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Monika Zgustova, escritora, exiliada y férrea denunciante de los campos de concentración de la Rusia de Putin

Monika Zgustova es escritora, periodista y traductora, nacida en Praga. "Ya sabemos que los rusos siempre tienen esta costumbre de ir invadiendo países ajenos", reflexionó en una entrevista en Radio Nihuil

Como escritora nacida en Praga, Monika Zgustova mantiene encendida la antorcha de legendarios autores de su tierra como Kafka, Kundera y Bohumil Hrabal.

Ese legado adquiere una dimensión más dramática todavía porque, siendo una niña, conoció el amargo laberinto del destierro junto a sus padres y su hermano tras la invasión de Rusia a Checoslovaquia a fines de los sesenta.

Desde entonces, el exilio ha sido su nueva patria, por más que hoy su domicilio esté fijado en Barcelona y se exprese en castellano y catalán. “En el fondo -nos comenta-, no hay retorno porque, cuando vuelves a tu país, tampoco es el país que tú abandonaste”.

Gran parte de estas vicisitudes están registradas en su novela de tintes autobiográficos Nos veíamos mejor en la oscuridad. Y otro título que acaba de aportarnos también el sello Galaxia Gutenberg, Un revólver para salir de noche, cuenta el periplo de un célebre exiliado, el escritor ruso Vladimir Nabokov, junto a su esposa Véra.

Por todo esto, su denuncia sobre las atrocidades que está cometiendo hoy el régimen autocrático de Vladimir Putin no tiene pausa.

Traductora -traducida ella también a varios idiomas- y periodista, Monika Zgustova charla con el programa La Conversación de Radio Nihuil, recién llegada de Chile donde fue invitada a dar una charla sobre Kundera en la Universidad Católica a sala llena.

-Monika, ¡¿cuándo va a ganar el premio Nobel Milan Kundera?!

-Pues me gustaría que lo ganara el año que viene, pero, bueno, yo no lo sé. Como hay algunos temas un poco problemáticos cuando escribes sobre las mujeres, yo creo que Estocolmo no se lo va a dar por eso.

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-Siendo oriunda de Praga, ¡qué nombres te dan apoyo literario desde tu tierra! La tierra, nada menos, de Kafka y Kundera, entre otros. Son dos tótems.

-Sí. Ellos dos y Bohumil Hrabal, que también es un autor muy querido en América Latina y en Argentina en especial. Son personas que me han inspirado. Yo me he inspirado en sus libros para escribir los míos.

-El libro tuyo más reciente que hemos recibido es Nos veíamos en la oscuridad. Suponemos que habla de vos y de tu familia, ¿no?

-La verdad es que sí. Es una novela y no todo es exactamente cierto tal cual como pasó con mi familia. Pero en el fondo habla de lo que sucedió con nuestra emigración, con nuestro exilio, tras la invasión rusa de Praga y de Checoslovaquia.

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-Sí, un hecho histórico muy conocido.

-Ya sabemos, pues, que los rusos siempre tienen esta costumbre de ir invadiendo países ajenos.

-¿Cómo los tomó a ustedes?

-Después de esto, mis padres se lo estuvieron pensando como cinco años. Y cuando vieron que realmente no era posible seguir viviendo en el país, que cada vez perdía más la libertad y cada vez la dictadura era más fuerte, entonces decidieron marcharse con sus hijos.

-Algo que se dice fácil, pero no lo era…

-Era muy complicado porque marcharse del país era una cosa ilegal. Ni esta libertad tenía la gente de los satélites soviéticos. Entonces se apuntaron a un viaje organizado a la India. Por suerte nos dieron el visado a los cuatro, a toda la familia.

-La puerta de salida.

-Pudimos, a través de la India, marchar luego a los Estados Unidos.

-Esta historia está reflejada tal cual en la novela.

-Todo era mucho más complicado que lo que yo cuento porque los hijos no estábamos al corriente, por ejemplo. Se nos dijo media hora antes de marchar a los Estados Unidos. O sea que era un choque.

-Hay ahí un momento de gran nerviosismo porque vos y tu hermano, al enterarse, se plantan. No querían ir al exilio. ¿Fue así en la vida real, como lo cuenta el libro?

-En la vida real fue tal cual. Esto es algo un poco sagrado para mí y no cambiaría nada para hacerlo más novelístico. No hace falta porque realmente fue muy dramático este momento.

-No solamente este…

-Hubo otro, porque la India tenía un pacto con Checoslovaquia según el cual debía devolver a los a los inmigrantes a su país.

-¡Qué complicado para ustedes si no lograban salir de India!

-Mi padre estaba preparado para el suicidio si nos pasaba esto. Pero, por suerte, también está ese otro momento en la novela en el que el hombre de la aduana, que controlaba los pasaportes, está dudando si dejarnos pasar o no.

-Sí. Se respira la tensión en el relato.

-Bueno… el hombre, al ver a los hijos tan jóvenes, ahí, jugando, que éramos mi hermano y yo, pues nos dejó pasar.

-En general, uno se refiere a las migraciones actuales, de gente que decide buscar suerte en otro lugar. Pero uno no termina de tomar conciencia de que las migraciones que sufrieron ustedes, culpa de situaciones de guerra, son más dolorosas.

-Sí, sí…

-Queda reflejado todo esto cuando ustedes llegan a Estados Unidos y al no adaptarse a la vida allí les dicen a sus padres que se quieren volver a Checoslovaquia.

-Mi padre era un buen psicólogo y, por lo tanto, al decir “os llevo al aeropuerto”, nos puso a pensar. ¿Será realmente la buena decisión o no? Si mi padre hubiera dicho “está prohibido volver a vuestro país”, entonces nosotros hubiéramos tenido ganas.

-Claro, les trasladó la decisión a ustedes.

-Así es. Al final, nosotros decidimos quedarnos en el país. Pero todas esas decisiones son dificilísimas porque uno no sabe dónde podría estar mejor. Evidentemente, cuando tienes 15 o 16 años, como mi hermano y yo, por una parte, ya eres una persona que quiere decidir su vida por su cuenta y, por otra parte, tampoco quieres prescindir de tus padres. No estás preparado para esto

-En definitiva, eran rápidas lecciones de vida.

-En todos esos momentos dramáticos que tú has citado está el drama del exiliado. Así pues, hoy día vemos muchísimos exiliados en muchos países. En Chile, por ejemplo, era uno de los de los temas que casi todos me han contado. Les llegan exiliados de distintos países latinoamericanos y también haitianos. Ellos no sabían qué hacer, si acogerlos o no. No sabían qué es lo adecuado.

-Sí. Es un problema muy actual, que afecta a varios países en el mundo, ¿no?

-Yo siempre digo que mientras se pueda, mínimamente, a los exiliados hay que acogerlos. A los argentinos, por ejemplo, durante las dictaduras también los acogieron en distintos países.

-Claro, como nosotros hemos hecho últimamente con los venezolanos. Justamente, no hace mucho se publicó un Diccionario de la Guerra Rusia-Ucrania creado por escritores. Vos elegiste, para tu artículo, la palabra “exilio” y allí das cuenta de lo duro que significa esta experiencia.

-Sí, porque el exilio es cuando no puedes volver a casa, al menos durante algún tiempo. La inmigración es un poco distinta porque siempre puedes volver en cualquier momento. Generalmente, la inmigración suele ser económica y bueno, cuando has ganado un poco de dinero vuelves a tu casa y ya está. En el exilio, mientras no cambia el clima político, no puedes volver.

-No depende enteramente de tu voluntad, se entiende.

-Muchas veces los exilios duran décadas y ya, en el fondo, no hay retorno porque, cuando vuelves a tu país, tampoco es el país que tú abandonaste.

-Se vuelve extraño, ¿no?

-Porque, mientras tanto, el país ha cambiado, pero tú también has cambiado. Has visto muchas cosas distintas. O sea que, una vez que te vas de tu país, tu país ha dejado de existir para ti. Y tú has llegado a ser como un eterno extranjero en todas partes.

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Portade de

Portade de "Un revólver para salir de noche", de Monik Zgustova.

-A la par de Nos veíamos mejor en la oscuridad, Edhasa nos permitió leer también otra novela tuya, Un revólver para salir de noche, que cuenta la historia de un escritor enorme como Vladimir Nabokov, que también fue un exiliado y tuvo que aprender a escribir en otro idioma. Y hay una curiosidad: tanto Nabokov como tu papá trabajaron en la misma universidad, en Cornell.

-La verdad que sí. Es una cosa que tienen en común. De tantas universidades que hay en Estados Unidos y en el mundo, los dos fueron a parar al mismo lugar. Y es donde yo empecé también aprender el inglés y un poquito a desarrollarme en los Estados Unidos.

-Eso los vuelve en algún punto almas gemelas, ¿no?

-Un exiliado siempre escribe sobre el exilio. Y es lo que tengo en común con Nabokov, porque él siempre escribe sobre alguna especie de exilio. Es decir, escribió muchísimos libros sobre el exilio exterior, pero también sobre el interior, que es otra clase de exilio. Generalmente, durante las dictaduras, cuando las personas no pueden irse a otro país, entonces se exilian o se refugian en su propio interior.

-Nabokov, a fin de cuentas, es un personaje conocido, pero tu novela permite conocer a Véra, su mujer, pieza fundamental para sostenerlo como escritor. ¡Qué tesón tenía para aguantarle todas sus infidelidades!

-Las cosas nunca son blancas y negras en un ser humano, ¿verdad? Y en una pareja tampoco. Véra era una mujer que le ayudaba muchísimo a Nabokov, porque era su secretaria, era hasta un cierto punto su traductora a varios idiomas, era su primera lectora. Era la persona que le pasaba sus textos a máquina, que también le leía sus traducciones. Era su agente literaria y un largo etcétera.

-¿Por qué tanto afán?

-Ella hacía todo esto porque hubiera querido ser escritora o ser artista. Pero se dio cuenta de que no tenía talento para las artes. Entonces, al escoger a Nabokov, porque la verdad es que lo escogió ella a él, eligió a un artista, a un gran artista. Y luego le ayudó a ser famoso.

-¿De qué manera lo fue haciendo?

-Por ejemplo, fue ella la que la que le decía “escribe Lolita”. En el libro se habla de dónde surge Lolita. Claro, Lolita, en el fondo, es Nabokov mismo. Pero, bueno, este ya es otro tema porque, aquí, Nabokov escribe sobre su propia experiencia con alguien que, hasta un cierto punto, a ella le molesta.

-Un ida y vuelta permanente entre ellos.

-Véra, de este modo, como le ayudaba a su marido, también le controlaba. De esta manera le tenía tan controlado y tan sujeto que él no podía prescindir de ella. Entonces, por más enamorado que estuviera de sus novias, siempre volvía a Véra porque su propia escritura, su propia literatura, eran demasiado importantes para él; más importantes que sus amores.

-Uno de esos amores de Nabokov fue una tal Irina, que oficiaba como musa inspiradora. Era una relación fuerte. ¿Cómo lo soportó Véra? Vos, Monika, que también sos una mujer brava, ¿lo hubieras hecho?

-Cada mujer es distinta. Si yo hubiese sido Véra, probablemente hubiera dicho: “Mira, si estás enamorado de una mujer de manera tan fuerte, entonces es mejor que te vayas con ella”. Según mi forma de ser, probablemente hubiera hecho esto. Pero, por suerte nunca me ha pasado una cosa así. Nunca he tenido que luchar por ningún hombre como una leona. De momento, no, al menos; de momento (ríe).

-Hablando de hombres, en la novela inspirada en partes de tu vida, la protagonista le cuenta a un compañero de viaje sobre una serie de novios que ha tenido: un húngaro, un holandés homosexual, un ruso, un italiano profesor de filosofía, etcétera. ¿Eso es ficción o tiene partes de realidad?

-Tiene partes de realidad, pero no de la mía.

-¿De quién, entonces?

-Tiene partes de realidad de una amiga mía que iba así, como de un hombre a otro. Era como una cadena de hombres. Entre sus 35 y sus 45 años le pasó todo esto (risas).

-En Praga es muy impresionante ver el mausoleo de Klement Gottwald, que fue un dictador comunista fallecido en el 1953. Está muy relacionado, suponemos, con todas las historias de regímenes totalitarios y quizá, también, hasta con tu libro sobre la hija de Stalin, ¿no?

-Es verdad. En mis libros casi siempre aparecen los grandes dictadores, los que han causado regímenes totalitarios. Gottwald sale más en los libros de Kundera. En los míos sale realmente de Stalin. Y en Las rosas de Stalin hablo, precisamente, de Svletana, su hija.

-Una historia interesantísima, digna de haber sido rescatada.

-Allí hablo de cómo Svletana, una mujer que está bajo la tutela de su padre hasta una cierta edad; que, más o menos, acepta lo que está pasando en su país y que está acostumbrada a las reglas que el comunismo establece en la Unión Soviética, de golpe conoce a un indio. Es un intelectual que le cuenta cómo son las cosas en el Occidente, tanto en Europa como en Estados Unidos, adonde él había viajado.

-¿Qué le produjo este descubrimiento a Svletana?

-A ella esto le cambia la vida y después de la muerte de este marido, a quien, evidentemente, había matado la KGB, sirviéndole veneno poquito a poco, como ya sabemos que es la práctica de los servicios secretos, tanto rusos tanto soviéticos. Ella, entonces, va a llevar sus cenizas a la India y allí conoce otra vida.

-Claro. Todo un descubrimiento.

-Después de lo vivido en la Unión Soviética, a ella le parece la libertad pura y quiere quedarse en la India, pero no puede. Luego, sí, decide dar el paso y liberarse sea como sea. Y se va. Se va, dejándolo todo en Moscú, dejando su vida allí, incluso a sus hijos y su trabajo. Todo.

-¿Cuántos idiomas hablás, Monika?

-Seis.

-En tu tarea de traductora, ¿lo hacés del checo y del ruso, nada más?

-Pues sí, traduzco del checo y del ruso. Pero tengo también, como cosa curiosa, que traduzco a dos idiomas, en vez de uno: al castellano y al catalán.

-Se entiende esto último porque vivís en Barcelona.

-Sí, exactamente. Al establecerme en Barcelona decidí aprender también al catalán porque necesitaba vivir allí como si fuera mi casa. Como en aquel momento no podía volver a Praga, necesitaba establecerme en un sitio y hacerlo mi casa totalmente.

-Ahora, bien, tus libros han sido traducidos a nueve idiomas, inglés y alemán entre ellos. Al ser escritora y traductora, estás de los dos lados del mostrador. ¿Qué opinás de las versiones que hacen de tus libros? ¿Participás en algún momento del proceso o no?

-En cuanto a mis libros, le doy como un poco de carta blanca al traductor. Me fío. Creo que cada persona que es traductora, como yo también lo soy, lo hace de la mejor manera posible. Además, ahora el décimo idioma al cual se están traduciendo mis obras es el árabe. Y, claro, yo no domino ni pizca de árabe. O sea que, si ellos me envían luego la traducción, a lo mejor le puedo pedir a un amigo árabe que la lea un poquito. Generalmente no lo hago mucho porque es el trabajo de otra persona y no me meto.

-Un tipo de pregunta incómoda que solemos hacer los periodistas: de todos tus libros, ¿cuál aconsejarías como introducción a la obra de Monika Zgustova?

-Aconsejaría dos. Uno, del cual hemos hablado bastante: Nos veíamos mejor en la oscuridad. Es muy personal. Y el otro sería el libro sobre las mujeres en el gulag, Vestidas para un baile en la nieve.

-Hermoso el título.

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Páginas de

Páginas de "Vestidas para un baile en la nieve".

-Son nueve historias de mujeres que estuvieron en el gulag. Cuenta cómo es posible salir de allí sin quedar marcada por los horrores. O sea que, habla de la resiliencia de la mujer, de la resiliencia del ser humano, de cómo guardar la dignidad y la humanidad en las peores condiciones. Es toda una lección de vida la que a mí me dieron estas mujeres.

-Hay una ironía cruel en esto porque al gulag se lo compara con los campos de concentración de los nazis, con el lager. Pero, al mismo tiempo, vos decís que hoy en Rusia, que tiene un régimen autocrático bajo Vladimir Putin, sigue existiendo el gulag, sigue habiendo detenciones con el mismo sentido.

-Sí, sí, totalmente. Ahora ya sabemos que es así. Por ejemplo, uno de los disidentes del régimen, (Mijaíl) Jodorkovski, estuvo diez años en la cárcel de Putin. Él mismo cuenta que estuvo en una especie de gulag durante este tiempo. (Alexei) Navalny, que es otro disidente, también está en el gulag. O las chicas del grupo Pussy Riot que cantaron canciones en la catedral de Moscú. Cuatro de ellas estuvieron en el gulag y tienen libros sobre esto.

-¿Conociste a las Pussy Riot?

-Entrevisté a dos de ellas y me contaron que realmente estuvieron en campos de trabajos forzados. O sea, que es lo mismo que el gulag y lo mismo que los campos nazis; esos campos de concentración donde quien llegaba leía Arbeit macht frei, que quiere decir “el trabajo te libera”.

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