Hasta que, de pronto, la puerta automática de dos hojas se abrió y Sarita lo vio venir y sintió que podía tocarlo. Como había deseado e imaginado durante aquellos casi dos años tristes, pegadita a la ventana, en Rivadavia.
Por eso, cuando Sarita tuvo -por fin- a su nieto Alejo Arias frente a frente, lo miró a los ojos y con las palmas de las manos lo tomó del rostro con amor incalculable pero también con felicidad y con fuerza. Como para no dejarlo ir jamás.
Alejo Arias aeropuerto El Plumerillo
Las manos de la abuela Sarita bendicen el regreso de Alejo Arias a Mendoza.
Foto: Nicolás Rios/Diario UNO
Alejo Arias en casa, emoción a raudales
Esta escena, que fue real y ocurrió en Mendoza, es una de las tantas imágenes y vivencias que dejó el regreso de Alejo Arias a Mendoza, casi dos años después de haber sido detenido en El Salvador y horas después de que pisara suelo argentino en Ezeiza.
Sarita grafica la esperanza jamás perdida, ni aún en los momentos más tristes. Pablo, su esposo y abuelo materno de Alejo Arias, le contaba a quien quisiera escucharlo del orgullo por el muchacho. "Es el mejor alumno de la escuela de Rivadavia y muy querido por la gente, pero no desde ahora -aclara-: desde siempre".
Alejo Arias fue recibido como un rockstar en El Plumerillo. Fotos, pancartas, banderas y remeras con su rostro le dieron el marco festivo a un recibimiento tan íntimo como popular y esperado. Lágrimas de felicidad, gritos y abrazos apretadísimos -como para no dejarlo irse jamás- fueron epicentro de la atención de los demás viajeros y empleados de la aeroestación internacional.
Alejo Arias- familiares- aeropuerto El Plumerillo
Todos con Alejo Arias en El Plumerillo.
La prensa rescató a Alejo Arias de ese amasijo de emociones y consiguió su atención unos minutos. Ahí estaba, amigos lectores, ese muchacho del que tanto se había hablado, dicho y escrito desde que la madre, Sandra González, inició -hace casi dos años- el reclamo público primero y diplomático después, para que se supiera que su Alejo estaba preso sin sentido e incomunicado en El Salvador. Y que sólo querían que volviera a la casa familiar.
¿En qué se apoya un muchacho de 26 años para no decaer cuando está preso a 5.000 kilómetros de sus afectos, a los que había dejado por un tiempo para ganarse unos pesos allá, tan lejos?
El propio Alejo lo contestó sin titubeos y con palabras firmes y concretas, matizadas por una tonada centroamericana que se trajo desde El Salvador: el consuelo y fortaleza le llegaron de tanto pensar en su familia, su hermana Agostina, en el resto de la familia, los amigos y su Patria. También se refugió en la Biblia y en las gestiones del abogado Miguel Ángel Pierri, del ministro Luis Petri y del personal diplomático argentino y salvadoreño.
Decían que Alejo es tímido y tenían razón. Que es agradecido y también lo fue. Que estaba muy bien física y anímicamente y así quedó claro en el regreso a Mendoza.
"Quiero ordenar mi vida, rearmar planes y dar vuelta la página", declaró, casi en tono de sentencia, cuando le preguntaron por su futuro inmediato. Habló tranquilo y confiado.
La nueva vida de Alejo Arias
La nueva página que Alejo Arias tiene ante sí está casi en blanco. Las primeras líneas las escribió el viernes, apenas despertó en su propia cama, la misma que había dejado en 2023 y que también lo esperaba para darle alivio y abrigo.
Como también lo esperaban los padres, la hermana y demás parientes. Los amigos. La gente que nunca lo conocerá en persona que sufrió casi a la par cuando se iba enterando de su odisea salvadoreña.
Como lo esperaba Sarita, la abuela materna, que ya no volverá a mirar por la ventana, expectante del regreso, sino que podrá besarlo y apretujarle el rostro como el jueves último en el aeropuerto, cuando la vida les concedió el pequeño y gran milagro de la libertad como un premio por no haberse rendido jamás.