Análisis y opinión

Florencia Canale y su Pecadora: "La historia de Camila y el cura Ladislao es una tragedia griega"

La escritora, periodista y novelista de asuntos históricos habla aquí de la más perturbadora de todas sus heroínas: Carmila O'Gorman, la jovencita que se enamoró de un cura

Desde hace una década, Florencia Canale -apasionada ella- se ha dedicado, como novelista de asuntos históricos, a completar un minucioso catálogo de las más encendidas pasiones argentinas. Su fuente nutricia, que alimenta ya a una decena de títulos, es el siglo XIX, un periodo épico y, sobre todo, “romántico en todos los sentidos”.

Su nuevo libro, Pecadora, hace foco en la más perturbadora de todas sus heroínas, Camila O’Gorman, aquella jovencita soñadora que se atrevió a desafiar las convenciones sociales y políticas, en pleno gobierno de Juan Manuel de Rosas, dejándose llevar, sin medir las trágicas consecuencias, por su amor con el cura Ladislao Gutiérrez. Un idilio inolvidable de la historiografía nacional que alguna vez fue llevado a la pantalla por María Luisa Bemberg con Susú Pecoraro e Imanol Arias.

Camila atrapó a Florencia Canale. La conmovió. Más aún que Remedios de Escalada de San Martín, inspiradora de su primer relato, Pasión y traición, a quien está unida por ascendencia familiar.

De pasiones prohibidas, del misticismo religioso unido al sexo, del poder político y la Iglesia, del odio en las redes sociales, entre otros temas, hablamos en el programa La Conversación de Radio Nihuil junto a Esteban Tablón y Federico Lancia.

-Las mujeres de tus historias son pasionales, pero vos, Florencia, no le vas a la saga. Al menos, en tu pasión literaria.

-(Ríe) Exacto. Sí, sí. Pero mi pasión no termina mal, en tragedia, como la de Camila O’Gorman.

-Las historias amorosas de nuestro tiempo, como la de Wanda e Icardi, que gozan de vastas audiencias, son muy sosas al lado de las pasiones del siglo XIX que vos venís retratando con gran continuidad y minuciosidad.

-Me gusta eso que decís, al compararlo con la actualidad. El siglo XIX fue épico y romántico. Romántico en todos los sentidos.

-Técnicamente romántico, para dejarlo claro.

-Técnicamente, es así, y no solo reducido y achicado al asunto amoroso. Eran hombres y mujeres marcados por aquellos tiempos cuando el romanticismo dominaba las vidas. Había ideales, con gestas más chiquitas o más grandes que intentaban llevar adelante.

-¿Y en el caso de tu nuevo libro?

-Camila y el cura Ladislao Gutiérrez se vieron envueltos en algo que fue mucho más que un amor. Fue una pasión que no tuvo final feliz porque, bueno… cuando la pasión mete la cola, a veces la cosa se complica. En general, se complica.

-Ese tipo de pasiones que pasan a la historia suelen terminar trágicamente, como la de Romeo y Julieta.

-¡Exactamente! La historia de Camila y Ladislao “es” una tragedia shakespeariana. Es una tragedia griega.

-Con la diferencia de que pertenece al mundo real. Ocurrió. No fue inventada.

-Es así. Como cuando se dice que la realidad supera ampliamente a la ficción. Evidentemente: es la historia de estos dos jóvenes románticos, ingenuos, inocentes, repletos de bondad, que, desconociendo lo que era la maldad, terminan fusilados, solo por haberse enamorado. Ese acontecimiento fue usado políticamente. Por eso terminó mal.

-Tengamos en cuenta, por otra parte, que Camila y Ladislao no eran dos marginales. Pertenecían a dos “buenas familias”, tanto de Buenos Aires como de Tucumán, de raíz federal, seguidoras de Rosas.

-¡Pero, por supuesto! Ladislao era sobrino del gobernador de Tucumán, Celedonio Gutiérrez. De manera que conocía las cuitas del poder. No dejemos de lado que quien gobernaba Buenos Aires y la Confederación era Juan Manuel de Rosas, en su segundo mandato. O sea que eran tiempos de las luchas entre federales y unitarios. Faltaba todavía un poco para que esas luchas terminaran, aunque a veces me pregunto si realmente han terminado.

-Tus libros tienen el mérito de contar la anécdota central, pero también el contexto histórico que la envuelve. Y das un paso más. Está la intimidad de los personajes de la época. Por ejemplo, las mancebas que mantenía Juan Manuel de Rosas o las mujeres que habitaban bajo el mismo techo de algunos curas prominentes.

-Es que la sociedad no queda afuera de esta situación. Camila y Ladislao son hijos de su tiempo. Gobernaba Rosas, que había intentado poner un poco de orden, pero no era fácil; el partido Federal venía ganando en todo el territorio, la Iglesia tenía un poder importantísimo.

-Claro, tenía una gran presencia cotidiana.

-Existía este matrimonio, este “amantazgo” entre la Iglesia y el poder político del Estado.

-Recordemos que en todos los templos debía estar la imagen de Rosas y flamear la divisa punzó.

-Por supuesto. También pensemos en la corruptela dentro de la institución eclesiástica. Salvo uno o dos, los demás sacerdotes mantenían una doble o triple vida. Tenían, algunos, hasta tres mujeres e hijos de estas señoras. Sucedía mientras daban misa, no es que se quitaran el hábito. Esta era una práctica mantenida en silencio, aunque no tanto.

-Lo cual demuestra que la hipocresía caracteriza al poder político de cualquier época. Tanto la máxima autoridad ejecutiva como la eclesiástica mantenían a sus damas de compañía sin tapujos, pero todos esos personajes poderosos terminaron condenando a Camila y Ladislao.

-Así es. Lo que Camila y Ladislao no quisieron fue participar de esta hipocresía circundante, de esta doble moral o inmoralidad. Yo diría, de esta amoralidad circundante. Ellos quisieron vivir su amor en libertad.

-Ese sí era un pecado en ese momento.

-Pensemos en quién gobernaba. ¡Pensemos en el padre de Camila, don Adolfo O’Gorman, que pide un castigo ejemplar! Para él es una humillación brutal que su hija se haya fugado con un cura. Estaba, también, la prensa opositora marcando operaciones funestas desde distintos puntos del mundo; desde Montevideo, desde Chile, desde la propia Buenos Aires, azuzando el malestar general y, por supuesto, responsabilizando de todos estos asuntos solamente al Tirano, pues así se lo llamaba. Y la sociedad, que empezaba a asustarse. Todo esto fue generando una especie de maroma, de terror y de espanto.

-¿Cuál era el cuadro de situación?

-Los padres de familia asustados, tal vez, porque sus niñas fueran sodomizadas por estos curas. Digamos, se arma todo un clima siniestro. Rosas se reúne con los máximos letrados de aquel entonces, porque lo que siempre supo hacer él fue estar atento al clima de época. Sabía escuchar. Por supuesto, fue el responsable. Él fue quien puso la firma para que estos jóvenes murieran fusilados.

-Una decisión terrible, incluso para ese tiempo.

-Realmente es muy desolador el destino de esta joven. Una chica que uno podría pensar que había vivido una infancia feliz. Pero, claro, no nos olvidemos de su abuela, Madame Périchon.

-Cuya figura sigue siendo central. En tu anterior novela, La libertina, Marie Anne Périchon es la protagonista. Ahora, en Pecadora, es quien termina de desatar la pasión de Camila con sus lecturas “prohibidas” y sus consejos.

-Esta mujer, esta francesa que ejercía fascinación en sus contemporáneos, tuvo varios nietos, pero elige a Camila como una suerte de descendiente o aprendiz de su saber. Camila era curiosa. ¡Muy curiosa! Muy inquieta. Gran lectora. Y, por supuesto, pensemos en aquellos tiempos.

-En que había grandes condicionamientos sociales.

-Camila nace en 1828. En aquellos tiempos, las mujeres con inquietudes literarias eran peligrosísimas.

-Incluso Adolfo O’Gorman, según dice expresamente tu relato, estaba preocupado porque su hija leía demasiado.

-Y sí, porque eso enciende la imaginación. Camila tiene acceso a libros prohibidos, libros que no corresponden para una niña de su edad. Porque tiene a su abuela. Esta abuela que encuentra tierra fértil en su nieta.

-Por lo tanto, Camila termina siendo, también, una especie de Madame Bovary.

-¡Exacto! Una suerte de bovarismo, en cuanto a querer ser como las heroínas de aquellas novelas.

-O como el Quijote…

-¡Pero claro! Pensemos en las heroínas de aquellos tiempos, con esos amores, esas pasiones, ¡esos suicidios! Muchas veces los héroes o las muchachas terminaban suicidados.

-¿Las pasiones arrobadoras, desordenadas, terminan colisionando con la sociedad, entonces? ¿Tiene que ser necesariamente trágico esto?

-La pasión enciende y desestabiliza la razón. Entonces no hay final feliz. Es difícil dominar la pasión. ¿Cómo se hace?

-¿Pero es posible?

-Es imposible. Es como una emoción violenta. Digamos, es algo que te violenta, que te atrapa, que te aplasta.

-Te toma el control.

-Es eso. Vos no tenés control de nada.

-Pero no siempre se trata de pasión amorosa. Existe pasión por la política, por el poder, por la fama… por un montón de cosas.

-Exacto. Pero respecto de este tipo de pasiones, bueno… han pasado los siglos. Ha aparecido en la historia universal un señor llamado Sigmund Freud que contribuyó a entender de qué se trata esto, cuando se te desata la locura y no podés pensar. A veces hemos podido domesticar un poco ese animal salvaje, y hablo por mí también. ¡Pero a veces no! Por supuesto, prefiero dominarlo porque no quiero terminar muerta, ¿no es cierto? (ríe).

-¿Y en el caso que nos ocupa?

-En este caso, estamos hablando de la primera mitad del siglo XIX, de un mundo más complejo. Un mundo en donde hombres y mujeres tenían este envión a partir de la pasión. Y pienso en San Martín, en Belgrano, ¡en todos!, no solamente en la pasión abortada, trágica, de Camila y Ladislao. Nuestros héroes llevaban adelante sus gestas heroicas porque eran tipos apasionados. Si no, se hubieran quedado en la casa.

-Hablando de pasiones complicadas, Juan Manuel de Rosas tenía en su casa, como propio, a un hijo de Belgrano con su cuñada.

-¡Bueno!, porque los ocultamientos y los secretos han sido parte de la construcción de la historia universal. Pepa, la hermana mayor de Encarnación Ezcurra, tuvo un fogosísimo romance con Manuel Belgrano. Hubieran querido casarse. Sin embargo, el padre de las Ezcurra rechazó a ese hombre y la casó con otro caballero. No obstante, la chica quedó embarazada, tuvo ese hijo, ¡pero estaba casada con otro!

-Aparece aquí una buena pregunta: en este tipo de asuntos en torno a las pasiones abrasadoras, ¿la fuente de información sos vos misma, son lecturas, son psicólogos?

-Tengo años encima. Algo he aprendido, aunque nunca dejo de aprender. Por supuesto, me analizo hace mil doscientos años. Y me gusta mucho observar, escuchar y tratar de entender la pasión. Incluso la pasión actual. Me parece que no es un baile fácil el de los vínculos entre personas. Hablo del vínculo amoroso o apasionado.

-Es cierto que análisis pasional cambia según los contextos históricos.

-Sobre todo en estos tiempos en los que pareciera que hay fórmulas exactas sobre el espanto del amor romántico y lo que debiera ser el “amor” sano. Yo no creo en saludes y sanidades en cuanto a los vínculos porque ¡somos un fuego vivo los seres humanos! No todo es tan fácil para ponerlo en estantes. Me parece un disparate. Y eso que nosotros tenemos el changüí del presente y de todo lo que se ha estudiado al respecto.

-¿La pasión aumenta con lo prohibido? Por ejemplo, la Iglesia tradicionalmente ha condenado muchas cosas, durante la dictadura había libros prohibidos, etcétera.

-¡Pero, por favor! ¡Claro que sí! ¿O vos creés que Camila O’Gorman, si Ladislao Gutiérrez no hubiera vestido esa sotana, si no hubiera portado el título de sacerdote, habría puesto el ojo en ese hombre? Estamos hablando de algo contrafáctico, un disparate que no se puede comprobar, pero yo creo que lo prohibido… ¡por Dios!

-Más aún en esa época…

-Claro que sí. Yo estuve en Comodoro Rivadavia presentando mi novela en la Feria del Libro. Esta novela ha provocado mucha emoción, no sé si porque hemos vuelto a la presencialidad, por el tema en sí o por todo eso junto. Al terminar, se me acercaron unas mujeres muy amorosas y empezamos a hablar. Recordemos, por otra parte, que Camila era catequista.

-Sí, enseñaba a los niños.

-Por lo cual estaba en relación constante con el padre Ladislao. Pues bien, una de esas mujeres me dijo: “Yo soy catequista”.

-¡Caramba! ¿Cómo sigue la cosa?

-Ella estaba muy emocionada. Yo también, porque veo la emoción en el otro y me emociono yo. Continuó diciéndome: “Entiendo tanto esto que nos contás y esta novela, porque una, cuando es catequista, está en permanente contacto con el cura, con el sacerdote”.

-¿Y qué le pasó?

-Me dijo que el cura era un hombre muy grande.

-Por otro lado, más allá de curas, monjas y catequistas, también es un fenómeno muy particular la pasión de los santos. En tu relato queda expresamente reflejado cómo una fuente de alimentación para Camila eran los libros de Sor Juana Inés de la Cruz y de Santa Teresa. Sus textos pueden ser leídos, si uno se lo propone, en clave tremendamente erótica.

-Los místicos y las místicas. ¡Por favor! Para esta novela me aboqué bastante a la lectura de San Agustín, al libro de la vida de Santa Teresa de Ávila, a sor Juana, etcétera. Y realmente a mí me arrasaron de un modo muy personal, tal vez.

-¿Por qué?

-Porque tiene que ver con el éxtasis sexual y religioso. Los místicos combinan esto.

-En algún punto, esto se entiende como sublimación, ¿no?

-Exactamente. Y un poco rayando cercano a la locura. Quedás fuera de la razón, del mundo racional, para ser pura pasión religiosa, puro éxtasis sexual religioso. ¡Es fascinante! Yo he quedado tomada.

-Una pregunta, quizá recurrente, para vos, que sos escritora, que te has metido en la piel de todos estos personajes, que te analizás desde hace años, que has estudiado el tema. Una pregunta como si viniera de tu analista: ¿con cuál de todas esas poderosas heroínas pasionales que has novelizado te sentís identificada? ¿Cuál de ellas habrías sido vos en esa época?

-Yo no puedo dejar de lado a Remedios de Escalada, que es la heroína de mi primera novela; además, soy descendiente de ella. Hay algo ahí que me une con mucha ternura. También ella muere muy joven, enferma y demás. A medida que voy escribiendo, voy quedando atrapada. Pero con Camila he quedado atrapada como con ninguna otra.

-¿Por dónde te pegó?

-Esta historia me sigue conmoviendo. No logro salirme de ahí. Por supuesto, ya la conocía por la película y otras producciones. Pero, investigarla a fondo y tener esa compañía constante me conmovió. Bueno, cuando era chica, como tantas niñas, por ahí quise ser monja. Tuve una abuela, no como Madame Périchon ni mucho menos, pero con la que forjé un vínculo estrechísimo. Qué sé yo… Y, además, está la injusticia en la historia de Camila, el amor desesperado, su desafío constante.

-La historia es tan potente que ha motivado libros como, por ejemplo, Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, del poeta Enrique Molina, o la famosa película de María Luis Bemberg de 1984.

-Sí, claro.

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-Pues bien, ¿qué diferencia encontrás entre tu Camila y tu Ladislao con las interpretaciones de Susú Pecoraro e Imanol Arias?

-Hay diferencias porque, claro, la directora de la película tuvo que condensar en una hora y media esa historia. Estaba todo abocado a la tensión sexual entre los protagonistas y a la transgresión. Me pareció fabulosa. Mi novela amplía la lectura y la mirada. Camila era más joven que Susú Pecoraro en la película. Murió a los 20 años recién cumplidos. Igual, me cuesta quitarles hoy, en el imaginario colectivo, a esas mujeres, que están todas muertas, a Imanol Arias interpretando al padre Ladislao Gutiérrez. En resumen, la película está forzada y tiene algunos errores, pero no afectan la intención original y primera de María Luisa Bemberg, que fue una directora suprema.

-Hoy hay una contradicción muy grande entre la libertad de expresión y el bullying terrible, persecutorio, de las redes sociales. ¿Cómo llevás esto al haberte metido con los próceres y en temas espinosos como la relación entre el misticismo y el sexo, frente al hater, al que odia a cualquiera que piense distinto?

-Por suerte no he tenido grandes afrentas de haters porque no estoy en condiciones de soportar algo así. Hay personas que ponen el cuerpo encantadas, les gusta la pelea pública. A mí me encanta conversar, discutir, pero en un mano a mano, como ahora, con ustedes, digamos, donde sabemos quiénes somos y donde todo tiene que ver con un ida y vuelta de preguntas y respuestas. Es lo que más me gusta en la vida. Pero, repito, no he tenido vendavales de haters. Y, si los tuviera, saldría espantada. Me da mucho susto. Me hace daño. Me lastima. No me gusta este clima de época donde cualquiera dice cualquier cosa y se cree con la potestad de matonear. ¡Para nada!

-Una inquietud técnica. Los personajes de tu novela hablan un español castizo. Se entiende. Estamos todavía en un período semicolonial. ¿En qué momento del desarrollo del país empezamos a hablar en “argentino”, con el voseo y esos modismos que nos caracterizan?

-Falta mucho todavía. Es un tema que realmente me gusta. Cuando leo textos de ficción de autores del siglo XIX que están traducidos en la actualidad con el voseo ¡me da urticaria! Es un espanto.

-Un oyente nos traslada esta pregunta: ¿sabés si tu libro ha tenido repercusión en el ámbito de la Iglesia Católica o has recibido comentarios de curas conocidos?

-No. No he tenido. Me encantaría. Me encantaría.

-Pregunta final, que los escritores, casi sin excepción, rehúyen. ¿En qué estás metida hoy?

-Ya estoy metida en mi próxima novela de la cual, como vos sabés, no voy a decir casi nada. Se trata de una mujer interesante, intensísima, de finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX, como siempre. Por ahí, más adelante, empiece a decir algo más. Pero me tiene absolutamente atrapadísima esta señora… y con ese señor.

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