tenía ni la milésima parte de los medios que tenemos nosotros para acceder a la formación y a las lecturas. Y si vos mirás la obra de tipos como Ingenieros, ¡no te dan los tiempos! Es imposible que haya producido tanto. O el día era más largo o no dormía o no comía, no sé, en fin… Era realmente impresionante. Y lo que decís es muy bueno porque uno puede estar de acuerdo con algunos y en desacuerdo con otros, pero eran mentes privilegiadas. Estaban ahí interactuando. Asombroso.

-Pero además de ser gigantes del pensamiento, muchos de ellos, también eran hombres de acción. Estaban ahí, haciendo el país, Mitre, Roca, Roque Sáenz Peña, Yrigoyen…

-Mitre era un tipo que, en sus ratos de ocio, traducía al Dante.

-¡Por eso! (risas). Ahora bien, volviendo a Ingenieros, también se lo ha acusado de plagio.

-El hombre mediocre no te diría que es un plagio, pero tiene préstamos más que prudentes de Ernest Hello, un pensador francés católico del siglo XIX que había escrito un libro llamado L’homme, que tiene un capítulo titulado “El hombre mediocre”. Es decir, había libros en Francia con exactamente los mismos títulos y con los mismos contenidos que Ingenieros planeaba hacer treinta años después. Ahora bien, lo dicho no le quita méritos. Es un tipo de una capacidad de lectura impresionante, de un talento asombroso, de una cultura enorme, pero, bueno… eso explica que es humano también (ríe).

-Sí, sí. Y subrayemos, por eso mismo, que en aquella época no existía Google.

-No había Google, pero tampoco estaban tan definidos como ahora los criterios de cuál era la prudencia del préstamo. Es decir, había menos control sobre la circulación de textos. Incluso un escrito salía en una revista y al día siguiente salía en otra y después en una tercera sin citarse unos a otros. Y obviamente no se había pedido permiso ni autorización para hacerlo. Esto era una cosa bastante común en aquel entonces.

-Puntualicemos, por otra parte, que era la misma época de Florentino Ameghino. Y queda claro que todos ellos, en el mundo científico, tenían que autopromocionarse mucho, apelando, entre otras cosas, a las publicaciones periodísticas, cuyo protagonismo era relevante.

-Era asombroso. Ingenieros, además, admiraba profundamente a Ameghino. Escribió bastante sobre él. Y, en el caso de Ingenieros, línea que sacaba, se la mandaba a todo el mundo, acá y en el extranjero, lo cual le servía para demostrar, entre cosas, que gozaba de distintas relaciones. Esto ayuda a entender cómo se formaban las redes internacionales, la sociabilidad. La palabra escrita era fundamental. Ahora se ha perdido, pero la correspondencia era un fundamento.

-Entre tantas curiosidades que figuran en la obra y en las posturas de Ingenieros podríamos mencionar el perfil del delincuente que traza, teniendo en cuenta que se codeaba, entre otros, con una figura de gran notoriedad como Cesare Lombroso.

-Se codeaba con Lombroso, pero, al mismo tiempo, despreciaba a Lombroso.

-Ambivalencias típicas de su trayectoria.

-Por un lado, cuando hace se primer viaje a Europa, en 1905, a los 28 años, invitado a participar en un congreso donde está Lombroso, le pide a su padre, radicado en Italia, que, por favor, haga publicar un libro suyo en la misma colección de Lombroso, con la misma tapa de Lombroso. O sea, quiere asociarse a la figura del gran maestro. Y después escribe cosas sobre Lombroso diciendo que ya es un viejo gagá, que nunca fue inteligente. Por lo tanto, tenía una relación ambigua con él, en parte por su intención constante de terciar y superar los debates centrales que se producían en espacios centrales de Europa o donde fuera. Pero lo hace desde una posición de fragilidad. Por eso se relaciona con figuras de prestigio para hacerse conocido.

-En efecto. Con otro que tuvo sus cruces fue Paul Groussac.

-Con Paul Groussac tuvo dos debates. En uno, Groussac no se dio por aludido ni enterado. Fue cuando él publicaba La Montaña, en 1897. El segundo debate se produce en 1903 en otra revista que dirigía Ingenieros, los Archivos de Psiquiatría y Criminología.

-El típico esgrimista…

-Esto también es interesante porque Ingenieros siempre se las arreglaba, como una forma de autopromoción, para tener debates con personas que eran sus superiores, gente calificada por su prestigio y su consagración, como es el caso de Groussac. Pero esos cruces tenían lugar en las publicaciones que dirigía el propio Ingenieros, con lo cual él se quedaba con la última palabra y planteaba las reglas de juego.

-¿Y cómo le fue con Groussac?

-En este caso hizo un juego bastante sucio. Había una correspondencia privada entre Groussac a Ingenieros acerca de un debate menor sobre el uso de un término. Y en uno de sus intercambios Groussac le dice: “Yo no lo autorizo a que publique estas cartas”. Acto seguido, Ingenieros las publica en su revista y lo deja sin palabras a Groussac, porque ahí cierra el debate.

-En esa estrategia de promover debates para hacerse ver, el punto culminante pareciera ser El hombre mediocre. Es un libro que le dedica nada menos que a Roque Sáenz Peña, ¡con la intención de demoler al Presidente!

-Según el conocimiento recibido, José Ingenieros se pelea con Roque Sáenz Peña porque éste le niega el acceso a una cátedra. Entonces, enojadísimo, se va y escribe El hombre mediocre.

-Claro, se va a Europa.

-En realidad, la cosa es bastante más complicada. Ingenieros ya hacía tiempo que tenía pensado irse a Europa por otros motivos. Y El hombre mediocre, sacando el capítulo que él le dedica a Sáenz Peña, está hecho con textos que ya había escrito mucho antes. Algunos eran clases de la Facultad de Filosofía, otros escritos ya habían sido publicados en los Archivos, etcétera. Con lo cual, él arma ahí a un enemigo colosal para jugar el papel de David contra Goliat. Pero verdaderamente no es eso lo que lo motiva a irse ni el libro es el producto de la lucha contra Sáenz Peña.

-¿No era, entonces, José Ingenieros, un genio del marketing?

-Genio del marketing, difícil, porque ese concepto no existía en esa época. Pero visto desde la perspectiva de hoy, sí. Era un genio de la autopromoción, en todo caso. Además, lo hacía conscientemente. Ni siquiera lo escondía. Tenía a su papá como corresponsal en Europa para esos fines.

-Por otra parte, vos, al final de tu libro lo calificás a Ingenieros como un “chantapufi porteño”.

-Te diría, respecto de eso, que es una calidad que compartía con la mayor parte de los intelectuales de esa época, en un punto o en otro. Quizá tratarlo de chantapufi es un poco grueso, ¿no? Pero era gente que leía lo que podía, como podía; entendía lo que entendía y, con eso, hacía cosas. En resumen, fue un poco una provocación lo de chantapufi porteño, pero algo de eso había. Estaba el pícaro que, de alguna manera, quiere vender su producto.

-Decirle pícaro es un tratamiento más suave…

-Dejando en claro que yo lo creo personalmente. Y te digo que, durante mi relación con Ingenieros, que duró como siete años, pasé por varias etapas, de odiarlo a admirarlo, a despreciarlo, todo eso. Sin embargo, hay que reconocer que era un hombre de una inteligencia superlativa, con una capacidad de trabajo infinita.

-Ahora bien, fue protagonista de una época explosiva de la humanidad: Primera Guerra Mundial, Revolución de Octubre en Rusia, Reforma Universitaria en Argentina...

-Sí. Aunque El hombre mediocre es anterior a todo eso, da cuenta ese clima de ideas. Y su trayectoria posterior también porque, recordemos, Ingenieros es un ferviente admirador de la revolución soviética. Lo será hasta el final de su vida. Pasa por distintas etapas respecto de su postura sobre la guerra europea, de pensar que son los bárbaros que se suicidan hasta admirar a Estados Unidos para, después, denostarlo; todo eso en un lapso de cuatro años. Por eso es importante hacer biografías de gente como él. Para entender un poco cuál era el clima de ideas que se estaba formulando en ese momento.