Opinión

Aprendizaje, transgresión y violencia: aristas en la educación adolescente

La responsabilidad parental en las crianzas no debe perderse de vista

Se está generando un revulsivo de interés en el nivel medio. Atender su complejidad implica abarcar otros aspectos complementarios al estricto hecho educativo que prescribe el diseño curricular y a la actividad áulica que remite al proceso de enseñanza-aprendizaje de las asignaturas.

La secundaria abarca una etapa de la vida que para quien la transita resulta inolvidable, y donde se suelen compartir experiencias, alegrías, angustias, incertidumbres, esperanzas. Las amistades que se forjan en los años de la adolescencia quedan selladas para siempre. La convivencia cotidiana cuando se va conformando la personalidad deja marcas indelebles, tanto como el ámbito hogareño.

El proceso educativo que se vivencia en forma grupal porta problemáticas adicionales, por cuanto se establecen liderazgos, adhesiones, disensos, sumisiones y discriminaciones. Todo junto, en mayor o menor medida. Hay grupos integrados y solidarios, como también proliferan tribus enfrentadas de manera expresa o latente. Estudiantes que disfrutan y otros que padecen por ser blanco del bullying.

daños colegio santa maria
Otras de las imágenes que circularon en las últimas horas por los destrozos que causaron los alumnos del Santa María.

Otras de las imágenes que circularon en las últimas horas por los destrozos que causaron los alumnos del Santa María.

La empatía entre pares es un signo identitario de la adolescencia, pero la agresividad también es moneda corriente, como una proyección de todo lo que pasa en la sociedad. A propósito de los desmanes ocasionados por estudiantes de 5° año en el Colegio Santa María, las amonestaciones colectivas ponen en evidencia la dificultad para determinar las responsabilidades de los protagonistas, y si realmente fue el conjunto masificado el que corrió todas las fronteras de convivencia saludable.

Sin entrar en detalles que desconocemos, la autoridad escolar aferrada a las normas que todos se habían comprometido a respetar, ha tomado una resolución que puede resultar ejemplificadora. Consiste en acciones reparadoras y de aprendizaje en el establecimiento por parte de los sancionados, como condición para atenuar las amonestaciones y no quedar libres.

Pero no menos importante es la respuesta de los padres y madres, responsables indelegables de la crianza. Algunos consideran que las medidas son injustas, otros se victimizan, hay quienes se sienten aliviados porque no habrá impunidad, otros han salido a aleccionar a las autoridades sobre cómo deberían haber actuado, mientras no faltarán quienes intenten usufructuar su capacidad de influencia en un colegio caracterizado. Nada nuevo.

Hay que ponderar a aquellos padres que se hacen cargo de la responsabilidad que les compete y que comprenden que también de esta experiencia se puede capitalizar un aprendizaje de gran valor para sus hijos.

Lo que no da para subestimar, por fuera de este suceso puntual, es la escalada de agresividad que se manifiesta en los festejos del último año del nivel medio, en los que junto al peligro que suponen los excesos, chicos y chicas se sienten denigrados por prácticas y ritos que también habría que discutir. Por caso, la moda que consiste en apodos descalificantes que se les imprime en una banda con la que tienen que desfilar en la fiesta de fin del ciclo. Para unos resultará gracioso, para otros una humillación. Más si todo se proyecta a través de las redes sociales.

No se trata de estigmatizar a la juventud, ni de cortarse la venas, sino de comprender que estamos ante una oportunidad para establecer acuerdos entre padres, madres, comunidad escolar y autoridades educativas para revisar todo lo que estamos aceptando de manera indiferente o acrítica, donde reina la transgresión sin límites y las lesiones psicológicas no son mensuradas.

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