Lilia Lemoine, que en una época se hacía llamar Lady Lemon, aterrizó como diputada de la Nación Argentina (puesto en el que goza de una excelente remuneración) como una consumada exponente de mujer arrolladora.
Influencer, ducha en las redes sociales y en los nuevos curros digitales, maquilladora, estilista, fotógrafa, provocadora, vendedora de software de empresas internacionales y, claro, afamada cosplayer, es decir una persona que usa disfraces para hacer performances destinadas a las gentes de avanzada y cool, todo eso cabe en su CV.
Pérfida
Lemoine disfruta siendo una tipa mala. En ese aspecto no "hace", sino que "es" una dama brava. Máxime ahora, con todos las ínfulas que le ha dado la política. Ella está peleada con la mayoría de sus compañeras de bloque de La Libertad Avanza. Con Marcela Pagano (otra de las candidatas a ser expulsadas) se sacan los ojos.
¿Cómo olvidar aquellas peleas que, antes de asumir, Lemoine mantenía con la joven legisladora kirchnerista Ofelia Fernández, otra que bien baila, a quien -con nula sororidad- calificaba de "medialuna"?
Más recientemente concentró su furia contra la sanjuanina devenida mendocina Lourdes Arrieta a quien definió de "desequilibrada mental". Además sugirió que la lasherina era una extorsionadora y la puso como ejemplo de lo que Milei califica como "ratas" del Congreso.
Lemoine dice: "Nací artista". Y le creemos. ¿Haber llegado a diputada nacional sin antecedentes políticos no es acaso una gran artistada? Aunque ya no tiene edad para hacerse la péndex, ella sigue definiéndose como "una IT girl", es decir una joven que se convierte en un ícono y referente de una tendencia.
La efectista
Y dígame, lector/a, si la siguiente autodefinición de Lemoine no es deliciosa: "Me desarrollé como efectista" .¿Qué catzo es una efectista? ¿Es algo que se estudia o es un don que se desarrolla? El efectismo existe. Es, según la RAE, "Aquello que busca ante todo producir un fuerte efecto o impresión en el ánimo".
Mucho la ayudó en ese objetivo el volverse cosplayer. Disfrazarse no es joda. "Hice un negocio con ello", admite esta amante de los ropajes osados para convertirse en otra persona.
La diputada nacional cree que en su vida hubo algo clave. No, tranquilos lectores, no llegó a su existencia ningún libro revelador ni se convirtió al budismo. Tampoco es que halló la solución para el tránsito lento. Atenti, incrédulos, al motivo: "Entendí las redes". En su caso eso quiere decir que ahí nomás cachó que que eso lo podía monetizar."Y entonces me hice influencer".
Ese derrotero vital la convenció "de que todo lo aprendido y vivido la conducía a buscar la libertad". Y fue entonces que apareció Javier MIlei en su vida. Las crónicas amenas dicen que fueron amigos con derecho a roces antes de aunarse como militantes del libertarismo. En el interín ella actuó como su productora en el rubro estilismo ayudándole al personaje a mejorar el packaging.
Ella le enseñó algunos tics para disimular esa jodida papada y para mejorar algún rictus con un poco de maquillaje. Pero además contribuyó a consolidar -aún más- su costado de showman. En algo tenía que volcar el "efectismo".
Antes de que Javier Milei asumiera la Presidencia y ella ocupara una banca en el Congreso, Lemoine se imaginaba para el puesto que hoy ocupa Manuel Adorni como vocero de Gobierno. Difícilmente hubiera sobrevivido a ese cargo. La lengua y el arrebato la hubieran traicionado.
Hoy la traicionan aquellos archivos periodísticos en los que ella defendía la importancia del debate interno en un partido político. Sobre todo en uno que coloca a la libertad como valor máximo. Hoy su espiche es, en ese sentido, el de una stalinista. La obediencia al discurso único es su estandarte y al que no le guste, a Siberia.