Hubo una época en que la Fiesta de la Vendimia era una bisagra en Mendoza. Por ejemplo, las principales decisiones políticas o económicas se dejaban para después de esos festejos.

"Lo definimos una vez que pase la Vendimia", era una frase común entre quienes tomaban decisiones en la provincia. Las licitaciones públicas solían postergarse para mediados de marzo y hasta las clases comenzaban después de los fuegos artificiales, es decir cumplido ya el rito.

La Vendimia era un tótem, es decir un símbolo, un ícono, un suceso que podía tener una diversidad de atributos y significados para "la tribu". Algo sólido.

Eso ya no es tan así en Mendoza. También los tótem se desgranan y lo sólido suele tornarse delicuescente. Y, como dicen los  sabiohondos que analizan la política, hay factores externos e internos a la hora sacar conclusiones.

Tiene cara de mujer

Por un lado hay una movida internacional y nacional que ha venido a poner en duda "la eleccción, proclamación y coronación" de la Reina Nacional de la Vendimia, como les encantaba repetir a los locutores.

Los concursos de belleza se están cayendo como en dominó en buena parte del mundo al ritmo en que crece la movida social más significativa de los últimos tiempos, esto es,  el alzamiento de las mujeres contra la violencia machista y contra las discriminaciones políticas y económicas.

Estas ideas concuerdan con las luchas  de las visionarias más esclarecidas en contra del concepto de que la mujer es un elemento decorativo, casi como un adorno del varón.

Así es como están empezando a crujir los concursos en los que los trastes eran lo que definía la esencia de una miss.  De ahí a la caída de las pesadas capas y coronas de las bellezas vendimiales puede que no haya un trecho largo.

Lo cierto es que seguramente la deconstrucción de los concursos de belleza, como el de la Vendimia, no se va a dar de un día para otro porque queda aún un trabajoso proceso de convencimiento social.

Un sube y baja cultural

Este y otros muchos  cambios sociales y de costumbres son la consecuencia lógica que desde hace bastante tiempo han puesto a la  Argentina  en una montaña rusa que nos tiene como maleta de loco. A los humanos como a los símbolos. Y que abarca, por supuesto, a la política.

Hiperinflaciones, corralitos, entregas de gobierno anticipadas, helicópteros, default, y mucho peronismo (tanto de derecha como de centro y de izquierda) ha pasado por debajo -y por encima- de los puentes.

Ahora no sabemos lo que va a pasar dentro de un mes. Y octubre de 2019 nos suena a dentro de tres años. Hasta hace unos días los analistas decían que el de Macri iba a ser el primer gobierno no peronista que iba a lograr terminar su mandato en los plazos que fija la Constitución. Frondizi no pudo. Illia no pudo. Alfonsín ídem y De la Rúa ni hablar. Ahora ya hay mucho interesado en generar dudas sobre el final de Macri.

Es que gran parte parte de las cosas están desfasadas. Ahora los hijos de "gente bien" aparecen como peligrosos motochorros. Y, fíjese la supuesta pavada que voy a decir, hasta las  liquidaciones de los comercios son un signo de los tiempos.

No alcanza a terminar diciembre que ya tenemos los negocios de ropa veraniega repletos de anuncios con carteles de "Sale total por fin de temporada", algo que antes ocurrìa en marzo.

Y en junio, apenas arranca el frío nos advierten que se viene el "off 50%" porque no hay viyuya para enfrentar los costos fijos.

No voy a decir que "estamos revolcados en un merengue y en el mismo lodo todos manoseados", porque esa es una idea de hace casi un siglo, que pintaba el interregno entre dos guerras mundiales.

Digo que estamos ante una serie de mudanzas culturales a las que hay que ponerles el oído para no perder el tren. Los tiempos políticos mutan y se achican. Y ya no hay quienes nos convenzan que sea  duradero eso de elegir, proclamar y coronar "dulces mendocinas".

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