En el norte de la provincia de Neuquén, muy cerca de Mendoza, hay un pueblo muy pequeño que la mayoría de los mapas solo marca con un puntito. Pero para los amantes de la pesca de truchas, es el paraíso.
El pueblo tiene apenas 350 habitantes. Las casas son de ladrillo o madera, con techos de chapa y chimeneas que humean desde abril hasta octubre. Hay una escuela-hostel, una comisaría, dos almacenes y un restaurante que solo abre en temporada alta. La plaza es chica y la iglesia está dedicada a la Virgen de Luján. En invierno el pueblo se cubre de nieve y en verano el sol quema fuerte a pesar de los 1.600 metros de altura.
El pueblo para pescar truchas
El nombre del pueblo es Varvarco, aunque muchos lo conocen también como Villa del Cura. Está sobre la margen norte del río Neuquén y justo enfrente empieza el río Varvarco que baja cristalino desde la cordillera. Lo que hace famoso a este pueblo entre unos pocos es la pesca de truchas: tanto el Neuquén como el Varvarco y el arroyo Trocomán son considerados por los pescadores expertos como algunos de los mejores ríos de mosca de toda la Patagonia norte.
Desde diciembre hasta abril llegan pescadores de Mendoza, Buenos Aires, Córdoba, Chile y hasta de Europa con sus cañas y sus waders. Hay guías locales que conocen cada pozo y cada corredera, y varias casas ofrecen alojamiento con comida casera: cordero, truchas ahumadas y tortas fritas. También se pueden hacer cabalgatas hasta el campo de lava del volcán Tromen o caminatas al cajón del arroyo Currumil, donde hay pinturas rupestres tehuelches.
En enero se hace el Festival de la Trucha, con concurso de pesca, jineteada y músicos regionales. El resto del año vuelve la calma total: se escucha el río, los pájaros y nada más. Los fines de semana algunos vecinos abren sus boliches caseros: un living convertido en bar donde se toma fernet con coca y se juega al truco hasta tarde.
Varvarco no es Bariloche ni San Martín de los Andes, y así lo prefieren quienes lo conocen. Es un pueblo chiquito, de calles de tierra, donde la pesca es excelente, la gente te invita a mate apenas te ve y las truchas arcoíris y marrón saltan como si el río estuviera lleno de plata viva. Quien viene una vez, casi siempre termina anotando la fecha para volver.






