El costado oeste de la terminal de ómnibus de Mendoza, más precisamente la dársena oeste destinada a las paradas de colectivos que circulan por todo el Gran Mendoza, se convierte, cada noche, en una jungla.
El costado oeste de la terminal de ómnibus de Mendoza, más precisamente la dársena oeste destinada a las paradas de colectivos que circulan por todo el Gran Mendoza, se convierte, cada noche, en una jungla.
Allí, víctimas y asaltantes libran las batallas más desiguales y más injustas. A veces a mano armada. Con armas de fuego. Navajas. A veces de manera encarnizada. Por una cartera. Por una billetera. Sin embargo, el robo de celulares es el delito más común y más repetido.
La sorpresa es la principal herramienta de esos delincuentes. El descuido. Lógico es porque ¿qué es lo primero que acostumbra a hacer la gente cuando tiene un segundo libre? Mirar el celular. Para chequear los mensajes. Para espiar las redes. Porque sí. Como un acto reflejo. Y esa acción se multiplica por decenas, por cientos y por miles en las paradas de transporte público de pasajeros.
Entonces, los delincuentes están al acecho, estudiando a posibles presas. Desde lejos.
Sin ser vistos, ya vieron a quienes llegaron al ala oeste y estiraron la mirada para saber si el micro se acerca o deberán esperar. Una vez resignados, estos últimos hacen lo previsible. Justamente que los delincuentes esperan que hagan: sacan el celular de la cartera, de la mochila, del bolsillo y lo ponen en la palma de la mano y le dedican toda la atención posible durante los próximos minutos.
Absolutamente abstraídas de lo que pasa alrededor, muy lejos están esas futuras víctimas de percatarse de que los delincuentes caminan hacia ellas con paso lento pero seguro, como el gato va camino del ratón. Y que, como en un flash, sucederá esta secuencia: manotazo, celular robado y a correr.
A correr no es una metáfora, sino una descripción de lo que sucede realmente. Porque muchos descuidistas se acercan a sus futuras víctimas con la paciencia propia de los monjes tibetanos y una vez que dan el zarpazo y se apoderan del celular salen disparados como una flecha.
Muchos se meten en el túnel que pasa por debajo de la Costanera y que desemboca frente al Hospital Central. Y allá es como otro mundo. Como un agujero negro.
Otros, los más temerarios, cruzan la Costanera corriendo, arriesgándose a ser atropellados por los vehículos que van de sur a norte. Es una maniobra más para dejar fuera de combate a sus víctimas. Pero no a todas porque más de una vez se ha visto a una que otra persona asaltada salir detrás de ellos en franca persecución.
A algunos de esos delincuentes no les basta con atravesar una vía de circulación de la Costanera sino que se exponen a ser atropellados por alguno de los rodados que van de norte a sur, cerca del nudo vial de José Vicente Zapata.
Surgen de la observación de ese tipo de hechos, que se repiten como en un sinfín, y más ahora que los precios de los celulares se fueron a las nubes.
Dicen que sí, que en las inmediaciones hay vigilancia de las fuerzas policiales. Que uniformados y patrulleros recorren la zona, atentos. Dicen. Pero no parece.