Hay regresos que responden al alma. Y, como él mismo lo asegura, hay lugares que no se eligen: simplemente llaman. Y hay personas que, aunque hayan nacido lejos, crean con una provincia un lazo tan íntimo que la geografía pierde sentido. Eso le pasa a Erick Nevels, que nació en Long Beach, Estados Unidos, pero que desde hace más de 50 años siente que su verdadero hogar está en Mendoza, esa tierra que lo vio crecer, competir, soñar y reinventarse una y otra vez.
En Paraguay, donde fue convocado para brindar charlas en seminarios.
A los 58 años, después de tres años viviendo en Texas, volvió a pisar el suelo mendocino con una emoción que ni él mismo pudo medir. “Regreso a mi hogar de toda la vida. Vuelvo a la provincia donde realmente me siento en casa”, dice. Su frase resume medio siglo de historia, de afectos, de montaña y de ruta.
Un viaje que lo cambió para siempre
Erick llegó a la Argentina siendo casi un bebé. Había pasado apenas un año desde su nacimiento en California cuando, junto a sus padres y a su hermana mayor, emprendieron una travesía larguísima en el barco Brazil Maru. Era 1968. Aquella aventura que empezó como un proyecto familiar terminó convirtiéndose en una raíz que lo atravesó para siempre.
Mendoza lo adoptó sin escenario de dudas. Ahí dio sus primeros pasos, ahí aprendió español, ahí encontró a sus amigos de infancia, ahí construyó una identidad que hoy siente tan argentina como la cordillera que lo enamoró desde el primer día.
Y fue también en Mendoza donde descubrió la pasión que marcaría su vida: las motos de enduro.
El niño que siguió a su padre hacia la montaña
Todo comenzó cuando tenía 13 años. Un gesto sencillo de su padre —comprar una Suzuki TS 125 para pasear por la montaña— terminó definiendo el destino del hijo. Erick iba sentado atrás, quieto, observando, intentando adivinar por qué aquel motor parecía despertar algo que no podía explicar. Bastó una sola salida para que su padre entendiera que la moto despertaba una alegría nueva en él. A la semana, le compró una propia.
A partir de ese día, la historia cambió.
El chico tímido que se había adaptado a un idioma nuevo y a una cultura adoptada, encontró arriba de la moto un espacio propio, un refugio, un lenguaje sin palabras. Y lo que empezó como un pasatiempo se volvió disciplina, entrenamiento, ambición, meta.
Un récord que todavía nadie pudo igualar
Erick junto a Todd Kellet, campeón mundial de carrera en arena. "Es mi amigo británico", dijo el mendocino por adopción.
La carrera deportiva de Erick fue intensa y corta, pero inolvidable. En solo nueve años de competencia, logró algo que sigue siendo historia pura del motociclismo argentino: ganó seis campeonatos nacionales de enduro en la categoría mayor, un récord que aún hoy —más de treinta años después— nadie ha podido igualar.
Competía con una convicción que no tenía que ver con las medallas. Era más profundo: era un modo de vivir.
No tardó en convertirse en figura. La gente lo buscaba, los chicos lo admiraban, los organizadores confiaban en su criterio. En 1993 decidió retirarse de las pistas, pero su vínculo con el deporte no se quebró. Al contrario: se fortaleció.
Ese mismo año le pidieron que organizara el Campeonato Argentino de Enduro. Lo hizo durante 19 años. Y en ese camino empezó a construir su carrera internacional.
Fue convocado para presidir el jurado del campeonato mundial en Arena, en Francia
Desde 2010 integra la Federación Internacional de Motociclismo, en la Comisión de Rally Cross Country. También fue director de carrera de las fechas del Mundial de Enduro en 2012 y 2013, y del Six Days en 2014. Y en 2025 fue convocado nuevamente para una responsabilidad enorme: presidir el Jurado FIM del Campeonato Mundial en Arena, en Hossegor, Francia.
Para un chico que había empezado sentado atrás de su padre, ese logro tiene un sabor particular. “Dirigir la competencia más importante del mundo es algo que no se puede explicar. Es deporte, pero también es emoción, es equipo, es sentir que lo que uno aprendió sirve para otros”, cuenta.
En 2022, como tantas familias argentinas, Erick tomó una decisión difícil. El país exigía cambios, estabilidad, proyección. Se instaló en Dallas, donde construyó un camino nuevo hasta alcanzar su situación jubilatoria en Estados Unidos. Trabajó, se capacitó, aprendió. Y también extrañó. Extrañó intensamente.
Durante una de las tantas carreras. En este caso, en San Juan.
“La montaña, los afectos, la comida, los momentos simples. Extrañaba la vida mendocina”, reconoce. Y cuando pudo, volvió. No solo regresó para vivir: regresó para trabajar. Ingresó a una empresa estadounidense con 65 años de trayectoria y quedó sorprendido por la estructura, el sistema, las oportunidades.
Su vida volvió a moverse entre viajes, responsabilidades internacionales y proyectos deportivos. Estuvo en Paraguay, donde brindó charlas deportivas y colaboró con la parte social del Rally. Acompañó pilotos, organizó actividades, se preparó para nuevos desafíos. Tras su paso por Francia, sabe que volverá a Paraguay para dictar un seminario para oficiales deportivos y supervisar el Rally 2 Ruedas, un proyecto que sueña con convertirse en una competencia internacional.
Pero su base, su centro, su refugio, volvió a ser Mendoza.
Una vida llena de capítulos y un corazón partido en dos, pero siempre con las motos
Erick construyó su historia entre dos países. Creció en Mendoza, pero su vida adulta lo llevó varias veces a Estados Unidos. Tiene un pedazo del corazón en cada lugar. Pero, si alguien le pregunta dónde se siente “de verdad” en casa, la respuesta sale sin pensarlo: en Mendoza.
Vivió muchos años en Dalvian. Ahí vio crecer a sus hijas. Ahí guardó trofeos, afectos, recuerdos. Y aunque la pandemia lo afectó, aún continúa con algunos emprendimientos —como el alquiler de autos— . Nunca perdió la gratitud por lo vivido.
El compañero de siempre, fuera y dentro del país: el mate.
Hoy sabe que su mayor riqueza no son los títulos, aunque tenga más de 150 guardados como testigos silenciosos de una vida intensa. Sus victorias verdaderas son sus hijas, sus amigos de toda la vida y la certeza de que existe un lugar donde siempre es bienvenido.
Por eso volvió.
Y porque, aunque su documento diga otra cosa, Erick Nevels es, y será siempre, un mendocino del alma. Un hombre que cruzó océanos, recorrió continentes y construyó una carrera deportiva admirada en el mundo, pero que nunca dejó de sentir que sus raíces estaban ahí: en esa provincia de sol, de vinos, de montañas y de abrazos que lo vio llegar siendo un bebé y lo recibe ahora, maduro, con la misma ternura.
Un hombre que volvió a casa. Y que, esta vez, piensa quedarse.







