Después de los genuinos elogios que despertaron sus novelas Quebrada y Como si existiese el perdón, Mariana Travacio retomó el arte de los relatos breves. Volvió al cuento.
Después de los genuinos elogios que despertaron sus novelas Quebrada y Como si existiese el perdón, Mariana Travacio retomó el arte de los relatos breves. Volvió al cuento.
Y con los cinco relatos que componen su nuevo libro, Me verás caer, admite que, de alguna manera, volvió también su profesión primera de psicóloga.
Son todas historias centradas en mujeres “otoñales”, como ella las denomina, que están atravesando un punto de inflexión y se ven impelidas a efectuar un balance de sus vidas. Un balance no siempre positivo. Lo cual oscurece el futuro posible.
Son cuentos “nublados”, según hemos deducido aquí, en el diálogo que sigue. Escritos desde el dolor físico. Desde las distintas “quebraduras”, físicas y anímicas, que impone la vida.
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Desde su casa, en Buenos Aires, Mariana dialoga por segunda vez con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
-Hola, Mariana. El apellido Travacio es italiano, ¿no?
-Sí, es italiano.
-¿Con origen en dónde?
-Mirá, hay todo un problema porque mi apellido está mal escrito. Ha perdido una letra en esos barcos (ríe).
-Una ese, pareciera ser.
-Aparentemente, sí. Perdió algo que, según mi padre, era una ese, pero nunca lo pudimos comprobar. Y te vas a divertir con esto. Resulta que, en algún momento, quise tramitar la ciudadanía italiana y no aparece Travacio.
-¿Entonces?
-Mi bisabuelo fue el que vino. En su partida de defunción decía que había nacido en Firenze. Pero cuando fuimos hasta allí a pedir la partida, resulta que lo habían anotado en la Curia Vescovile, es decir, en las iglesias, previo a la creación del Registro Civil.
-¿Y lograron encontrar algo, finalmente?
-La cuestión es que no hay manera de conseguir esa partida. No tenemos ninguna noción, realmente, de dónde estará, de modo que, bueno, voy a terminar con una ciudadanía croata, por el lado de mi madre (risas).
-Como Travacio, efectivamente, pareciera requerir otra letra, le preguntamos a la inteligencia artificial por tu apellido.
-¿Y qué dijo?
-Dice el Bard, entre otras cosas, que el apellido Travacio tiene origen en el Piamonte, al norte de Italia y se cree que proviene del nombre personal latino “Travascio”, que significa "el que tiene una pierna torcida".
-¿En serio?
-Sí. Eso significa tu apellido. Y da muy bien con el personaje que sos vos.
-¡Pero totalmente! ¡Si yo escribí Quebrada y me rompí una rodilla, y después escribí Me verás caer y me rompí un pie… imaginate cómo le estoy rindiendo culto al significado del apellido! (risas).
-En tus dos magníficas novelas anteriores, das la impresión de ser una cineasta, manejando el paisaje, los diálogos, la luz. En tus nuevos cuentos, en cambio, sos algo así como una psicóloga, encerrada en el consultorio, escuchando a tus pacientes. ¿Te cuadra esa imagen de dos escritoras distintas?
-Es superinteresante lo que traés porque es cierto que en las dos novelas hay mucho exterior, hay paisaje; un paisaje que se vuelve metáfora de lo que les pasa a los protagonistas. Mientras es verdad que ahora las voces se centran más en la interioridad de los personajes. Tal vez ahí mi profesión anterior intervino un poco más, tal como decías.
-En los cuentos, al mismo tiempo, se vuelve a lucir tu pulcritud en la redacción, en el ritmo de la puntuación. Pero, dado que hay dos Marianas, la novelista y la cuentista, ¿lo buscaste así o solo se te dio?
-Ya lo charlamos un poco la vez pasada. La escritura se da como se da.
-¿Cómo se te da a vos?
-Para mí se da desde la voz de un personaje. A veces arranco una historia tirando del hilo de la sintaxis de una voz y voy explorando eso, en realidad. Y las historias se me van armando a partir de esas voces.
-Son voces que perduran, que te quedan dando vueltas.
-Claro, si te pinta en el papel una voz como la de Lina en Quebrada o como la de Manuel en Como si hiciese perdón, se trata de voces que tienen una sintaxis más seca. Enseguida el ambiente rural se te viene junto con esa voz, por el modo de hablar, ¿no?
-Sí. Definen el personaje, pero también el paisaje, el ambiente.
-Borges decía que cuando se encuentra la voz de un personaje, o sea, la sintaxis peculiar de una voz, se encuentra un destino.
-Perfecta definición para tu estilo.
-A mí me funciona mucho así la escritura. Es decir, partiendo de esa gramática, siempre doy con un territorio, con un paisaje, con un lugar, con un personaje. Y voy desde ahí.
-En tus dos novelas, esto lo explica todo. ¿Y en los cuentos?
-En el caso de Me verás caer fue un libro que fue escrito, como te conté, desde una circunstancia particular. Escribí Quebrada, me rompí una pierna, me tuvieron que operar, estuve seis meses en la cama.
-¿Cómo te pegó eso? Digamos, como escritora.
-Yo nunca había escrito desde el dolor físico, que es de donde surge Me verás caer.
-¿Cómo era esa vida “quebrada”?
-Entre opiáceos, desde la cama. Descubrí que las bandejas de desayuno no sirven para escribir en la cama porque, como tienen un borde, la mano no te da para la computadora.
-¿Y cómo te las arreglaste?
-Pedí por favor que me compraran una mesita de escritorio para la cama. Entonces escribí este libro desde una incomodidad física muy grande por la posición, por el dolor; con la respiración entrecortada por el dolor también, entre opiáceos. Así claro que va a salir algo diferente.
-Bien. Aquí se empiezan a entender algunas diferencias de base con tus anteriores novelas.
-Para mí las condiciones materiales de producción de un texto intervienen; en lo que se narra y en cómo se narra.
-Así, por ejemplo, en Quebrada y en Como si existiese el perdón hay una atmósfera de cielo abierto, campestre. En estos cuentos, en cambio, hay una atmósfera interior, adentro de un magma psicológico. Como si estuviera todo el tiempo nublado. Las mujeres maduras de tus cinco historias pareciera que están siempre a tu lado, en la cama.
-Sí. Totalmente. Coincido. Evidentemente esa situación de producción del texto, desde el encierro, fijate cómo, a los ojos del lector, en este caso vos, eso se percibe. Se percibe el encierro. Se perciben el derrumbe, la caída.
-En cada una de ellas.
-Todas ellas están atravesando puntos de inflexión en sus vidas. Hay algo que ocurre que desequilibra un mínimo equilibrio, que tampoco era tal. Y termina moviéndolas a hacer algo o, digamos, a modificar directamente su situación.
-Sí, en un derrotero bastante similar.
-También está el hecho de que las historias se van hilvanando y terminan convirtiendo una historia más de conjunto a lo largo del libro. En fin, fueron todas cosas que se fueron dando durante el proceso de escritura.
-¿Vos hilvanaste los cuentos recién al final, cuando ya tenías el libro, o se te fueron encadenando las historias una detrás de otra?
-Al libro lo escribí como lo ves, en ese orden. Al principio, el cuento “Cansadas”, que narra el desencuentro entre madre e hija en un pequeño viaje. Sigue “¿Dónde está Montes?”. Ahí aparece el personaje de Elena, que tiene tanta rabia contenida hacia todo. Después, “Rosas buenas”, sobre una mujer que padece una doble estafa amorosa, digamos, moral y material.
-Pero no la abandonaste a su suerte a Elena.
-Lo que me pasó es que tuve una necesidad. Me pregunté: ¿qué fue de la vida de Elena después de que le desaparece el marido? ¿Qué fue de la vida de esta otra mujer después de la estafa?
-Claro, te quedaron picando…
-Tuve necesidad de seguir adelante. Ahí te pasa como con la novela: bueno… ¿y qué pasó después? Es cómo uno sigue la historia. Entonces, el cuarto cuento, “Últimos rastros”, fue por mi pura necesidad de saber qué había pasado con estas mujeres. Y el quinto también, porque anuda algo del final de Blancanieves, algo de la madre del primer cuento, que reaparece como tía.
-Se te terminó cerrando el círculo.
-Sí, es como que se me terminó armando una familia. Pero fue por mi necesidad es de saber más de los personajes, de no conformarme con esa postal que se había formado a modo de un relato y querer continuar un poco la historia.
-Justamente hoy, que estamos en el mundo de las series, donde brillan los guionistas, tu libro es como una miniserie, de cinco capítulos con cinco historias hilvanadas.
-Ponele. Está buenísima la definición (ríe).
-Ahora bien, ¿cómo te llevás vos, Mariana Travacio, con los hombres en general?
-¡Perfectamente!
-Porque los tipos que figuran en tus cuentos son terribles, son unos canallas, empezando por el cantor de tangos malandrín. El del tercer cuento no lo vamos a spoilear porque destruimos el relato, pero es otro crápula peor. Después está Octavio, que se deshace de la mujer, la manda no se sabe dónde.
-Sí, ¡qué mal Octavio, qué malo es ese hombre!
-Existe también un tal don Cosme, que es buena onda y hace asados, pero de repente entra un comisario, que es otro cabrón. ¡No se salva ninguno!
-(Ríe) Tenés razón. Tenés razón. Sería mi mirada nublada entre opiáceos.
-Cambiemos de vereda. Todas las historias acá son de mujeres que afrontan crisis y tienen que seguir adelante. ¿Te es más fácil meterte en la psicología de las mujeres, en lo que sienten, que en la de los hombres y por eso escribís desde ese lado?
-No. Fijate que en Como si existiese el perdón son todos varones. Pero en el caso de este libro en particular me acuerdo bien que yo tenía como faro, o sea, lo que me guiaba la escritura, era un poema de Beatriz Vignoli, que es una querida poeta rosarina, de mi tierra natal.
-Un poema que abre el libro, como epígrafe.
-Claro. Yo elegí unos versos de ese poema que a me acompañó mucho en ese momento.
-Recordanos esos versos.
-“Si te dicen que caí,/ no vengas/ a enseñarme aerodinámica revisionista./ No me cuentes de los que cayeron venciendo./ No vengas a decirme/ que no crees que haya sido un accidente./ En lo único que creo es en el accidente./ Lo único que sabe hacer el universo/ es derrumbarse sin ningún motivo,/ es desmoronarse porque sí”.
-Magnífica apertura…
-De alguna forma este poema, para mí, era como una especie de mantra porque al estar recién operada, postradamente, hay que pasar distintos estadios, ¿viste?
-Totalmente. Se trata de superar el trance.
-Hay momentos que son de templanza, hay momentos que son de ponerle mucha paciencia. Es todo un proceso. Entonces, este poema me orientaba la escritura, de alguna forma. Era como una especie de brújula.
-Muy bien explicada, pues, la atmósfera bajo la que germinaron tus cuentos.
-Como hablábamos hace un rato, todas esas condiciones materiales de producción de los textos me llevaron a indagar en estos sentimientos y a construir estos personajes que, sí, son todas protagonistas mujeres.
-Son mujeres veteranas, la mayoría pasando los 50 años, que transmiten, cada cual, una especie de angustia. La pasan mal. ¿Qué te dicen tus lectoras cuando leen esto?
-(Sonríe) Hay varias cosas, tal vez, que podamos decir respecto de esto, de cómo la pasan las mujeres en los cuentos. Por empezar, algo que vos trajiste: que son todas mujeres ya maduras. Es decir, están atravesando esos puntos de inflexión. Pero para todos nosotros, independientemente del género, hay un momento de la vida en que te das cuentas de que ya no tenés veinte años.
-Una toma de conciencia…
-Cuando vos tenías veinte, a lo mejor te sentías inmortal y tenías el horizonte allá lejos y todo era posible, ¿no? Y está el famoso cuento Disney, el famoso “íbamos a ser felices”. Tenemos toda la vida por delante para ser felices.
-Sin embargo, como vos decís, uno se despierta del sueño.
-Hay otro momento de la vida, de mujeres maduras en este caso, pero creo que nos pasa a todos, en donde vos te das cuenta de que el horizonte ya no está tan lejos, que lo tenés bien pegado a las costillas.
-¿Qué sucede, precisamente, ahí?
-Ahí, en ese punto de la vida, muchas veces se produce una crisis, un quiebre, una reflexión, un preguntarte: ¿yo qué quería en esta vida?, ¿qué he hecho?, ¿qué puedo hacer a futuro con lo que ya tengo hecho, con el punto adonde yo llegué, con la que ya me mandé?
-Una pregunta complicada para cualquiera.
-Porque también hay una etapa de la vida en donde uno hace, hace, hace y no reflexiona mucho. Pero hay un momento, cuando uno llega a esa madurez, donde decís: bueno, me queda lo que me queda y estoy donde estoy, hice lo que hice y qué hago ahora con esto, con lo que hay, con las cartas que tengo; cómo barajo y doy de nuevo adonde llegué y con lo que tengo. Y esa es un poco la pregunta que atraviesa el libro.
-¿Cómo creés vos, entonces, que el libro contesta esta pregunta clave?
-En este caso son preguntas que se hacen mujeres que, tal vez, por generación o por lo que fuera, han comprado el paquete de Disney. No creo que tampoco ninguno de nosotros estemos exentos o tan libres en el siglo XXI de esto. Uno ha comprado el paquete de Disney: nos casamos y tuvimos los hijos y compramos la casa y fuimos felices. Y nada de eso ha sucedido.
-No sucedió. No hubo película de Disney. Okey. ¿Cómo sigue la cosa?
-De alguna manera, hay como unos mandatos sociales, culturales, históricos, familiares, que se ponen en juego. Uno ha cumplido una serie de mandatos. Uno tal vez no se ha interrogado respecto del deseo. Una pregunta por el deseo que mucha gente no se la hace nunca. Y llega ese momento de la vida donde todo ese cuento que uno se armó se derrumba, no funcionó, por hache o por be. Uno se mira y dice: bueno… ¿y ahora qué? Y esa pregunta genera un vacío, ¡claro que sí! Hay un abismo ahí. No es cómoda. No es una pregunta cómoda.
-Por eso mismo, a partir de la atmósfera nublada de tus cuentos y en función de tus protagonistas, como esa mujer que va a la playa con su madre, se mira el cuerpo, no se gusta, etcétera, cabe preguntarse: ¿las crisis en las mujeres se van dando por esos sueños de Disney no cumplidos o por las decadencias inevitables del cuerpo?
-De la menopausia en la literatura se habla poco. Esta mujer que vos traés que va a la playa menciona concretamente el tema. Dice “maldita menopausia”. Es, por ahí, lo primero que ella percibe en su cuerpo: como un declive, como algo que la modifica.
-¿Cómo se avanza, entonces, a partir de eso?
-Aceptando, también, las distintas etapas vitales con los cuerpos que nos tocan, con los cuerpos nuestros que, a medida que nos ponemos más viejos, van teniendo más achaques. No es solo en lo estético, quiero decir. Son diversas fragilidades que se ponen en juego, diversas limitaciones que empiezan a aparecer. Me acuerdo de un poema que yo leí a los 18 años, creo que de Mario Benedetti, que decía: todavía puedo correr el colectivo.
-Algo es algo (risas).
-¡Y el problema estaba en la palabra “todavía”! Eso a los veinte no te lo planteás. Entonces se trata más de poner sobre la mesa diversas realidades de cosas que, de hecho, suceden y de poner a unos personajes a ver cómo pueden lidiar con esto.
-Hace poco hablamos aquí con Tomás Abraham, que hace su diario de pandemia como filósofo y pone esto sobre la mesa, el tema de la vejez. Reconoce que no se siente viejo, pero el problema es que el cuerpo lo va abandonando. Entonces cuenta que ahora va tanto a la farmacia como a la verdulería o la carnicería. O sea, el paso del tiempo se empieza a sentir en los huesos.
-Exactamente. Estas son cosas que todos nosotros vamos a ir cruzando. Hay un declive, ¿no?, como dijimos. Y hay un cierre, que es cuando nos morimos.
-Pero antes del cierre, antes del final, hay un mientras tanto que debemos administrar.
-Se trata de la aceptación de cómo cada uno de nosotros va atravesando las distintas etapas vitales, de cómo las va enfrentando con mayor o menor salud. Pero, en este caso, no hablemos solo de salud física sino de la mayor o menor plasticidad para reposicionarse.
-¿Reposicionarse cómo, hacia dónde?
-En cada uno de estos escenarios, de estas décadas de la vida, uno se ve forzado a reposicionarse, a aceptarse de nuevo desde otro lugar, de otra manera, porque uno ha cambiado. Por lo que decía Tomás Abraham: porque hay algo que no funciona como antes. Entonces, puedo putear por eso o puedo decir, bueno, esto es así, funciona de esta otra manera, ¿cómo hago yo con mi vida, a partir de ahora, con esto que tengo? Un poco eso también está todo el tiempo en el libro.
-Está todo el tiempo en el libro y en la cabeza de tus protagonistas.
-Es que uno va como un relojito cumpliendo diversos mandatos, hasta que se da cuenta de que es profundamente infeliz haciéndolo. Por otra parte, hay una situación que sucede cuando abordo ciertos temas que se ve que me interpelan.
-¿Te interpelan? ¿Por qué y de qué manera?
-Porque aparecen, porque emergen. Y esto lo ves a posteriori, no durante la escritura, sino mucho después o a partir de las lecturas que voy recibiendo, que me encantan, porque yo digo que un texto es una mera proposición, es una mitad. El sentido te lo da el lector con su mirada de lo que encontró allí.
-Temas que te interpelan. ¿Sale algo bueno de ahí?
-Pero nunca me propongo, cuando escribo, responderme algo sino indagar en la pregunta. Entonces, quizás, esto que nos está pasando ahora, que es que no estamos pudiendo concluir nada demasiado asertivo, tiene que ver con el hecho de que, justamente, son preguntas. Yo no sé si hay respuestas. Solo sé que hay caminos. Cada quien tomará el propio.
-Esto de la aceptación de lo que viene y de que somos finitos, le da sentido al último cuento, ¿no? Es como el réquiem, como el canto del adiós. Por algo se llama “Y el río tan manso”. Está el río ahí, esperándonos, con Caronte en la barca.
-(Sonríe) Sí, sí, exactamente. Con “Y el río tan manso” tuve esa sensación. Nos estamos derrumbando. Estamos en la recta final y el río sigue su curso. ¡Le importa tres belines! (ríe).
-Otra curiosidad. El libro se titula Me verás caer, pero no hay ninguno de los cinco cuentos que se llame así. No es común.
-A veces pasa.
-En este caso, ¿cómo lo explicas?
-Buscar el título de este libro no fue fácil. Fue una tarea que hicimos con mi agente, Sandra Pareja. Hay algo que vos trajiste, que se trataba de mujeres otoñales, les vamos a decir. Mujeres maduras en el momento ya de ocaso de la vida.
-¿Entonces?
-Entonces empezamos a pensar en un título que pudiera abarcar los distintos derrumbes que recorre el libro, los distintos tipos de caídas, de momentos de inflexión. Y en un momento yo me acordé de este verso de Soda estéreo, “me verás caer”, y le pareció a Sandra que sí, que esto podía englobar un poco el asunto.
-¡Bingo! Es curioso el proceso de cómo se logran ciertos títulos.
-Incluso hay una anécdota muy linda de cuando estuvimos en Sevilla. Carlos Frontera, un escritor de ese lugar, al presentar el libro comentó: “Tuve la sensación de que estas mujeres decían, si estás conmigo lo suficiente, si te quedas a mi lado lo suficiente, me verás caer”. Como que, bueno, el deterioro es indefectible; entonces, si permanecés conmigo mucho tiempo, no voy a estar siempre joven. Así que fue eso, la idea de buscar un título que pudiera hilvanar lo que les va pasando a estas mujeres a lo largo del libro.
-Para cerrar la indagación sobre tu libro, ¿el vestido de novia que está en la tapa es el de Elena, la mujer del tanguero manyín?
-Supongo que sí. Se la debo a mi querida Paola Lucantis, editora de Tusquets. Ahí está la noción del vestido de novia como que se vuelve inservible y amarillento. Solo recuerda una foto antigua, el amarillo de las fotos viejas. Termina siendo un símbolo bastante anudador.
-¿Anudador de qué?
-De cosas caídas, de ideales perdidos, de proyectos que no funcionaron, de las historias fallidas.
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