Análisis y opinión

Cristina, a calzón quitado, ya encara el escenario electoral

La vicepresidenta tiene al Gobierno en un puño, y con el otro lo cachetea a su antojo. En tanto, la oposición corre el riesgo de atomizarse

Con el discurso del viernes, Cristina vuelve a mover sus fichas en el tablero político y empieza a marcar el escenario electoral, esta vez sin revolear ministros, pero mostrando su habilidad para desmarcarse del Gobierno, al que le exigió una suma fija para los trabajadores para paliar la inflación.

Desde otro flanco, su hijo Máximo se ocupó de asestar los golpes directos a Alberto Fernández: "Para aventureros está el turismo", le dijo entre otras descalificiones por cortarse solo con su estrategia electoral.

Todo porque Alberto no cede a la presión de eliminar las PASO, como quiere La Cámpora, y se aferra a la ley vigente, el único reaseguro que le queda para amagar con su reelección.

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Ya es suficiente, calcula Máximo, al igual que su madre. Está cumplido el cometido de haber ganado las elecciones en 2019 gracias a la decisión de Cristina de llevarlo como cabeza de la fórmula. "Y no me arrepiento", advirtió Cristina.

Más que una explicación de su decisión política, la expresidenta lo que hace es seguir escribiendo las páginas interpretivas de una historia que tiene hilos con el presente. Es un método para explicar la actualidad, o cómo ella pretende que se la interprete, y un recurso para intentar una proyección sobre el futuro. Pero no un futuro indefinido, sino el que define las elecciones para un próximo gobierno.

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Cristina Kirchner se desmarcó nuevamente de Alberto Fernández en su discurso del viernes en la UOM. (Foto de archivo)

Cristina Kirchner se desmarcó nuevamente de Alberto Fernández en su discurso del viernes en la UOM. (Foto de archivo)

Por vocación y por necesidad, como sucedió en 2019, Cristina será una jugadora principal. Su plataforma reside en el piso electoral que mantiene, el más alto frente a sus potenciales competidores.

Mientras Máximo se ocupa, en el discurso que dio ayer en el Congreso Peronista bonaerense, de Rodríguez Larreta y de Patricia Bullrich, Cristina zamarrea una vez más a Macri, su gran obsesión. Sabe, además, que subir al ring a la figura de mayor peso del PRO es combatir con un rival que ofrece demasiada vulnerabilidad y, de paso, complica a Juntos por el Cambio que de por sí tiene inquieto el avispero.

Esa polarización le otorga una chance de equilibrar la balanza electoral, independientemente de si va jugar como candidata en la Provincia o si irá por el premio mayor.

Es una lógica similar a la que llevó a Macri a jugar con fuego durante su mandato, sosteniendo en la agenda todo el tiempo a Cristina con la intención de competirle mano a mano.

En la situación actual, mentar todo el tiempo los cuatro años del periódo macrista le sirve también a los fines de deslindar responsabilidades por los males del presente.

Cuando esboza un tibio, aunque elocuente, apoyo a Sergio Massa, lo hace destacando su esfuerzo por administrar la crisis que sólo sería consecuencia del gobierno de Macri, y así pasa por alto las gestiones de Martín Guzmán y de Silvina Batakis, o sea, la del Frente de Todos.

Sin el período de gobierno de Cambiemos, para Cristina, seríamos tan felices como lo éramos en 2015, año en que cesó su segundo mandato: "Eramos más felices que lo que vino después", aseguró en la tribuna de la UOM.

"Hablemos con números", propuso Cristina, al despacharse con sus propios datos sobre su segundo mandato, en los que no registra pobres, ni inflación y, al parecer, todos los asalariados llegaban a fin de mes. En esa comparación con el presente, al menos se ha compadecido de Alberto porque evitó responsabilizarlo de los problemas que hoy tiene el país.

Pero tampoco se hizo cargo de la gestión actual, sino todo lo contrario, al justificar que eligió a Alberto para la Presidencia ya que era imperioso ganarle a Macri. De lo que siguió después, ella no tiene nada que ver, dejó traslucir.

Entre golpe y golpe, no se privó de ligar a hombres del macrismo y "la justicia cómplice" con el atentado que sufrió hace dos meses. Desde que está acosada por las causas, no puede faltar en sus discursos la mención a los jueces enemigos como una pata funcional a la persecución contra los líderes populares: "Me quieren de acusada pero no de víctima", aseveró.

Vientos de cambio

Cuando anota a Lula dentro de su bando y refiere a un supuesto revivir de los gobiernos de izquierda en América Latina, omite en su análisis el corrimiento hacia el centro del electo presidente brasileño y que tuvo que tejer una alianza con la centroderecha para poder superar mínimamente al ultra Jair Bolsonaro.

Los triunfos opositores sí marcan una tendencia global, y en particular en Sudamérica, lo que no por ello está garantizando un triunfo de Juntos por el Cambio. Por el contrario, la creencia de que el próximo presidente se dirime en la interna de la oposición ha llevado a las peleas indecorosas entre algunos de los anotados en la carrera por un botín que creen que está al alcance de la mano.

Muestran la hilacha por los personalismos exacerbados y la escasa vocación por la unidad en pos de un proyecto superador. Gracias a ese comportamiento, en el oficialismo se frotan las manos, como lo demostró en su discurso de ayer Máximo Kirchner.

Cristina habló de la necesidad de celebrar un gran acuerdo democrático, aunque sin ahondar en los contenidos ni en quiénes serían los garantes. Puede sonar bien, pero en la real política nadie se imagina a la vicepresidenta, ni al fundador del Pro, o al vapuleado actual presidente estampando su firma en ese hipotético acuerdo.

Ella propone hablar con los números sobre la mesa, cuando un signo de su gobierno fue falsearlos a través del INDEC. En rigor, los números no dejan bien parado a nadie que haya pasado por los gobiernos. La muestra más flagrante es la cantidad dramática de pobres e indigentes que sufren las consecuencias. Es más, para hablar de números habría que arrancar por el 96% de inflación que proyecta para el año que viene el reciente relevamiento de expectativas del mercado realizado por el Banco Central.

Hablar "a calzón quitado", propone Cristina, lo que sería una forma de transparentar la realidad para encarar las reformas necesarias, pero para ello haría falta que tanto en el Frente de Todos y en Juntos por el Cambio se desapeguen de sus propios relatos para pensar un modelo de despegue.

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