Revalorización femenina

Graciela Batticuore relata el arduo pasaje de la "mujer romántica" del  siglo XIX a la voz reconocida de hoy

Batticuore elige el ejemplo concreto de cuatro referentes del siglo XIX, Mariquita Sánchez, Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti y Juana Manso para marcar cómo se hicieron un lugar en un mundo dominado por los hombres

Veinte años después de la publicación de La mujer romántica, Graciela Batticuore tuvo el buen tino de aceptar la reedición de uno de sus trabajos medulares.

Lectoras, autoras y escritores en la Argentina, 1830-1870 fue el foco elegido para analizar un proceso que hoy, a tan pocos años de distancia, nos causa asombro. En efecto, en aquel siglo XIX, durante el periodo fundacional de la Nación argentina, cuando se movían, discutían, publicaban -y guerreaban- a sus anchas gigantes de la talla de Sarmiento, Alberdi, Mármol, Hernández, etcétera, las mujeres de su tiempo apenas tenían voz y voto.

El solo acto de leer y cultivarse era mal visto, para ellas, en sociedad. Escribir y publicar resultaba mucho peor. Ni qué hablar de la participación en los ardorosos debates públicos, con acento en lo político. En lo enconadamente político.

Para darle carnalidad a su panorama, Batticuore elige el ejemplo concreto de cuatro referentes muy destacadas de ese tiempo: Mariquita Sánchez, Eduarda Mansilla, Juana Manuela Gorriti y Juana Manso.

Una obra de referencia y de consulta.

Desde Villa Urquiza, Buenos Aires, esta académica e investigadora del Conicet, que viene de publicar, también, La caracola, segunda entrega de una trilogía sobre la identidad y la inmigración, dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Graciela. ¡Qué bien suena tu apellido!

-(Ríe) Muchas gracias por la invitación. Es un apellido italiano.

-Tiene fuerza. ¿Qué significa batticuore? ¿El latido del corazón?

-Sí. Corazón que late.

-Bien. Cierra por todos lados.

-Es un destino, ¿viste?

-Publicaste la primera versión de La mujer romántica hace casi veinte años. ¿Qué ha cambiado entre aquel momento y hoy, sobre todo en cuanto a su recepción?

-Cambiaron muchas cosas. Lo publiqué en 2005 por la editorial Edhasa. Ahora acaba de salir en esta edición actualizada por Sudamericana y tengo que agradecerle a Roberto Montes, el editor, que fue quien me lo propuso.

-¿Qué significó para vos esta propuesta?

-Fue como meterme en el túnel del tiempo. Y no porque esté alejada de este tipo de tareas, porque yo sigo trabajando con las mujeres y las autorías del siglo XIX, entre las cuales están las escritoras. Es un tema en el que siempre estoy.

-Claro, has seguido publicando sobre este asunto.

-Sí. Este año salió otro libro colectivo que coordiné con María Vicens, Historia feminista de la literatura argentina. Pero fue volver a una investigación que había sido originalmente, también, mi tesis de doctorado. Un estudio, de alguna manera, pionero en aquel momento y que ya se abría como tema de trabajo.

-Dijiste que en estos años cambiaron muchas cosas. ¿Qué, por ejemplo?

-Por lo pronto, cambió el contexto. Cambió la receptividad de este tipo de estudios y de temáticas que, en los últimos años, puso en la calle y abrió también al público general el interés por todo el movimiento del feminismo, del Ni Una Menos, de los géneros, etcétera. Y eso, por suerte, son formulaciones o conceptualizaciones que la mayoría de la gente ahora conoce.

-¿Con qué tipo de consecuencias?

-Esto hace que la temática o un estudio de estas características tengan más interés en el público y le resuenen más conocidos.

-Una de las tantas cosas que llaman la atención de tu estudio es que, en el siglo XIX, si bien nosotros estábamos atiborrados de literatura masculina, de los grandes clásicos, para las mujeres había virtudes consolidadas como el pudor, la prudencia o el recato que, en nuestros días, han pasado a ser algo así como antivalores, ¿no?

-Sí. Está bien esta entrada que hacés. Son antivalores o no son valores que gusten. Al contrario, hay que atravesarlos, justamente. Pero, en realidad, lo han sido hasta no hace tanto. Si uno piensa, incluso en el siglo XX, aun cuando uno no sea un gran lector de literatura, si lo pensamos en términos incluso autobiográficos experienciales, las mujeres -yo tengo 56 años-, te diría que depende de las capas sociales. La gente de mi edad hemos crecido un poco en aquellos valores.

-Valores que perduran…

-Todavía. Hablamos del pudor, del recato o del honor, que es un término que aparece en el libro y que está trabajado a propósito de una figura como Juana Manuela Gorriti.

-Claro, Gorriti es una de las cuatro mujeres que elegís como foco principal de tu estudio.

-Ella dice en su diario íntimo, en pleno siglo XIX, que el honor de un escritor es doble: el honor de su conducta y el honor el de su pluma. Es decir, no se trata solo de cómo escriba y de si escribe bien, sino que debe tener cuidado con aquello que dice.

-Por otra parte, el honor, en aquella época, para las chicas no casadas, estaba asociado a la virginidad.

-Estaba asociado a la virginidad para las solteras, sí. Para las casadas estaba vinculado a la monogamia, al matrimonio, a la maternidad. La palabra divide ciertas conceptualizaciones en el siglo XIX. Está la idea del honor, que es algo más masculino, y la de la virtud.

-¿La virtud entendida cómo?

-La virtud femenina, la virtud de las mujeres, estaba vinculada, en gran medida, con su comportamiento, con su conducta social, en términos sexual también, desde ya. Y, como decíamos, está ligada a la idea de monogamia, de matrimonio, de casamiento, de familia.

-Ninguna de las cuales ha desaparecido.

-Todos esos valores hoy en día todavía seguimos explorándolos. Son situaciones de vida que se van moviendo con las épocas. Pero, bueno, ahora hay como un maremoto en relación con eso.

-Aun así, volviendo a la época de tu estudio, no dejan de sorprender los cambios.

-En el siglo XIX, que nos parece que está tan atrás, cuando uno se mete en ese mundo y empieza a ver las configuraciones, como vos decías hace un rato, la literatura a la que estamos acostumbrados, por lo menos es masculina o está firmada por plumas varoniles como Sarmiento, Echeverría, Alberdi, Mármol, Mansilla.

-Todos nombres poderosos…

-Son todos varones que, efectivamente, fueron organizando a lo largo del tiempo y a través de la mirada de los críticos del siglo XX y posteriores también; fueron organizando, decía, lo que llamamos el canon.

-El cuadro de honor.

-El canon, es decir, qué se lee del pasado. Porque no se lee todo en función del pasado, como en el futuro seguramente no se leerá todo de lo que se escribe hoy en día. Hay como una selección.

-¿Una selección de quién?

-La hace la gente, pero también la hacen los críticos. Y, en general, la mirada del siglo XIX, clásica, más tradicional, la que estuvo presente sobre todo a cargo de los grandes críticos del siglo XX como Viñas, Adolfo Prieto, Jitrik o también de algunas críticas; esa mirada estuvo muy concentrada en los escritores, incluso tomando como punto de partida al crítico nacional más conocido, Ricardo Rojas, que es el que arma la primera historia.

-Una segunda gran pregunta: ¿por qué la mujer que pensaba, que leía; la mujer que, incluso, cometía el pecado de escribir, metía tanto miedo? ¿Por qué la sociedad se protegía de ese tipo de mujeres?

-Por varias cosas que en el fondo están conectadas. En primer lugar, hay que situarse en un siglo XIX, que es un mundo, un siglo, una época, en donde todo está revuelto en el Río de la Plata, en lo que va a ser la Argentina.

-Claro, había revoluciones todo el tiempo.

-En primer lugar, pasamos de ser una colonia a ser lo que, después, con el tiempo, se va a convertir en una república. Es decir, pasamos a la vida independiente. Esto implica muchas rupturas políticas, de soberanía, de reconocimiento identitario. Es decir, ¿qué patria somos? ¿Somos una patria vinculada a una España? ¿Somos una patria emergente, joven, independiente?

-Sí. Un momento histórico con marcas propias muy intensas.

-En ese mundo de guerra hay revoluciones. Es decir, hay una fuerte vida pública y problemas de todo tipo. Ese siglo XIX, además, por cuestiones que tienen que ver, entre otras cosas, con lo que hoy llamamos el patriarcado, era un mundo binario; un mundo donde existía lo privado y lo público. Hay una idea de la vida privada, que es la que transcurre dentro de las casas en relación con las mujeres, los niños, las familias. Y la vida pública.

-¿Cómo entendemos una y otra, más específicamente?

-En la vida privada debían actuar las mujeres, que eran en ese imaginario de época las formadoras de costumbres. Y en la vida pública debían estar los hombres, que podían ser los trabajadores, los intelectuales o los que hacían las revoluciones. Por lo tanto, el mundo estaba bien dividido bajo un esquema que hoy llamamos binario, patriarcal.

-Está muy claro porqué.

-Claro. Adentro de la casa las mujeres, afuera de la casa los hombres. Esa era la expectativa, la manera de pensar de ese siglo XIX. Pero la realidad es compleja. Cuando hay guerras, revoluciones, las mujeres también se involucran con eso.

-¿De qué se manera se ven involucradas?

-Por ejemplo, donan las joyas para que con ese dinero se compren las armas para hacer la guerra. Es la idea que uno tiene de las patricias.

-Exacto. Aquí, las patricias mendocinas haciendo sus donaciones para el Ejército Libertador de San Martín.

-Claro. Pero no solo hacían eso las mujeres. También hay figuras excepcionales como una Juana Azurduy, que se involucra, que agarra el fusil, sale a combatir y pierde a cada uno de sus hijos en la guerra. O mujeres que auxilian. Norteñas, figuras como Carmen Puch, la mujer de Martín Güemes de la cual habla mucho Juana Manuela Gorriti. Las hijas, las esposas o las mujeres de los hombres que estaban involucrados en las causas partidarias. Y no solo en las guerras por la independencia, sino las que vinieron después dentro del contexto ya más independentista. Por ejemplo, todas las guerras de la época rosista.

-La más brava de todas ellas pareciera ser la mujer de Rosas, que, incluso, comandaba la Mazorca.

-Sí, pero hay muchas mujeres que están involucradas con las luchas partidarias. Algunas son más conocidas como, por ejemplo, Encarnación Ezcurra. O tenemos la imagen de una Manuelita más abnegada y sufrida al lado del padre. Es decir, ese mundo no estaba tan dividido. Las mujeres se involucran.

-¿Qué pasa, entonces, con la escritura, como planteábamos antes?

-Las mujeres letradas, las mujeres escritoras, en general son mujeres que también acceden a la lectura de periódicos, que están en diálogo o que se formaron en sociabilidades que a veces son domésticas, y están al tanto de todo lo que ocurre y toman posición, toman partido, tienen una manera de pensar.

-Entonces, producen…

-En sus propias producciones literarias, en aquello que escriben, muchas veces aparecen esas perceptivas. Es el caso tanto de Juan Manuel Gorriti como de Juana Manso, Eduarda Mansilla o Mariquita Sánchez, por nombrarte a las que yo estudié más en este libro y son más prominentes en el siglo XIX, porque llegaron a publicar libros o a hacerse conocidas.

-¿Qué rasgos las definen a todas ellas?

-Son mujeres que, cuando escriben, de un modo u otro hablan también de la vida politizada. Y ahí eso rompe un pacto silencioso, implícito, de la sociedad, que es que las mujeres se deben al hogar; no deben involucrarse tanto con lo público o con la causa política. Ese es uno de los aspectos. Es decir, la mujer que escribe entra en el espacio público con su pensamiento, con su escritura, con la publicación y esto es algo que no está naturalizado en el siglo XIX, algo que no se espera de las mujeres.

-¿Qué se espera de ellas, pues?

-Lo que se espera de las mujeres es que sean madres y mujeres de hogar. Y ahí aparecen las estrategias de las escritoras para poder ser aceptadas.

-Había otras mujeres, en ese tiempo, provocativas en el juego del poder. Les ha sacado mucho partido, por ejemplo, Florencia Canale retratando a personajes como La Perichona o Camila O’Gorman. Eran mujeres que, incluso, cometían el pecado de leer libros prohibidos. También marcaron una huella.

-Claro. Todas estas mujeres que eran letradas, leían, entre comillas, “libros prohibidos”. Vos estás citando a una escritora contemporánea, a Florencia Canale, que hace novelas románticas tomando como motivo a estos personajes del siglo XIX. Pero, en realidad, el propio siglo escribió sobre esto.

-¿Por ejemplo?

-Por ejemplo, en una novela como Amalia, de José Mármol, aparece una protagonista, que es la que le da título a la novela, que también lee libros prohibidos, podríamos decir. De hecho, ahora que lo pienso, ya que nombraste a Camila O’Gorman, María Luisa Bemberg, hace muchos años, cuando filmó Camila, monta algunas escenas en donde ella aparece yendo a la librería de Marcos Sastre.

-Todo un lugar de referencia en la época.

-Sí. Era la librería más importante donde se formaron e hicieron sus lecturas públicas los románticos. ¿Qué hace Bemberg? Pone el foco en una escena en donde Camila viene con el que es su novio o el que quiere casarse con ella…

-No con el cura…

-No con el cura del que se enamora. Van en la carreta leyendo un libro de Echeverría, el Dogma socialista. Y ese va a ser un libro prohibido también. Libro prohibido de un contemporáneo que tuvo que exiliarse.

-Por eso mismo te lo sacaba a colación, porque hasta el acto de leer en algunos casos era subversivo para las mujeres.

-Sí. Fijate cómo se cruza, en el ejemplo que yo te acabo de dar, cómo se cruza con el hecho de que ciertas lecturas estaban prohibidas, en el contexto del rosismo, tanto para hombres como para mujeres. Echeverría era un autor prohibido. Pero, por supuesto, había otras lecturas, por ejemplo, novelas que no eran didácticas, que no eran moralistas.

-Estamos hablando de novelas, no de libros ensayísticos.

-La novela es un género muy reñido en el siglo XIX porque, a media que avanza, cada vez se lee más, porque también los letrados, los hombres públicos o publicistas, como se llamaba a los periodistas, descubren que si publican en la prensa folletines, que son novelas por entregas, venden más.

-O sea, la novela involucra a todos.

-Por lo tanto, cada vez va a haber un público más ampliado. Incluso las mujeres son lectoras de novelas. Y se publican novelas de todo tipo.

-Exacto, se va ampliando el catálogo.

-Qué sé yo, en los años noventa, ya en otro contexto posterior al del rosismo, se publican las novelas de Émile Zola, que era un escritor naturalista. Ahora bien, esas no son novelas moralizantes desde la perspectiva desde la época. Son novelas de lo antimoral que no tienen que leer las mujeres (ríe).

-La novela icónica de la época es Madame Bovary, ¿no?

-Claro. Está en ese momento que te digo, cercano al de Zola. Lo que pasa con Madame Bovary, novela francesa de Flaubert, es que pone en escena precisamente aquello a lo que se le teme tanto en cuanto a la mujer. Pero acá hay una reflexión respecto de lo que hablábamos antes.

-Una reflexión en perspectiva sobre nuestra realidad.

-El periodo que yo tomo, que es de los 30 a los 70, en la Argentina está fuertemente politizado. Entonces la preocupación es que la mujer lectora se politice mucho. Pero hay otro problema, que surge a posteriori, llegando a fines del siglo XIX y que, de algún modo, se puede asociar con el libro de Flaubert.

-¿Por qué?

-Porque en este periodo, que es más organizado, entre comillas de “mayor pacificación política”; el periodo de los 80, de lo que se llama la organización nacional, la preocupación no es tanto que la mujer se politice, sino que la mujer pierda la chaveta (ríe), es decir, que se romantice demasiado.

-O sea, que se le vuelen los pajaritos…

-Claro. Que la mujer le dé rienda suelta a una idea de lo amoroso que no la vincula con la familia, sino que la hace soñar, fantasear con el deseo, con el amor de un hombre que no necesariamente está asociado a la vida del hogar.

-¿Qué pasa, entonces, con Madame Bovary?

-Ella es una mujer que se casa con mucha inocencia con un hombre mayor, que se va a vivir a un lugar de provincia, que tiene una vida acomodada, burguesa, y que empieza a darse cuenta de que su vida está llena de tedio, de aburrimiento, de que no tiene ninguna motivación.

-¿Con que valores engancha eso?

-Esto está vinculado con la lectura. Esta mujer lee, en gran medida, novelas. Y con esas novelas empieza a dar rienda suelta su imaginación amorosa. Finalmente se enamora de otros hombres, tiene amantes y se termina suicidando.

-Toda una metáfora.

-Hay muchos estudios sobre Madame Bovary y está bueno lo que vos traés porque esta es la otra preocupación del siglo XIX: que esa mujer demasiado abierta a los conocimientos, a los saberes, a la lectura variada de las bibliotecas, que no siempre es una lectura ejemplar moralizante; en fin, que esa mujer se pierda en una libertad sin límites y que deshaga el proyecto familiar y nacional.

-Así como decíamos que el pudor, la prudencia y el recato han pasado a ser hoy antivalores, sucede algo parecido con el romanticismo, que era una aspiración intelectual de aquella época. Hoy lo romántico es fulminado por las corrientes feministas más combativas. Hay muchos libros que se abocan a esa tarea.

-Es muy interesante eso y hay ahí todo un abanico de cosas que se podrían decir. En primer lugar, habría que situar qué significa la mujer romántica en el siglo XIX.

-¿Qué significa?

-La mujer romántica del siglo XIX es una novedad. No es lo que nosotros pensamos hoy, más allá de esos libros actuales a los que te referís que entran en la cuestión de la renovación de los valores. Lo que hacen es explorar y, de algún modo, deconstruir la idea del amor: del amor, del matrimonio, de la familia.

-Todos puntos clave.

-Bueno, todo eso hoy en día está en ebullición y me parece que está bueno que se discuta y que se reflexione sobre lo que nos está pasando. Ahora bien, más allá de eso, incluso antes de estos libros de los últimos años, si pensamos en las novelas televisivas, cuyas historias solemos decir que son románticas, tenemos una idea como deformada de lo romántico respecto del siglo XIX.

-Exacto. Ser romántico en ese tiempo era otra cosa.

-En el siglo XIX, ser romántico o romántica era una novedad. Una novedad que rompía con todos los protocolos anteriores. Incluso el amor era una novedad porque, a fines del siglo XVIII y comienzo del XIX, la gente no se casaba por amor. Incluso había ordenanzas que decían que había que casarse según el estatus, según el estamento social al que uno pertenecía. O sea, vos no te podía casar con alguien porque te gustaba.

-¿De qué manera el romanticismo mete su cuña?

-El romanticismo, cuando empieza a despuntar en los años 30 o 40, revoluciona la manera de pensar. Digamos, empieza a unir la idea del amor con la idea del derecho individual. El hombre o la mujer tenían que poder elegir por afinidad intelectual, amorosa, espiritual, a su pareja. Eso fue una revolución.

-Fue una revolución, pero que hoy no se la reconoce como tal.

-Lo que pasa es que el tiempo cambia y ya, desde las perspectivas actuales, naturalizamos que eso siempre pasó.

-Ya que mencionábamos a Flaubert, vos ponés la cita de otro escritor de aquel tiempo, Stendhal, que decía: “Para una mujer de menos de 50 años publicar es jugar su suerte a la más terrible de las loterías”. ¡¿Tan tremendo era?!

-Es que Stendhal lo dice a comienzos del siglo XIX. Efectivamente, si vos reparás en los fines del siglo XVIII, incluso europeo, no solo latinoamericano o rioplatense, las mujeres letradas, escritoras, eran excepcionales. Digamos, lo que se estudia de ese periodo es la figura de la mujer excepcional.

-Una verdadera rareza.

-Claro. La mujer letrada es una excepción, no constituye un modelo. No está ahí para hacer copiada, sino para ser admirada como una figura extraordinaria. Si pensamos en las escritoras francesas del siglo XIX o las que se llamaron las salonnières, que eran las mujeres que lideraban salones, que tenían tertulias en sus casas donde iban los filósofos, eran mujeres que recibían una educación especial.

-Algo también infrecuente.

-Las mujeres en ese pasado bastante más lejano todavía, en su gran mayoría no recibían una educación porque no se esperaba de ellas que intervinieran en el mundo de los escritos.

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