Bordelois, poeta y ensayista de fecunda producción, cuenta con los mejores pergaminos para la tarea. Trabajó como joven redactora en Sur bajo la “intimidante” presencia de Ocampo y fue discípula directa de Noam Chomsky en el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Ambas experiencias resultaron decisivas para su formación y su vida.
Desde Congreso, en el tórrido verano porteño, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.
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-Hola, Ivonne, ¿cómo está usted?
-Bien. Acá estamos, en la canícula, pero bien.
-¿Cómo está el tema del covid en Buenos Aires?
-Anoche salí y me quedé escandalizada. La gente en Palermo Soho, de a montones, acumulada. Gente joven, sin barbijo, pagando una fortuna por una medialuna o por lo que fuere. Es muy rara esa imagen de una sociedad que está como divida entre el placer y el terror. Es una cosa muy extraña. Es muy difícil aterrizar en ese paisaje.
-Pregunta para una persona como usted, acostumbrada a mirar la realidad con ojos muy agudos: ¿se puede sacar alguna conclusión humana de una situación límite como la pandemia?
-Yo no sé cuán excepcional es el paisaje porteño con respecto al mundo. Pero, sí, me parece que hay una forma de locura del mundo que está muy generalizada en este momento y es muy difícil abarajarla. Nos descoloca a todos; a los viejos, a los jóvenes, a todos, porque no era una cosa previsible. Fíjese que hubo ciento diez mil contagios y la gente estaba en plena euforia. Hoy carecemos de los instrumentos para visualizar lo que nos está ocurriendo. Y eso forma parte de la incertidumbre a la que asistimos.
-Además de leer Victoria. Paredón y después, retomé algunas páginas de Noticias de lo indecible, su anterior libro, estupendo, sobre el cual hemos hablado antes en este programa. ¡Y tomé conciencia que usted desayunaba con Janis Joplin y se codeaba con Noam Chomsky, con Angela Davis!
-Un momento. Yo a Janis Joplin la cito. Nunca la encontré cara a cara. A Angela Davis y Chomsky sí, porque me tocaron esos años, los setenta, que fueron terribles en los Estados Unidos, muy conmocionantes, con mucha violencia. Y eso nos arrojaba, cara a cara, con la extraordinaria prepotencia americana y con lo que hacía la gente para sobrevivir. Sí. Estaba allí.
-Pero lo concreto es que usted, siendo estudiante, entraba al despacho de Chomsky como si nada.
-(Ríe) Sí. En ese momento se podía. Después se volvió más complicado, con una serie de protocolos. Había que pedir turnos como si estuviéramos en la pandemia. Pero en ese momento, por suerte, no eran tan, tan, tan famoso y los que escribíamos la tesis con él teníamos la entrada privilegiada a su despacho. La gente se peleaba mucho por eso.
-A partir de aquellos años, Chomsky se ha ido volviendo una figura casi mítica del campo intelectual.
-Sí. Él se fue del MIT (Massachusetts Institute of Technology) a Arizona. Se casó con una brasileña después que enviudó. Era una muchacha mucho más joven que le había hecho una entrevista. Su primera mujer se había enamorado de Buenos Aires, él se había enamorado de Brasil y acabó casándose con esta chica que, me parece, no aguantaba el clima de Boston y por eso se partieron a Arizona. Él dejó toda la prosopopeya del MIT, que era terrible, y ahora está en un lugar mucho más modesto y tranquilo. Y, quizá, para su edad, porque es un hombre que tiene más de 90 años, es lo mejor. Pero sigue muy lúcido. Está al día del transcurrir del mundo, de la persecución a la prensa opositora y todo eso. Es increíble.
-Esa etapa, tan movilizadora, en Estados Unidos, fue fundacional para su carrera y para su vida, ¿no?
-Sí. Quizá la más importante de mi vida. Es a la que más vuelvo en mis recuerdos porque, como dicen algunos, las historias que nos tocan más profundamente siguen ocurriéndonos a través del tiempo. Chico Buarque dice eso: que los viejos no repiten las historias que han vivido porque estén gagás o no se acuerden que ya las han contado, sino porque esas historias nos siguen ocurriendo. Cada vez que las recordamos, aparece un episodio o una interpretación más. Y yo, lo que viví, fue tan, tan intenso que, cada vez, vuelvo y son capítulos y capítulos que no se terminan.
-¿Qué tipo de cosas le quedaron de la experiencia?
-Ahí aprendí lo que era el poder, lo que era la violencia. Yo había visto algo en la Argentina, pero, en esa dimensión, es como que cambia la cosa. Es otra cosa. Metafísicamente distinta.
-¿Qué la lleva a retomar la figura de Victoria Ocampo, sobre la cual hay mucho escrito e interpretado? Da la impresión de que, en su libro, hay una necesidad de terminar de hacer justicia sobre ella y su trayectoria.
-Sí, es un poco eso. Por un lado, hay una cosa personal como de deuda porque yo aprendí mucho en el grupo de Sur. Yo estaba en la facultad y, al mismo tiempo, haciendo reseñas para la revista. No era un personaje capital, nada menos, en la publicación, pero me formé mucho al lado de los que eran los capitanes como, por ejemplo, Pepe Bianco o Enrique Pezzoni, quienes, de alguna manera, eran súbditos de Victoria.
-¿Qué recogió de ahí?
-Aprendí la parte programática de la literatura en la facultad y la parte más espontánea, más cosmopolita, más ondulante y flexible en Sur. Entonces, yo tenía una deuda en eso que me sirvió mucho para toda mi vida, para mi escritura y para todo lo demás.
-¿Y con ella cómo era la relación?
-A Victoria no me acercaba mucho, pero estaba allí, era la figura imperante, la influyente. Después, había dos cosas. Una, la necesidad de celebrarla.
-¿No se lo ha hecho en forma suficiente?
-Ha habido bastante celebración, hay que decir las cosas como son. Pero muchas veces esa celebración acababa en ditirambo, en una especie de negación, de falta de lucidez con respecto a las limitaciones o a los problemas, a los fracasos que tuvo Victoria. Por lo tanto, había que enderezar un poco la brújula.
-¿Y el segundo aspecto que la motivó?
-Como dije, una otra parte es la celebración ajustada a la realidad, según la que yo pude ver como realidad. Y la otra es un poco de indignación pues, de la parte académica, hubo mucha mezquindad. Hay mucha mezquindad con respecto a su figura. Le toman cosas muy laterales, muy pequeñas. Una mirada mezquina del tipo: la señora que tenía plata y por eso se rodeaba de gente influyente.
-¿Cuál es su punto de vista?
-Es tan diferente la visión que una tiene desde adentro, al ver a una mujer que estaba buscando. Y buscó hasta la muerte. Lo que le importaba en su camino era por dónde iba el espíritu de la época, qué era lo que lo reflejaba, cuál era la variedad del mundo, cuáles eran las cosas distintas, cuáles eran las discriminaciones que había que combatir, su feminismo… ¡Hay tanto! ¡Tantísimo! Yo escribí un libro bastante breve. Se podrían escribir quince libros. Yo tenía material para muchísimo más.
-¿Y por qué no se extendió?
-Me decidí por un libro bastante liviano en cuanto a tamaño para que la gente lo pudiera enfocar y transitar fácilmente.
-Convengamos, Ivonne, que se pueden decir las cosas esenciales con pocas palabras. Lo han aprendido todos de Borges, ¿no?
-Sí, por cierto. Toda nuestra generación se benefició de eso, es verdad.
-Justamente, leía una semblanza que hace Borges de Victoria y la ubica como una persona cosmopolita, abierta al mundo, empeñada en conectar las diferentes culturas.
-Sí, sí. Pero, hay que decir también, y eso está en el libro muy claramente, que no se llevaban muy bien. ¡Borges fue alevoso contra Victoria! Y Victoria tuvo peleas frontales con él. Ella tiene un libro muy lindo que es un diálogo con Borges en donde hablan, sobre todo, de las cualidades que tiene el inglés, de las que carece el español, y viceversa; qué cosas son incompatibles o intraducibles en esos idiomas. Y como los dos sabían muy bien el inglés y muy bien el español, el libro es muy interesante. Pero eran como dos grandes estaturas que se miraban frente a frente y no se amaban demasiado.
-¿Qué tipo de cosas los diferenciaban?
-El giro que dio Borges hacia la literatura policial y el tipo de intereses que él tenía eran muy diferentes de los de Victoria, que apuntaba más a la cosa moral, a qué iba ocurrir en el mundo después de las catástrofes de las guerras. Este tipo de cosas no le interesaban tanto a Borges sino sus especulaciones sobre literatura inglesa, sobre el camino del cuento, etcétera.
-Borges, es cierto, confronta con Victoria, pero, al mismo tiempo, celebra el hecho de tener a alguien con la altura adecuada como para discutir. Además, le reconoce que ella no admira a algún escritor en contra de otros como sí hace él. Dice: “Yo suelo tender al fanatismo y ella no lo tenía”.
-Eso es así. Y es muy generoso de Borges con respecto a su autocrítica. Él mismo dice: yo era limitado y ella no. Muy noble de su parte. Ella era tan mala que decía: él no se merece el talento que tiene. Cosas tremendas, como cuando dice que Lacan era un pequeño Napoleón. Clavaba el estilete donde más dolía. Era tremenda. Por eso es tan interesante y tan memorable.
-En su caso personal, ¿cómo fue cuando conoció a Victoria? ¿Qué aprendió, qué rescata de ella?
-Yo era muy joven. Cuando entro en Sur tenía 18 años. Era una niña. A mí Victoria me pesaba mucho porque era una persona físicamente intimidante. Era muy alta, corpulenta. Se llevaba muy bien, muy elegante. Y tenía algo así como avasallador en su presencia, en su gesto, en su porte. Entonces, no era fácil enfrentarla. Otra gente lo pudo hacer mejor que yo.
-¿Cómo se desarrollaba la cotidianeidad en ese ámbito?
-Recuerdo que hemos ido con Enrique Pezzoni varias veces a San Isidro. Yo estaba en esos tés famosos. Y para mí era como una pirámide lejana que me daba una especie de respeto, que me empequeñecía. Yo perdía un poco la palabra, mi apostura, frente a ella.
-Pero al menos la registraba, porque usted estaba ahí.
-Ella me miraba con mucha curiosidad porque tenía interés en saber cómo estaba reaccionando la gente joven a las propuestas de Sur.
-¿Por qué ese interés? ¿Qué estaba pasando?
-Justamente en ese momento Sur estaba empezando a perder su popularidad porque era la época posperonista. Había perdido un poco el norte porque no pudo acomodarse a las nuevas circunstancias sociales y políticas. Ellos pertenecían a la generación anterior.
-¿Y de dónde venían?
-Había una generación que había sufrido mucho la primera época de Perón. Hay que acordarse de que Perón puso la enseñanza religiosa en las escuelas. Hay que acordarse de “alpargatas sí, libros no”. Hay que acordarse de la vida de Evita como lectura obligatoria en las escuelas. ¡Era difícil! Hoy día es muy fácil poner el título de gorila, pero había que pasar por ahí. Me acuerdo también del antisemitismo. Victoria fue muy conocida por su protección a la gente judía. Hizo venir a muchos desde Francia pagando todo ella. Es decir, había encontronazos muy fuertes. Eso no se perdona ni se sobrevive fácilmente a eso.
-Victoria Ocampo vivió rodeada de grandes personalidades internacionales, pero fueron solo dos personas, dos mujeres, quienes la alentaron a escribir y valoraron mejor sus dotes intelectuales: Gabriela Mistral y Virginia Woolf.
-Sí. Y eso es muy interesante porque no es posible imaginar a dos escritoras más en las antípodas que Virginia Woolf y Gabriela Mistral, gente de un ángulo mental y espiritual totalmente opuesto. Sin embargo, las dos vieron o adivinaron la grandeza de Victoria. Virginia lo hizo instándola a escribir crítica y ensayo porque vio ese estilete que tenía Victoria. Y Gabriela porque insistió mucho en arrancarla de la seducción del francés.
-¿Por qué eso?
-Lo que pasa es que la primera lengua escrita y verbal de Victoria fue el francés, porque así era en aquella época. Tuvo que bajarse de su prejuicio contra el español, un poco gracias a Ortega y Gasset que la deslumbró con su labia. Y, de golpe, se empezó a dar cuenta de que el español era una mina de oro que ella no había explorado. Y Gabriela Mistral se puso muy fuerte. Yo transcribo esa carta maravillosa donde le dice tú no has visto lo que es el español, la lengua de Velázquez, de San Juan de la Cruz, etcétera; cómo es posible que no hayas leído todavía a estos grandes del Siglo de Oro.
-¡Menuda autoridad para aconsejar a Victoria!
-Gabriela se le imponía mucho porque también era una presencia formidable. Victoria se pone a leer y escribir en español. Y, al final, su español es un español criollo, muy grato, muy espontáneo y accesible, que llega al corazón. La responsabilidad, entonces, es de estas dos grandes, a las cuales ella recuerda cuando entra a la Academia.
-Justamente, al anunciar esta entrevista en Twitter, rescataba la frase de Gabriela Mistral diciéndole a Victoria: "No puedo entender que siendo lo terrestre que eres no sepas, por oído y tacto del oído, que el español es la lengua más plástica que ha hecho el hombre. Precisamente para expresar la tierra, sacrificando en esta capacidad de lo terrestre la capacidad suya para decir lo angélico”.
-Sí, sí, sí, ¡ella que era tan telúrica! ¡Qué bien que lo dice! Esa es una página de oro, realmente. La tendrían que dar en todas las escuelas. Una maravilla. Es la defensa del español más hermosa que yo he visto.
-Si el español es para expresar la tierra, ¿cuál sería una lengua angélica?
-No. Yo creo que también es una lengua angélica, por cierto. Pero es verdad que tiene una sensualidad y una plasticidad que no tienen el francés ni el inglés. Es otro tipo de contacto con lo terrenal. Es esa cosa tan fuerte que está en Goya, en el primer Picasso. Uno siente que hay algo ahí, una fuerza tremenda que es lo que signa nuestra cultura.
-Victoria tenía una fascinación con la inteligencia. Se relacionaba íntimamente con muchos de sus ídolos para comprobar, en carne propia, cuánto de bueno y de malo, cuánto de humano tenían en realidad. Pero no siempre le iba bien, porque eran personas problemáticas, como Ortega, Lacan...
-¡Keyserling!
-Es cierto. Resulta complicado entender porqué se fascinó tanto con el conde Hermann Keyserling.
-Es una historia tremenda. Y hay dos libros sobre esto, uno de ella y otro de él, sobre el desencuentro, que fue feroz. Merecería una novela, porque, en verdad, es algo muy raro. Victoria estaba cerca de los 40, no era ninguna niña y le escribe unas cartas muy apasionadas a Keyserling a propósito de su obra.
-¿Cómo reaccionó el hombre?
-Keyserling, que era una especie de gran animal báltico, un tipo muy acostumbrado al éxito, muy poderoso, muy rico, ve a esta mujer, lindísima, interesante, con un foco cultural muy notable en su país, pero también en Francia. Entonces se entusiasma y también avanza. Y ella le dice: yo no quise decir esto. Queda muy mal pisada en ese momento, por lo que no puede deshacer el contrato.
-¿Y qué pasó?
-Él viene a la Argentina y la pasan muy mal porque es un hombre muy prepotente, maleducado, malcriado, con modales muy rústicos y, entonces, todo acaba muy mal. Tan mal acaba que él lo va a consultar a Jung, en Suiza, para tratar de entender qué es lo que ha pasado entre ellos. Y Jung le ofrece una explicación bastante extraña.
-Pero ¿cuál es la verdad de la cosa?
-Lo que pasó es que Victoria aprendió para siempre que ella no podía explayarse en esos avances porque el resultado era catastrófico.
-Cabe, entonces, la pregunta: ¿uno, al fin y al cabo, es más feliz o más infeliz entreverándose, todo el tiempo, con gente tan importante?
-Eran, más bien, relaciones conflictivas. Ella, de alguna manera, tenía una especie de grandeza congénita que le facilitaba sobrevivir a todos esos encontronazos. Pero, como digo en algún lado, me parece que era más desdichada que dichosa porque los suyos eran conflictos muy fuertes. Y ella muere en soledad. Bueno, ella murió muy grande. Mucha gente alrededor de ella ya se había muerto.
-Murió en soledad y no muy retribuida.
-Hubo mucha ingratitud con respecto a todo lo que había dado y ofrecido, a todo lo que había organizado y sugerido. Por eso ella dice: “Seré póstuma”. Comprende que va a tener que morirse para que la gente entienda su dimensión.
-Usted cierra su libro, precisamente, con esa frase.
-Sí, sí. Es muy dramático. Es, además, muy significativo de nuestra cultura, que es muy autodestructiva, que no reconoce sus propios valores. Y no los reconoce por una onda de resentimiento, de mezquindad. ¿Cómo va uno a ignorar la belleza de las cosas que ella propuso, que ella estimuló, que ella dirigió; las cosas que ella escribió? ¿Cómo se puede ser tan ciego? Y, bueno… sí, son ciegos.
-¿Por qué?
-Porque imperó una ideología de prejuicios. Una señora oligarca no puede dirigir, orientar la cultura. Así no vamos a ninguna parte.
-Usted reproduce una apreciación estupenda de Sebreli sobre el particular afirmando que Victoria Ocampo era una oligarca, pero ninguna oligarca podía jactarse de ser Victoria Ocampo.
-¡Claro! La primera mujer en conducir un auto en Buenos Aires. La que, de alguna manera, rompió con todas las pautas de su sociedad. La que presentaba a sus amantes con toda libertad. Muchas de esas cosas le fueron echadas en cara y se le cerraron muchas puertas. Acá no la dejaron estar en el Colón porque monseñor Franceschi la declaró persona non grata por su modo de vida. Eran cosas fuertes.
-Se trataba de una circunstancia cruel, porque los círculos intelectuales la miraban en menos por su rango social y en la propia aristocracia tampoco la reconocían como un miembro genuino.
-Claro. Estaba entre dos fuegos. Era muy difícil su pasaje. Lo que a ella la compensaba era gente como Camus o como Graham Green. Por ejemplo, Graham Green se va a vivir a San Isidro y cuando Victoria muere la considera como parte de su círculo íntimo, integrado por no más de siete u ocho personas. Y ella es una de las que más recuerda y más estima.
-Vuelvo a usted para plantear una duda similar a la que nos deja flotando Victoria Ocampo. Usted, en Noticias de lo indecible, describe lo complicado que es moverse entre lo chato de la realidad y lo alto a lo que uno puede aspirar. ¿Es complicado manejar ese tránsito permanente de uno a otro?
-Sí, es complicado, pero necesario. El tema es que no se trata de ser más feliz o menos feliz. Se trata de sobrevivir. Y si uno no lo tiene en cuenta y no se alimenta de esa gran nutrición que es la palabra de Victoria, la palabra de toda esta gente que ella exaltó, que puso en el pedestal de lo visible, de lo comestible, desde el punto de vista personal, espiritual, existencial, bueno… uno ahí se achicharra, se pierde. Hay que comer de esas cosas para poder seguir vivo, sino no se puede. Es obligatorio.
-En definitiva, hay que seguir apuntando hacia arriba. No hay manera de volver hacia atrás.
-No. Y no es que nos haga más felices. Nos hace existir. Esa es la única manera. Yo no veo otra.
-Bueno, a usted le pasó. Llegó a Nueva York, se puso a estudiar con Chomsky, conoció y disfrutó el jazz… ¿Cómo se retrocede desde ahí?
-Pero, gracias a Dios, tenemos elementos. Yo ahora estoy escuchando por internet a Nina Simone, que era una de las grandes. La escuché allá y ahora la escucho acá. Tenemos suerte. Esos alimentos están en gran medida para los que somos afortunados y podemos contar con ellos a nuestro alcance. Demos gracias. Demos gracias de que todavía los tenemos. No sabemos por cuánto tiempo más. Ese es el mensaje.
-Volviendo a su nuevo libro, deberíamos haberla recibido en la radio con una versión del tango Sur que, sin estar citado expresamente, define el sentido del título.
-Claro. Yo hablo del paredón en el que se la acribilló a ella por esta mezquindad de la academia que no quiso reconocer su grandeza, su importancia y su relevancia. El libro sigue una especie de fórmula que es una mezcla de celebración e indignación.
-Una buena fórmula, como dice usted.
-Yo la celebro a ella en toda su magnitud y también en sus errores y sus fracasos, porque era una persona humana. Y también me indigno contra los que la quisieron empequeñecer y borrar. Me parece que esa síntesis contradictoria es importante y es lo que le da su valor al libro.
-Usted describe el carácter de varias de las personalidades que se movieron en torno a Victoria Ocampo, pero un poco el corazón del libro es la relación con Virginia Woolf, ¿no?
-Porque esa fue una de las más comentadas y, a veces, peor interpretadas. A mí me gusta muchísimo Virginia Woolf. Entonces me parecía muy importante restablecer ese escenario que es fundamental para entender la astucia y la flexibilidad con la que se movió Victoria; porque es verdad que Virginia se reía de Victoria, pero Victoria también se reía de Virginia. Es lo que la gente no llegó a entender.
-¿En qué medida no lo entendió?
-Hubo una pérdida de horizonte. Es decir, que la superioridad de Virginia tenía que ignorar a Victoria y que ésta era una especie de ingenua al creer que iba a atraer la atención de Virginia. Pero Virginia le escribe a Victoria: usted no avanza como una podadora, usted avanza como una navaja de filo muy, muy fino en su espíritu crítico. ¡Eso es mucho para decir! ¿Cómo no leen eso? Tienen que estar ciegas para no leerlo. Por lo tanto, eso me incitaba a indignarme un poco con la miopía de gente que se dice lúcida, feminista y todo lo demás, pero no ve esas cosas.
-Ahora bien, Victoria trataba a monstruos, a tótems de la época como Rabindranath Tagore o Paul Valéry, pero su amante más fecundo, el que dejó más huella en su vida fue un personaje mucho menos trascendente como Julián Martínez.
-Sí. Eso es muy lindo de ella. No eligió a un hombre célebre para su mayor relación.
-¿Cuál fue la razón?
-Él era un hombre fino, muy enamorado, que le dio apoyo en el momento en que ella más lo necesitaba, a principio de todo, cuando no le daban paso, porque cuando escribe su primer artículo vienen dos palos fuertes, uno de Estrada y otro de Groussac, como diciéndole zapatero a tu zapato, escribí de las cositas que te rodean y nada más. Cosas así.
-¿Y qué le aportó Martínez?
-Le dice: vos tenés algo que decir y a ellos les debe molestar; seguí tu camino. Le dio una confianza y una firmeza para poder enfrentar el momento. Y allí Victoria aprendió para siempre que no tenía que dejarse lastimar por críticas que eran, sino malintencionadas, por lo menos muy mal enfocadas.
-Otro tipo de relación que resulta llamativa es la que tenía con su hermana Silvina Ocampo. Victoria no tenía mucho que ver con el trío que conformaban Borges, Bioy Casares y Silvina, ¿no?
-Claro, eran totalmente diferentes, sí. Yo siempre digo que, así como se escribió El cuarteto de Alejandría con (Lawrence) Durrell, habría que escribir El cuarteto de Buenos Aires con estos cuatro personajes, porque cada uno de ellos merece una síntesis novelística. Hay tantas rivalidades, tantos sobreentendidos y malentendidos, ¡hay tanto drama! Hay mucho drama en ese cuarteto. Eso lo dejo para los que vienen después.
-No me diga, Ivonne, que no sería extraordinario desarrollar una serie de época, de alto nivel y alto presupuesto, con todos los personajes riquísimos en contenido que fueron rodeando a Victoria Ocampo.
-¡Exactamente! Lo que pasa es que yo no veo a nadie que pudiera hacerlo. Quizás (Edgardo) Cozarinksy porque él presenció ese cuarteto. Tiene que ser alguien tipo (Luchino) Visconti, alguien que se juegue todo. Además, lo precioso es que la época en que se arma ese cuarteto es una época estupenda para Buenos Aires. Los años cuarenta. Es el esplendor. También el París de antes de la guerra, que es una maravilla. Está Cocteau, está Valéry, está Gide… ahí desfilan todos.
-A todo esto, ante la pregunta de una oyente, que quede claro que Victoria no era soltera.
-Se casó. Y Julián Martínez era el primo de su marido. Una cosa complicada, porque tener de amante al primo de su marido al año de haberse casado… Pero muy pronto se desilusiona de su matrimonio. Había sido un matrimonio de escape. Ella quería salir de su círculo familiar y cae en los brazos de este señor que no era el que le correspondía para nada.
-Puede ser un buen capítulo de la serie, porque ella no se casó enamorada.
-No, para nada. ¡Y no hay una sola foto del casamiento!