Ejemplo de vida

Día del Maestro: la joven mendocina que se convirtió en maestra de sus padres analfabetos

En Las Vegas, Potrerillos, Lidia Condorí, estudiante de magisterio en el Instituto Tomás Godoy Cruz, enseña a leer y escribir a sus padres bolivianos de 60 y 65 años

Lidia Condorí tiene 28 años y vive en Las Vegas, Potrerillos. Todos los días recorre kilómetros hasta Ciudad de Mendoza para estudiar Educación Inicial en el Instituto Tomás Godoy Cruz, con la meta de recibirse como docente y luego especializarse en Educación Especial. Pero antes de entrar a un aula, ya es maestra: en su propia casa se sienta con sus padres, Rubén y Margarita, ambos bolivianos, para enseñarles lo que nunca aprendieron; ellos son analfabetos, están comenzando a leer y escribir y su historia es un ejemplo en este Día del Maestro.

Lidia y Margarita3

"Mis padres de a poco fueron abriendo su cabeza, pero me costó mucho convencerlos", dijo la futura docente, Lidia.

Rubén Condorí nació en Potosí, Bolivia. Desde niño conoció el sacrificio: venía a Mendoza en los tiempos de cosecha como trabajador golondrina, recogiendo uva, cebolla y durazno. A los 18 años decidió quedarse definitivamente. Su mundo estuvo siempre ligado a la tierra y a la construcción, donde, pese a su analfabetismo, aprendió a descifrar planos y medidas. Rubén debía sobrevivir a fuerza de práctica.

Margarita Vedia Fernández también nació en Bolivia, en la ciudad de Santa Cruz. De muy joven cruzó la frontera en busca de trabajo y terminó en Mendoza, como empleada doméstica. En una parada de colectivos en Guaymallén conoció a Rubén. Se casaron y formaron una familia, sin que ninguno de los dos pudiera leer un cartel, firmar un papel o escribir una carta.

"Era hija de bolivianos que no sabían leer y escribir y eso era motivo de burlas"

“Crecí señalada. Era la hija de los bolivianos analfabetos. En la primaria y en la secundaria sufrí bullying. Sabían que mis papás no sabían leer ni escribir y eso era motivo de burla. No era fácil, pero había que seguir adelante. El silencio de las letras pesaba en casa y todo se resolvía como se podía, pero como hija mayor, desde chica me convertí en puente entre mis padres y el mundo escrito”, reflexiona Lidia.

Durante años, Lidia insistió para que se dejaran enseñar. “Siempre les decía que se sentaran conmigo, que todavía podían aprender. Ellos se negaban. Me repetían que ya era tarde, que no lo necesitaban”, cuenta. Rubén, de carácter fuerte y profundamente marcado por la cultura quechua y por una visión machista de la vida, veía con recelo cualquier intento de cambio.

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Margarita llegó de Bolivia hace muchos años y fue empleada doméstica. Hoy tiene su despensa en Las Vegas, Potrerillos. De a poco comprende las letras y los números.

Margarita llegó de Bolivia hace muchos años y fue empleada doméstica. Hoy tiene su despensa en Las Vegas, Potrerillos. De a poco comprende las letras y los números.

La rebeldía de Lidia empezó a tomar forma cuando eligió la universidad. Primero se inscribió en Abogacía, en la Universidad de Cuyo, convencida de que así podría darle a su familia un futuro distinto. Pero la enfermedad de su madre —Margarita enfermó de cáncer cuando su hija era adolescente— la obligó a abandonar. “En ese momento tuve que hacer todos los trámites yo sola. Era la que leía, la que firmaba, la que acompañaba en los hospitales. Mi hermana era muy chica. Sentí que tenía que hacerme cargo de todo”, relata.

Después de aquella etapa difícil, comprendió que lo suyo no estaba en los tribunales sino en la educación, algo que siempre le había interesado. Eligió inscribirse en el profesorado de Educación Inicial en el Instituto Tomás Godoy Cruz y proyecta completar la carrera en Educación Especial. “En mi pueblo hay muchos chicos con esa condición y siento que ahí está mi lugar”, explica.

"Mi papá no quería que estudiara, la sociedad en Bolivia es muy machista", dijo Lidia

Pero anotar su nombre en ese profesorado fue en sí mismo un acto de resistencia. “Mi papá no quería. Para él, una mujer debía casarse y quedarse en la casa. No apoyaron en nada mi decisión. Pagué todo sola, armé un puesto de artesanías bolivianas que vendo en ferias de Potrerillos para costear el viaje de todos los días. Hoy mis padres aceptan, pero me costó muchísimo”, dice.

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Aprendiendo juntas. Lidia le enseña a Margarita a leer y escribir. Pero Margarita aporta su cultura quechua para que su hija nunca la olvide.

Aprendiendo juntas. Lidia le enseña a Margarita a leer y escribir. Pero Margarita aporta su cultura quechua para que su hija nunca la olvide.

Cada día, Lidia recorre 14 kilómetros en auto y luego toma un colectivo que la lleva hasta Ciudad de Mendoza, otros 50. No hay una conexión directa entre Las Vegas y el centro, por lo que el traslado le lleva horas y significa un gasto mensual que ronda los 280 mil pesos. Zonda, nieve o lluvia no detienen su recorrido, aunque muchas veces debió faltar y encontró comprensión en las autoridades de su instituto.

El agradecimiento al Instituto Tomás Godoy Cruz, que la apoya en todo

“Siempre me apoyaron. Mis docentes me orientan muchísimo, en especial la de Alfabetización, que me ayuda incluso a aplicar con mis padres lo que aprendo en clase”, advierte.

Su vida está organizada entre viajes, estudio, trabajo y los momentos en que se convierte en la maestra de Rubén y Margarita. “Llegó un punto en que tanto les insistí que aceptaron. Creo que lo hicieron en parte porque quieren manejar mejor el teléfono. Hoy todo pasa por ahí: números, letras, mensajes. Necesitaban entenderlo. Y yo aproveché esa oportunidad”, reconoce.

El aula dentro de la casa, en Potrerillos

Las primeras clases no fueron fáciles. Rubén y Margarita, con 65 y 59 años, se enfrentaban a un mundo que les había sido negado desde siempre. El lápiz en la mano, el trazado torpe de las primeras letras, la confusión con los números. Todo les resultaba extraño.

Lidia sonriente
Lidia, en el almacén de su mamá.

Lidia, en el almacén de su mamá. "Ella sabe hacer lo básico pero siempre se negó a aprender a leer y escribir", dijo su hija.

“Son muy cerrados y les cuesta mucho. Pero avanzamos. Lo hacemos con paciencia, con respeto. Y yo también aprendo de ellos. Hicimos un trato: yo les enseño a leer y escribir y ellos me enseñan más sobre nuestra cultura quechua. Es un intercambio de saberes”, cuenta.

Ese ida y vuelta se volvió un puente emocional. “Es difícil porque la cultura de mis padres es muy arraigada. Pero vamos para adelante y es muy lindo”, completa.

El peso de la discriminación y, al fin, poder estudiar

Para Lidia, el camino nunca fue simple. “Cuando llegamos a Potrerillos en 2001 éramos junto a mi hermana las únicas hijas de bolivianos. Todos sabían que mis papás eran analfabetos. Había discriminación y eso me dolía. Me costó mucho aprender, pero también me fortaleció. Creo que esa experiencia me hizo entender lo que significa de verdad educar: es dar oportunidades donde parece que no las hay”, señala.

Mientras recuerda aquellos años, también relata cómo se convirtió en el sostén de su madre durante la enfermedad. “Con once años mi hermana no podía hacer nada. Yo tenía que encargarme de los trámites, de acompañar a mi mamá. Esa experiencia me marcó. Entendí la importancia de poder leer, de poder entender un papel, de no depender de otro.”

Emprender y tener un ingreso para poder estudiar

Sostener una carrera desde una localidad como Las Vegas no es sencillo. El puesto de artesanías que Lidia instaló en la feria semanal del pueblo le permite generar ingresos y costear los traslados. “Me presenté en un proyecto y fue aceptado. Puedo mostrar artesanías bolivianas, productos que hago yo. Eso me ayuda a pagar el viaje. Para mi papá fue raro al principio: que su hija trabajara, generara dinero, tuviera independencia. Pero ahora me pide opinión para muchas cosas. Todavía le cuesta, pero va cambiando”, continúa.

Lidia no solo enseña letras y números. Enseña con el ejemplo. Enseña a sus padres que nunca es tarde, a su comunidad que el esfuerzo transforma, a su generación que la educación es un camino posible incluso en medio de las adversidades.

En el almacen
Lidia les enseña a sus padres.

Lidia les enseña a sus padres. "Pero mi papá es cerrado", dice, justificando que no aparece en las fotos. Ella dice sentirse orgullosa y que piensa continuar sus estudios de Educación Inicial y Especial. Todos los dias viaja a Ciudad.

“Yo quiero que ellos logren lo básico: leer y escribir. Tienen mucho por delante todavía. Y si ya aprendieron a manejar el celular, ¿por qué no aprender también lo demás?”, se pregunta. Su convicción es asombrosa. Habla con entusiasmo, con la seguridad de alguien que sabe que está haciendo historia en su propia casa.

Su idea a futuro es clara: “Cuando me reciba quiero quedarme en Potrerillos. Siento que acá puedo dar mucho. Quiero trabajar con los chicos del pueblo, con los que tienen necesidades especiales, con todos los que necesiten. Y también quiero seguir enseñando a mis padres hasta que se animen a leer un libro completo”, expone.

El Día del Maestro en primera persona

En este Día del Maestro, Lidia celebra enseñando en la mesa de su cocina, entre mates y cuadernos. En su aula precaria, confiesa, siente que escribe la lección más valiosa: que nunca es tarde para aprender.

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El pequeño almacén familiar, sustento de la familia. Hoy apoyan a Lidia en sus estudios, pero les costó.

El pequeño almacén familiar, sustento de la familia. Hoy apoyan a Lidia en sus estudios, pero les costó.

“Mis padres no me apoyaron cuando quise estudiar, pero hoy se sientan conmigo y me miran como maestra. Es algo que no imaginaba. A veces pienso que la vida me puso en este lugar para demostrar que todo se puede, aunque cueste”, reflexiona.