Pasó 12 años en un convento

Florencia Luce narra sus años como monja de clausura: "Siempre me pesa porqué me quedé tanto tiempo"

Florencia Luce es la autora de "El canto de las horas". Dejó atrás el rigor y las privaciones y ahora como novelista transmite sus vivencias

A los 20 años, Florencia Luce era una joven apasionada. Bullía de ideales y aspiraciones de trascendencia. La vía que halló para canalizar esas energías, motivada por relaciones cercanas, fue un monasterio de clausura, donde pasó los siguientes 12 años.

Mucho tiempo después de haber dejado atrás el rigor y las privaciones de la vida monástica, signada por el silencio, la meditación, el canto gregoriano, la oración y la entrega total a Dios en un “desposorio eterno”, decidió transmitir sus vivencias en forma de novela.

De ese material, etéreo por momentos, a veces denso y pesaroso, está compuesto su libro El canto de las horas.

Florencia, nacida en Buenos Aires, estudió Literaturas Comparadas en la Universidad de Rutgers, Estados Unidos, país donde vive actualmente junto a su marido y su hija.

La encontramos en la casa de su madre, en Olivos, Buenos Aires, adonde viajó para ver sus hermanos, sus amigos y “un montón de gente”. El siguiente diálogo fue con el programa La Conversación de Radio Nihuil junto a Esteban Tablón.

-Florencia, la protagonista de tu relato, Marie, encuentra en la figura de Santa Teresa la inspiración para afirmarse en la vida religiosa. ¿Cómo fue tu caso?

-En la novela, por supuesto, hay bastante ficción. Y, sin embargo, el fondo y la línea general son mi experiencia en cuanto a sentimientos, a cómo me llegó el llamado de la vocación. Lo de Santa Teresita es un poquito anecdótico, pero suele pasar. El personaje principal también es medio prototípico de una vocación a la vida contemplativa.

-¿Y cuál es la coincidencia o no con tu personaje?

-En mi caso particular yo tampoco venía de una familia tan espiritual ni muy practicante.

-¿Entonces?

-A través de otras cuestiones, de amigos, de circunstancias de colegio, me fui metiendo en esa vida más religiosa. Y así, medio de repente, se me cruza esta especie de llamado.

-¿Qué te predisponía?

-Yo siempre fui una persona muy idealista, más a esa edad. Tenía ese llamado a algo superior. Era algo que me inquietaba.

-¿Pero cómo te enganchaste?

-Se me presentaron personas que me fueron llevando a plantearme esta vida contemplativa.

-¿Cómo fue tu formación escolar? ¿Estuviste en un colegio religioso?

-El colegio donde estuve no era religioso, pero teníamos catecismo después de clase. La religión estaba muy presente. Las familias de ese colegio eran muy, muy, muy religiosas.

-¿Qué establecimiento de Buenos Aires era?

-Fui al colegio francés toda la primaria y después al Labardén, en San Isidro, que es un instituto laico. No sé si conocerán, pero San Isidro es un pueblo en donde la religión pisa muy fuerte. Están el seminario, la catedral, etcétera.

-Un aspecto que se mezcla también con lo social, ¿no?

-Exactamente. Lo social, para mí, fue crucial.

-Se supone que la mayoría de nosotros, de jóvenes, hemos sido idealistas. A algunos, como vos, les dio por la religión; a otros, por la política; y otros cuantos mezclaron ambos ideales. Por ejemplo, mucha de la militancia setentista, como la de Montoneros, tuvo origen en las clases altas con formación religiosa.

-Totalmente, sí, sí, sí. Mi abuela siempre me decía: “Si vos no hubieras sido monja, te habrías metido en la militancia”.

-Es que había, justamente, muchos curas militantes.

-Claro porque se trata, justamente, de la inclinación a hacer algo por los más necesitados. Son cosas que se tocan. Y en cuanto a la vida contemplativa, se supone que junta todas esas vidas de misioneros, de enseñanza, de trabajar por los pobres. Como que estás haciendo todo eso a través de la oración.

-¿Por qué elegiste un ámbito tan duro, con tanta exigencia espiritual y existencial, como un monasterio de clausura, para dar cumplimiento a tus ideales? Es una opción bastante drástica.

-Sí, tremendamente drástica (sonríe). Como ustedes han comprendido al leer libro, el tema del canto gregoriano es un summum de elaboración. Para mí y para mi familia la música siempre fue esencial. Siempre fue parte de nuestra vida.

-¿Cómo se integró con lo otro?

-Con mis compañeros íbamos a los grupos donde nos daban charlas los seminaristas o los curas, que nos hablaban de la amistad, del amor, de la oración. Y ellos mismos, al igual que mi director espiritual, me empezaron a llevar hacia lo contemplativo. Si a eso le sumamos mi amor y mi necesidad de la música, fue como algo natural.

-Dieron justo en la diana…

-No sé… Yo creo que si alguien me hubiera llevado para otro lado; si me hubieran dicho que, por ejemplo, me fijara en Santa Teresa de Calcuta, quizá hubiera entrado ahí. Son las circunstancias las que te van llevando. Al menos fue así en mi caso, más que el llamado en sí a esa vida concreta.

-O sea que podrías haberte ido a misionar al África.

-Absolutamente.

-Hablás del llamado. ¿Cuánto hubo de eso, entonces, y cuánto de circunstancias exógenas como el canto gregoriano, la arquitectura de los templos, el uso de aromas en los ritos, etcétera?

-Yo pienso que hubo más de afuera que de adentro. Pero lo hablo desde mi experiencia. Pienso que la vocación es de muy pocos. Entonces se confunde esto que decís. Entrás a una catedral, estás quizá en un estado vulnerable, en un momento de la vida como es la adolescencia donde uno está muy receptor de experiencias y de sensaciones y, bueno… sí…

-¿Sí cómo?

-En mi caso entré a un monasterio donde el canto era una cosa maravillosa. El incienso, las ceremonias bellas… ¡mucha belleza en el lugar! Todo eso. Y, bueno, uno es impulsivo, ¿viste?… yo por lo menos. Pienso que muchos jóvenes también. Por eso, sí, es una pregunta que, en realidad, queda como pregunta: ¿es realmente un llamado interior o es una cosa que viene de afuera y que te calza bien en ese momento?

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-En tu libro, la protagonista, Marie, tiene un novio que la acompaña en el momento de decisión. En tu caso ¿cómo era? ¿Tenías novio, estabas sola? No se trataba de una circunstancia sencilla. Como dice tu texto, entrar al convento implicaba “la firme voluntad de dejar atrás el mundo y sus tentaciones”. ¿Cómo era tu vida emotiva?

-La mía era una vida común, como la de cualquier adolescente de la época. Sí tenía novios de aquí y de allá, nada demasiado serio. En mi casa éramos muchos; como que necesitaba un espacio propio, un lugar donde encontrarme a mí misma. Había muchos amigos, varios de ellos religiosos. No fue una adolescencia demasiado acomodada. A veces pienso si mis padres hubieran podido mandarme a algún lado a estudiar. Yo tenía una necesidad de salir de mi casa, de ese entorno siempre lleno de gente. También fue un tiempo de desilusiones. Desilusiones amorosas. Desilusiones con la universidad; no sabía qué estudiar.

-¿Cómo se tradujo todo eso?

-Yo creo que, como en muchos otros casos, no fui bien guiada por quienes tienen en sus manos la herramienta como para decirte “andá por acá o por allá, esperá, hacé otra cosa”. Yo era muy chica.

-Y ellos disponían de muchos elementos como para influenciar.

-Claro. Y tienen esa palabra muy espiritual que uno siente como la palabra de Dios: los sacerdotes, las madres superioras…

-Se siente el sofoco de la protagonista durante el relato. Hay una comparación que vale. En Pecadora, Florencia Canale cuenta que a Camila O’Gorman no le dejaban leer libros “pecaminosos”. Se los suministraba, en secreto, su abuela, la Perichona. En tu libro pasa algo parecido. Marie, dentro del convento, solo puede leer libros “no piadosos”, de Camus o Bertolt Brecht, de contrabando. ¿A vos te pasó?

-(Ríe) Yo nunca recibí libros de contrabando porque era más obediente. Pero no hay lecturas que no sean religiosas allí. ¡No hay! Por lo menos no las había en esa época.

-¿Y nunca te pesó eso? ¿Nunca te abrumó?

-¡Sí! Sí, sí, porque yo era muy lectora, antes. Pero me fui dando cuenta de a poco. Leíamos un montón. Siempre era sobre la historia de la Iglesia. Por ahí la vida de un santo era lo más novelístico que podíamos llegar a leer (risas). Tampoco había mucho tiempo para esos placeres. No había lugar ni tiempo.

-Tu sensación, ahora, siendo adulta, ¿es de decepción, de pérdida de tiempo o has podido procesar de otra manera esos años?

-Lo fui procesando de a poco, sí. Me llevó tiempo. En este momento les diría que no me arrepiento de haber entrado. Creo que lo tenía que hacer y que soy como soy por esos años. Lo que sí siempre me pesa es porqué me quedé tanto tiempo.

-Esa es la pregunta, ¿no?

-Es la gran pregunta. Estoy reconciliada con eso, por supuesto, pero, si pudiera volver atrás, yo tendría que haber salido bastante antes. Y no pude. No pude. Eso es lo que se sigue, un poco, en el relato del libro. Y creo que les pasa a muchas. Muchas se quedaron y nunca pudieron dar ese paso. Y también hay muchas -o muchos- que tienen una vocación maravillosa. Pero no es una vida para cualquiera.

-¿Por qué?

-Es confuso. Muy confuso. Una vez que no uno está adentro es muy difícil. Por eso repito siempre: ¡ojalá a mí me hubieran ayudado a verlo con más claridad!

-Hay algo muy tremendo en la consagración de las monjas a Dios. Le entregan sus vidas, su voluntad. Es un control total el que se ofrece. Dios se transforma en el esposo eterno, en su dueño. De hecho, está el anillo nupcial que se lleva en la mano derecha. ¿Cómo se consigue humanamente eso?

-(Sonríe) Buena pregunta.

-¿Se consigue?

-No creo que se consiga nunca. Es un camino, sin duda. Un camino que la monja, la religiosa o el religioso emprenden, poco a poco, día a día. Como que te vas, de a poquito, desprendiendo. Bueno… si alguien llega al final, final de su vida… es posible, pero… no lo sé. Tampoco se puede medir eso. La idea es dejar la voluntad atrás y ponerse en manos de un superior también, algo más difícil aun que ponerse en manos de Dios.

-Hay otra cuestión extrema. La mujer consagrada a Dios se entrega con alma, cuerpo y espíritu, pero también con su virginidad al único esposo que es Jesucristo. Dado los tiempos que corren, hoy parece una utopía.

-(Ríe) Bueno… es la virginidad a partir del momento en que uno se entrega. La virginidad abarca mucho más que el cuerpo. La virginidad física es hasta lo de menos. Abarca, como decías, la voluntad; abarca la virginidad del alma, de las pasiones, de los deseos, del estar apegado a alguien.

-Apegado a alguien ¿en qué sentido?

-A alguien que, incluso, puede estar ahí en el monasterio. Eso también se daba mucho porque las chicas entrábamos muy jóvenes. Entonces te quedaba como un agujero en el afecto. Por eso te vas apegando a tus compañeros, a unos, a otros. Resulta algo natural.

-Por otra parte, en el régimen de clausura, hay prolongados lapsos de introspección. Rezan todo el tiempo, desde la mañana temprano hasta la noche, meditan, trabajan. ¿Cómo se sostiene esa rutina de silencio, oscuridad, control en el mundo actual de la conectividad, del celular y las selfies? ¿Cómo se mantiene vivo un mundo medieval en pleno siglo XXI?

-Sí. Me imagino que hoy debe ser mucho más difícil. Yo no fui parte de la era de la conectividad. Pero, bueno, es ahí, cuando el mundo está más conectado, donde el desprendimiento resulta mucho mayor.

-¿Cómo se gestiona, en la práctica?

-Es en el día a día. Uno se mete en el estudio, en la oración, en el canto. El silencio es a lo largo del día, pero hay un recreo diario en el que se puede conversar. ¡Es mundo tan distinto! ¡Tan, tan distinto! Y lo increíble es que uno realmente es feliz. Yo lo experimenté, al principio, sobre todo, como muchas monjas. Pero, bueno… es para pocos.

-¿Qué pensás hoy? ¿Cuál es tu posición sobre lo espiritual? ¿Creés que hay una entidad personal, omnipotente, que nos mira desde arriba?

-Hoy no soy de participar en la Iglesia, para nada. Perdí ese interés. No me llega. No me llegan los ritos. Me llega, sí, la parte estética, digamos, pero espiritualmente no. Ahora bien, sigo siendo muy creyente en un ser superior, en Dios. Pero la espiritualidad en mi vida -y muchos lo ven así- pasa por otro lado.

-¿Por qué lado?

-Pasa por el arte, la música, la lectura, por un texto bien escrito, una poesía. Eso me conecta muchísimo más que una religión donde hay mandatos. Pero es mi experiencia. Respeto, desde ya, a todos los que están en iglesias de distintas denominaciones y siguen los ritos.