Juegan a "etiquetar" la Ciudad para marcar presencia o territorio como el perro con sus orines. Hacen sus trabajos de madrugada, clandestinamente. Atacan paredes y mobiliario urbano, vandalizan tanto los frentes de entes estatales (las escuelas están entre sus preferidas) como de propiedades privadas. Hay cuadras completas del Centro donde las persianas metálicas de todos los comercios han sido atacadas por una lluvia de aerosoles.
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Una de las paredes del Correo Argentino por calle Colón.
Manuel De Paz
¿Y la convivencia?
De manera increíble, y pese a que la ciudad está llena de cámaras de video, nunca los vándalos son detectados. Hay normas de convivencia tanto municipales como provinciales que no terminan de hacerse cumplir. Las deposiciones "pictóricas" que dejan son muestras repetidas, copiadas, horribles, chillonas, y de escasísimo o nulo valor artístico.
El ataque que padece (entre tantos otros) el edificio del Correo obstaculiza que se pueda disfrutar de la arquitectura de esa obra, de sus líneas modernistas, de sus volúmenes, de sus columnas y enormes ventanales, en fin, de su diseño. Sus mármoles han sido lacerados por chorros de aerosoles.
El Correo es exponente de un momento histórico expansivo de la Ciudad, de cuando todavía el país crecía, cuando el Centro se llenaba de novedades, de progreso. Era la época en que el edificio Gómez se plantaba como un faro en el Kilómetro Cero. O el momento en que la Galería Tonsa sorprendía con su escalera mecánica, con esa fuente de agua bajo techo o con su enorme cine teatro City.
Es como si toda esa historia hubiese quedado tapada, escondida por el avance de los hunos (sin Atila) del aerosol que vienen haciendo un desgraciado aporte a la desjerarquización de la Ciudad. Estos "escritores de graffitis" son al arte lo que Javier MIlei al liberalismo. Lo rebajan, lo denigran.
Esa línea que divide
Es imposible que una ciudad no tenga arte callejero. Está visto que el verdadero arte grafitero tipo muralismo ha dado muestras notables de talento. Pero hay una línea que separa al graffiti del vandalismo.
El arte callejero demanda un pacto ciudadano entre un artista del graffiti o un grupo de ellos con los administradores del Estado si se trata de lugares o edificios públicos, o con los dueños particulares de las paredes que se busca "intervenir" con grafitis.
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El frente del Correo, inaugurado en 1951, es el único que se salva. Los costados del edificio están abarrotados de enchastres.
De lo que se trata es de convivir más civilizadamente, de evitar el daño y el escrache, es decir esa cosa de maldad antisocial que pareciera existir en algunos de los que pintarrajean puentes, pasajes, señales de tránsito, vagones de trenes, cartelería de tránsito, entradas de edificios de departamentos, monumentos, colegios recién pintados con el esfuerzo de la comunidad educativa, o casas particulares que nos permiten abrevar en los diferentes tipos de construcción y de diseños que se han ido incorporando la Ciudad.
Todo este tipo de vandalismo, que muchas veces se pretende travestir con las pieles de la libertad creativa, en realidad demuestra un desprecio supino contra el espacio social, contra el ágora de los ciudadanos.