Gracias a Johana se supo del misterio de Soledad. Gracias a Johana la gente se movilizó en Lavalle y también en el Gran Mendoza, donde se le reclamó a la Justicia que hiciera algo. ¿O había que acostumbrarse a la desaparición de personas en democracia como sucedía en la dictadura?
La prensa también se despertó, acaso estimulada por el ímpetu de Ángeles. Recuerdo largas rondas de consultas con policías, fiscales y autoridades políticas. Pero nada movía la aguja. Ni Johana ni Soledad.
Hasta que una tarde de 2017, en la desaparecida redacción de Diario UNO, mi compañera Catherina Gibilaro me dijo, mientras hacía malabares con su ansiedad por salir volando y su cartera repleta de cuadernos, pintalabios y lapiceras, que algo había surgido. Un dato. Mínimo. Un hilo de Ariadna para seguir. Me habló de una excavación. Camino a San Luis.
La vigilia fue insoportable. La conclusión fue lamentable. Fojas cero.
La pata judicial de las desapariciones de Johana y Soledad fue mucho más clara. Mariano Luque, pareja de una hermana de Johana Chacón e hijastro de Curallanca, fue el apuntado. El culpable.
Hoy, Luque cumple una condena de prisión por un total de 34 años. Soledad Olivera había ido a verlo la última vez que fue vista con vida.
En 2018 lo sentenciaron a 22 años por el asesinato de Johana Chacón, aquella niña que fue vista por última vez un día como hoy pero de hace 8 años. La versión de quien fuera su pareja fue decisiva. Ella dijo que vio cómo Luque daba muerte a la niña y la enterraba en el campo.
Años antes, Luque era condenado a 12 años de cárcel por el caso Olivera. Fue durante el segundo juicio, que se hizo a instancias de la Suprema Corte de Justicia, que anuló un primer debate en el cual Luque fue absuelto.
Los restos de Johana Chacón nunca fueron encontrados. Los de Soledad Olivera tampoco. El misterio y la incertidumbre siguen ardiendo. Como el primer día.