Leer esta nota de opinión le llevará aproximadamente unos 2 o 3 minutos. En este breve tiempo habrán muerto de hambre entre 40 y 50 personas en algún lugar del mundo.
Mientras tanto, en Argentina, la situación no será tan extrema. Pero no crea que el hambre no existe por este rincón del planeta. Ni que nadie se muere por este flagelo.
En Tucumán -donde nació la iniciativa de la heladera social, donde también lloró Barbarita Flores en 2002 ante las cámaras de TV porque tenía hambre- sus ideólogos, los de la heladera social, explicaron que es muy común que un sector de la población golpee las puertas casa por casa pidiendo algo para comer. Y que otro sector de la población algo busque en su heladera y le dé.
Esto también pasa en Mendoza. No es cosa de las provincias pobres del Norte del país. Dé una vuelta por el hospitalito de CONIN. Olvídese de las críticas -algunas muy rebuscadas- al doctor Abel Albino y charle con las enfermeras, nutricionistas y con las personas que van a salvar a sus hijos de la desnutrición. Pregúnteles qué piensan sobre la comida que se tira.
Observe las mesas de los bares, cafés y restoranes de Ciudad después de las horas de desayuno, almuerzo y cena. Verá cómo muchos niños van en busca de las sobras. O tómese un café al aire libre en la Peatonal y cuente cuántas personas le piden limosna en esa media hora en la que usted quería relajarse.
Pasa en Buenos Aires también, claro. Los basurales de José León Suárez que ahora se llaman Ceamse (Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado) son un lugar al que mucha, pero mucha gente concurre todos los días a buscar la comida que tiran los restoranes y supermercados. Esto se describe muy bien en uno de los capítulos del libro de Martín Caparrós El hambre.
Todo esto -y más- pasa después de la década ganada. Y, personalmente, creo que va a seguir pasando después de las promesas de pobreza cero.
El mundo desperdicia 1.300 millones de toneladas de comida al año según datos de la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Si sólo se recuperara la mitad de lo que se pierde o se tira, bastaría para alimentar al planeta entero. Un planeta en el que se mueren de hambre entre 8 y 10 personas cada 30 segundos y al que 1.000 millones de personas no pueden acceder a la dieta base para su nutrición. Comen cuando pueden, esto puede ser una vez por semana.
Además, las pérdidas de alimentos, el desperdicio de comida, representan el despilfarro de recursos e insumos utilizados en la producción, como tierra, agua y energía, incrementado inútilmente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Durante la semana en radio Nihuil la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Carolina Stanley, fue consultada acerca de la iniciativa de la heladera social y cómo el Estado piensa ayudar.
La funcionaria señaló que "se iba a trabajar con las organizaciones para evitar que se desperdicie comida". Lo que puede considerarse una clásica respuesta de manual que me hace sospechar que será muy poco lo que el Gobierno hará en este sentido.
Sin embargo, decíamos, hay unos tipos a los que se les ocurrió lo de la heladera social, una heladera en la que se puede poner comida para que quien la necesite la saque gratis. Hicieron visible el problema y contagiaron a unas cuantas provincias, entre ellas Mendoza. Y otros propusieron el ropero social. Tal vez mañana aparezcan quienes diseñen el botiquín social y así con otras cosas.
Sería bueno que cada uno de nosotros tome conciencia de cuánta comida desperdicia en su casa, cuánta ropa está desde hace años en el ropero y no usa o bien de qué manera podría dar una mano a quienes la pasan mal.
Sólo se trata de organizarse un poco y dedicarle tiempo (poquito) a la cuestión.