Primero que nada tenemos a la mazamorra, el postre de los humildes y símbolo patrio. Es uno de los postres más antiguos del territorio argentino, con raíces indígenas y fuertes vínculos con la historia de la independencia.
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La receta de la mazamorra consiste en moler maíz con agua y colarlo para luego hervirlo mientras se le añade azúcar, sal y leche a gusto
Preparada con maíz blanco, agua y azúcar (o miel en sus versiones más antiguas), era un alimento económico y muy nutritivo, por lo que se afianzó en los sectores populares.
Durante las guerras por la independencia, era común que se repartiera mazamorra a los soldados, e incluso fue mencionada en canciones y versos populares como emblema de la cocina criolla.
Este postre tiene versiones famosas en toda la región andina americana, pero la nuestra es bien distinta, podría ser una reversión del arroz con leche, pero en vez de arroz, maíz blanco.
Con el tiempo, la industrialización de los alimentos, la llegada de postres europeos como el flan, el budín o la torta y la modernización del paladar urbano, hicieron que la mazamorra pasara a considerarse un postre para el olvido.
Otro de los típicos postres olvidados es la ambrosía, herencia andaluza. Fue, en su momento, uno de los postres más refinados que se servían en las casas bien de la Buenos Aires del siglo XIX.
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El nombre de este postre se lo puso Domingo Faustino Sarmiento, fanático de este plato típico del norte argentino
Su nombre remite a la “comida de los dioses” en la mitología griega, y su textura densa y suave recuerda al dulce de leche, pero con un toque almíbar con leche, azúcar y mucho huevo, sobre todo yemas. Era considerado un manjar delicado, reservado para ocasiones especiales, donde la leche era un ingrediente infaltable en aquella época.