Literatura

"Desarmadero", notable policial negro de Eugenia Almeida en una Argentina con muchas preguntas sin respuesta

Este es su título más reciente. Celebrado como novela negra, como policial que hunde sus raíces en los oscuros laberintos de nuestra sociedad

No es frecuente dar con autores de la talla de Eugenia Almeida. De prosa cuidada, pulida con enorme esmero, sacándole un brillo a cada frase gracias a su orfebrería de poeta. Pero, al mismo tiempo, su lectura se sigue con la facilidad y el ritmo de la literatura popular.

“Popular” es, justamente, un calificativo que a ella la causa una genuina alegría cuando se aplica a su obra. Por la pasión y el interés que despiertan.

Con varios premios en su haber, Desarmadero es su título más reciente. Celebrado como novela negra, como policial que hunde sus raíces en los oscuros laberintos de nuestra sociedad, es otro ejercicio de estilo al servicio de personajes que terminan siendo conmovedores.

Capos barrialles, ladronzuelos y sicarios de poca monta, policías y funcionarios comprometidos con la delincuencia, personajes comunes y silvestres que el destino lleva de un lado para otro, impiadosamente, sin que entiendan muy bien porqué, conforman un mosaico de nuestra sociedad. El bosquejo en sepia de una Argentina que, hoy como ayer, ofrece más preguntas que respuestas.

Desarmadero apareció casi en paralelo con Inundación, un ensayo “poético” que funciona como un complemento perfecto del vuelo que alcanza la escritura de Almeida.

Desde su Córdoba natal, nuestra autora dialoga con el programa La Conversación de Radio Nihuil.

-Hola, Eugenia. Contabas en una entrevista que estuviste a punto de poner como epígrafe de tu libro Inundación una frase de Guillermo Martínez. Hace exactamente una semana que hablamos con él este programa.

-Yo lo admiro mucho a Guillermo como escritor y como persona. Y tiene esos libros, como Crímenes imperceptibles, que tienen la perfección absoluta.

-Además de Desarmadero, que motiva nuestra nota, fue bueno haber conocido, como complemento de tu obra Inundación, un libro que algunos consideran, quizá impropiamente, como ensayo. Tiene una prosa poética muy especial. Está lleno de perlitas literarias.

-Te agradezco. Es un libro que yo quiero mucho. Tiene, sí, ese carácter medio raro. Yo también le digo ensayo, pero por decirle algo. Su carácter híbrido viene dado también por invitación de DocumentA/Escénicas, una editorial cordobesa muy hermosa. Tiene una colección que se llama Escribir donde Gabriela Halac, que es la editora, va invitando a distintas personas a hacer una suerte de reflexión, con el formato que quieran, sobre la escritura.

-¿Qué tipo de autores figuran ahí?

-Hay títulos de Juan Forn, de Camila Sosa Villada, de Rodrigo Fierro, de Santiago Loza. Es una colección muy bonita para tenerla completa.

-Vos decís que te cuesta ubicar a Desarmadero en un género específico. Si bien podría destacarse su retrato sociológico, cumple con todos los requisitos de la novela negra. Describe la trama oscura del poder; del poder grande y del poder chiquito, barrial.

-Siempre es muy difícil referirse a la propia obra, ¿no? Son los pocos libros que no podés leer con ingenuidad, estando limpio de toda idea preconcebida. Por ahí se te mezcla lo que quisiste hacer con lo que, finalmente, pudiste hacer.

-¿Aceptás, entonces, la calificación?

-Sí, yo creo que es una novela negra. Vos decís que hay como un abordaje sociológico, una pintura de situación social y a mí me gusta mucho pensar cómo el juego que hace la ficción finalmente te puede mostrar un estado de cosas, pero no es ese su objetivo, ¿no? Es como si fuera un coletazo. Ojalá la novela sirva, además de pasar un rato en torno a una historia, para pensar algunas otras cosas.

-El género negro tiene sus especificaciones bastante marcadas, ¿no? No se trata solo de resolver un crimen como pasa, por ejemplo, con Agatha Christie.

-Es cierto lo que vos decís de lo negro en el sentido de que no es una novela de enigma en la cual uno está corriendo detrás de cuál es la verdad de lo que pasó, sino más bien que está la sensación de que la verdad siempre se escabulle y de que todo lo que puede salir mal, efectivamente va a salir mal.

-Es negra, también, no solo porque se mete en los sótanos de la sociedad sino porque es dura, impiadosa. Los personajes la pasan verdaderamente mal.

-Sí, la pasan mal. A mí me interesaba también eso: pensar hasta qué punto somos víctimas de algunos vaivenes que están por fuera de nuestro campo de influencia y de acción. Te confieso que yo también miraba a esos personajes que a mí se me presentan como algo que está sucediendo, no como algo que yo estoy creando y que puedo decidir, por ejemplo, salvar o no a alguien.

-¿Qué reacción te produce ese proceso?

-Yo asisto mirando eso que pasa y me sensación es: “¡Dios mío, aquí no va a quedar nadie! Acá todos la van a pasar mal. Cada uno en su medida”.

-¿Siempre sos así de “mala”?

-Creo que es la primera novela en la que no hay un resquicio de que algo, quizá, pueda cambiar, como sí había en novelas anteriores.

-Desarmadero es una novela policial, pero también de corazones rotos. La historia de Saravia y de Silvina te mantiene en con el corazón en la boca hasta último momento. Sobre todo, a él, lo sacudís bastante.

-Sí. ¡Pobre Saravia! Está muy sacudido sin participar necesariamente en nada.

-La historia de esta pareja pareciera no tener nada que ver con el hilo central del relato. Luego, las piezas encajan perfectamente. Una muestra de talento narrativo.

-La experiencia que tengo de escritura es muy parecida a la experiencia que tengo de lectura. Leemos sin saber qué va a pasar. Entonces, sigo escribiendo para ver qué va a pasar. Yo también en un momento me decía: ¿qué son estas dos historias? Y cuando vi que se cruzaban, dejé que hicieran su camino. Pienso que eso también viene de los libros que a mí me gusta leer.

-¿Cómo cuáles?

-Libros que tengan historias que, en algún momento, te hacen ver como dos líneas paralelas que, por lo tanto, no se van a tocar. Y, de repente, se cruzan. Son las obras que a mí me gusta leer. Me gusta ver cómo es este juego. Además, pienso que todos nosotros pertenecemos a tramas que a veces desconocemos. Si se pudiera ver la cosa desde más arriba, quizá seríamos personajes de una historia paralela que de golpe se cruza con otra y quién sabe qué puede pasar.

-Por otra parte, a varios de tus personajes les sucede que están metidos en medio de la trama, pero nunca terminan de saber bien por qué. Nunca terminan de entenderlo del todo.

-También es eso. Sobre todo, el policial de enigma, que a mí me encanta, tiene una cosa de conclusión y de cierre, que es algo muy placentero en la lectura, pero que a veces se asemeja poco a la vida. Porque, en general, no tenemos mucha idea de porqué nos pasó lo que nos pasó, de si esto es el coletazo de otra cosa que provocamos sin saber con un comentario estúpido o con un no darnos cuenta de algo. Y, sí. Algunos de esos personajes saben muy bien cómo se llama la sombra que los persigue. Y otros no. Se parecen un poco a nosotros, que muchas veces no sabemos qué es lo que está en juego.

-Claro. Tu novela es corta y deja muchos flecos sueltos. Y está bien, porque así es la vida. Pasa también en muchos casos policiales, ¿no?

-Para ir al nudo de la cuestión: treinta mil personas desaparecidas. Esa es la historia de nuestro país.

-Son, por otra parte, miles de historias distintas.

-Y no sabemos socialmente qué pasó. Y hay personas que lo saben y no lo dicen. Y hay papeles y registros que han sido escondidos. Tampoco podemos estar absolutamente desprendidos de la historia de este país que tiene que ver con eso: con lo que no puede concluir y cerrarse de cierta manera porque no se accede a la verdad. Creo que eso también juega.

-Hablábamos, recién, de novela negra, que suele desarrollarse en un escenario urbano, muchas veces en grandes ciudades. Desarmadero no tiene un núcleo urbano sino suburbano. Es una novela negra barrial, como decíamos más arriba.

-Me parece que en las ciudades en general, por lo menos las que yo conozco, cierto tipo de movimientos hacen que los ámbitos se vayan separando y que haya percepciones de vida muy diferentes. Aquí en Córdoba, por ejemplo, estuvo la figura legal del “merodeo”. Con eso te podían detener y llevarte. Pero a los únicos que llevaban era a los pibes con gorra, con cierto tipo de vestimenta, porque ellos pertenecían a clases más vulneradas.

-Claro. Sospechosos de silueta…

-No pueden pasear porque se presupone que lo que están queriendo hacer es robar. Si hay una persona de clase alta que está paseando por una zona de country o la clase media por el centro mismo de la ciudad, se puede andar sin rumbo sin que necesariamente un policía se vaya a acercar con la sospecha de un delito. Es ahí donde vas haciendo una ciudad dividida.

-¿De qué momento estamos hablando?

-Hubo una época en que acá en Córdoba se habló de una especie de apartheid porque las villas, durante el gobierno de De la Sota, fueron llevadas bien afuera de la ciudad. Estaban en barrios donde no se les ofrecían las condiciones para seguir porque muchos ellos trabajan, por ejemplo, en el cirujeo o de changas, y estaban muy lejos del centro urbano. Entonces, tenés una ciudad dividida desde lo social, pero también desde un ejercicio bastante perverso del poder. Por lo tanto, a mí me interesa la periferia de la ciudad, porque el centro siempre se pinta la cara como para el turismo, para estar bien.

-¿Cuál es tu relación con el cine y con las series? ¿Qué te gusta?

-Veo mucho. Me gustan los policiales, sobre todo los británicos y los nórdicos: suecos, daneses, noruegos. El que más me ha gustado de estos es El puente.

-¿Sorjonen?

-Sorjonen, sí, claro. Me parece que en esos policiales hay un abordaje más realista de la complejidad de las cosas; de los grises, de los matices. Nos hemos criado con los policiales norteamericanos, con esa cosa medio estereotipada del bien y del mal; donde todo el mundo sabe, no solo quién es bueno o malo, sino también que sabe reconocer qué es el bien y qué es el mal. Y nosotros, en la vida real, a veces no lo tenemos claro; por ejemplo, si haciendo el bien no causamos un daño. Ojalá fuera tan fácil saberlo a cada paso.

-Pese a tus gustos, hay que decir que tu novela Desarmadero guarda un parentesco con una célebre serie norteamericana, The Wire, donde la corrupción policial y su estrecho contacto con la delincuencia es parte central de la trama.

-Es muy loco eso. La primera que hizo esa asociación fue Miri Molero, una gran periodista de Buenos Aires. Y, después, un periodista de Córdoba, Martín Cristal, que es un escritor que me gusta mucho y que les recomiendo. Debo confesor que no he visto The Wire, con lo cual tengo mucha intriga para entender qué están viendo ustedes de ese enlace. Está entre mis deudas pendientes.

-Llama muchísimo la atención también tu fino oído para los diálogos. Límpidos, como para una escena de teatro. Una sensación similar nos causó, hace poco, Mariana Travacio con sus dos novelas, Como si existiese el perdón y Quebrada. Ella nos contó que fue recopilando muchas voces en sus viajes juveniles entre Brasil y Argentina. ¿Cuáles han sido tus fuentes?

-¡Qué lindo eso que dijo Mariana! Yo tengo la sensación de que es un trabajo que ocurre un poco a mis espaldas, en el sentido de que, si tuviera que pensar qué es, no podría marcar una cosa concreta como hizo Mariana. No sé… Yo escucho mucho. Si vos me ves de afuera, parece que soy una persona muy distraída que no está prestando atención.

-¿Y cómo es verdaderamente la cosa?

-En realidad, escucho lo que está pasando acá, lo que está pasando un poco más allá. Es como mi radar el oído. Y me parece que ahí hay un proceso misterioso de cómo la cabeza va percibiendo y acumulando cosas al pasar, que después pueden volcarse al papel.

-¿De qué manera?

-Si yo pienso cómo las vuelco, no lo sé. Sí sé que hay un trabajo muy riguroso de corrección después.

-¿Cuál es tu método de corrección?

-Leyendo en voz alta y apuntando a algo sonoro, más que a algo para los ojos. Entonces, al corregir en voz alta, todo lo que no me suena lo voy sacando. Igual que cuando vez una película y decís: ese personaje nunca hablaría así. Bueno, eso es lo que no suena. Es como ir haciendo un trabajito. Pero lo hago fundamentalmente en el momento de la corrección.

-Entre los distintos diálogos que están diseminados por tu novela, hay varios entre capos mafiosos, delincuentes, policías, en las zonas periféricas que rodean el desarmadero. Encima son hombres. No creo que vos hayás frecuentado esos lugares ni ese tipo de personas. ¿Cómo hacés para captar el tono justo?

-Yo no creo mucho en la división entre hombres y mujeres. Un escritor, una escritora, tiene que poder recrear la voz de un varón, de una mujer, de una persona no binaria porque, si no, todos estaríamos escribiendo nuestra percepción del mundo.

-Está claro. Pero te pregunto cuál es tu técnica para captar las voces que no pertenecen a tu ámbito más cercano.

-Ahí aparece el enorme misterio de la ficción. Pensemos, por ejemplo, en Memorias de Adriano. ¿Cómo hizo Marguerite Yourcenar para reconstruir el amor de un emperador por otro varón y el enorme duelo y la construcción de un imperio? Eso es lo fascinante. En otros planos tenemos que presentar garantías de lo que estamos hablando. Como si yo diera una clase de Comunicación Social. Pero la ficción nos permite eso. Si vos no has tenido acceso a una situación, pero la vivís como verosímil, se construye un dispositivo que para alguien funciona muy bien.

-¿Tuviste que asesorarte en algún aspecto concreto?

-Hubo una cosa muy concreta en la que pedí ayuda a una persona muy generosa. Fue en relación a ciertos circuitos administrativos de las fuerzas de seguridad. Vos podés estudiar cómo es el escalafón, qué es una falta grave, etcétera. Pero hay otras que no. Entonces a esa persona le pregunté: ¿qué pasa si a un policía lo trasladan? ¿Cómo lo pide? ¿Cuánto tiempo tardan? ¿Cómo le dicen a eso? Por ejemplo, yo había usado la palabra jubilación y ningún policía que lea eso lo va a tomar en serio, porque ellos le dicen retiro. Por lo tanto, eso hubiera roto el verosímil con alguien que conoce ese mundo.

-Justamente para eso sirven las fuentes primarias, para el verosímil de algunas situaciones.

-Claro. Esta persona que pude consultar había leído casualmente mi novela anterior y le había gustado. Ahí me contó que había trabajado treinta años en una fuerza de seguridad. Varios años después le escribí para que me ayudara. Entonces me dijo cosas que yo no sé, como lo que es una pistola automática, si tal arma deja casquillos o si te tira para atrás el hombro al disparar, etcétera. Ese tipo de detalles.

-Los que te pueden ayudar sobre el particular son los viejos periodistas de policiales. Esos se la saben todas.

-Sí. La profesión es así. Hay un libro precioso que les recomiendo: Notas en un diario, de Osvaldo Aguirre, gran poeta, gran narrador, gran novelista que durante muchos años trabajó como periodista de policiales. Es un libro espectacular con un cruce de géneros que tiene mucho que ver con su oficio. Muy bonito.

-Para ir cerrando nuestra charla, queda otro aspecto para destacar. Tenés una prosa muy cuidada, muy pulida, pero, a la vez, tus libros se leen con fluidez. Nuestro gran escritor, Antonio Di Benedetto, escribe también con enorme rigor, pero no siempre sus libros son fáciles, como es el caso de Zama. Los tuyos son más “populares”.

-Di Benedetto es uno de mis maestros. Me encanta. ¡Ojalá pudiera yo andar por esos mares! Pero yo disfruto mucho también de las novelas que cuentan una historia y que te producen un poco ese efecto de atraparte y que no quieras dejar de leer.

-¿A quién pondrías como referente de eso?

-En ese sentido pienso mucho en otro de mis maestros, Georges Simenon, el escritor belga de policiales, que no resigna su capacidad de ir a lo profundo, pero sus libros te cuentan una historia que seguís como loco tratando de saber qué va a pasar y de entender ese mundo. Por eso, que vos digas esto, que se trata de una lectura que fluye y que uses el término popular, me da mucha alegría.

-Logro, el tuyo, que no es sencillo de conseguir.

-Ojalá el libro pueda proporcionar esos momentos que tenemos asociados a la idea de la literatura popular, que es la pasión, el entusiasmo, el ¡guau, ahora me meto en esta historia! Es un poco lo que vivimos ahora, de alguna manera, con las series.

-Totalmente de acuerdo. Cuánta envidia puede producir entre los escritores un Stephen King, que te tiene comiéndote las uñas hasta la última línea.

-Sí. Muchas de las cosas más interesantes que se están haciendo en relación a contar historias se ubican en el plano de los guiones. Volvamos, por ejemplo, a los diálogos, a la puesta en escena de la serie El puente, en la versión danesa y sueca. Hay que tener un talento muy especial para contar una historia en ese formato. O Peaky Blinders. Claro, uno lo que ve es la serie. Pero detrás hay una persona que estuvo, con palabras, construyendo todo eso.

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