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Si una persona decide cruzar una autopista caminando en medio de una tormenta eléctrica, es mucho más probable que sea atropellado a que le caiga un rayo antes de ser impactado por un vehículo. ¿Esto invalida por completo la posibilidad de que ocurra lo segundo? No, pero, en términos prácticos, la relación entre las probabilidades es tan desigual que no conviene perder el tiempo considerando cómo prevenir el segundo de los desenlaces.
Algo parecido podría aplicarse al riesgo real que implica el contacto con el agua de mar y la arena de la playa como fuente de contagio de Covid-19. Si bien son concebibles situaciones que propicien la transmisión por esa vía, a la luz de la evidencia actual resultan ser despreciables en comparación con la posibilidad de contagio a través de las gotitas respiratorias y los aerosoles procedentes de la nariz o la boca que salen despedidas cuando una persona infectada tose, exhala, habla o canta a menos de 1 metro de otras personas. O cuando se bebe del mismo mate o botella.
En principio, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “hasta la fecha no hay pruebas de que el virus de la Covid-19 sobreviva en el agua, incluidas las aguas residuales”. Por su parte, el Centro para la Prevención y Control de Enfermedades de los Estados Unidos (el CDC) afirma que no hay evidencia de que el SARS-CoV-2 pueda diseminarse a través de aguas recreativas.
En el caso particular del agua de mar, la dilución en el gran volumen, el movimiento de las aguas y su carácter salino reducen a su mínima expresión el potencial infectivo de los virus que pudieran ser “arrastrados” desde las vías respiratorias de bañistas infectados.
Un documento de julio del Ministerio de Ciencia e Innovación y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España sobre transmisión del SARS-CoV-2 en playas y piscinas señalaba que “no se dispone de información científica sobre la capacidad del SARS-CoV-2 para permanecer infeccioso en agua salada (aunque) se ha identificado el cloruro sódico como agente biocida eficaz”.
Otro factor que reduce el riesgo es que, aunque pudieran encontrarse en el seno del agua virus aislados con capacidad infectiva, se requiere un inóculo o cantidad mínima del agente microbiano para producir el contagio (2 virus sueltos flotando en el agua jamás podrán contagiar a una persona expuesta, porque su sistema inmune los elimina).
Ian Hewson, un microbiólogo de la Universidad de Cornell, Ithaca, Estados Unidos, quien publicó en julio un artículo de revisión en el medio Frontiers in Microbiology sobre los coronavirus en el mar, dijo a Chequeado que no tiene datos empíricos sobre la supervivencia de SARS-CoV-2 en el agua de mar, pero que, como la mayoría de los virus en hábitats marinos, “los virus de ARN experimentan tasas de decaimiento considerables” (o sea, desaparecen del agua a gran velocidad).
“La única manera realista de que los coronavirus pudieran transferirse al agua de mar sería a través de desechos cloacales, pero el tratamiento de esas aguas residuales reduciría de manera considerable la abundancia viral en los efluentes”, añadió Hewson.
El especialista señaló que no está comprobada la transmisión fecal-oral del SARS-CoV-2, pero que, como recomendación general, conviene evitar áreas con fuerte contaminación de aguas residuales, “dado que hay muchos patógenos humanos que podrían estar presentes”. Pero, en balnearios habilitados, uno no debería tener esa preocupación.
“En general no hay evidencia de contagios de COVID-19 a través de agua en ríos y mares. Suponiendo el caso de un ingreso de aguas contaminadas en el mar ocurre una alta dilución, lo que suma a que no hay evidencia concluyente de que el virus sea contagioso por esa vía [de las heces de una persona infectada a otra], por lo que podemos afirmar que el riesgo de contaminación del SARS-CoV-2 a través del agua de mar es muy bajo. Lógicamente, el riesgo se reduce al mínimo en caso de que no haya ningún ingreso de aguas residuales”, dijo a Chequeado el microbiólogo y doctor en bioquímica Emiliano Salvucci, investigador del Conicet en el Instituto de Ciencias y Tecnología de Alimentos Córdoba (Icytac).
Salvucci, autor del libro Micro, macro y super. Los organismos en Red, agregó que otra fuente de contagio podría ser el contacto con basura en la playa, en especial, residuos recientemente abandonados, como colillas de cigarrillos, tapabocas o barbijos y plásticos descartables. “Es conveniente una estrategia de gestión de residuos adecuada para evitar la contaminación a través de esta vía”, dijo.
Respecto de la permanencia de los coronavirus sobre la arena, una habilidad que ha sido documentada para otros virus en condiciones de baja luz y alta humedad, algunos expertos han recomendado investigaciones para evaluar cuánto tiempo puede sobrevivir el SARS-CoV-2 en las playas.
Sin embargo, el informe español sostiene que “la acción conjunta de la sal del agua de mar, la radiación ultravioleta solar y la alta temperatura que puede alcanzar la arena, son favorables para la inactivación de los agentes patógenos”. Coincide Salvucci: “Dada la sensibilidad del virus al calor y la deshidratación, es muy posible que el virus no pueda sobrevivir por mucho tiempo en la arena seca en época de verano, por lo que el riesgo de contaminación es mínimo”.
Para la médica infectóloga Elena Obieta, jefa del Servicio de Enfermedades Transmisibles y Emergentes de la Municipalidad de San Isidro, en el Gran Buenos Aires el riesgo real concreto de las vacaciones de verano en la playa es “bajar la guardia” y dejar de adoptar las medidas básicas de precaución: distanciamiento social; uso de barbijo o mascarilla cuando no se pueda mantener la distancia de 2 metros con personas fuera de la burbuja; ventilación en ambientes cerrados (por ejemplo, en restaurantes) y lavado de manos. “El peligro real es confiarse y sentir que, por estar de vacaciones, uno puede olvidar esas medidas”, dijo a Chequeado.
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