Las historias de José

La noche en que un chico de 13 años mató a toda una familia en Las Heras

El debate por la imputabilidad de menores que delinquen trae a la memoria la tragedia de los cuatro integrantes de la familia Miguel, ocurrida en 2011

Acaba de reactivarse en el país, una vez más, el debate político y social por un tema sensible: la imputabilidad de menores de edad que cometen delitos. Y la polémica trae a la memoria una tragedia ocurrida en Las Heras el 8 de diciembre de 2011, en las horas previas a que el peronismo recuperara la gobernación de Mendoza con Paco Pérez a punto de asumir.

El matrimonio Miguel era gente de fe y aquella noche volvían a la casa familiar luego de escuchar misa por el Día de la Virgen. Jamás imaginaron que al abrir la puerta serían asesinados como ya había ocurrido, minutos antes, con la hija y el nieto, Ezequiel, de 10 años.

La noticia retumbó en las redacciones que cerraban la jornada -bastante tranquila hasta entonces- ultimando todos los detalles para la cobertura periodística del día siguiente en la Legislatura y la Casa de Gobierno, con discursos, asunciones y jura de ministros.

Primero se supo de dos víctimas fatales. Minutos después, los asesinados eran toda la familia Miguel.

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Un chico de 13 años se erigía como único sobreviviente y único testigo de la masacre.

Era amigo de Ezequiel, vivía justo enfrente con su abuela y había pasado la tarde en la casa de los Miguel, declaró cuando le pidieron colaboración.

"Entró un encapuchado y los mató a todos", dijo. "Yo alcancé a esconderme detrás de la mesita del televisor", siguió. "El asesino se fue por allá", explicó señalando la pared medianera que daba a la calle. Un pesquisa que lo había escuchado atentamente advirtió que el menor de edad estaba herido en una mano. Y sangraba.

A esa hora, noche cerrada ya, el barrio estaba convulsionado y los vecinos exigían justicia, a poco que se recuperaban del estupor que les había causado la noticia. Nadie podía creer.

Hubo enojo y volaron piedras arrojadas contra los patrulleros policiales y la camioneta de la morgue del Cuerpo Médico Forense. Eran las últimas horas de la gestión de Celso Jaque como gobernador. El abogado Carlos Aranda estaba a cargo de la cartera de Seguridad. El Flaco Caleri, jefe policial, y Claudia Ríos, la fiscal investigadora, estaban al frente de la pesquisa y buscaban testimonios en la zona.

El encapuchado era el gran objetivo. Pero no por mucho tiempo más.

El chico de 13 años había dado una pista clave: el asesino había cruzado el patio de la casa y escapado trepando la pared perimetral. Hasta allí fueron con reflectores dos peritos, que descubrieron una prueba extraordinaria: un hilo de sangre. Entonces, algunas miradas se posaron sobre el chico de 13 años, a quien ya le curaban la herida.

Del otro lado de la calle, la abuela del menor de edad recibió a los investigadores. Confirmó que el chico vivía con ella porque la madre y el padre vivían fuera de Mendoza. El motor encendido del lavarropas daba cuenta de que a esa hora se lavaba ropa en la casa. Ropa y zapatillas. Del nieto. Prendas y calzados sucios de tierra y sudor. Pero también de sangre.

Preguntas y más preguntas a la mujer y al chico hicieron caer la coartada.

La familia Miguel no había sido acuchillada por ningún hombre encapuchado.

Pasada la medianoche y en medio de la indignación popular, la conclusión fue terrible: el chico de 13 años, amigo de Ezequiel, que tantas veces había frecuentado la casa y la familia, había dado muerte a todos. En un rapto de furia y descontrol.

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La primera víctima fue Mónica, la madre de Ezequiel. Luego, el pequeño. Minutos después, el matrimonio de ancianos, Alí y Sara, que fueron atacados apenas ingresaron.

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A veces -pero no siempre- las investigaciones criminales echan luz sobre los motivos que una persona tiene para cometer un delito de este calibre.

Sin embargo, hubo una teoría: el chico de 13 dio muerte a la madre de Ezequiel porque ella los había sorprendido mirando películas para adultos en la computadora. La reacción del hijo agigantó la reacción del homicida, que lo mató.

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La investigación estuvo a cargo del fiscal Gustavo Farmache que debió archivar las actuaciones porque el chico de 13 años era inimputable para la ley penal. Igual que hoy.

Se dispuso que el homicida fuera tratado con psicólogos y psiquiatras y que trabajadores sociales hicieran tareas de seguimiento. Se entrevistó a la abuela y se dio con los padres.

Tiempo después, el progenitor lo llevó a San Juan.

Más adelante, la madre lo llevó a vivir con ella en Córdoba.

Hoy, aquel chico tiene 25 años. Dicen que ha vuelto al barrio y que huye de las miradas de los vecinos.

Quienes no pueden escapar de la tristeza del ingrato recuerdo son los amigos, parientes y allegados a la familia Miguel.

Tampoco la sociedad, mucha de la cual recuerda esta historia cuando la delincuencia juvenil nos estremece con alguna nueva tragedia humana.

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