Roca nació en Tucumán en 1843 y su condición de provinciano marcó todo su accionar, tanto militar como político. Recorrió buena parte de la geografía nacional a lomo de un caballo y en tren, medio al que dio gran impulso, madurando con lecturas y estudio una visión de lo que debía ser la Argentina. Aportó al desarrollo del país una cantidad de hechos concretos en salud, obra pública, educación, institucionalidad y visión estratégica. Por momentos parece más el trabajo de un equipo que las acciones de un individuo.
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A los 31 años, en 1874, llegó al grado de general de la Nación en Mendoza, en el campo de batalla de la segunda contienda en poco tiempo en Santa Rosa. Era presidente Domingo Faustino Sarmiento y se estaba jugando la suerte de la revolución puesta en marcha por Bartolomé Mitre. Roca fue de ahí en más una pieza clave para entender cómo se iba desarrollando la política nacional con el protagonismo de los dos presidentes citados y otras personalidades como Nicolás Avellaneda, Carlos Pellegrini, que también llegaron a la primera magistratura, Adolfo Alsina, Bernardo de Irigoyen y Carlos Tejedor, entre otros. De Marco describe con solvencia, como ya lo ha hecho en trabajos anteriores, las vicisitudes militares, pero a su vez despliega para el lector la trama política en cada momento con detalles, conocimientos e inteligencia. Por eso en cada una de sus biografías, y ahora en la de Roca, quien se sumerge en sus páginas encuentra visiones ponderadas y puede comprender mejor y con mayor profundidad los procesos históricos. En esos procesos intervienen los individuos con sus luces y sombras e incluso con las fortalezas y debilidades personales de cada uno. No faltan en este nuevo trabajo biográfico, narradas con discreta picardía, las vicisitudes amorosas del militar y estadista. También su vida familiar y social está retratada. El texto posee una enorme riqueza de visiones y perspectivas.
Un aspecto que permite observar un trabajo integral como el encarado por De Marco es que estos personajes cruciales de la historia tienen etapas, momentos distintos en sus vidas, van evolucionando, creciendo y viajando en sus existencias con distintas velocidades e intensidades. Incluso cambian, se moderan, se radicalizan, se van transformando. Un dato de interés para Mendoza es que en el segundo gobierno de Roca su ministro de Obras Públicas durante los seis años de gestión fue un joven Emilio Civit, quien luego de un paso corto por la gobernación provincial marchó a Buenos Aires para asumir en el ministerio. Al fin de la gestión, Roca declaró que lo hecho por el mendocino parecía más la obra de una generación que de una sola persona. Un aspecto muy importante, que destaca De Marco, es que en esa segunda presidencia Roca tuvo muchos problemas para conformar gabinete y en algunos casos pasaron varias personas por cada cartera. En cuanto a Obras Públicas, central en la concepción del plan de gobierno, la continuidad de Civit y su desempeño permitió esa gran gestión. Dotó de agua potable a muchas provincias, construyó gran cantidad de escuelas, hizo obras fluviales, edificios públicos que todavía están en pie y fue interpelado con frecuencia en el Congreso. Tuvo éxito cuando pasó debajo de la lente del control de sus acciones de gobierno. De Marco exhibe con amplitud lo hecho por Roca y sus funcionarios.
El enorme conocimiento historiográfico del autor le permite saltar de personaje en personaje para sopesar las interacciones y los papeles que juega cada pieza en un ajedrez complejo y por momentos desconcertante. Se está consolidando la Argentina y el papel de Roca es central. Por ejemplo, son aleccionadoras las consultas que como presidente mandaba a hacer a Mitre sobre decisiones políticas complejas. Siendo que el general era un viejo y enconado adversario. Pero le reconocía su condición de decano del Ejército y ex presidente. Además de ser un conocedor profundo de la política del país. Fue así como el propio director del diario “La Nación” colaboró con su experiencia una y otra vez ante los requerimientos de ministros y legisladores.
Con el apodo de “Zorro” para Roca, originado cuando en sus primeros años como militar se robaban gallinas con algunos compañeros de armas para mejorar la dieta, y que después se extendió a su destreza en el hacer político, De Marco expone un personaje que sin dudas debe estar en la mayor consideración de sus compatriotas. Como en algún momento ha propuesto el historiador Luis Alberto Romero, hay que salir de esas visiones ideologistas, bastante mentirosas y excluyentes, que producen sólo grietas. Para ir a concepciones más inclusivas donde se puedan conseguir síntesis y contar con un conjunto de hombres y mujeres cuyos ejemplos muestren el camino. Los trabajos de Miguel Angel De Marco contribuyen en este sentido y este de Roca especialmente. El país necesita contar con un panorama historiográfico que permita los denominadores comunes. Para eso se requieren visiones integrales, ponderadas, contextualizadas. Donde, por dar un ejemplo, la admiración de una personalidad como la de Victoria Ocampo, no implique la descalificación de Eva Perón, y viceversa. Para eso es imprescindible poner al pasado en su lugar, con sus luces y sombras, y el presente en el suyo sin alterarlo con prejuicios anacrónicos. Es el único modo de proyectar un futuro mejor. “Roca”, de Miguel Angel De Marco, apunta con firmeza en esa dirección.