Tiene solo 10 años, se levanta todos los días a las cuatro de la mañana y a las cinco ya está en el agua. Mientras muchos chicos de su edad todavía duermen, Ramiro Delclaux entrena natación con la disciplina de un deportista profesional. Nada antes de ir a la escuela, vuelve a entrenar por la tarde y, cuando el calendario lo exige, compite a nivel nacional representando a Mendoza. Su nombre ya figura en el ranking de los mejores nadadores infantiles del país y su historia empieza a llamar la atención más allá de las piletas. Una historia de vida digna de trascender.
“La natación es un deporte muy exigente, pero aprendí que la vida es así, que hay que esforzarse para llegar al objetivo”, dice Ramiro con una claridad que sorprende para su edad.
Ramiro entrena en el club YPF de Godoy Cruz y empezó a nadar cuando tenía apenas tres años. Hoy, con solo diez, ya lleva recolectadas cerca de cien medallas entre primeros, segundos y terceros puestos. Pero más allá de los números, su recorrido habla de sacrificio, familia, oportunidades y un amor profundo por el deporte.
El último logro en natación fue en San Juan, la semana pasada
El último logro que lo puso en el centro de la escena fue su participación en un torneo nacional en San Juan, donde compitió durante varios días contra casi 900 nadadores de todo el país, además de delegaciones de Chile y Paraguay. El certamen fue televisado y reunió a unos 150 clubes. Allí, Ramiro quedó entre los ocho mejores de la Argentina en su categoría, un resultado que lo consolida como una de las grandes promesas de la natación infantil.
La historia detrás del pequeño nadador la cuenta su mamá, Fernanda, con una mezcla de orgullo, emoción y agradecimiento. Ramiro es el cuarto hijo de la familia y el más chico. Tiene tres hermanas mayores, de 24, 22 y 20 años, que también hicieron natación desde pequeñas. Todas ellas, al igual que Ramiro, fueron becadas por el Fondo de Becas de Mendoza (Fonbec), una ayuda clave para que el deporte pudiera sostenerse en el tiempo sin descuidar la educación.
“Rami estuvo desde el martes hasta el sábado de madrugada en el torneo nacional de San Juan. Fue muy importante, se televisó y todo. Recibió una medalla por quedar entre los ocho mejores del país”, cuenta Fernanda. “Tiene diez años y empezó a nadar a los tres. Sus hermanas también hicieron natación y las tres están becadas por Fonbec desde la primaria. Incluso hoy, que están en la facultad, siguen recibiendo la ayuda. Los cuatro chicos fueron becados”, repasa.
La natación llegó a la vida de Ramiro casi como una necesidad. De muy pequeño era extremadamente inquieto, hiperactivo, y el deporte apareció como una forma de canalizar esa energía. “Empezó a los tres añitos porque era muy hiperactivo. Algunos profes lo conocían y aceptaron que comenzara tan chico. Y de ahí no paró más”, recuerda su mamá.
Con apenas 9 años pasó a un equipo de natación competitivo
El crecimiento fue rápido. A los ocho años ya lo pasaron a un equipo competitivo. Poco después, saltó dos categorías y quedó integrado al grupo con el que entrena actualmente, junto a chicos de 17, 18 y 19 años. “Es el más peque de todos”, dice Fernanda. “Con nueve años lo pasaron al equipo nacional. Este año empezó con los torneos nacionales, porque recién a los diez se puede competir a ese nivel”, señala.
Los resultados acompañaron desde el inicio. Ramiro suele volver de cada competencia con varias medallas. En torneos como la Copa Sierra, en San Luis, ha llegado a traer cinco o seis preseas por participación. Son competencias que duran varios días y reúnen a las principales provincias del país. El club YPF, donde entrena, atraviesa además un gran momento deportivo: este año ganó dos veces la Copa Sierra, superando a instituciones de peso como River y San Lorenzo.
“Rami tiene un montón de tiempos récord. Siempre baja sus marcas, nunca sube. Eso es lo que se evalúa: cómo mejora, cómo progresa. El ranking nacional se va armando con puntos durante todo el año y él siempre estuvo entre los primeros. El año pasado fue segundo a nivel nacional en su categoría, este año quedó octavo, pero siempre está en el top ten del país”, explica Fernanda.
Ramiro se levanta a las 4 de la mañana y a las 5 ya está en el agua
Detrás de ese rendimiento hay una rutina durísima. Ramiro se levanta a las cuatro de la mañana para entrenar de cinco a siete. Sale de la pileta y va directo a la escuela. Por la tarde vuelve a entrenar, y cuando hay concentraciones o pretemporadas, llega a tener sesiones de hasta tres horas. En enero, la exigencia aumenta todavía más: tres entrenamientos diarios, mañana, mediodía y tarde, con alrededor de dos horas cada uno.
“Es muy fuerte para un niño, pero él lo disfruta”, asegura su mamá. “El cuerpo le cambió muchísimo, creció, se fortaleció, y también maduró un montón su cabeza. Antes era muy travieso, me llamaban siempre de la escuela. La natación lo ordenó, lo disciplinó, lo ayudó a concentrarse. Hoy es obediente, responsable y muy consciente de lo que hace”, detalla.
La escuela acompaña ese proceso. Como es deportista federado, las faltas por viajes están justificadas y el rendimiento académico de Ramiro es excelente. Incluso recibió un reconocimiento escolar por su compromiso. Para Fernanda, eso es tan importante como las medallas.
“El deporte nos ayudó muchísimo como familia. Lo vi con mis hijas y ahora con él. La disciplina que les dio la natación se refleja en el estudio, en la independencia, en la forma de encarar la vida”, dice. “En mi caso, además, soy mamá sola. Con Rami vivimos juntos y con una de sus hermanas. El papá de Rami es Matías Delclaux, quien fue jugador de fútbol en Mendoza y también jugó en Chile y México. Él es hijo de un deportista, y creo que algo de eso también trae”.
Fernanda no oculta su gratitud hacia Fonbec, una institución que considera clave en el camino de sus hijos. “Siempre agradecida con la fundación. Aportaron su granito de arena no solo en el estudio, sino también en el deporte. Sin esa ayuda, muchas cosas no hubieran sido posibles”.
Hoy, con apenas diez años, Ramiro ya sabe lo que es competir al máximo nivel, entrenar con sacrificio y sostener una rutina que pocos adultos podrían cumplir. Lo hace con naturalidad, con alegría y con una frase que repite como una certeza aprendida temprano: que para llegar a un objetivo, hay que esforzarse.
Todavía es un niño. Le gustan las medallas, disfruta viajar, entrena con chicos mucho más grandes y sueña, como tantos, con seguir creciendo en lo que ama. Su historia recién empieza, pero ya es un ejemplo de cómo el deporte, acompañado por la familia y las oportunidades adecuadas, puede transformar una infancia y abrir caminos impensados.








