Análisis y Opinión

Andy Robinson: "La única salida es la energía renovable, pero con una producción económica mucho más baja"

Periodista y escritor inglés es un experto en economía, graduado en la London School of Economics. Su último libro es "Oro, petróleo y aguacates"

Andy Robinson es un personaje singular. Tan singular como su compatriota John Carlin.

Nacido en Liverpool, en 1960, se graduó de economista en la prestigiosa London School of Economics y, en plena era de Margaret Thatcher, agitado por sus ideas progresistas, abandonó su Inglaterra natal para terminar apasionado, años después, por las urgencias del cambio climático y por los padecimientos de América Latina como simple proveedor de materias primas para el mercado mundial.

Estas motivaciones son el núcleo de su reciente libro, Oro, petróleo y aguacates, definido conceptual o ideológicamente como Las nuevas abiertas de América Latina, en obvia referencia al ensayo clásico de Eduardo Galeano de hace medio siglo.

Pone allí su mirada en insumos cruciales que producen nuestros países como oro, hierro, plata, litio, petróleo, cobre, aguacate (palta), plátano (banana), soja, quinoa, patata (papa) y carne, entre otros.

Su mirada es económica, ambientalista y fuertemente política, con una especial atención -y esperanza- puesta en los regímenes progresistas del continente, cuyos nombres fuertes son los de Lula da Silva, Evo Morales, Rafael Correa o Hugo Chávez (Argentina no figura entre los países auscultados en este volumen). Su opinión positiva sobre cada uno de estos líderes no le impide, sin embargo, subrayar con realismo sus fracasos.

Viajero incansable, residente a medio tiempo en Madrid y corresponsal del diario catalán La Vanguardia, Robinson se suponía que iba a atendernos desde Brasilia, la capital de Brasil, para un diálogo con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Buen día, Andy. ¿Dónde está tu residencia habitual en estos tiempos? ¿En Barcelona?

-En estos momentos he adoptado una vida casi nómada. La mitad del año viajo por América Latina. Pero mi base, en realidad, está en Madrid, si bien mi diario, La Vanguardia, ya sabes que es de Barcelona, de Cataluña, ¿no?

-Sí, claro, por esto te preguntaba por Barcelona. Hace poco hablamos con un colega tuyo, John Carlin, que también es inglés y escribe en La Vanguardia.

-Efectivamente. John Carlin es compañero mío, aunque él se dedica más a escribir sobre el fútbol, que es un tema no menos importante que el de la Amazonia, desde luego.

-Totalmente. ¿Y vos sos hincha del Liverpool o ya te has hecho del Real Madrid o del Barça?

-(Ríe) ¡Yo soy del Liverpool al cien por cien! Y eso que llevo más de cuarenta años viviendo fuera. No puedo desvincularme sentimentalmente del Liverpool de Jürgen Klopp. De hecho, estuve a punto de pedirte que aplazáramos esta entrevista porque en este momento está jugando el Liverpool contra el Wolverhampton (ríe).

-Te hago una pregunta similar a la que le hicimos a John Carlin. ¿Cómo fue que, habiendo nacido y estudiado en un calificado establecimiento del Reino Unido, terminaste interesado por temas de nuestro continente y escribiendo en español?

-Cuando yo terminé mi carrera universitaria en la London School of Economics, a mediados de los ochenta, no pude soportar vivir en Inglaterra porque estábamos en plena revolución thatcherista. Margaret Thatcher nos hacía la vida imposible a mí y a todos mis amigos.

-¿Qué hiciste, entonces?

-Con uno de esos amigos nos fuimos a vivir a Barcelona para dar clases de inglés. Y empecé a escribir, medio como free lance, para medios ingleses y estadounidenses. Entre otras cosas, escribía sobre Barcelona, en la época en que los Juegos Olímpicos estaban a punto de celebrarse, con lo cual todo el mundo quería leer sobre eso. Luego fui a Madrid, donde hice un master en El País. Poco a poco fui aprendiendo a escribir en castellano. Estuve cinco o seis años trabajando para un diario económico. Luego me lancé y fui a Nueva York, durante la primera década de este siglo. Estuve ahí de corresponsal de La Vanguardia. Eran los años de Bush, de la guerra de Irán, etcétera. Y desde entonces me he dedicado a mover, principalmente, por América Latina.

-Pero lograste manejar muy bien tu nueva lengua.

-Escribir en un idioma que no sea tu lengua materna es un desafío. Pero, digamos, es una manera de ampliar tu forma de entender lo que son realidades complejas en América Latina. Lo vamos haciendo entre el castellano y el inglés; solo me falta aprender un poco de quechua y habré resuelto el dilema (risas).

-Pensábamos que hoy estarías en Brasilia para esta entrevista…

-No estoy en Brasilia en este momento sino en Ourilândia del Norte, en el estado de Pará, en la Amazonia brasileña. Aquí casi no quedan árboles, ya. Pero, bueno…

-Justamente, la deforestación de la Amazonia y de otras zonas de Brasil es uno de los temas centrales de tu libro.

-Efectivamente, sí. Hay varios capítulos ambientados en la Amazonia. Uno es sobre la carne bovina. Tu sabes que hay aquí más de ochenta millones de cabezas de buey en la zona. Y ese es el principal motivo de la deforestación implacable. Esto a pesar de que, según me cuenta la gente con la que he hablado esta semana, sería relativamente fácil reducir la deforestación a cero subiendo la productividad del modelo bovino.

-¿Por qué no lo hacen, entonces?

-Es que, con Jair Bolsonaro como presidente, aquí no hay ningún interés en optar por un modelo racional de creación de carne. Y hay un segundo capítulo sobre la soja.

-Sí, con Cargill a la cabeza como principal actor del modelo productivo.

-Sí. El problema de la soja en esta parte de la Amazonia brasileña es que, a pesar de la moratoria sobre la venta del producto procedente de áreas deforestadas, que fue firmada como hace once o doce años y tuvo un impacto muy positivo; a pesar de eso, el problema, decía, es que ahora los sojeros, con el apoyo de Bolsonaro y de los lobbies del agronegocio, están sorteando las normas de la moratoria mediante la utilización de pastos ya creados para el ganado. Luego son revendidos a los productores, con lo cual, aunque la soja no es la causa directa de la deforestación, es la causa indirecta porque primero entran las vacas y luego la soja.

-Pero, además, vos contás que dejaron de deforestar por la moratoria en la Amazonia, pero siguieron haciéndolo en otras zonas como el Cerrado.

-Efectivamente. Hay un capítulo ambientado en el estado de Bahía, en el interior, como a mil kilómetros de Salvador de Bahía, donde se da la situación perversa de que ahí toda la deforestación es legal según el Código Forestal de Brasil. Los facenderos, los hacendados principalmente dedicados a la soja y, muchos de ellos, grandes empresarios y financistas de Rio de Janeiro y San Pablo, o incluso fondos de inversión con sede en Wall Street, Nueva York, están deforestando el Cerrado, que es un bioma de enorme valor medioambiental. De forma legal, como decía.

-¿Y el Gobierno?

-El compromiso del gobierno de Bolsonaro en la cumbre del clima de Glasgow, hace pocas semanas, de acabar con la deforestación ilegal en Brasil, no va a resolver el problema del Cerrado porque ahí la explotación cumple perversamente con la ley brasileña.

-Otro mineral estratégico es el litio, al que algunos llaman el oro blanco y se lo ubica como central en el futuro del mundo. ¿Cómo ves su problemática, que alcanza, también, a la Argentina?

-Escribí un capítulo en libro sobre el litio en el salar de Uyuni, en el sur de Bolivia. Trato de explicar cómo eso fue una apuesta interesante por parte del gobierno de Evo Morales para industrializar una materia prima creando un proceso de producción de baterías e, incluso, de coches eléctricos. Fue un proyecto que se echa de menos, es decir, el apostar a la creación una cadena productiva con mayor valor añadido.

-Una vieja deuda, nunca saldada, de nuestro continente.

-Es por eso la referencia a Las venas abiertas de América Latina de Galeano. Porque el libro comenta que, en algún sentido, a pesar de los grandes logros de los gobiernos progresistas a principios de siglo, la desindustrialización de países como Brasil y, en cierta medida, Argentina, se ha acelerado y son cada vez más dependientes de la exportación de materias primas.

-¿Y qué pasó, finalmente, en Bolivia?

-Evo hizo un proyecto muy interesante de industrializar ese proceso, como decía. Lo que pasa es que fue en circunstancias muy dificultosas, en parte porque el litio boliviano es muy difícil de extraer en forma competitiva respecto a Argentina, Chile, Australia e, incluso, Estados Unidos. En parte, también, porque coincidió con una crisis política que acabó con el intento de golpe de Estado contra Evo en 2019.

-Ese capítulo de tu libro, el VIII, lleva en el título a Potosí.

-Está ambientado en Potosí, claro, dentro del saqueo y el expolio de la plata en tiempos coloniales. Traté de explicar el papel simbólico del litio en el golpe de Estado. Más simbólico que real, según mi modo de ver.

-¿Por qué?

-Porque sé que se ha vinculado el golpe de Estado contra Evo con el deseo estadounidense de sacar el litio. Yo creo que realmente no es así. Lo que ocurrió fue que Potosí, con su psicología herida históricamente por la sensación de ser una región expoliada, reaccionó porque el proyecto de Evo también iba a producir un saqueo de recursos pertenecientes a su pueblo. Es un tema complejo que se explica en el libro. Ojalá puedan leerlo.

-Todos estos temas sobre circunstancias puntuales de cada región o país se engloban dentro de una problemática más general, ¿no?

-Tenemos un problema al cual se le debe hallar una solución en el sentido de que la nueva economía mundial de cero emisiones, la transición energética a renovables, va a suponer una necesidad enorme de extracción de minerales y metales, muchos de ellos procedentes de América Latina. Hay un boom minero relacionado con la economía verde. Y esto es un problema para América Latina.

-¿Cómo lo estamos afrontando?

-Mucha gente en el movimiento ambientalista me parece que no se ha dado cuenta. Si tratamos de mantener el consumo energético en los niveles actuales, sin reducirlo, simplemente haciendo una transición a renovables, pues la demanda de cobre, de litio, de níquel, incluso de hierro, para construir millones de parque eólicos y fotovoltaicos, vamos a tener una destrucción minera muy grave si no buscamos otras fórmulas.

-Son situaciones muy contradictorias. Tu libro, por ejemplo, habla de la papa, que es un alimento maravilloso, clave en la evolución humana, pero termina en los chips de Pepsi que son una bomba de grasa, sal y azúcar. Por otro lado, otros alimentos extraordinarios como el aguacate (palta) o la quinoa terminan en monocultivos y produciendo efectos negativos en el ambiente. ¿Cómo lograr un punto medio?

-La cuestión es que resulta muy difícil resolver los problemas medioambientales, los problemas de destrucción ecológica y también social provocados por las grandes industrias extractivas. Pensemos en la soja, en la carne bovina, en el aguacate en México y ahora cada vez más en Chile; en minerales como el cobre en Chile y Perú; en el hierro de la Amazonia brasileña. Es muy difícil resolver este problema si no cambiamos el modelo económico porque, en el fondo, el capitalismo globalizado siempre va a generar ese tipo de ciclo de prosperidad efímera.

-Precisamente es lo que sucedió con la quinoa, ¿no?

-Claro. Porque tomas un producto indígena de los Andes, que ha sido fuente de alimentación durante milenios de los quechuas y los aimaras y, de repente, se convierte en un superalimento de moda en las clases chic de Londres, París y Nueva York. La demanda se dispara, los productores ven la posibilidad de ganar mucho dinero y eso ya de por sí provoca problemas. Pero, luego, en cuestión de años, debido a la producción en Perú, en Estados Unidos y en Europa, el precio se desploma y los propios productores de los Andes se quedan peor que antes.

-¿Entonces?

-Esto es un ciclo que Eduardo Galeano comenta en Las venas abiertas. Un ciclo de boom, de subida y de colapso, que se repite constantemente en la historia de América Latina. Y este es el problema de depender de mercados internacionales de materias primas cuyos precios están determinados por especuladores en muchos casos. Eso es lo que hay que cambiar.

-De todos modos, la situación continental, pese a las idas y vueltas, siempre pareciera estar en un mismo lugar.

-A lo largo de quinientos años de presencia europea y, posteriormente, estadounidense, como potencias coloniales o poscoloniales, el resultado ha sido una incorporación de las economías latinoamericanas a una economía globalizada que no favorece su desarrollo.

-Pero con matices, en diferentes épocas.

-Ha habido momentos en el desarrollismo de los años treinta, cuarenta y cincuenta, en los que se buscaron fórmulas para proteger, mediante aranceles, una industrialización. Y esto, a partir de los ochenta, fue rechazado cuando al modelo neoliberal volvió a imponerse. E incluso, en el período de los gobiernos de izquierda entre 2013 y 2014, no se logró combatir ese neoliberalismo del todo.

-¿Y hoy cómo ves la situación, desde este punto de vista?

-Hoy mismo hay una nueva ola de gobiernos progresistas, entre ellos el de Fernández en Argentina, la posibilidad de que Lula gane las elecciones aquí en Brasil el año que viene, la vuelta al poder del Movimiento al Socialismo en Bolivia, la victoria de Pedro Castillo en Perú, la posible victoria de Gabriel Boric en Chile. En estos momentos hay que intentar, creo, dar un paso más con la utilización, posiblemente, de medidas proteccionistas hacia el viejo estilo de la sustitución de importaciones.

-¿Para qué?

-Para que podamos protegernos, como gobiernos latinoamericanos progresistas, de las fuerzas descontroladas y anárquicas del capitalismo internacional. Y buscar un modelo de industrialización. Pero una industrialización ya adaptada a las necesidades sociales y medioambientales que correspondan al momento de crisis ecológica y a la gran amenaza existencial del cambio climático.

-Lo que está claro es que, más allá de salidas coyunturales, estamos en un momento crítico, ¿no?

-Es el momento en que se tiene que buscar una nueva agenda, que va más allá de la agenda progresista de los primeros gobiernos de la ola que se llamó “marea roja”, allá por 2013.

-Sucede, sin embargo, que echarles siempre la culpa de nuestros problemas al neoliberalismo y al imperio parece una salida cómoda porque tenemos enromes fallas de gestión propia, con gobiernos ineficientes. De hecho, en este mismo mundo, países que estaban en situación similar como Australia, Nueva Zelanda o Canadá, prosperaron; en cambio, nosotros no. Seguimos sin ver y aceptar las falencias que nos aquejan.

-Es difícil encontrar un país que esté prosperando del todo por la desigualdad económica. Incluso países europeos que han sido elogiados como ejemplos del desarrollo equitativo en Escandinavia están también con sus propios problemas. Y, desde una perspectiva medioambiental, países como Finlandia y otros están apostando por modelos de reutilización de sus bosques de forma comercial, lo que plantea una serie de cuestiones respecto a su compromiso con el cambio climático. Pero es verdad que se trata de un recurso fácil utilizar simplemente la retórica de la izquierda contra el modelo neoliberal, pensando que esto sirve para justificar políticas que, a veces, no dejan de ser un poquito de neoliberalismo disfrazado de otra cosa.

-En tu libro figuran situaciones de diversa índole situadas en varios países latinoamericanos, pero no figura la Argentina.

-La gran ausencia en el libro son capítulos sobre Argentina porque no he visitado mucho el país, con lo cual no quise meterme ahí. Pero, obviamente, los problemas son generales y las críticas espero que sean constructivas para el modelo de la nueva izquierda que llegó al poder en Venezuela con Hugo Chávez, en Brasil con Lula, en Bolivia con Evo Morales, en Ecuador con Rafael Correa. Las críticas que se hacen a ese modelo creo que también valen un poco para Argentina. Hay que buscar algo que permita un modelo económico que esté menos basado en la exportación de soja, por ejemplo. Eso no va a ninguna parte.

-Nosotros, aquí, ya hemos totalizado catorce años de gobierno kirchnerista, pero sin la soja, sin la producción básica del campo, la Argentina se hunde sin remedio.

-¿Estás diciendo que sin la soja sería aún peor?

-Digo que pasa en Argentina lo mismo que les pasó a Lula o a Evo: no pudieron superar los modelos extractivistas y basados en los commodities. No le han encontrado la vuelta.

-Claro, ahí está la cuestión. En la introducción del libro se plantea un poco la idea de que hubo dos críticas a la dependencia de América Latina del Norte global, de los países desarrollados. Una, que había relaciones de desigualdad, de intercambio desigual. Y eso se logró superar, en alguna medida, con la llegada al poder de gobiernos de izquierda. Pero la otra parte del problema, muy comentada por los economistas de la teoría de la dependencia y de la CEPAL en los años cincuenta y sesenta, era la excesiva dependencia de la exportación de materias primas. Por lo tanto, los países pierden la autonomía, acaban siendo dependientes de un caótico y especulativo mercado de commodities. Eso no se ha resuelto.

-Como venimos diciendo, este modelo lleva varios años ya. ¿Ahora cómo estamos?

-En estos momentos es aún más problemático que cuando Raúl Prebisch y compañía estaban elaborando en la CEPAL las teorías de la dependencia.

-¿Por qué?

-Porque, como venimos diciendo, el reto medioambiental es más importante. Yo, ahora, estoy en el estado de Pará, en Brasil, y si miro a mi alrededor ya no hay árboles. La Amazonia está desapareciendo a ritmo de vértigo. Y gran parte del problema es que Brasil ha apostado por un modelo de exportación de carne y de soja.

-Uno ve que los animales, ante el cambio climático, van adoptando otros modos de moverse sobre la Tierra. ¿Y con los humanos qué sucede? ¿Estamos perdiendo conexión con el planeta que habitamos?

-Yo escribí un artículo para La Vanguardia durante la cumbre de Glasgow. Había hablado, en Barcelona, con algunos economistas medioambientalistas que son defensores de la idea del decrecimiento, porque el futuro del planeta no es compatible con ese aumento desenfrenado del PIB en una economía capitalista. Y pensé que era muy razonable. Pero se me ocurrió que estamos viviendo uno de esos momentos que los psicoanalistas llaman de “ansia cognitiva”.

-¿Qué es el ansia cognitiva?

-Es creer dos cosas contradictorias al mismo tiempo. Por un lado, en España todo el mundo aplaude los proyectos de la cumbre de Glasgow sobre el cambio climático para transitar hacia una economía de emisiones cero de dióxido de carbono, de CO2. Pero, al mismo tiempo, todo el mundo está comprando enormes cuatro por cuatro de BMW y comiendo productos globalizados, como, probablemente, judías (alubias) cultivadas en Perú que se exportan en avión a Madrid. Es extraño, pero personas muy inteligentes no parecen capacitadas como para decir que esas dos cosas no son compatibles.

-¿Y qué salida le ves a eso?

-Lo único que me genera una cierta esperanza es cuando voy a América Latina y veo que las clases populares, lo mismo que gente que está viviendo muy próxima a la pobreza, siguen con regímenes alimentarios basados en los frijoles, el arroz, la mandioca, la yuca, cosas así. Porque luego vas a los supermercados de las nuevas clases medias aquí y están llenos de los alimentos que yo comía cuando era joven y vivía en Inglaterra. Este modelo de una industria de alimentos globalizada es una gran amenaza para el futuro de la humanidad.

-¿Cómo lo afrontamos?

-Creo que hay que defender de manera enérgica la economía campesina aquí en América Latina. Pero la gente dice: “Eso es una utopía, no es realista”.

-¿No lo es?

-Lo que no es realista, según creo, es pensar que todos podemos tener grandes coches y comer salsa de barbacoa fabricada en Estados Unidos. Lo que hay que buscar es una economía de producción mucho más baja, a partir de una agricultura familiar o, por lo menos, a pequeña escala. También la producción de energía local renovable, pero en nuestras comunidades y no a cargo de grandes monopolios, muchos de ellos procedentes de España, que están registrando beneficios muy jugosos en América Latina. Esta es, un poco, la única esperanza. Va a ser muy difícil, pero no hay otra opción.

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